LA OSCURIDAD NOS TRAGA SIN VACILAR (Johnny C.)

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Están cansados como todos o como nadie, asumen que es necesario mostrar o imponer una situación; tal vez un pensamiento, incluso la palabra o idea necesaria para terminar de una vez con un período de tiempo, con la desgracia que los lleva de nuevo, cansinamente, a la caída preconcebida, al abismo que siempre ha estado y forma el sentimiento de derrota contra el que se luchó desde siempre y nunca se pudo doblegar. No totalmente, ni siquiera hasta el límite de lo tolerable; entonces tratan de imponer la palabra. Su palabra, contra  el muro inamovible, impávido, descolorido y ciego que solo busca abrir camino contra el horizonte y cerrarse, completar el círculo, demarcar el territorio conquistado; teniendo siempre presente aquel que se le ha escabullido por razones conocidas de antemano y que aborrece; pero que no puede dejar a un lado u olvidar…
-¿No es así? -Pregunta una voz femenina desde la oscuridad. Vuelvo a percibir el sonido que ya había olvidado, al que vencieron las voces sin rostro que me acompañan. Me limito a hacer un gesto para nadie, tal vez dedicado a la oscuridad o a mi antes ignorada incomodidad, a mis súbitos deseos de irme. Pero lejos. De nada sirve huir a otro lugar conocido ¿o será al contrario?, ¿de qué sirve largarse a algún sitio desconocido, cuando lo primero que se tiene por hacer es conocerlo? Volver a empezar, caer en lo mismo; trastabillar con las mismas situaciones, anhelos, sueños y esperanzas que poco a poco se fueron esfumando y sufrí o entendí su pérdida; asumiendo descaradamente y sin solución: su mentira. De nuevo, se ha apagado el sonido.
Chirría el quemador eléctrico y pronto se ve nacer una flama azul que extrae mi rostro y mis hombros de la oscuridad junto al de Víctor, que acerca un cigarrillo pendiendo de sus labios a la llama azul que arde etéreamente.
-Jamás sentí tan trabajoso encender un cigarrillo -Le oigo decir,  mientras por décimo tercera o cuarta vez,  la oscuridad nos traga sin vacilar. Siento como se aleja y se me ocurre que no es él, que Víctor ha pasado a formar parte de la penumbra eterna que me envuelve  y se retuerce alrededor mío. Se reanudan las voces. El sonido. El extremo naranja permanece quieto como una estrella lo haría del cielo en una noche limpia. Pronto empieza el oscilamiento normal entre lo que podría ser el manillar de la silla o las rodillas de Víctor hasta sus labios. Todo está obscuro, estamos en la cocina básicamente porque en toda la maldita casa no hay encendedor o fósforos, ni siquiera un cacho de vela. Entonces nos mantenemos cerca de lo único que puede darnos fuego; pero desgraciadamente no podemos portar.
No puedo ver nada, pero sé que Víctor está sentado en una silla apoyada contra la pared entre una mesa cuadrada y la nevera que cada espacio de tiempo reanuda su eterno ronroneo. La mujer está tirada sobre la baldosa, si extiendo las piernas lo más seguro es que mis zapatos impacten sus tobillos. Un rectángulo de pálida luz lunar dibuja parte del cabello de ella que se entrelaza como un bosque muerto en un cielo gris de invierno; de vez en cuando, ella pasa uno de sus antebrazos estirando el cabello, queriendo peinarlo, alisarlo, quizá tratando de que la luz toque cada fibra y la cubra. De pronto, el ramaje se retira y desnuda el rectángulo. Siento como ella. Juana. Se incorpora, se estira y limpia sus ropas con sonoras palmadas un momento antes de escuchar de nuevo el chasquido del encendedor. Esta vez, es Juana quien acerca un cigarrillo a la flama, con una mano lleva su cabello hacia atrás tratando de protegerlo, mientras de lado, con un movimiento inseguro trata de encender el cigarrillo que cuelga delicadamente de sus labios. Me mira y es como si me viera por primera vez, como si acabara de descubrir mi presencia; me sonríe por un momento y luego enciende el cigarrillo. Con la flama aun viva me pregunta si quiero fumar, le digo que sí, me extiende el que tiene en sus labios y pronto enciende otro para ella. Apaga la flama. Desde las tinieblas el mismo sonido que ya me tiene harto. El cielo se ha quedado sin bosque porque Juana decidió sentarse sobre el mármol de la cocina, ahora ese pedazo de baldosa plateada parece una desolada pista de hielo cabalgada o sobrevolada por el humo de cigarrillo que asciende lentamente sobre ese espacio gélido.
-¿¡Qué increíble!? -dice Juana- El poder que casi cualquier, por no decir la totalidad de los fumadores cargan en su bolsillo. Se lo quitás y quedan como un bobo sin mama, como el hombre sin dios o una silla mocha de cualquiera de sus patas. Es la intrincada… “sigue hablando a pesar de saber que no esta siendo escuchada, que lo hace para nadie; tal vez y es poco probable para ella misma o la oscuridad, incluso y por qué no, para el rectángulo que blanquea el suelo. Quizás, le habla a la luna que se asoma por el cristal como el ojo atrevido de un chiquilín buscando espiar a los mayores mientras hacen el amor o sostienen una conversación de carácter privado y juegan a las cartas emborrachándose…” –Pero bah, todo tiene que ser así… “su rostro se enciende y se apaga por segundos y siento su mirada clavada en la ventana; aunque me puedo estar equivocando, puede estar mirando la pista de hielo o tratando de adivinar dónde está el muro más cercano”…
-Bien muchachos, creo que me voy a dormir. Igual quedan en casa, siéntanse como en casa, diría la tonta de mi madre.
