PORTADA-DIMENSIÓN 35, noviembre de 2015
“Nosotros no nos realizamos nunca. Somos un abismo que va
hacia otro abismo. Un pozo que mira al cielo”
Fernando Pessoa
“DE REGRESO AL FUTURO” Y A LAS NUEVAS DIMENSIONES (Urraca)
Después de una pausa de varios meses, hoy 01 de noviembre de 2015, volvemos a nuestras viejas andanzas, al derecho y sentimiento personal de escribir, publicar y expresarse. Siempre habrá una multitud de conceptos, símbolos y convenciones, nombres de lugares y personajes dentro de nosotros, a los cuales sólo lograremos plasmar en esta revista de manera apropiada por medio de las letras, imágenes y símbolos. Ese es un privilegio casi necesario del cual aun podemos disponer en esta dimensión. Por medio de este tipo de actos suponemos o entendemos la vida bajos nuestras propias claves e iconos culturales, referentes intertextuales relativos a una tradición.
Las
publicaciones periódicas (una edición cada mes) fueron una característica muy
común en Revista Dimensiones, éstas
no obedecían a ningún tipo de ritual o compromiso adquirido dentro de este
sencillo pero significativo proyecto; más bien, estaban muy relacionadas con la
idea de constancia, reto a la imaginación y creatividad, al sano esparcimiento
y calidad continua de plasmar en cada edición nuevas y mejores líneas que
revelaran esa concepción ficticia y real de nuestra región o ciudad, de nuestro
contexto espacial y temporal específico.
Nuestra
última edición publicada fue en el mes de marzo del presente año, (http://revistadimensiones) Todo el tiempo transcurrido desde
ese mes hasta la presente fecha nos ha servido para replantear nuestros
objetivos internos, nuestro propio concepto adquirido por la experiencia
inmediata, por aquello que suponemos y podemos diferir. Siempre será apropiado
darse un descanso, hacer una pausa, adentrarnos naturalmente en nosotros mismos
y encontrar esos ínfimos pero significativos detalles, que a veces pasamos por
alto debido a la actividad e influencia directa del diario vivir. Hacer un Regreso al pasado, releerse, pensarse y
comparar las necesidades de aquella época con las actuales, buscar cuál fue el
punto de partida que originó nuestro estado actual y sacar conclusiones si el
tiempo trascurrido ha sido un gasto o una inversión.
En
Revista Dimensiones hacemos un cruce
por el pasado acompañados secuencialmente de los viajes emprendidos por Marty
McFly y “el Doc.” Emmett Brown en la película Regreso al futuro, un viaje a las pasadas dimensiones para
encontrar aquellas frases y publicaciones que hoy en día, independiente de la
conclusión que saquemos; nos recuerdan por qué estamos aquí y por qué decidimos
continuar. ¡Buen viaje!
-“Soy el Dr. Emmett Brown. Estoy en el estacionamiento del Centro
Comercial Twin Pines. Es sábado, 26 de octubre de 1985. 1:18 a.m. Este es el
experimento temporal número uno”
Marty
McFly (Michael J. Fox), un adolescente intrépido y sagaz, cotidiano como
cualquiera de nosotros y con el cual el espectador fácilmente se podría
identificar; es amigo de Emmett Brown “el Doc.” (Christopher Lloyd), un
científico bastante particular y querido; quien crea, una máquina para viajar
en el tiempo. La apariencia y gestos de este personaje están vagamente inspirados
en científicos como Albert Einstein y en célebres directores de orquesta como
Leopold Stokowski. Dicha creación consiste en un auto deportivo DeLorean DMC-12
equipado con un reactor nuclear, el cual debe alcanzar una velocidad de 88
millas por hora para poder viajar en el tiempo. Su primer viaje, provocado por
un error fortuito, hace que Marty llegue al año de 1955. Debido a ciertas
alteraciones y actos cometidos en dicho año, (específicamente aquellos en los
que sus padres se conocieron y se enamoraron), el trascurso normal del tiempo
se ve alterado; cambiando por completo el futuro a partir de ese año, por lo
cual Marty y el Doc. deben arreglar dichos cambios para no afectar y desviar
por completo el destino de sus vidas y del resto del mundo.
El joven McFly a diferencia del resto de los
viajeros en el tiempo, no se remonta a las épicas y famosas conquistas de
guerra en Europa o a la última noche a flote del Titanic. Él sólo viaja al
pasado para arreglar ciertas cosas según su parecer, y así dar un poco de
gracia a su auténtico y desgraciado presente, sin tener en cuenta siquiera las
consecuencias que esto pudiese acarrear.
- “¡Ningún McFly llegó a algo en la historia de Hill Valley!
- La historia va a cambiar”.
- La historia va a cambiar”.
Originariamente
Regreso al Futuro (1985), no estaba
pensada ni concebida como una trilogía. La segunda parte de ésta (1989) y la
tercera (1990), se crearon y filmaron simultáneamente, impulsadas por el éxito
que había tenido la primera parte. Ambas películas, siendo muy distintas la una
de la otra, desarrollan y proponen dos perspectivas de viajes en el tiempo, una
hacia el futuro (parte II) y otra hacia el pasado (parte III).
- “Hey, Doc. No tenemos suficiente carretera para ir a 140 km.
- ¿Carretera? A donde vamos, no necesitaremos carreteras.”
- ¿Carretera? A donde vamos, no necesitaremos carreteras.”
¡Estamos
en el futuro! 2015 es sin lugar a duda, el año de Back to the future (Regreso al futuro en España, Volver al futuro en Hispanoamérica), la célebre
saga conformada por tres películas, dirigidas por Robert Zemeckis, producida
por Steven Spielberg, música compuesta por Alan Silvestri y protagonizada por
Michael J. Fox y Christopher Lloyd. Hago alusión a que el presente año es sin
duda un punto histórico en la conformación de esta trilogía, ya que en éste se
conmemoran dos acontecimientos que llenan de importancia, curiosidad, fama y
prestigio a tan bella y divertida saga. El primero de estos acontecimientos
hace alusión al trigésimo aniversario que cumple el lanzamiento de la primera película
de la trilogía, estrenada el 3 de julio de 1985, y el segundo acontecimiento
bastante curioso, pero no por ello menos importante, se hace presente en la
segunda película de la trilogía, en la cual Marty McFly, protagonista de ésta,
se aventura en un viaje hacia el futuro, partiendo desde el año de 1985 y
arribando como fecha exacta en el calendario al 21 de octubre de 2015. Sin
embargo, ¿qué tiene de particular este acontecimiento y dicha trilogía, para
que desde el 2007 se conserve una copia en el National Filme Registry de la Librería del Congreso estadounidense?
