PORTADA-DIMENSIÓN 35, noviembre de 2015

No hay comentarios.
“Nosotros no nos realizamos nunca. Somos un abismo que va hacia otro abismo. Un pozo que mira al cielo”
 Fernando Pessoa

No hay comentarios. :

Publicar un comentario

“DE REGRESO AL FUTURO” Y A LAS NUEVAS DIMENSIONES (Urraca)

No hay comentarios.


Después de una pausa de varios meses, hoy 01 de noviembre de 2015, volvemos a nuestras viejas andanzas, al derecho y sentimiento personal de escribir, publicar y expresarse. Siempre habrá una multitud de conceptos, símbolos y convenciones, nombres de lugares y personajes dentro de nosotros, a los cuales sólo lograremos plasmar en esta revista de manera apropiada por medio de las letras, imágenes y símbolos. Ese es un privilegio casi necesario del cual aun podemos disponer en esta dimensión. Por medio de este tipo de actos suponemos o entendemos la vida bajos nuestras propias claves e iconos culturales, referentes intertextuales relativos a una tradición.

Las publicaciones periódicas (una edición cada mes) fueron una característica muy común en Revista Dimensiones, éstas no obedecían a ningún tipo de ritual o compromiso adquirido dentro de este sencillo pero significativo proyecto; más bien, estaban muy relacionadas con la idea de constancia, reto a la imaginación y creatividad, al sano esparcimiento y calidad continua de plasmar en cada edición nuevas y mejores líneas que revelaran esa concepción ficticia y real de nuestra región o ciudad, de nuestro contexto espacial y temporal específico.

Nuestra última edición publicada fue en el mes de marzo del presente año, (http://revistadimensiones) Todo el tiempo transcurrido desde ese mes hasta la presente fecha nos ha servido para replantear nuestros objetivos internos, nuestro propio concepto adquirido por la experiencia inmediata, por aquello que suponemos y podemos diferir. Siempre será apropiado darse un descanso, hacer una pausa, adentrarnos naturalmente en nosotros mismos y encontrar esos ínfimos pero significativos detalles, que a veces pasamos por alto debido a la actividad e influencia directa del diario vivir. Hacer un Regreso al pasado, releerse, pensarse y comparar las necesidades de aquella época con las actuales, buscar cuál fue el punto de partida que originó nuestro estado actual y sacar conclusiones si el tiempo trascurrido ha sido un gasto o una inversión.


En Revista Dimensiones hacemos un cruce por el pasado acompañados secuencialmente de los viajes emprendidos por Marty McFly y “el Doc.” Emmett Brown en la película Regreso al futuro, un viaje a las pasadas dimensiones para encontrar aquellas frases y publicaciones que hoy en día, independiente de la conclusión que saquemos; nos recuerdan por qué estamos aquí y por qué decidimos continuar. ¡Buen viaje!  






-“Soy el Dr. Emmett Brown. Estoy en el estacionamiento del Centro Comercial Twin Pines. Es sábado, 26 de octubre de 1985. 1:18 a.m. Este es el experimento temporal número uno”

Marty McFly (Michael J. Fox), un adolescente intrépido y sagaz, cotidiano como cualquiera de nosotros y con el cual el espectador fácilmente se podría identificar; es amigo de Emmett Brown “el Doc.” (Christopher Lloyd), un científico bastante particular y querido; quien crea, una máquina para viajar en el tiempo. La apariencia y gestos de este personaje están vagamente inspirados en científicos como Albert Einstein y en célebres directores de orquesta como Leopold Stokowski. Dicha creación consiste en un auto deportivo DeLorean DMC-12 equipado con un reactor nuclear, el cual debe alcanzar una velocidad de 88 millas por hora para poder viajar en el tiempo. Su primer viaje, provocado por un error fortuito, hace que Marty llegue al año de 1955. Debido a ciertas alteraciones y actos cometidos en dicho año, (específicamente aquellos en los que sus padres se conocieron y se enamoraron), el trascurso normal del tiempo se ve alterado; cambiando por completo el futuro a partir de ese año, por lo cual Marty y el Doc. deben arreglar dichos cambios para no afectar y desviar por completo el destino de sus vidas y del resto del mundo.
 El joven McFly a diferencia del resto de los viajeros en el tiempo, no se remonta a las épicas y famosas conquistas de guerra en Europa o a la última noche a flote del Titanic. Él sólo viaja al pasado para arreglar ciertas cosas según su parecer, y así dar un poco de gracia a su auténtico y desgraciado presente, sin tener en cuenta siquiera las consecuencias que esto pudiese acarrear.

- “¡Ningún McFly llegó a algo en la historia de Hill Valley!
- La historia va a cambiar”.


Originariamente Regreso al Futuro (1985), no estaba pensada ni concebida como una trilogía. La segunda parte de ésta (1989) y la tercera (1990), se crearon y filmaron simultáneamente, impulsadas por el éxito que había tenido la primera parte. Ambas películas, siendo muy distintas la una de la otra, desarrollan y proponen dos perspectivas de viajes en el tiempo, una hacia el futuro (parte II) y otra hacia el pasado (parte III).





- “Hey, Doc. No tenemos suficiente carretera para ir a 140 km.
- ¿Carretera? A donde vamos, no necesitaremos carreteras.”

¡Estamos en el futuro! 2015 es sin lugar a duda, el año de Back to the future (Regreso al futuro en España, Volver al futuro en Hispanoamérica), la célebre saga conformada por tres películas, dirigidas por Robert Zemeckis, producida por Steven Spielberg, música compuesta por Alan Silvestri y protagonizada por Michael J. Fox y Christopher Lloyd. Hago alusión a que el presente año es sin duda un punto histórico en la conformación de esta trilogía, ya que en éste se conmemoran dos acontecimientos que llenan de importancia, curiosidad, fama y prestigio a tan bella y divertida saga. El primero de estos acontecimientos hace alusión al trigésimo aniversario que cumple el lanzamiento de la primera película de la trilogía, estrenada el 3 de julio de 1985, y el segundo acontecimiento bastante curioso, pero no por ello menos importante, se hace presente en la segunda película de la trilogía, en la cual Marty McFly, protagonista de ésta, se aventura en un viaje hacia el futuro, partiendo desde el año de 1985 y arribando como fecha exacta en el calendario al 21 de octubre de 2015. Sin embargo, ¿qué tiene de particular este acontecimiento y dicha trilogía, para que desde el 2007 se conserve una copia en el National Filme Registry de la Librería del Congreso estadounidense?
En esencia el picante y la particularidad de esta trilogía se hallan en ese fervoroso y ajeno deseo a la humanidad de poder viajar al pasado y conocer en carne propia los acontecimientos de cualquier época histórica, ¿y por qué no?, cambiar algún acontecimiento del cual no se esté satisfecho en el presente. ¿Quién no ha deseado alguna vez viajar al pasado y enmendar ese error, evitar decir aquella palabra que le trajo problemas y cambiar aquellos comportamientos que luego no consideró apropiados? El deseo de esta premisa, el conocer por medio de éstas y otras tantas películas el estilo de vida y cultura de la década de los 80, el poder tener acceso a la imaginación, creación y suposiciones futuristas por parte de los creadores, de cómo sería el mundo 30 años hacia el futuro, exactamente al 2015, a partir de 1985; son elementos que, combinados hábilmente con la aventura, la acción, el humor y lo fantástico; hacen de esta saga un verdadero cóctel explosivo para el deleite de múltiples receptores.