Oigo como su cuerpo cae al suelo casi sin ruido, camina y por una fracción de segundo puedo ver su figura bañada por la luz lunar hasta ser tragada otra vez por la oscuridad latente. Más allá, patea la botella con la que Víctor hace tanto ruido; entonces lo putea y lo manda al carajo quejándose de un dolor en alguno de sus dedos, y yo no puedo evitar reír y Víctor también se burla ruidosamente; mientras Juana nos aconseja que nos vayamos para la grandísima puta mierda, y tal vez sale de la cocina.
Quizás debí haberme ido cuando lo pensé por primera o última vez. No sé; pero ahora tengo desgana de quedarme solo junto a él, porque intuyo, quiero y al mismo tiempo no hablar, tratar inútilmente con palabras lo que ya se sabe; pero por orgullo, resignación oculta o desprecio aceptado se ha evitado. Al igual que tantas veces esta noche, el rectángulo es deformado y la llama azul renace junto con el olor a tabaco.
-Cuánta razón tiene Juana- me dice Víctor.
-¿En lo del fuego y la falta de éste?
-No seas pendejo, en lo que vos y yo deberíamos irnos a la mierda, porque ella lo sabe y yo lo sé al igual que vos. No trates de convencerme que fue por otra cosa, por el tropezón con la botella. No te insultes así de feo, no me veas cara de idiota. -La flama azul arde, puedo ver o imaginar los ojos de Víctor mirándome directamente desde la altura, me ofrece un cigarrillo que acerco a la llama y apenas enciende, ésta se extingue y siento, en silencio, regresar a Víctor al sitio donde ha permanecido toda la noche.
-Da igual, no sé -Le digo- En lo que sí le puedo dar la completa razón, es sobre el  fuego, porque es estúpido permanecer aquí sólo para poder encender los cigarrillos, me da asco de mí mismo, de ella, de vos; pero sobre todo de mí. Te lo recalco, no porque crea que no me hayas oído, sino para poder entenderlo, digerirlo y aceptarlo. En cuanto a lo otro. No sé vos; pero yo hace mucho rato que me fui con boleto directo, es más, creo haber llegado y encontrado estadía. Incluso te puedo decir que me siento bien y que no me importa.
-Ese es el problema con vos -me responde Víctor luego de un largo rato de silencio. -Nunca aceptas las cosas como son, siempre andas tergiversando, destruyendo. Te jactas de aceptarlo y estar; pero sos un traficante, vas y volves siempre procurando llevarte a alguien, porque en el fondo lo que no queres o no has entendido es que te toca sufrir solo.
-Eso que decís, lo decís buscando un premio de consolación, como una jugarreta sucia; sacudiéndote los bichos de la ropa. Execrando tu culpa… Te jode estar aquí, te recontrajode que yo este aquí, que ella haya insistido con mi presencia; porque lo que imaginaste como una noche para ustedes dos terminó en esto… Andá, despertala y decile que la queres, que ya no soportas no poder tocarla o besarla; decile cuánto odias que te pregunte por mí; que la deseas desde un principio y que es estúpido continuar con esta tontería, con esta miseria o parodia telenovelesca. No sé, aprétate el cinturón. Podes hacer todo eso que te acabo de decir o simplemente podes mandarla a la mierda. Y listo.
El pálido rectángulo ha desaparecido y sobre el techo se puede sentir el crepitar de la lluvia, oigo como caen las patas de la silla donde está sentado Víctor; pienso que tal vez quiere encender otro cigarrillo pero no tiene la entereza o la valentía o los ánimos de verme la cara.
-Qué falta hace un trago en una situación como esta -continúa hablando Víctor -Negame que todo eso que acabas de decirme, es justo lo que vos queres hacer y por una u otra razón no sos capaz; porque te detiene lo mismo que a mí. La misma razón, sentimiento, fuerza o debilidad, y antes de que digas algo, yo te voy a decir qué es sin miedo a equivocarme; pero antes necesito que me digas si sí o no. Porque siempre hay un escape y vos sabes mucho de eso…
 “Lo que sea que vaya a decir ya lo sé, incluso me atrevería a vaticinar las palabras exactas; pero no importa, quiero darle el lujo, la oportunidad de que se sienta mejor con él mismo. Porque desde siempre o desde hace cinco minutos no valen las palabras, porque estoy cansado, repleto de tedio, asco, podredumbre, desprecio e indiferencia; porque tal vez estoy muerto y aun no me he dado cuenta de ello”.
–Si te hace bien, décilo -Me oigo a mí mismo como si estuviera al otro extremo de la habitación, como si tuviera gusanos y pantano en vez de  labios, lengua y dientes; con una voz tan clara y fuerte que por primera vez en toda lo noche no se dirige solamente a la oscuridad”… 
El silencio es aplastado por la voz femenina, casi apagada de Juana, confirmando el encuentro tardío de un encendedor en alguno de sus bolsillos. Se me ocurre que nunca se fue, que jamás abandonó la cocina, que siempre estuvo ahí, abrigada por la penumbra bajo el marco de la puerta. No recuerdo haber escuchado pasos de retirada o de inminente llegada en el silencio de la noche. Se me ocurre que allí, de pie y en la oscuridad, hizo parte de la conversación, a la cual no estaba invitada y donde era la actriz principal.

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