En
esencia el picante y la particularidad de esta trilogía se hallan en ese fervoroso
y ajeno deseo a la humanidad de poder viajar al pasado y conocer en carne
propia los acontecimientos de cualquier época histórica, ¿y por qué no?,
cambiar algún acontecimiento del cual no se esté satisfecho en el presente.
¿Quién no ha deseado alguna vez viajar al pasado y enmendar ese error, evitar
decir aquella palabra que le trajo problemas y cambiar aquellos comportamientos
que luego no consideró apropiados? El deseo de esta premisa, el conocer por
medio de éstas y otras tantas películas el estilo de vida y cultura de la década
de los 80, el poder tener acceso a la imaginación, creación y suposiciones
futuristas por parte de los creadores, de cómo sería el mundo 30 años hacia el
futuro, exactamente al 2015, a partir de 1985; son elementos que, combinados
hábilmente con la aventura, la acción, el humor y lo fantástico; hacen de esta
saga un verdadero cóctel explosivo para el deleite de múltiples receptores.
-“¿Cuándo acierta el
meteorólogo? No podemos predecir el futuro.”
La
segunda parte de Volver al Futuro se estrena
en 1989, convirtiéndose en la segunda más taquillera de ese mismo año,
recaudando 380 millones de dólares en
todo el mundo y, satisfaciendo con creces todas las expectativas puestas en
ella. Es en esta misma película, en la cual McFly viaja en el DeLorean a la ya
mencionada fecha del 21 de octubre de 2015. Allí se pinta una era invadida por
la tecnología, con coches y patinetas voladoras, pero sin ninguna capacidad de
interacción y progreso, ya que allí mismo se ven atascos en las calles y
problemas comunes al igual que en el pasado; videoconferencias en pantallas
gigantes, las cuales son habituales en la actualidad; trajes y zapatos que se
incorporan automáticamente al cuerpo, y coches a los cuales se les puede llenar
su depósito de combustible con una cáscara de plátano, cumpliendo exactamente
la misma función que el combustible tradicional; lo cual sería maravilloso en
la era actual para poder reemplazar al fin los combustibles fósiles y disminuir
la contaminación ambiental.
Me
parece fenomenal la idea de poder acceder a la imaginación de los creadores
mediante la película, de cómo sería el mundo y su funcionamiento 30 años hacia
el futuro, siendo más precisos al presente año. Las predicciones siempre son
arriesgadas, y el cine, al igual que la literatura, les encanta elucubrar sobre
el futuro, lo desconocido y metafísico, sobre el mundo de la probabilidad y el
quizá, lo incierto y lo paradójico, lo aparentemente normal y paranormal.
“- ¿Quiere decir que mi madre está enamorada de mí?
- ¡Exactamente!
- ¡Qué pesado!
- ¿Por qué las cosas son pesadas en el futuro? ¿Algún problema con la gravedad de la Tierra?”
- ¡Exactamente!
- ¡Qué pesado!
- ¿Por qué las cosas son pesadas en el futuro? ¿Algún problema con la gravedad de la Tierra?”
La
parte II de esta saga con su mencionado éxito, fue la mayor antesala y soporte
para lo que sería la muy segura y futura Parte III. Situada a medio camino
entre la ciencia ficción y el Western paródico, esta entrega, la cual ya sólo
obedecía al dinero; no fue un éxito en taquilla tan contundente como las dos
primeras. Sin embargo, fue considerada por la crítica especializada y el
público en general como un buen final para la trilogía y el tiempo ha obrado a
favor de ella, siendo hoy considerada una de las películas steampunk canónicas.
-“¡Marty, tienes que venir
conmigo!
- ¿A dónde?
- ¡De regreso al futuro!”
- ¿A dónde?
- ¡De regreso al futuro!”
ENRIQUE BUENAVENTURA Y SU OBRA PROYECTO PILOTO (Andrés Pérez)
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11:19 a.m.
Andrés Pérez
,
DIMENSIÓN 35
,
Dimensiones Revista Literaria
,
Escritores invitados
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El maestro Enrique Buenaventura
(Santiago de Cali, a los 19 de febrero
de 1925 - 31 de diciembre de 2003) a largo de su extensa labor creativa como
dramaturgo y director de teatro, expone en
cada una de sus obras las diversas problemáticas históricas y socioculturales
de Colombia, que se han venido dando a lo largo de quinientos años de barbarie
y vejación. Problemáticas que configuran los modos de vivir y la cultura de los
pueblos que las padecen. Es así que, su legado teatral constituye una búsqueda
por reconstruir y reconocer estos pueblos, retomando elementos constitutivos
transcendentales de su cultura, que al llevarlos a un proceso creativo vinculado
a las necesidades del momento, establece
la simbiosis entre el pasado y el presente de una nación. Permitiendo generar
con ello el reconocimiento de las identidades que conforman la idiosincrasia
colombiana.
Relacionando lo anterior, el objetivo
de este texto se centra en una de las obras de carácter visionario del maestro
Buenaventura, Proyecto Piloto, obra en
la cual se pone de manifiesto el destino del hombre incrustado en un sistema
devastador, un modelo social que cambia derechos por servicios, produciendo un
puñado de privilegiados y un manojo de marginados. En Proyecto Piloto, los valores de comunidad se pierden y en su lugar
aparecen los valores superficiales creados por la cultura del materialismo. En
esta obra, el dramaturgo caleño denuncia la corrupción de las élites y da a
conocer a la sociedad el desequilibrio socioeconómico, moral y cultural de nuestra
nación.
Antes de pasar a analizar la obra,
aclaremos la definición de ésta:
“Un
Proyecto Piloto es un proyecto de prueba. Puede ser en pequeña escala o de simulación.
Puede ser aplicado a una muestra de la población o sea, tomando un segmento de
lo que sería el universo del proyecto. También puede tratarse de una prueba
experimental, luego se evalúan los resultados, se hacen ajustes y se aplica a
la población general o al total de los destinatarios”.
Ahora bien, el proyecto se concibe en
un club como una forma de combatir a una plaga en crecimiento (las ratas) y a
los ciudadanos contaminados por ellas. Es una plaga desatada por la propia bellaquería
del club, que al ser una clase ociosa se inventa la forma de reproducirla para
exterminarlas, mediante un entrenamiento para una posible guerra que ellos
mismos se inventaron. Sin embargo, la situación que ellos creían dominada se
sale de sus manos, ocasionando una
paranoia en los integrantes del club, los cuales sumándose a un nudo de
intrigas entre ellos mismos, lleva a la debacle de la organización: se matan,
se suicidan o perecen bajo las inmensas mandíbulas de una monstruosa rata que
se convierte en sus verdugos. En medio de toda esa carnicería se mueven
satisfechas y muy tranquilas un grupo de muertes que modifican los espacios,
preparan las próximas escenas, dialogan entre ellas y a la vez hacen el papel
de conciencia de los demás personajes:
-Muerte rata: te gustaría matarla.