-“¿Cuándo acierta el meteorólogo? No podemos predecir el futuro.”

La segunda parte de Volver al Futuro se estrena en 1989, convirtiéndose en la segunda más taquillera de ese mismo año, recaudando  380 millones de dólares en todo el mundo y, satisfaciendo con creces todas las expectativas puestas en ella. Es en esta misma película, en la cual McFly viaja en el DeLorean a la ya mencionada fecha del 21 de octubre de 2015. Allí se pinta una era invadida por la tecnología, con coches y patinetas voladoras, pero sin ninguna capacidad de interacción y progreso, ya que allí mismo se ven atascos en las calles y problemas comunes al igual que en el pasado; videoconferencias en pantallas gigantes, las cuales son habituales en la actualidad; trajes y zapatos que se incorporan automáticamente al cuerpo, y coches a los cuales se les puede llenar su depósito de combustible con una cáscara de plátano, cumpliendo exactamente la misma función que el combustible tradicional; lo cual sería maravilloso en la era actual para poder reemplazar al fin los combustibles fósiles y disminuir la contaminación ambiental.

Me parece fenomenal la idea de poder acceder a la imaginación de los creadores mediante la película, de cómo sería el mundo y su funcionamiento 30 años hacia el futuro, siendo más precisos al presente año. Las predicciones siempre son arriesgadas, y el cine, al igual que la literatura, les encanta elucubrar sobre el futuro, lo desconocido y metafísico, sobre el mundo de la probabilidad y el quizá, lo incierto y lo paradójico, lo aparentemente normal y paranormal.


“- ¿Quiere decir que mi madre está enamorada de mí?
- ¡Exactamente!
- ¡Qué pesado!
- ¿Por qué las cosas son pesadas en el futuro? ¿Algún problema con la gravedad de la Tierra?”

La parte II de esta saga con su mencionado éxito, fue la mayor antesala y soporte para lo que sería la muy segura y futura Parte III. Situada a medio camino entre la ciencia ficción y el Western paródico, esta entrega, la cual ya sólo obedecía al dinero; no fue un éxito en taquilla tan contundente como las dos primeras. Sin embargo, fue considerada por la crítica especializada y el público en general como un buen final para la trilogía y el tiempo ha obrado a favor de ella, siendo hoy considerada una de las películas steampunk canónicas.


-“¡Marty, tienes que venir conmigo!
- ¿A dónde?
                                                        - ¡De regreso al futuro!”





























No hay comentarios. :

Publicar un comentario

ENRIQUE BUENAVENTURA Y SU OBRA PROYECTO PILOTO (Andrés Pérez)

No hay comentarios.


El maestro Enrique Buenaventura (Santiago de Cali,  a los 19 de febrero de 1925 - 31 de diciembre de 2003) a largo de su extensa labor creativa como dramaturgo y director de teatro,  expone en cada una de sus obras las diversas problemáticas históricas y socioculturales de Colombia, que se han venido dando a lo largo de quinientos años de barbarie y vejación. Problemáticas que configuran los modos de vivir y la cultura de los pueblos que las padecen. Es así que, su legado teatral constituye una búsqueda por reconstruir y reconocer estos pueblos, retomando elementos constitutivos transcendentales de su cultura, que al llevarlos a un proceso creativo vinculado a las necesidades  del momento, establece la simbiosis entre el pasado y el presente de una nación. Permitiendo generar con ello el reconocimiento de las identidades que conforman la idiosincrasia colombiana.
Relacionando lo anterior, el objetivo de este texto se centra en una de las obras de carácter visionario del maestro Buenaventura, Proyecto Piloto, obra en la cual se pone de manifiesto el destino del hombre incrustado en un sistema devastador, un modelo social que cambia derechos por servicios, produciendo un puñado de privilegiados y un manojo de marginados. En Proyecto Piloto, los valores de comunidad se pierden y en su lugar aparecen los valores superficiales creados por la cultura del materialismo. En esta obra, el dramaturgo caleño denuncia la corrupción de las élites y da a conocer a la sociedad el desequilibrio socioeconómico, moral y cultural de nuestra nación.
Antes de pasar a analizar la obra, aclaremos la definición de ésta:
 “Un Proyecto Piloto es un proyecto de prueba. Puede ser en pequeña escala o de simulación. Puede ser aplicado a una muestra de la población o sea, tomando un segmento de lo que sería el universo del proyecto. También puede tratarse de una prueba experimental, luego se evalúan los resultados, se hacen ajustes y se aplica a la población general o al total de los destinatarios”.
Ahora bien, el proyecto se concibe en un club como una forma de combatir a una plaga en crecimiento (las ratas) y a los ciudadanos contaminados por ellas. Es una plaga desatada por la propia bellaquería del club, que al ser una clase ociosa se inventa la forma de reproducirla para exterminarlas, mediante un entrenamiento para una posible guerra que ellos mismos se inventaron. Sin embargo, la situación que ellos creían dominada se sale de sus manos,  ocasionando una paranoia en los integrantes del club, los cuales sumándose a un nudo de intrigas entre ellos mismos, lleva a la debacle de la organización: se matan, se suicidan o perecen bajo las inmensas mandíbulas de una monstruosa rata que se convierte en sus verdugos. En medio de toda esa carnicería se mueven satisfechas y muy tranquilas un grupo de muertes que modifican los espacios, preparan las próximas escenas, dialogan entre ellas y a la vez hacen el papel de conciencia de los demás personajes:

-Muerte rata: te gustaría matarla.
-Muerte opulenta: hay una más o menos inocente en la jaula.
- Muerte de cuello blanco: y otra perversa que te atrae y te desafía.

