¿DE QUÉ TE QUEJAS? (Andrés Pérez)

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Extroducción 18


Imagínese que va usted caminando por la calle de una ciudad o de un pueblo cualquiera, digamos que va caminando cabizbajo, aparentemente sumergido en una impertérrita incertidumbre que le agobia y no le deja vivir tranquilo. Supongamos, esa incertidumbre obedezca a que es usted un tipo al cual la fortuna no le ha favorecido con su gracia, o sea un desgraciado como lo llamaría la gente o un fracasado según el sabio sistema que nos rige. En síntesis, un individuo promedio, lleno de problemas de todo tipo: salud, dinero, amorosos, profesionales, laborales, religiosos, consigo mismo, en fin problemas hasta el tuétano.

Sin embargo, usted tiene un motivo para tranquilizarse, se sabe consciente de que no es el único desafortunado en esta vida, que alrededor de su pobre persona hay millones de almas en situaciones igual o aún mucho peores que la suya. Y esto lo acaba de constatar a la vuelta de la esquina, mientras arrastraba sus  abandonados pasos por el asfalto. De repente, sus ojos se han topado de frente con un inmenso afiche pegado en la fachada de un local comercial, el cartel, compuesto por una serie de imágenes desgarradoras y miserables, está rotulado con una pregunta contundente y concisa que se dirige a usted, ¿De qué se queja? Y a continuación una vocecita pausada le habla al oído: Sí, de qué se queja, no ve a estas pobres personas muriéndose de hambre, de sida, de abandono, viviendo en los basureros o en las alcantarillas. Y usted quejándose porque no tiene trabajo o no le pagan lo que deberían pagarle, llorando por un dolor en el pecho y porque siempre le mandan acetaminofén. No sea bobo, agradezca lo que tiene, aunque sea poco, es mucho más de lo que estas pobres personas pueden tener. Cambie esa cara, piense lo siguiente, hay gente en peores condiciones e inmediatamente será feliz. Quizás al principio se sienta culpable por la situación de esos, no podrá evitar sentir un poco de lástima, compasión por el prójimo llevado del diablo; pero después la frase surtirá su efecto, su alma se tranquiliza, y con esta tranquilidad empezará a caminar, dará los pasos con más decisión, su rostro abandonará la incertidumbre y se insinuará una socarrona alegría en la comisura de sus labios. De ahora en adelante, nada de quejarse, no hay porque agobiarse, tus problemas son puras necedades en comparación con los problemas de otros, eso, sonríe, acepta tu situación tal y como es.

Llegas a tu rancho, recorres con tus ojos la miseria de sus paredes, no hay porque quejarse, qué tonto, te dices, yo sufriendo por esto mientras otros no tienen ni donde caerse muertos. Quieres comer algo, pero no encuentras nada en la nevera, no importa, hay otros que ni siquiera tienen para comer las sobras de sus vecinos, tú al menos aun tienes vecinos que te dan las sobras. Enciendes la tele, ves los bombardeos en Gaza, el Ébola en África, aviones derrumbados en Europa del Este, mil, dos mil muertos al por mayor. Y piensas en la pendejada de estar preocupado por los dos o tres muertos tirados en las esquinas del barrio. Allá si sucede algo alarmante,  se están matando al por mayor. Pobres, gracias a dios que eso no sucede acá.

Así vas pasando tus días y cada vez que te acuerdas que no tienes salud o que te han dejado en la calle, a modo de tranquilizante vas a aquel local comercial y contemplas por un largo instante el afiche. De hecho, has decidido comprarlo en formato gigante, lo pegas en tu habitación, así cada vez que te levantes y te embargue alguna injustificada preocupación, verás a esos lejanos desfavorecidos padeciendo en sus penurias, te sentirás mejor, y no te preguntarás que estar quejándose por todo es algo masoquista, también es pusilánime aceptar las miserables condiciones de vida que llevas, sobre todo partiendo del hecho de compararse con las condiciones de vida de otros. Pero bueno, por qué quejarnos sobre esto.

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