-Muerte opulenta: hay una más o menos inocente en la
jaula.
- Muerte de cuello blanco: y otra perversa que te atrae y
te desafía.
Con estas muertes se inicia y termina
la pieza teatral. Una pieza que juega con la linealidad del tiempo pues la
primera escena es el final mismo de la obra: cadáveres esparcidos por el suelo.
Las muertes limpiando el escenario dejando nada más que dos cuerpos: el
presidente del club y su esposa que se incorporan y empiezan a desarrollar los
hechos que los llevará a su fatal destino.
Proyecto Piloto se divide en dos actos
y trece escenas, por medio de éstas, Enrique Buenaventura plasma la cruda
realidad que atraviesa el país en 1991, año de estreno y en el cual se da la
reforma a la constitución (un paso hacia el neoliberalismo). El narcotráfico
empieza a carcomerse la médula de las instituciones, y los movimientos
guerrilleros están en su auge (M19-EPL-FARC). También expresa lo que sucede a nivel
mundial con la caída del Muro de Berlín y la Unión Soviética. De esta forma, el
dramaturgo concibe el mundo del siglo XX así:
“un
mundo desplomado que ha caído sobre nosotros y con la violencia de la sorpresa.
Vivimos en medio de ruinas que nada tiene de románticas como los viejos
tiempos”.
Por lo tanto, en esta obra se
descubren los prototipos de la represión, las víctimas y sus victimarios, los métodos de castigo y resistencia, una
burda burocracia, una contemplativa
clase alta y una vil miseria que prefiere revolcarse en su lodo. Se configuran
estas tres figuras sociales en los personajes de la Muerte de Cuello Blanco, la
Muerte Opulenta y la Muerte Rata. Éstas representan de forma metafórica las
diferentes maneras en que padece la sociedad del siglo XX: muerte por la
negligencia en las oficinas, los préstamos bancarios o los impuestos, la maldad
y violencia de la miseria. Al lado de éstas, se encuentra la Muerte, la común, de los anónimos. Todas
se conglomeran alrededor del club que
les ofrece banquetes diarios de cuerpos y sangre (las limpiezas realizadas en los
suburbios de las ciudades colombianas). Las víctimas del banquete son las ratas
y los “enratizados” que se dejaron
convertir y aceptaron obedientemente su vil condición; pero a la vez maquinan
una posible conspiración, una revolución que estalla violentamente (los
diversos grupos armados de nuestro país, que bajo la idea de justicia, siembran
el terror en los campos de Colombia).
Esta violencia se configura en cada
uno de los personajes de la obra y en las acciones realizadas por ellos a lo
largo de Proyecto Piloto. Por
ejemplo, en el personaje de Marta que
quiere acabar con todos, se observa un afán por saciar su violencia motivada
por la conservación de la especie:
-Marta: ¡por supuesto que no! ¡Hay que matar a las
ratas y a los enratecidos para salvar a
la gente!
Más adelante se acentúa su actitud
guerrerista:
-Marta: No es de querer o hacer. ¡Es una guerra! ¡O
se gana o se pierde! ¡O se muere o se sobrevive!
Por otro lado, aparece la imagen del
trepador, del lagarto dibujada en el personaje de Miguel. Un chico que tras su aparente belleza, esconde un monstruo
de la codicia:
-Miguel: soy un esclavo, pero un día seré el amo.
-Miguel: mira bien. Mira como saco a alguien del
camino.
Está la inocencia e ingenuidad de Rosa que azuzada por Marta y las muertes, termina
convirtiéndose en una más del Club,
es decir, en una asesina. A ella la mata la pena moral, la culpa, que se transforma
en una rata gigantesca.
Aparece el disidente, el descontento
con la razón de ser del club y sus
integrantes: Alfredo, un hombre que
avergonzado de lo hecho trata de enmendar sus culpas. No obstante, como todo
aquel que abre los ojos ante lo que sucede, es considerado un traidor y un
objetivo.
Por último, se manifiesta lo metódico,
estratégico, prepotente y machista en la imagen del señor Presidente del club, quien
siempre cree tener las claves de la solución a los miedos elaborados por él
mismo. Apoyado por su sumisa y temerosa esposa, la perfecta primera dama
dispuesta a obedecer y aplaudir las órdenes de su marido.
A todos estos personajes los envuelve
una telaraña de relaciones amorosas, una intriga que va desarrollando la trama
dramática de la obra. En esta misma aparece el miedo, la desconfianza mutua y
una paranoia constante de convertirse en ratas:
Miguel: mi madre era una santa. Eso sí lo puedo
asegurar…aunque no la conocí…pero no tengo ningún parecido con ustedes… (Va al
“espejo”). Nada de hocico… un bigote correcto, orejas que armonizan con el
resto…
Algunos tienen la franqueza de saberse
más rata que las mismísimas ratas:
-Marta: (va hacia las jaulas) me parezco tanto a
ustedes que matarlas es una especie de suicidio.
La violencia de esta obra penetra al
interior de la problemática del país y plasma los diversos rostros que toma. Una
violencia no vista a través de conceptos pertenecientes a la sociología o la
historia, sino mediante personajes de carne y hueso plasmados sobre la escena.
Es así que, el objetivo de Buenaventura con Proyecto Piloto es desarrollar lo que
para él debe cumplir el teatro ante la sociedad:
“El
teatro debe ser capaz de poner en tela de juicio a la sociedad, y muy
especialmente a la ideología. Debe tener el valor de poner en tela de juicio
incluso a la misma ideología que se pretende asumir”.
El público de esta obra se sentirá inquietado,
notará el conflicto que se está dando y se dará en un mundo deshumanizado. Cerrará
el libro o se levantará de la butaca con preguntas y dudas acerca de qué tan
cerca o distante se encuentra de un proyecto piloto de esas dimensiones y
características.
BIBLIOGRAFÍA
-Revista Conjunto N-22 año
1974 (Artículo: Teatro y Política-Enrique Buenaventura-pág. 90-96).
-Artículo Enrique
Buenaventura: humanista contemporáneo. autores : María Mercedes Jaramillo,
Fitchburg state collage, Betty Osorio, Universidad de los Andes.
-Prólogo a Papeles del Infierno
(el teatro de Enrique Buenaventura: El escenario como mesa de trabajo por
Carlos José Reyes.)
- Enrique Buenaventura: teatro
inédito. Obra: Proyecto Piloto.
- dintev.univalle.edu.co
DESIGNACIÓN EMPÁTICA EXPERIMENTAL (Mb-6v!)