Con estas muertes se inicia y termina la pieza teatral. Una pieza que juega con la linealidad del tiempo pues la primera escena es el final mismo de la obra: cadáveres esparcidos por el suelo. Las muertes limpiando el escenario dejando nada más que dos cuerpos: el presidente del club y su esposa que se incorporan y empiezan a desarrollar los hechos que los llevará a su fatal destino.
Proyecto Piloto se divide en dos actos y trece escenas, por medio de éstas, Enrique Buenaventura plasma la cruda realidad que atraviesa el país en 1991, año de estreno y en el cual se da la reforma a la constitución (un paso hacia el neoliberalismo). El narcotráfico empieza a carcomerse la médula de las instituciones, y los movimientos guerrilleros están en su auge (M19-EPL-FARC). También expresa lo que sucede a nivel mundial con la caída del Muro de Berlín y la Unión Soviética. De esta forma, el dramaturgo concibe el mundo del siglo XX así:
un mundo desplomado que ha caído sobre nosotros y con la violencia de la sorpresa. Vivimos en medio de ruinas que nada tiene de románticas como los viejos tiempos”.
Por lo tanto, en esta obra se descubren los prototipos de la represión, las víctimas y sus victimarios,  los métodos de castigo y resistencia, una burda burocracia, una  contemplativa clase alta y una vil miseria que prefiere revolcarse en su lodo. Se configuran estas tres figuras sociales en los personajes de la Muerte de Cuello Blanco, la Muerte Opulenta y la Muerte Rata. Éstas representan de forma metafórica las diferentes maneras en que padece la sociedad del siglo XX: muerte por la negligencia en las oficinas, los préstamos bancarios o los impuestos, la maldad y violencia de la miseria. Al lado de éstas, se encuentra la Muerte, la común, de los anónimos. Todas se conglomeran alrededor del club que les ofrece banquetes diarios de cuerpos y sangre (las limpiezas realizadas en los suburbios de las ciudades colombianas). Las víctimas del banquete son las ratas y los “enratizados”  que se dejaron convertir y aceptaron obedientemente su vil condición; pero a la vez maquinan una posible conspiración, una revolución que estalla violentamente (los diversos grupos armados de nuestro país, que bajo la idea de justicia, siembran el terror en los campos de Colombia).
Esta violencia se configura en cada uno de los personajes de la obra y en las acciones realizadas por ellos a lo largo de Proyecto Piloto. Por ejemplo, en el personaje de Marta que quiere acabar con todos, se observa un afán por saciar su violencia motivada por la conservación de la especie:



-Marta: ¡por supuesto que no! ¡Hay que matar a las ratas y a los enratecidos  para salvar a la gente!

Más adelante se acentúa su actitud guerrerista:

-Marta: No es de querer o hacer. ¡Es una guerra! ¡O se gana o se pierde! ¡O se muere o se sobrevive!

Por otro lado, aparece la imagen del trepador, del lagarto dibujada en el personaje de  Miguel. Un chico que tras su aparente belleza, esconde un monstruo de la codicia:

-Miguel: soy un esclavo, pero un día seré el amo.
-Miguel: mira bien. Mira como saco a alguien del camino.

Está la inocencia e ingenuidad de Rosa que azuzada por Marta y las muertes, termina convirtiéndose en una más del Club, es decir, en una asesina. A ella la mata la pena moral, la culpa, que se transforma en una rata gigantesca.
Aparece el disidente, el descontento con la razón de ser del club y sus integrantes: Alfredo, un hombre que avergonzado de lo hecho trata de enmendar sus culpas. No obstante, como todo aquel que abre los ojos ante lo que sucede, es considerado un traidor y un objetivo.
Por último, se manifiesta lo metódico, estratégico, prepotente y machista en la imagen del señor Presidente del club, quien siempre cree tener las claves de la solución a los miedos elaborados por él mismo. Apoyado por su sumisa y temerosa esposa, la perfecta primera dama dispuesta a obedecer y aplaudir las órdenes de su marido.
A todos estos personajes los envuelve una telaraña de relaciones amorosas, una intriga que va desarrollando la trama dramática de la obra. En esta misma aparece el miedo, la desconfianza mutua y una paranoia constante de convertirse en ratas:

Miguel: mi madre era una santa. Eso sí lo puedo asegurar…aunque no la conocí…pero no tengo ningún parecido con ustedes… (Va al “espejo”). Nada de hocico… un bigote correcto, orejas que armonizan con el resto…

Algunos tienen la franqueza de saberse más rata que las mismísimas ratas:

-Marta: (va hacia las jaulas) me parezco tanto a ustedes que matarlas es una especie de suicidio.

La violencia de esta obra penetra al interior de la problemática del país y plasma los diversos rostros que toma. Una violencia no vista a través de conceptos pertenecientes a la sociología o la historia, sino mediante personajes de carne y hueso plasmados sobre la escena.
 Es así que, el objetivo de Buenaventura con Proyecto Piloto es desarrollar lo que para él debe cumplir el teatro ante la sociedad:

El teatro debe ser capaz de poner en tela de juicio a la sociedad, y muy especialmente a la ideología. Debe tener el valor de poner en tela de juicio incluso a la misma ideología que se pretende asumir”.

El público de esta obra se sentirá inquietado, notará el conflicto que se está dando y se dará en un mundo deshumanizado. Cerrará el libro o se levantará de la butaca con preguntas y dudas acerca de qué tan cerca o distante se encuentra de un proyecto piloto de esas dimensiones y características.


BIBLIOGRAFÍA

-Revista Conjunto N-22 año 1974 (Artículo: Teatro y Política-Enrique Buenaventura-pág. 90-96).
-Artículo Enrique Buenaventura: humanista contemporáneo. autores : María Mercedes Jaramillo, Fitchburg state collage, Betty Osorio, Universidad de los Andes.
-Prólogo a Papeles del Infierno (el teatro de Enrique Buenaventura: El escenario como mesa de trabajo por Carlos José Reyes.)
- Enrique Buenaventura: teatro inédito. Obra: Proyecto Piloto.
- dintev.univalle.edu.co

















No hay comentarios. :

Publicar un comentario

DESIGNACIÓN EMPÁTICA EXPERIMENTAL (Mb-6v!)

No hay comentarios.