“De frente una maciza tormenta, al reverso un frívolo destierro; no hay más camino.
La tregua es nadar lentamente la prisa, decirse útil e inventarse apresurada y desesperadamente un atajo para llegar vivo a la muerte”
Al no mover sus piernas se arrastró para tomar el
arma, esta vez eran sus dedos los que fallaban, intentó algo como pudo su
desespero, trabarlos en el gatillo y luego halar desde su brazo, pero sólo la
flacidez estaba; su lengua habilidosamente sirvió para disparar, la dirección
del último proyectil no asesinó su concepción de salvarse. Había despertado
lejos, como lo pidió momentos después de firmar su último contrato prometiendo
mucho reconocimiento, junto al revólver que respaldaría su inusual
fracaso.
Decidió, sin más opción imaginada, revolcarse algunos
kilómetros dirección al sol y dejarse encontrar por algún evento devastador que
le abrazara primero. Sobre las aguas que permiten el valle, pensó, conceder la
envoltura y no luchar contra la inmersión si es que acaso podía combatirla,
debía resolverse en llegar sin encontrar otra limitación no mortal o inmediata.
Movía sólo brazos y antebrazos para alejarse del mismo
punto, padecía de sus piernas, pero no sentía las heridas de su acarreo, la
poca sangre marcaba un camino más hondo que largo, afilado; maldita sería si se
llamara descalabro y llegara a ser público.
Se movía más su sombra, el sol desaparecía de cansado
en su espacioso recorrido, llegaría esa ausencia de calor, donde las nubes no
se forman. Acompaña un tiritar inaplazable en las noches, morir de hipotermia
sonaba considerable, lo que fuera; el hambre se presentaba más deprisa, las
heridas emprendieron infección; dejaba a un lado el juicio desde hace rato;
pero ahora con más seguridad era el cuerdo de nunca. Temblaba descontrolado y
dolía su cabeza a todas partes a causa de la bala no impactada, del efecto de
su experimento, por el sol de todo el día, la inanición, el pensar y no. El
entierro del camino deslucía el sangrado, un “pero” menos para su paranoia.
La noche no fue, tampoco su frío y su hambre. Amaneció.
Su pelvis estaba, no la sentía. La sed al naciente
ocupaba su boca, sentía cocerse entristecido, se quedaba sin planes de
ser el hombre que a su manera celebraría su invento. El dolor de los golpes
crecía desde la reserva en su espalda hasta lo atronador en su cabeza. Ser de
día se escondía entre algunas ramas cercanas, entraba en un matorral y podía
saborear un motivo lapidable en cualquier fluir audible de las aguas. Un abismo
acercaba, por fin su aspiración a dejarse evacuar en la corriente. Debía
impulsarse y permitir rodar en dirección única, otorgando al agua la
zambullida. Fallaban completas sus extremidades. Ahora el veneno cumplía
palabra en su cuerpo, conocedor de que empeoraría y seguía lo doloroso; rodó
más deprisa a la dirección menos azarosa, no lejos de su despeñadero. Entendía
ahora un lenguaje roedor conocido en su laboratorio por lo manifiesto y,
embullirse contaba como el antídoto que no tenía ni necesitaba. Sus sentidos
extinguían ese medio para contentarse; poco audible era toda intención, sumado
a que sus párpados ocluían gradualmente; una inercia fatal tanteaba su destino.
Conociendo su lento, mortal y tortuoso efecto, apuntó a
las primeras depresiones del terreno, cerrando en cortas apneas en pleno
declive un placer asfixiado. Violentaba a golpes su testa, destino fallido del
proyectil, y supuraba el deseo después de tanto que ésta fuera su propuesta más
cómoda. Se ahogaba más en estupor que en su aspiración, perder la razón contaba
como una muerte descortés en su intento arrebatador. Por fin la apnea fue
total, su hipoxia desconectó el propósito consciente pero rodaba aún por
gravedad, la humedad se halló más tarde y no fue forzada, lo no imaginado. El
curso caudal desconfió su destino, como dudó esta muerte en ser la suya. La
voluntad no, el veneno.
MI FLOR PRIMAVERAL (Francisco Tomás González)
Nada podría hacer uno si no desea nada, a tal punto
que todo un “dejo de no desear” se transforma en el ingreso a otro estadio, a
otro lugar, otro lenguaje, otra cultura, otra religiosidad; la narración de
otra historia. Tomar de la misma una porción es tan solo un divertimento menor,
como imitar un barbudo hindú que nos diga cómo respirar, o la admiración de la
inimitable transformación de Siddhartha en Buda (precisamente cuando dejó todo
vestigio de deseo).
Si bien el desear nos constituye como seres humanos, y
quizá sea una de las razones primordiales por las cuales no le decimos
automáticamente adiós a un mundo sin muchas significaciones por develar o
compartir; también puede transformarse en una razón válida como para que tu
cerebro diga basta, haga implosión, se sature, reviente, estalle, se demuela,
dando la inmensa satisfacción a quiénes no te bancaban un poquito y lo tenían
que hacer por modales y buenas costumbres.
Desde el deseo del bien material: zapatillas,
pantalón, cartera, celular, automóvil, casa propia; pasando por los deseos más
complicados, inasequibles, inabordables, inmanejables, los que nos pueden
llevar a ese límite de sentir el vértigo de la vida correr por nuestras venas,
todos los minutos, las horas, los días, meses y años; entregados por un segundo
en el cual tenemos lo que deseamos, apostándolo todo o quedándonos sin nada;
sin que nos debamos y nos volvamos a dar la posibilidad de volver a empezar.
La belleza de un mundo sin desear la gloria y la
libertad podría resultar paradisíaco, aún más, sin desear el reconocimiento
deslumbrante y el ser amados o agradar; podría ser torpemente revolucionario en
el sentido de que muchas de las acciones, las cuales hoy nos conducen por este
camino insondable e insospechado carecerían de sentido, y caeríamos en aquella
filosofía o verdad religiosa de la que hablábamos: no ser para ser, no desear
para morir, trascender en la intrascendencia. Es así que, uno no puede vivir
atormentado en todo momento con este tipo de cuestiones, es más, todo lo otro
(la vida en sí) sirve como para no profundizar en este tipo de malos
entendidos.
Supongamos que deseamos instintiva, pulsional y
sexualmente a alguien, esa fuerza que nos moviliza, ese deseo primigenio, es
una lava irrefrenable, que se traduce en el ser social y de alguna manera se
controla; por tanto se socializa, de lo contrario seguiríamos desnudos sin
pruritos ante nuestras genitalidades, pero con cierto resquicio o huella que
queda y golpea en algún cromosoma todavía no descubierto por la cientificidad. El
tratamiento que le damos a un fuerte deseo instintivo de índole sexual, es
básicamente poner, situar, transformar en objeto a aquello que nos provoca esa
reacción, sea ser humano, hombre, mujer o mono.