De frente una maciza tormenta, al reverso un frívolo destierro; no hay más camino.
La tregua es nadar lentamente la prisa, decirse útil e inventarse apresurada y desesperadamente un atajo para llegar vivo a la muerte”

Al no mover sus piernas se arrastró para tomar el arma, esta vez eran sus dedos los que fallaban, intentó algo como pudo su desespero, trabarlos en el gatillo y luego halar desde su brazo, pero sólo la flacidez estaba; su lengua habilidosamente sirvió para disparar, la dirección del último proyectil no asesinó su concepción de salvarse. Había despertado lejos, como lo pidió momentos después de firmar su último contrato prometiendo mucho reconocimiento, junto al revólver que respaldaría su inusual fracaso.
Decidió, sin más opción imaginada, revolcarse algunos kilómetros dirección al sol y dejarse encontrar por algún evento devastador que le abrazara primero. Sobre las aguas que permiten el valle, pensó, conceder la envoltura y no luchar contra la inmersión si es que acaso podía combatirla, debía resolverse en llegar sin encontrar otra limitación no mortal o inmediata.
Movía sólo brazos y antebrazos para alejarse del mismo punto, padecía de sus piernas, pero no sentía las heridas de su acarreo, la poca sangre marcaba un camino más hondo que largo, afilado; maldita sería si se llamara descalabro y llegara a ser público.
Se movía más su sombra, el sol desaparecía de cansado en su espacioso recorrido, llegaría esa ausencia de calor, donde las nubes no se forman. Acompaña un tiritar inaplazable en las noches, morir de hipotermia sonaba considerable, lo que fuera; el hambre se presentaba más deprisa, las heridas emprendieron infección; dejaba a un lado el juicio desde hace rato; pero ahora con más seguridad era el cuerdo de nunca. Temblaba descontrolado y dolía su cabeza a todas partes a causa de la bala no impactada, del efecto de su experimento, por el sol de todo el día, la inanición, el pensar y no. El entierro del camino deslucía el sangrado, un “pero” menos para su paranoia.
La noche no fue, tampoco su frío y su hambre. Amaneció.
Su pelvis estaba, no la sentía. La sed al naciente ocupaba su boca, sentía cocerse  entristecido, se quedaba sin planes de ser el hombre que a su manera celebraría su invento. El dolor de los golpes crecía desde la reserva en su espalda hasta lo atronador en su cabeza. Ser de día se escondía entre algunas ramas cercanas, entraba en un matorral y podía saborear un motivo lapidable en cualquier fluir audible de las aguas. Un abismo acercaba, por fin su aspiración a dejarse evacuar en la corriente. Debía impulsarse y permitir rodar en dirección única, otorgando al agua la zambullida. Fallaban completas sus extremidades. Ahora el veneno cumplía palabra en su cuerpo, conocedor de que empeoraría y seguía lo doloroso; rodó más deprisa a la dirección menos azarosa, no lejos de su despeñadero. Entendía ahora un lenguaje roedor conocido en su laboratorio por lo manifiesto y, embullirse contaba como el antídoto que no tenía ni necesitaba. Sus sentidos extinguían ese medio para contentarse; poco audible era toda intención, sumado a que sus párpados ocluían gradualmente; una inercia fatal tanteaba su destino.
Conociendo su lento, mortal y tortuoso efecto, apuntó a las primeras depresiones del terreno, cerrando en cortas apneas en pleno declive un placer asfixiado. Violentaba a golpes su testa, destino fallido del proyectil, y supuraba el deseo después de tanto que ésta fuera su propuesta más cómoda. Se ahogaba más en estupor que en su aspiración, perder la razón contaba como una muerte descortés en su intento arrebatador. Por fin la apnea fue total, su hipoxia desconectó el propósito consciente pero rodaba aún por gravedad, la humedad se halló más tarde y no fue forzada, lo no imaginado. El curso caudal desconfió su destino, como dudó esta muerte en ser la suya. La voluntad no, el veneno.



No hay comentarios. :

Publicar un comentario

MI FLOR PRIMAVERAL (Francisco Tomás González)

No hay comentarios.
Nada podría hacer uno si no desea nada, a tal punto que todo un “dejo de no desear” se transforma en el ingreso a otro estadio, a otro lugar, otro lenguaje, otra cultura, otra religiosidad; la narración de otra historia. Tomar de la misma una porción es tan solo un divertimento menor, como imitar un barbudo hindú que nos diga cómo respirar, o la admiración de la inimitable transformación de Siddhartha en Buda (precisamente cuando dejó todo vestigio de deseo).

Si bien el desear nos constituye como seres humanos, y quizá sea una de las razones primordiales por las cuales no le decimos automáticamente adiós a un mundo sin muchas significaciones por develar o compartir; también puede transformarse en una razón válida como para que tu cerebro diga basta, haga implosión, se sature, reviente, estalle, se demuela, dando la inmensa satisfacción a quiénes no te bancaban un poquito y lo tenían que hacer por modales y buenas costumbres.

Desde el deseo del bien material: zapatillas, pantalón, cartera, celular, automóvil, casa propia; pasando por los deseos más complicados, inasequibles, inabordables, inmanejables, los que nos pueden llevar a ese límite de sentir el vértigo de la vida correr por nuestras venas, todos los minutos, las horas, los días, meses y años; entregados por un segundo en el cual tenemos lo que deseamos, apostándolo todo o quedándonos sin nada; sin que nos debamos y nos volvamos a dar la posibilidad de volver a empezar.

La belleza de un mundo sin desear la gloria y la libertad podría resultar paradisíaco, aún más, sin desear el reconocimiento deslumbrante y el ser amados o agradar; podría ser torpemente revolucionario en el sentido de que muchas de las acciones, las cuales hoy nos conducen por este camino insondable e insospechado carecerían de sentido, y caeríamos en aquella filosofía o verdad religiosa de la que hablábamos: no ser para ser, no desear para morir, trascender en la intrascendencia. Es así que, uno no puede vivir atormentado en todo momento con este tipo de cuestiones, es más, todo lo otro (la vida en sí) sirve como para no profundizar en este tipo de malos entendidos.


Supongamos que deseamos instintiva, pulsional y sexualmente a alguien, esa fuerza que nos moviliza, ese deseo primigenio, es una lava irrefrenable, que se traduce en el ser social y de alguna manera se controla; por tanto se socializa, de lo contrario seguiríamos desnudos sin pruritos ante nuestras genitalidades, pero con cierto resquicio o huella que queda y golpea en algún cromosoma todavía no descubierto por la cientificidad. El tratamiento que le damos a un fuerte deseo instintivo de índole sexual, es básicamente poner, situar, transformar en objeto a aquello que nos provoca esa reacción, sea ser humano, hombre, mujer o mono.