Nuevamente nos aborda el rector, el semáforo, esa
autoridad tutelante que nos sitúa en tiempo y espacio; de repente nos viste de
gala o elegante sport, nos pone en una fiesta fastuosa, la cual el objetivo
sigue siendo el mismo, pero a su vez cambia. Daríamos lo que sea por materializar
el deseo de ésta, supongamos tenerla, hacerla nuestra en ese momento,
adentrarla, poseerla, acabarla a ella, a la situación, al mundo, a todo, ese
instante que es muerte y vida, vértigo donde todo y nada sucede a la vez.
Todo ocurrió una y otra vez en nuestro cerebro, es la
venganza que ejercemos ante el tutelante, la que se cobra la barbarie sobre la
civilización. Éste le pide mesura, comportamiento social, la primitividad le
responde con mayor inteligencia, no le dice nada y lo hace, una y otra vez, de
modos tan poco elegantes como sucedáneos.
Además, en el ir y venir, en ese equilibrio de
encuentros y desencuentros, que debemos ejercer como seres en este mundo. De forma
continua, surge aquello pocas veces explicable que es el amor, la distancia
exacta de deseo hacia un sujeto en un tiempo infinito, cuando el sujeto vuelve
a ser objeto o viceversa, lo infinito se traduce en días, meses o años,
ya deja de serlo y por lo general, es convivencia, conveniencia o connivencia
sin amor.
Estos procesos tan complejos que nos suceden, no
pueden ser milimétricamente preparados con antelación, sirven para el mercado y
ganar dinero, tanto de publicistas que abordan la idea de una estación meteorológica
apta para que florezcan vínculos, como de galenos de diferentes rubros animados
a plantear que uno se debe preparar para amar, tener una relación o algún tipo
de situación humana.
Lamentablemente y pese a nuestros esfuerzos mentales,
sucede que cuando ese deseo instintivo surge, la respuesta al mismo
tiempo se da como un conjunto de fenómenos que interactúan, originando la
existencia a la improbabilidad de un resultado incierto. Mientras tanto ya ha
transcurrido un cierto y sopesable fractal de tiempo, vestidos sociales ante
nuestra desnudez.
Esta es mi flor para el día de la primavera, como
siempre te elegí la mejor, porque te considero especial y aún no sé por qué,
pese a que todos los días lo intente averiguar, quizá el día que lo consiga ya
no esté más a tu lado; mientras tanto disfrútala, es una rosa, como ya sabes, de
la forma que la tomes, ésta te podrá o no lastimar los dedos y un poquito más
también.
EL RUIDO QUE NOS LLEVA (Johnny C.)
Esta
es la tercera o cuarta vez desde que la conozco. Pobrecita, tan sola, tan
frágil, tan ella. ¿Es la tercera o cuarta? No sé por qué tengo la impresión de
que es así, y no la segunda o tercera. Ahora no sé qué hacer o cuál sea el paso
siguiente; supongo que podría levantarme y telefonear a alguien más, pero…
Tengo escasamente lo suficiente para hacer
una llamada, y avisar, contar el hecho con mis palabras e impresiones, lo cual
requiere mucho más tiempo de lo que puede darme la moneda que rasco dentro de
mi bolsillo. Tal vez, no quiero porque presiento que a nadie le pueda importar,
o de alguna manera no lo considero necesario, quizá prudente. Supongamos que
logro vencer mi aquietamiento y levanto alguna de las bocinas públicas que
están en el corredor que conlleva a esta pequeña sala, marco el supuesto
número, al hipotético teléfono de
Alejandro, y siempre suponiendo que lo contestara ¿Qué le diría en una
situación como ésta, en los insuficientes segundos de conexión? No habría
suficiente tiempo para conversar, entonces tendría que saludar como de
costumbre y con voz de presentador dar la noticia. La ventaja está, en que,
siendo Alejandro el receptor, no serían muchas las palabras que utilice para
encadenar alguna frase-respuesta. Digamos que en vez de comunicarme con él,
intento con Liza o Paula. El asunto se torna completamente distinto con
cualquiera de las dos mujeres, seguramente mucho más caótico y temible.
Suponiendo que tenga grabado en algún rincón de mi recuerdo el número
telefónico de alguna de ellas; un día como hoy, a una hora como ésta,
dificultaría por completo el hecho de encontrar a Liza en casa. Quizá sea más
probable la presencia de Paula, debido al bebé, argumento más que notable para
dejarla fuera de todo esto.
Lo que sí puedo recordar es esa tarde, la
última, o mejor dicho la vez anterior a ésta. Fue en casa de Paula, aún puedo
recordar el rostro de ella, tan blanco como el papel, mientras narraba lo
sucedido, viéndose interrumpida por el arribo de alguno, que debido al lugar, a
las expresiones y la historia, pronto se ponía al corriente de la situación.
Sí, sucedió en casa de Paula, mientras conversaban de algo fatuo o inútil;
bebían té y fumaban mirando caer la lluvia por la ventana, cómplices la una de
la otra. Sin aprensión y completamente natural, Juana se levantó del sillón
aquejando una “llamada de la naturaleza” y recorrió los pasos necesarios en
dirección del baño; mientras Paula, tal vez aplastaba un cigarrillo en el
cenicero e inmiscuida en los razonamientos de la conversación o en algún
pensamiento al azar, la observó retirarse. Cualquier cantidad de tiempo
después, la duda, la llamada a la puerta, el silencio, las posibles razones; el
leve girar y empujar buscando no asustar, sorprender un cuerpo, el de ella,
Juana, de espaldas al azulejo de la pared, sentado sobre un charco de sangre
viscosa emergiendo lentamente de sus articulaciones, mientras en el vidrio
rugoso de la claraboya arreciaba de nuevo la lluvia.
Puedo recordar todo eso o lo invento, el
asunto está, en que ella, Paula, pudo comunicarse con todos o con casi todos. Su
voz inquieta a través del receptor, comunicándome algo acerca del Hospital
Central, sobre Juana y un oscuro intento de suicidio; avisando, diciendo,
profiriendo… reclamando compañía porque estaba sola y no podía con el
desespero, no sabía qué hacer con tanta presión. Esa fue la segunda o tercera
vez, me extraña no poder recordar con precisión el número exacto. Aquella
tarde, no fui más que un espectador; cuando llegué al hospital ya estaban allí:
Dani, Liza y Cardona, rodeando a una estupefacta Paula. Total, y como es normal
en un caso así, la historia a fuerza de tanto ser repetida va perdiendo
entereza, hasta quedar convertida en un número reducido de frases y voces que
cumplen con la somera labor de informar. Creo que mejor convierto ese minuto de
comunicación en cinco de nicotina, pero tengo miedo de abandonar este asiento,
esta sala; y que por esa puerta batiente, la misma por la cual ingresó; emerja
uno de esos asépticos seres de bata blanca como un heraldo de la muerte, con la
noticia de una precaria situación. Tengo miedo porque estoy seguro que mis
piernas no serán capaces de recorrer los laberínticos pasillos pintados de
blanco que me lleven hasta la salida.
Ella, la persona. Juana. De seguro no quería
que fuera de esta manera. ¿Qué derecho tenía Paula? Igualmente para mí, por qué
debía levantarla, insistir, arrebatarle el sosiego de su sonrisa, la
tranquilidad de su silencio; luego de entrar furtivamente a su apartamento y
encontrarla allí, tirada, abandonada a su decisión y empujarla, cargarla hasta
el taxi, dar la voz de alarma al
conductor, puteándola, maldiciendo su cuerpo aún tibio, su rostro pálido, su
pecho que se inflaba con dificultad. Por qué no debía dejarla en su oscuro
apartamento, sucumbiendo a los sedantes o a cualquier mierda que se hubiera
tragado. Imaginar o tal vez fingir la hipótesis de mi nunca aparición, de
haberme dado por vencido ante la muda presencia de la puerta cerrada, la falta de
iluminación y el silencio que emanaban los muros del espacio; tal vez como lo
esperaba ella, lo planeó y efectuó. Pensar en el número de probabilidades, de
situaciones o lugares en los que me podría encontrar en el preciso momento de
su decisión, y lo que sea que haya sido que me llevó hasta su edificio,
obligándome a entrar y perseverar. Tonta, tontísima Juana y su quebradizo ser.
Paseo un momento la vista por la pequeña
sala de espera que se encuentra semivacía, algunas veces es cruzada por
enfermeras tan impecablemente vestidas y parecidas, que se podría llegar a
pensar que son la misma; igual a un ejército de fantasmagóricas apariciones que
van y vienen por los pasillos límpidos y blancos. Me doy cuenta que no espero
solo, justo en la misma fila de sillas en la que estoy sentado, hay otro hombre
que también aguarda, no sé hace cuánto tiempo. No recuerdo si estaba allí
cuando llegué o como alguna de esas figuras errantes apareció sin darme cuenta.
Seguramente, también espera por noticias de alguien, mientras en los momentos
en que cree no ser vigilado saca una licorera de metal del bolsillo de su
abrigo y toma un trago. Al darse cuenta que lo estoy mirando, lejos de sentirse
descubierto o avergonzado, extiende la licorera en mi dirección.
–¿Quieres un poco? –Me dice con una voz
gruesa–. Me levanto y me noto ávido, necesitado de lo que sea que haya en ese
recipiente; al acercarme al tipo y recibirle la licorera, éste me advierte tener
cuidado con las autoridades “esterilizantes”. Bebo, me sorprende más el hecho
de que haya utilizado esa última palabra, que por el contenido de la licorera.
–Gracias–. Le digo al tratar de regresarle
la licorera, el tipo hace un ademán negativo y no la recibe.
–Mejor bebe otro trago –dice–, parece que lo
necesitas.
Me
siento, nos separa un abrigo húmedo y rojo de mujer que yace sobre el asiento
contiguo a él. Bebo de nuevo y le regreso la licorera que esta vez recibe y
oculta inmediatamente en el abrigo rojo. Permanecemos en silencio, el hombre no
parece muy preocupado, cruza las piernas y mira su reloj pulsera. Tal vez,
aquello que le haya sucedido a la mujer dueña del abrigo, no sea peligro mayor
para su vida o motivo suficiente de alarma. Decido finalmente restarle importancia y permanecer en silencio junto
aquel hombre y la compañía tácita del licor.
–¿Estás bien? –Pregunta luego de algún
rato–. No quiero entrometerme pero aún tienes la mirada empolvada, perdida que
tenías cuando entraste cargando el cuerpo de la mujer.
Esas palabras me sacan lentamente del
letargo en el que había caído, miro al hombre de nuevo sosteniendo la licorera
plateada en sus manos, su cabello pinta algunas canas y usa lentes de montura
gruesa. Da un trago. No me siento peor ni mejor; igual o distinto. Sólo puedo
sentirme allí, engullido por el miedo y la incertidumbre. Él empieza a contarme
algo sobre una mujer, una esposa, una enfermedad, el abrigo rojo, la lluvia, el
susto, lo sucedido… el posible futuro, los deseos de volverla a ver. No alcanzo
a tener la concentración suficiente para entenderle o responderle palabra
alguna, continúo allí, absorto, presa de un pensamiento mortuorio, del recuerdo
de Cardona. El hombre, finalmente termina su relato y toca mi brazo con el
recipiente, invitándome a recibirlo.
–Se puede decir que las personas que
trabajan en este tipo de lugares son indolentes, insensibles, frías con los
pacientes y familiares que acompañan y necesitan saber el estado de su ser
querido. –Me dice mientras vuelve a consultar su reloj.
–Bueno, quizás eso haga parte de su trabajo.
Si usted se pone a ver, también el paciente que ingresa sufre esas
consecuencias. Para ellos no eres una persona; no eres más que su objeto de
trabajo y estudio, me atrevería a decir que hasta de divertimento. –El hombre
sorprendido por mi respuesta me mira y dice:
–¿Usted no hablará en serio? Lo más probable
es que esa indolencia, sea producto de la espera por verdaderos resultados y
así dar un parte más acertado del estado de la persona. Hay que ver que en
situaciones como éstas, se trata con seres humanos. ¡Hay que tener ética! ¿No
le parece?
–La ética es algo que le embadurnaron al Homo Faber sin pelo, con la intención de
controlarlo y obligarlo a aceptar lo que no quiere como correcto. En otras
palabras, tratan de enseñarle cómo sentir, obrar o ser. “Tema de amplio corte
que tengo que discutir con Alejandro”.
–Joven. Usted podrá decir lo que quiera;
pero esa misma ética, fue la que lo obligó a traer a su muchacha hasta acá y
tratar de salvarle la vida.
–No me va a creer, pero hace un rato pensaba
en eso mismo. –El tipo se queda en silencio e invierte el cruce de sus piernas.
Levanto la licorera abandonada en mi regazo y doy otro trago que siento dulce y
nauseabundo a la vez. Tengo la impresión de que han pasado horas desde que
llegué, pero no me atrevo a hacer nada más que quedarme sentado, esperando no
sé qué. El hombre, como si adivinara mis elucubraciones me dice: –De cualquier
forma, ¿sabes que puedes pedir información a las enfermeras? Aunque eso no
significa que puedan o quieran dártela–. Por alguna razón me siento más solo y
abandonado que al principio, increíble que la interacción con otras personas en
la mayoría de los casos amplifique ese sentimiento. Levanto la mirada de mis
zapatos hasta la del hombre que espera una respuesta y me encojo de hombros.