Nuevamente nos aborda el rector, el semáforo, esa autoridad tutelante que nos sitúa en tiempo y espacio; de repente nos viste de gala o elegante sport, nos pone en una fiesta fastuosa, la cual el objetivo sigue siendo el mismo, pero a su vez cambia. Daríamos lo que sea por materializar el deseo de ésta, supongamos tenerla, hacerla nuestra en ese momento, adentrarla, poseerla, acabarla a ella, a la situación, al mundo, a todo, ese instante que es muerte y vida, vértigo donde todo y nada sucede a la vez.

Todo ocurrió una y otra vez en nuestro cerebro, es la venganza que ejercemos ante el tutelante, la que se cobra la barbarie sobre la civilización. Éste le pide mesura, comportamiento social, la primitividad le responde con mayor inteligencia, no le dice nada y lo hace, una y otra vez, de modos tan poco elegantes como sucedáneos.

Además, en el ir y venir, en ese equilibrio de encuentros y desencuentros, que debemos ejercer como seres en este mundo. De forma continua, surge aquello pocas veces explicable que es el amor, la distancia exacta de deseo hacia un sujeto en un tiempo infinito, cuando el sujeto vuelve a ser objeto o viceversa, lo infinito se traduce en días, meses o años,  ya deja de serlo y por lo general, es convivencia, conveniencia o connivencia sin amor.

Estos procesos tan complejos que nos suceden, no pueden ser milimétricamente preparados con antelación, sirven para el mercado y ganar dinero, tanto de publicistas que abordan la idea de una estación meteorológica apta para que florezcan vínculos, como de galenos de diferentes rubros animados a plantear que uno se debe preparar para amar, tener una relación o algún tipo de situación humana.

Lamentablemente y pese a nuestros esfuerzos mentales, sucede que cuando ese deseo instintivo surge, la respuesta al  mismo tiempo se da como un conjunto de fenómenos que interactúan, originando la existencia a la improbabilidad de un resultado incierto. Mientras tanto ya ha transcurrido un cierto y sopesable fractal de tiempo, vestidos sociales ante nuestra desnudez.


Esta es mi flor para el día de la primavera, como siempre te elegí la mejor, porque te considero especial y aún no sé por qué, pese a que todos los días lo intente averiguar, quizá el día que lo consiga ya no esté más a tu lado; mientras tanto disfrútala, es una rosa, como ya sabes, de la forma que la tomes, ésta te podrá o no lastimar los dedos y un poquito más también.

No hay comentarios. :

Publicar un comentario

EL RUIDO QUE NOS LLEVA (Johnny C.)

No hay comentarios.


Esta es la tercera o cuarta vez desde que la conozco. Pobrecita, tan sola, tan frágil, tan ella. ¿Es la tercera o cuarta? No sé por qué tengo la impresión de que es así, y no la segunda o tercera. Ahora no sé qué hacer o cuál sea el paso siguiente; supongo que podría levantarme y telefonear a alguien más, pero…
   Tengo escasamente lo suficiente para hacer una llamada, y avisar, contar el hecho con mis palabras e impresiones, lo cual requiere mucho más tiempo de lo que puede darme la moneda que rasco dentro de mi bolsillo. Tal vez, no quiero porque presiento que a nadie le pueda importar, o de alguna manera no lo considero necesario, quizá prudente. Supongamos que logro vencer mi aquietamiento y levanto alguna de las bocinas públicas que están en el corredor que conlleva a esta pequeña sala, marco el supuesto número, al hipotético teléfono de  Alejandro, y siempre suponiendo que lo contestara ¿Qué le diría en una situación como ésta, en los insuficientes segundos de conexión? No habría suficiente tiempo para conversar, entonces tendría que saludar como de costumbre y con voz de presentador dar la noticia. La ventaja está, en que, siendo Alejandro el receptor, no serían muchas las palabras que utilice para encadenar alguna frase-respuesta. Digamos que en vez de comunicarme con él, intento con Liza o Paula. El asunto se torna completamente distinto con cualquiera de las dos mujeres, seguramente mucho más caótico y temible. Suponiendo que tenga grabado en algún rincón de mi recuerdo el número telefónico de alguna de ellas; un día como hoy, a una hora como ésta, dificultaría por completo el hecho de encontrar a Liza en casa. Quizá sea más probable la presencia de Paula, debido al bebé, argumento más que notable para dejarla fuera de todo esto.
     Lo que sí puedo recordar es esa tarde, la última, o mejor dicho la vez anterior a ésta. Fue en casa de Paula, aún puedo recordar el rostro de ella, tan blanco como el papel, mientras narraba lo sucedido, viéndose interrumpida por el arribo de alguno, que debido al lugar, a las expresiones y la historia, pronto se ponía al corriente de la situación. Sí, sucedió en casa de Paula, mientras conversaban de algo fatuo o inútil; bebían té y fumaban mirando caer la lluvia por la ventana, cómplices la una de la otra. Sin aprensión y completamente natural, Juana se levantó del sillón aquejando una “llamada de la naturaleza” y recorrió los pasos necesarios en dirección del baño; mientras Paula, tal vez aplastaba un cigarrillo en el cenicero e inmiscuida en los razonamientos de la conversación o en algún pensamiento al azar, la observó retirarse. Cualquier cantidad de tiempo después, la duda, la llamada a la puerta, el silencio, las posibles razones; el leve girar y empujar buscando no asustar, sorprender un cuerpo, el de ella, Juana, de espaldas al azulejo de la pared, sentado sobre un charco de sangre viscosa emergiendo lentamente de sus articulaciones, mientras en el vidrio rugoso de la claraboya arreciaba de nuevo la lluvia.
   Puedo recordar todo eso o lo invento, el asunto está, en que ella, Paula, pudo comunicarse con todos o con casi todos. Su voz inquieta a través del receptor, comunicándome algo acerca del Hospital Central, sobre Juana y un oscuro intento de suicidio; avisando, diciendo, profiriendo… reclamando compañía porque estaba sola y no podía con el desespero, no sabía qué hacer con tanta presión. Esa fue la segunda o tercera vez, me extraña no poder recordar con precisión el número exacto. Aquella tarde, no fui más que un espectador; cuando llegué al hospital ya estaban allí: Dani, Liza y Cardona, rodeando a una estupefacta Paula. Total, y como es normal en un caso así, la historia a fuerza de tanto ser repetida va perdiendo entereza, hasta quedar convertida en un número reducido de frases y voces que cumplen con la somera labor de informar. Creo que mejor convierto ese minuto de comunicación en cinco de nicotina, pero tengo miedo de abandonar este asiento, esta sala; y que por esa puerta batiente, la misma por la cual ingresó; emerja uno de esos asépticos seres de bata blanca como un heraldo de la muerte, con la noticia de una precaria situación. Tengo miedo porque estoy seguro que mis piernas no serán capaces de recorrer los laberínticos pasillos pintados de blanco que me lleven hasta la salida.
   Ella, la persona. Juana. De seguro no quería que fuera de esta manera. ¿Qué derecho tenía Paula? Igualmente para mí, por qué debía levantarla, insistir, arrebatarle el sosiego de su sonrisa, la tranquilidad de su silencio; luego de entrar furtivamente a su apartamento y encontrarla allí, tirada, abandonada a su decisión y empujarla, cargarla hasta el taxi,  dar la voz de alarma al conductor, puteándola, maldiciendo su cuerpo aún tibio, su rostro pálido, su pecho que se inflaba con dificultad. Por qué no debía dejarla en su oscuro apartamento, sucumbiendo a los sedantes o a cualquier mierda que se hubiera tragado. Imaginar o tal vez fingir la hipótesis de mi nunca aparición, de haberme dado por vencido ante la muda presencia de la puerta cerrada, la falta de iluminación y el silencio que emanaban los muros del espacio; tal vez como lo esperaba ella, lo planeó y efectuó. Pensar en el número de probabilidades, de situaciones o lugares en los que me podría encontrar en el preciso momento de su decisión, y lo que sea que haya sido que me llevó hasta su edificio, obligándome a entrar y perseverar. Tonta, tontísima Juana y su quebradizo ser.
   Paseo un momento la vista por la pequeña sala de espera que se encuentra semivacía, algunas veces es cruzada por enfermeras tan impecablemente vestidas y parecidas, que se podría llegar a pensar que son la misma; igual a un ejército de fantasmagóricas apariciones que van y vienen por los pasillos límpidos y blancos. Me doy cuenta que no espero solo, justo en la misma fila de sillas en la que estoy sentado, hay otro hombre que también aguarda, no sé hace cuánto tiempo. No recuerdo si estaba allí cuando llegué o como alguna de esas figuras errantes apareció sin darme cuenta. Seguramente, también espera por noticias de alguien, mientras en los momentos en que cree no ser vigilado saca una licorera de metal del bolsillo de su abrigo y toma un trago. Al darse cuenta que lo estoy mirando, lejos de sentirse descubierto o avergonzado, extiende la licorera en mi dirección.
   –¿Quieres un poco? –Me dice con una voz gruesa–. Me levanto y me noto ávido, necesitado de lo que sea que haya en ese recipiente; al acercarme al tipo y recibirle la licorera, éste me advierte tener cuidado con las autoridades “esterilizantes”. Bebo, me sorprende más el hecho de que haya utilizado esa última palabra, que por el contenido de la licorera.
   –Gracias–. Le digo al tratar de regresarle la licorera, el tipo hace un ademán negativo y no la recibe.
   –Mejor bebe otro trago –dice–, parece que lo necesitas.
Me siento, nos separa un abrigo húmedo y rojo de mujer que yace sobre el asiento contiguo a él. Bebo de nuevo y le regreso la licorera que esta vez recibe y oculta inmediatamente en el abrigo rojo. Permanecemos en silencio, el hombre no parece muy preocupado, cruza las piernas y mira su reloj pulsera. Tal vez, aquello que le haya sucedido a la mujer dueña del abrigo, no sea peligro mayor para su vida o motivo suficiente de alarma. Decido finalmente restarle  importancia y permanecer en silencio junto aquel hombre y la compañía tácita del licor.
   –¿Estás bien? –Pregunta luego de algún rato–. No quiero entrometerme pero aún tienes la mirada empolvada, perdida que tenías cuando entraste cargando el cuerpo de la mujer.
   Esas palabras me sacan lentamente del letargo en el que había caído, miro al hombre de nuevo sosteniendo la licorera plateada en sus manos, su cabello pinta algunas canas y usa lentes de montura gruesa. Da un trago. No me siento peor ni mejor; igual o distinto. Sólo puedo sentirme allí, engullido por el miedo y la incertidumbre. Él empieza a contarme algo sobre una mujer, una esposa, una enfermedad, el abrigo rojo, la lluvia, el susto, lo sucedido… el posible futuro, los deseos de volverla a ver. No alcanzo a tener la concentración suficiente para entenderle o responderle palabra alguna, continúo allí, absorto, presa de un pensamiento mortuorio, del recuerdo de Cardona. El hombre, finalmente termina su relato y toca mi brazo con el recipiente, invitándome a recibirlo.   
   –Se puede decir que las personas que trabajan en este tipo de lugares son indolentes, insensibles, frías con los pacientes y familiares que acompañan y necesitan saber el estado de su ser querido. –Me dice mientras vuelve a consultar su reloj.
   –Bueno, quizás eso haga parte de su trabajo. Si usted se pone a ver, también el paciente que ingresa sufre esas consecuencias. Para ellos no eres una persona; no eres más que su objeto de trabajo y estudio, me atrevería a decir que hasta de divertimento. –El hombre sorprendido por mi respuesta me mira y dice:
   –¿Usted no hablará en serio? Lo más probable es que esa indolencia, sea producto de la espera por verdaderos resultados y así dar un parte más acertado del estado de la persona. Hay que ver que en situaciones como éstas, se trata con seres humanos. ¡Hay que tener ética! ¿No le parece?
   –La ética es algo que le embadurnaron al Homo Faber sin pelo, con la intención de controlarlo y obligarlo a aceptar lo que no quiere como correcto. En otras palabras, tratan de enseñarle cómo sentir, obrar o ser. “Tema de amplio corte que tengo que discutir con Alejandro”.
   –Joven. Usted podrá decir lo que quiera; pero esa misma ética, fue la que lo obligó a traer a su muchacha hasta acá y tratar de salvarle la vida.