–No sé si quiera saber algo–. Le digo.
–Supongo que a eso lo llaman miedo a saber, muy
frecuente, pero no en esta clase de situaciones. ¿Pero? No hay otra forma de
vencerlo, de disminuir la preocupación.
–Saber o no saber. Mi preocupación no va a
cambiar la realidad.
– ¿Y entonces consumirse en la duda,
perderse en la desesperación?
–Usted mismo lo expresó al inicio de esta
conversación. Sus miedos y dudas no se verán vencidos hasta que tenga la
oportunidad de volver a encontrarse con
su esposa. No importa si la supuesta información que le den sea buena. –El
hombre aplaude una vez tan fuerte y sonoramente que retumba en la sala y
seguramente en los corredores contiguos–. ¡Ah! Estos jóvenes de ahora sólo se
preocupan por sí mismos –dice–.
–¿Le parece? No será acaso que la
preocupación por su esposa; no es más que desasosiego, lástima y miedo. –El
tipo arquea las cejas y se reacomoda los lentes sobre la nariz; bebe otro trago
y se queda en silencio, quizá porque no tiene nada para decirme o porque
considere tonto argumentar algo.
–Yo no sé nada de eso –dice luego de un
rato–. Pero si crees en todo lo que me has dicho hasta ahora; tu manera de
actuar lo contradice totalmente. Si tu preocupación por esa joven, no es
amistad, amor o por lo menos altruismo. ¿De dónde viene la tontería de traerla
hasta acá y sentarse a esperar y velar por su estado?
–Eso es lo que trato de decirle. Tal vez
sienta que la posible falta de esa persona pueda influir en mí; entonces al
hacer esto, lo único que busco es mi propio bien, y no tanto el de ella como
puede parecer…
–Disculpen, ¿Cuál de ustedes es el señor
Adam Buck? –Pregunta una mujer vestida completamente de blanco de pie frente a
nosotros que ha aparecido de la nada, y después de corroborar alguna
información; le comunica al hombre que ya puede pasar a ver a su esposa. El tipo
se levanta, recoge el abrigo, y un bolso de mujer del asiento, antes de salir
en compañía de la enfermera me señala la licorera que ha quedado allí –Se la
regalo y le deseo suerte con su amiga–, me dice antes de abandonar por completo
la sala.
“Los hospitales siempre serán, no importa lo
que traten de hacer con ellos, lugares sórdidos y fríos, evocadores de
sufrimiento y angustia; tal vez, ni las personas que lo frecuentan como lugar
de trabajo puedan llegar a acostumbrarse a esta especie de limbo confuso,
blanco y cegador. Su relevancia consiste en que alrededor de ellos se erigen
vida y muerte paradas sobre una delgada cornisa… pero… ¿así no es en todo
lugar? Su presencia y actuación siempre
nos sorprende, a pesar de que a cada momento están presentes. Porque la vida es
un transcurrir contiguo a la muerte, no van separadas como se puede llegar a
creer, ambas caminan juntas de la mano como entes idénticos; bastan el ir y
venir de los días, las personas que dejamos de frecuentar, los pensamientos que
se suceden unos a otros algunos terminado en olvido; mi piel, cabello, sangre,
tejido orgánico ¿acaso constantemente no están muriendo?”. Agarro la licorera y
doy un trago echando la cabeza ligeramente hacia atrás. Alguien me toca el
hombro derecho y se sienta al otro lado.
–¿Juana? ¿Pero qué mier...? ¿Estás bien?
–Sin proponérmelo la abrazo tan fuerte como para hacerle devolver lo que sea
que aún no le hayan hecho vomitar allá adentro.
–Sácame de aquí –me susurra–. Llévame, no
quiero estar más.
–Pero, ¿estás bien? ¿Qué te han dicho?
–Por favor…
–Está bien –me levanto y la tomo de la
mano–. Nos adentramos por algún corredor en busca de la salida, Juana aún está
medio atontada, lleva puesta escasamente la ropa hospitalaria, así que me quito
mi abrigo y la cubro con él; también va descalza y no parece importarle. –No
creo que debamos irnos –le digo–, quizá todavía no estás en condiciones.
–No me
importa. No quiero morir en un hospital. Llévame a la playa, al murmullo de las
olas que agradecidas besan la arena.
–Nadie está hablando de morirse vieja, al
parecer ese tren ya partió. Continuamos recorriendo pasillos sin encontrar
salida o alguna ruta de evacuación. Básicamente la arrastro por medio de los
corredores como a una muñeca de trapo, como a una niña regañada que es acarreada
por el parque, en medio de las palomas, una fuente, la mirada atónita de los
circundantes y los lagrimones en las mejillas rojas y agitadas de la nena.
–¡Eureka! –Alcanzo a ver al final del
pasillo la escalera para incendios. Llevo a Juana hasta la puerta y le digo que
me espere allí. Ella se queda recostada contra la puerta, mirándome con grandes
ojos negros, tal vez sintiéndose abandonada. Regreso por el mismo pasillo,
caminado casi en puntas de pie, queriendo ocultar cualquier sonido de mis
zapatos, no sé para qué; se me ha ocurrido que al menos debo tratar de
conseguir algo para calzarla antes de salir a la calle. Ando en busca del
zapato de cristal, de cuero, de tela; cualquiera, Juana lo recibirá con
agradecimiento. Cada vez me adentro más y más por pasillos desconocidos,
pegando la vista al suelo cuando me topo de frente con alguien; escrutando
habitaciones al azar, tratando de abrir puertas con seguro, incluso mirando
estúpidamente los rincones, como si allí, por obra y gracia fueran a aparecer
algún par de chanclas. Me detengo de golpe ante una puerta entreabierta, la
empujo un poco y alcanzo a observar una habitación medianamente iluminada por
una lámpara que está sobre un nochero; hay un viejo tendido sobre una cama, a
su lado, sentada en una silla puedo ver a una mujer que duerme en una posición
bastante incomoda y en el suelo, unas pantuflas, mi tiquete ganador. Entro
tratando de hacer el menor ruido posible y me acerco lentamente a la camilla,
la mujer se revuelve pero no se despierta, el hombre, que no duerme se percata
de mi presencia y vuelve la cabeza, me mira pero no pronuncia palabra alguna;
simplemente me sigue con la vista hasta que llego al borde de la camilla. También
me quedo mirándole. Nos quedamos así por un tiempo, no sé cuánto, al final él,
parece querer hablarme, levanta un poco la cabeza de la almohada y sólo alcanza
a modular algo que no logro entender. Agarro las pantuflas y antes de dar media
vuelta, le hago una seña al viejo en forma de disculpa; abandono la habitación
y al pobre hombre quien ha cerrado los ojos, y ahora tal vez sueña con la primera
vez que una muchacha dejó que la tomara de la mano.
Al regresar al lugar en el que dejé a Juana
no la encuentro allí. Para dónde te
fuiste loca, boba, tonta. Miro a izquierda y derecha del pasillo. Nada. Nadie.
Jueputa. Camino hacia cualquier lado, buscando en el silencio, con las tontas
pantuflas en mi mano; doy un tour hospitalario entre el olor a lluvia, muerte,
lágrimas, desesperación; sangre y antibacterial. Cuán difícil puede ser
encontrar una mujer medio pasmada, vestida con un abrigo de hombre y descalza.
Juana-Juana-Juana, maldita sea Juana. Sin proponérmelo estoy de nuevo en el
lugar en que le perdí el rastro, y empujo sin convicción la puerta de las
escaleras contra incendios.
–¿Por qué tardaste tanto? –Me pregunta ella
luego de girar la cabeza y verme–. Está sentada sobre el primer peldaño, con el
abrigo ya puesto, aun así, tiembla de frío. La miro y me sacudo la sorpresa,
desciendo uno o dos peldaños más y le pongo las pantuflas.
–Me siento Cenicienta.
–La diferencia está en que son como las tres
de la mañana, y estas cosas están muy lejos de ser zapatos de oro.
–Y en que vos no sos un príncipe azul.
–Y vos una princesa –Juana sonríe y me
murmura unas pequeñas “gracias”–.
Mejor seguimos nuestro camino –le digo–, ayudándola a levantarse. Ésta hace un
gesto afirmativo con la cabeza.
Cuando abandonamos el hospital, nos
encontramos con un aire frío y una pequeña brizna que humedecía el asfalto y reflejaba
las luces de la ciudad. Camino de la mano de ella en cualquier dirección,
buscando cualquier parada de bus, ella insiste entre murmullos e improperios
que lo que quiere es ir a la playa.
–No seas tonta –le digo–, te prometo ir en
otra ocasión; pero por ahora es mejor buscar un lugar caliente y algo de comer;
un café, un cine, cualquier lugar que nos albergue del frío.
–No. Llévame a la playa –me dice, estrujando
y soltándose de mi mano–. Quiero morir en la playa, quiero que cada milímetro
de mi cuerpo muera en un grano de arena distinto. –Abruptamente cruza la calle
sin siquiera mirar y se detiene en medio de las vías. El viento que sopla le
empuja el dobladillo del abrigo y la despeina aún más. Da media vuelta y se
queda mirándome, hundiendo sus manos en los bolsillos del abrigo; un auto pasa
tras ella a toda velocidad haciendo sonar la bocina, irrumpiendo el absoluto
silencio de la calle, y así como de repente apareció se perdió en la noche.
Juana continúa mirándome, y me grita que ella se va para la playa.
–Juana
–le respondo también gritándole–, la playa está lejísimos de aquí, además debe
estar haciendo un frío de mil demonios. –Ella se encoje de hombros y emprende
camino.
–Vamos Juana, vestida así pareces una loca,
deja la tontería.
–Deja de joder Víctor –Responde sin mirarme,
y sugiriéndome que me vaya a la mierda.
Camino tras ella sin cruzar la calle, vuelve
la mirada cada tanto para cerciorarse de que continúo allí. Ella juega a dar un
paso tras otro sobre la línea divisoria de la vía, en un momento de
desequilibrio casi cae; se detiene y con una sonrisa me mira apartando algunos
cabellos de sus ojos. Cruzo la calle hasta alcanzarla, le paso mi brazo sobre
los hombros y continuamos la noche.
Llegamos a una parada de bus y nos sentamos,
cansados, en silencio, húmedos de una
mezcla de lluvia y sudor; miedo y tristeza. Le pido cigarrillos a un borracho
que se ha unido a nuestra espera. Yo le ofrezco del poco licor que queda en el
recipiente que Adam me había regalado, el borracho, agradecido, acepta un
trago; Juana prefiere pasar, y así, los tres, fumando, esperamos por el ruido
que venga a recoger nuestros cuerpos maltrechos y somnolientos. Cuando esto
sucede trato de convencer al conductor, de que me acepte la licorera en forma
de pago; pero éste se niega y me pide que descienda del autobús. El borracho al
ver impedido su paso insulta y dice que él paga por los tres. El conductor del
bus se encoje de hombros y mira extrañado a Juana, ésta le enseña el dedo del
medio y camina hasta el fondo del vehículo; antes de alcanzarla a ella, le doy
el resto del contenido y la licorera al borracho que acepta con una sonrisa
antes de dejarse caer en uno de los asientos. El autobús está semivacío y
continúa con su ruta. Me siento junto a ella en silencio, Juana descansa su
cabeza sobre mi hombro izquierdo y
agarra mi mano con unos dedos heladísimos. Nos quedamos mirando como por la ventanilla desfilan los edificios, los
paraguas, las luces, los vagabundos borrachos, los no tan vagabundos pero sí
borrachos. A pesar de todo lo trascurrido aún puedo percibir un pequeño hilo de
aroma fresco que destila su cabello. Permanecemos así, solos, aislados del
mundo en esa lata metálica rodante; a la ventanilla ha dejado de asaltarla la
lluvia, y la condensación viste la ciudad de una bruma luminosa.
Cuando descendemos del autobús no estamos
muy lejos de la playa, Juana parece estar más altiva y recuperada mientras caminamos
lentamente entre la niebla tratando de alcanzar el malecón. La calle se va convirtiendo
en una pendiente, y nos deja ver cómo sobre las olas del mar se asienta una
bruma densa que no permite distinguir horizonte alguno, mientras un solitario faro
envía su señal luminosa a marineros desconocidos entre el gris amanecer. A ella
no parece importarle nada de esto, tampoco el viento gélido que sopla nuestros
rostros, nos hiela los huesos y sacude nuestras ropas. Llegamos hasta el
barandal que nos separa de la pequeña playa gris y húmeda, acodados sobre él, miramos
las olas que asaltan la arena sucia con pereza. Ella me esboza una pequeña
sonrisa de labios azules y besables, tal vez con la satisfacción de una misión
lograda o un deseo cumplido; se suelta de mi mano y salta el barandal, da
algunos pasos sobre la arena, repliega el abrigo y se sienta justo entre el mar
y yo. Me quedo allí observándola, su cabello es revoleado por el viento; más
adelante una pequeña embarcación corta la niebla con sus tibias luces.
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