   –No me va a creer, pero hace un rato pensaba en eso mismo. –El tipo se queda en silencio e invierte el cruce de sus piernas. Levanto la licorera abandonada en mi regazo y doy otro trago que siento dulce y nauseabundo a la vez. Tengo la impresión de que han pasado horas desde que llegué, pero no me atrevo a hacer nada más que quedarme sentado, esperando no sé qué. El hombre, como si adivinara mis elucubraciones me dice: –De cualquier forma, ¿sabes que puedes pedir información a las enfermeras? Aunque eso no significa que puedan o quieran dártela–. Por alguna razón me siento más solo y abandonado que al principio, increíble que la interacción con otras personas en la mayoría de los casos amplifique ese sentimiento. Levanto la mirada de mis zapatos hasta la del hombre que espera una respuesta y me encojo de hombros. –No sé si quiera saber algo–. Le digo.
   –Supongo que a eso lo llaman miedo a saber, muy frecuente, pero no en esta clase de situaciones. ¿Pero? No hay otra forma de vencerlo, de disminuir la preocupación.
   –Saber o no saber. Mi preocupación no va a cambiar la realidad.
   – ¿Y entonces consumirse en la duda, perderse en la desesperación?
   –Usted mismo lo expresó al inicio de esta conversación. Sus miedos y dudas no se verán vencidos hasta que tenga la oportunidad de volver a encontrarse  con su esposa. No importa si la supuesta información que le den sea buena. –El hombre aplaude una vez tan fuerte y sonoramente que retumba en la sala y seguramente en los corredores contiguos–. ¡Ah! Estos jóvenes de ahora sólo se preocupan por sí mismos –dice–. 
   –¿Le parece? No será acaso que la preocupación por su esposa; no es más que desasosiego, lástima y miedo. –El tipo arquea las cejas y se reacomoda los lentes sobre la nariz; bebe otro trago y se queda en silencio, quizá porque no tiene nada para decirme o porque considere tonto argumentar algo.
   –Yo no sé nada de eso –dice luego de un rato–. Pero si crees en todo lo que me has dicho hasta ahora; tu manera de actuar lo contradice totalmente. Si tu preocupación por esa joven, no es amistad, amor o por lo menos altruismo. ¿De dónde viene la tontería de traerla hasta acá y sentarse a esperar y velar por su estado?
   –Eso es lo que trato de decirle. Tal vez sienta que la posible falta de esa persona pueda influir en mí; entonces al hacer esto, lo único que busco es mi propio bien, y no tanto el de ella como puede parecer…
   –Disculpen, ¿Cuál de ustedes es el señor Adam Buck? –Pregunta una mujer vestida completamente de blanco de pie frente a nosotros que ha aparecido de la nada, y después de corroborar alguna información; le comunica al hombre que ya puede pasar a ver a su esposa. El tipo se levanta, recoge el abrigo, y un bolso de mujer del asiento, antes de salir en compañía de la enfermera me señala la licorera que ha quedado allí –Se la regalo y le deseo suerte con su amiga–, me dice antes de abandonar por completo la sala.
   “Los hospitales siempre serán, no importa lo que traten de hacer con ellos, lugares sórdidos y fríos, evocadores de sufrimiento y angustia; tal vez, ni las personas que lo frecuentan como lugar de trabajo puedan llegar a acostumbrarse a esta especie de limbo confuso, blanco y cegador. Su relevancia consiste en que alrededor de ellos se erigen vida y muerte paradas sobre una delgada cornisa… pero… ¿así no es en todo lugar?  Su presencia y actuación siempre nos sorprende, a pesar de que a cada momento están presentes. Porque la vida es un transcurrir contiguo a la muerte, no van separadas como se puede llegar a creer, ambas caminan juntas de la mano como entes idénticos; bastan el ir y venir de los días, las personas que dejamos de frecuentar, los pensamientos que se suceden unos a otros algunos terminado en olvido; mi piel, cabello, sangre, tejido orgánico ¿acaso constantemente no están muriendo?”. Agarro la licorera y doy un trago echando la cabeza ligeramente hacia atrás. Alguien me toca el hombro derecho y se sienta al otro lado.
   –¿Juana? ¿Pero qué mier...? ¿Estás bien? –Sin proponérmelo la abrazo tan fuerte como para hacerle devolver lo que sea que aún no le hayan hecho vomitar allá adentro.
   –Sácame de aquí –me susurra–. Llévame, no quiero estar más.
   –Pero, ¿estás bien? ¿Qué te han dicho?
   –Por favor…
   –Está bien –me levanto y la tomo de la mano–. Nos adentramos por algún corredor en busca de la salida, Juana aún está medio atontada, lleva puesta escasamente la ropa hospitalaria, así que me quito mi abrigo y la cubro con él; también va descalza y no parece importarle. –No creo que debamos irnos –le digo–, quizá todavía no estás en condiciones.
   –No me importa. No quiero morir en un hospital. Llévame a la playa, al murmullo de las olas que agradecidas besan la arena.
   –Nadie está hablando de morirse vieja, al parecer ese tren ya partió. Continuamos recorriendo pasillos sin encontrar salida o alguna ruta de evacuación. Básicamente la arrastro por medio de los corredores como a una muñeca de trapo, como a una niña regañada que es acarreada por el parque, en medio de las palomas, una fuente, la mirada atónita de los circundantes y los lagrimones en las mejillas rojas y agitadas de la nena.
   –¡Eureka! –Alcanzo a ver al final del pasillo la escalera para incendios. Llevo a Juana hasta la puerta y le digo que me espere allí. Ella se queda recostada contra la puerta, mirándome con grandes ojos negros, tal vez sintiéndose abandonada. Regreso por el mismo pasillo, caminado casi en puntas de pie, queriendo ocultar cualquier sonido de mis zapatos, no sé para qué; se me ha ocurrido que al menos debo tratar de conseguir algo para calzarla antes de salir a la calle. Ando en busca del zapato de cristal, de cuero, de tela; cualquiera, Juana lo recibirá con agradecimiento. Cada vez me adentro más y más por pasillos desconocidos, pegando la vista al suelo cuando me topo de frente con alguien; escrutando habitaciones al azar, tratando de abrir puertas con seguro, incluso mirando estúpidamente los rincones, como si allí, por obra y gracia fueran a aparecer algún par de chanclas. Me detengo de golpe ante una puerta entreabierta, la empujo un poco y alcanzo a observar una habitación medianamente iluminada por una lámpara que está sobre un nochero; hay un viejo tendido sobre una cama, a su lado, sentada en una silla puedo ver a una mujer que duerme en una posición bastante incomoda y en el suelo, unas pantuflas, mi tiquete ganador. Entro tratando de hacer el menor ruido posible y me acerco lentamente a la camilla, la mujer se revuelve pero no se despierta, el hombre, que no duerme se percata de mi presencia y vuelve la cabeza, me mira pero no pronuncia palabra alguna; simplemente me sigue con la vista hasta que llego al borde de la camilla. También me quedo mirándole. Nos quedamos así por un tiempo, no sé cuánto, al final él, parece querer hablarme, levanta un poco la cabeza de la almohada y sólo alcanza a modular algo que no logro entender. Agarro las pantuflas y antes de dar media vuelta, le hago una seña al viejo en forma de disculpa; abandono la habitación y al pobre hombre quien ha cerrado los ojos, y ahora tal vez sueña con la primera vez que una muchacha dejó que la tomara de la mano.
   Al regresar al lugar en el que dejé a Juana no la encuentro allí.  Para dónde te fuiste loca, boba, tonta. Miro a izquierda y derecha del pasillo. Nada. Nadie. Jueputa. Camino hacia cualquier lado, buscando en el silencio, con las tontas pantuflas en mi mano; doy un tour hospitalario entre el olor a lluvia, muerte, lágrimas, desesperación; sangre y antibacterial. Cuán difícil puede ser encontrar una mujer medio pasmada, vestida con un abrigo de hombre y descalza. Juana-Juana-Juana, maldita sea Juana. Sin proponérmelo estoy de nuevo en el lugar en que le perdí el rastro, y empujo sin convicción la puerta de las escaleras contra incendios.
   –¿Por qué tardaste tanto? –Me pregunta ella luego de girar la cabeza y verme–. Está sentada sobre el primer peldaño, con el abrigo ya puesto, aun así, tiembla de frío. La miro y me sacudo la sorpresa, desciendo uno o dos peldaños más y le pongo las pantuflas.
   –Me siento Cenicienta.
   –La diferencia está en que son como las tres de la mañana, y estas cosas están muy lejos de ser zapatos de oro.
   –Y en que vos no sos un príncipe azul.
   –Y vos una princesa –Juana sonríe y me murmura unas pequeñas “gracias”–. Mejor seguimos nuestro camino –le digo–, ayudándola a levantarse. Ésta hace un gesto afirmativo con la cabeza.
   Cuando abandonamos el hospital, nos encontramos con un aire frío y una pequeña brizna que humedecía el asfalto y reflejaba las luces de la ciudad. Camino de la mano de ella en cualquier dirección, buscando cualquier parada de bus, ella insiste entre murmullos e improperios que lo que quiere es ir a la playa.
   –No seas tonta –le digo–, te prometo ir en otra ocasión; pero por ahora es mejor buscar un lugar caliente y algo de comer; un café, un cine, cualquier lugar que nos albergue del frío.
   –No. Llévame a la playa –me dice, estrujando y soltándose de mi mano–. Quiero morir en la playa, quiero que cada milímetro de mi cuerpo muera en un grano de arena distinto. –Abruptamente cruza la calle sin siquiera mirar y se detiene en medio de las vías. El viento que sopla le empuja el dobladillo del abrigo y la despeina aún más. Da media vuelta y se queda mirándome, hundiendo sus manos en los bolsillos del abrigo; un auto pasa tras ella a toda velocidad haciendo sonar la bocina, irrumpiendo el absoluto silencio de la calle, y así como de repente apareció se perdió en la noche. Juana continúa mirándome, y me grita que ella se va para la playa.
    –Juana –le respondo también gritándole–, la playa está lejísimos de aquí, además debe estar haciendo un frío de mil demonios. –Ella se encoje de hombros y emprende camino.
   –Vamos Juana, vestida así pareces una loca, deja la tontería.
   –Deja de joder Víctor –Responde sin mirarme, y sugiriéndome que me vaya a la mierda.
   Camino tras ella sin cruzar la calle, vuelve la mirada cada tanto para cerciorarse de que continúo allí. Ella juega a dar un paso tras otro sobre la línea divisoria de la vía, en un momento de desequilibrio casi cae; se detiene y con una sonrisa me mira apartando algunos cabellos de sus ojos. Cruzo la calle hasta alcanzarla, le paso mi brazo sobre los hombros y continuamos la noche.

Llegamos a una parada de bus y nos sentamos, cansados, en silencio,  húmedos de una mezcla de lluvia y sudor; miedo y tristeza. Le pido cigarrillos a un borracho que se ha unido a nuestra espera. Yo le ofrezco del poco licor que queda en el recipiente que Adam me había regalado, el borracho, agradecido, acepta un trago; Juana prefiere pasar, y así, los tres, fumando, esperamos por el ruido que venga a recoger nuestros cuerpos maltrechos y somnolientos. Cuando esto sucede trato de convencer al conductor, de que me acepte la licorera en forma de pago; pero éste se niega y me pide que descienda del autobús. El borracho al ver impedido su paso insulta y dice que él paga por los tres. El conductor del bus se encoje de hombros y mira extrañado a Juana, ésta le enseña el dedo del medio y camina hasta el fondo del vehículo; antes de alcanzarla a ella, le doy el resto del contenido y la licorera al borracho que acepta con una sonrisa antes de dejarse caer en uno de los asientos. El autobús está semivacío y continúa con su ruta. Me siento junto a ella en silencio, Juana descansa su cabeza sobre mi hombro izquierdo  y agarra mi mano con unos dedos heladísimos. Nos quedamos mirando como por  la ventanilla desfilan los edificios, los paraguas, las luces, los vagabundos borrachos, los no tan vagabundos pero sí borrachos. A pesar de todo lo trascurrido aún puedo percibir un pequeño hilo de aroma fresco que destila su cabello. Permanecemos así, solos, aislados del mundo en esa lata metálica rodante; a la ventanilla ha dejado de asaltarla la lluvia, y la condensación viste la ciudad de una bruma luminosa.
   Cuando descendemos del autobús no estamos muy lejos de la playa, Juana parece estar más altiva y recuperada mientras caminamos lentamente entre la niebla tratando de alcanzar el malecón. La calle se va convirtiendo en una pendiente, y nos deja ver cómo sobre las olas del mar se asienta una bruma densa que no permite distinguir horizonte alguno, mientras un solitario faro envía su señal luminosa a marineros desconocidos entre el gris amanecer. A ella no parece importarle nada de esto, tampoco el viento gélido que sopla nuestros rostros, nos hiela los huesos y sacude nuestras ropas. Llegamos hasta el barandal que nos separa de la pequeña playa gris y húmeda, acodados sobre él, miramos las olas que asaltan la arena sucia con pereza. Ella me esboza una pequeña sonrisa de labios azules y besables, tal vez con la satisfacción de una misión lograda o un deseo cumplido; se suelta de mi mano y salta el barandal, da algunos pasos sobre la arena, repliega el abrigo y se sienta justo entre el mar y yo. Me quedo allí observándola, su cabello es revoleado por el viento; más adelante una pequeña embarcación corta la niebla con sus tibias luces.  


No hay comentarios. :

Publicar un comentario