MONÓLOGO ZOMBIE (Johnky)
¿A veces no has sentido ganas de hacer absolutamente nada, que tu vida no se dirige a ningún lugar y que todo lo que hagas o pienses hacer pueda mejorarla? Perdido en un mar negro e infinito, sumido entre un sentimiento de intranquilidad y desgana. ¿Siempre hay algo por hacer? ¡Sí, claro! Bastardos. Ciegos a la clara realidad que se presenta a diario desnuda ante todos: absurda de sentimiento de pulcrita… ¡linda palabra esa! Suena a nubes surcando el cielo, a espuma de cerveza resbalando por un frío vaso de vidrio, a piel de mujer semidesnuda que se mira al espejo y no puede decidir que ropa ponerse encima, para que alguien más adelante se la saque sin ninguna consideración mientras se beben un café, luego de pasear algunas horas por el parque al amparo del frío lunar, de uno que otro sobresalto. Una sirena, un ladrido, un suspiro y lentamente todo se lo va llevando ese rio que desemboca en los labios, en palabras que entre la lengua y los dientes se vuelven pájaros en busca de cielos que cortar con las alas, con el fuego del vuelo; la libertad lacerante de la mirada retenida en el tiempo de otra pupila…
El tiempo, ¡ah! qué se puede hacer para no sentir su paso de titán. El tiempo, digo, tic-tac y muero en el medio. Todo es igual. No se puede ser lo que se es sin el segundo previo. No hay manera. Qué vueltas, tic-tac, 12:05 p.m. No puedo dormirme, llevo tres noches con sus días sin poder hacerlo. No hago nada; no tengo las mínimas ganas o aprecio, ¿qué hice ayer? No tengo idea. Gravitar. Suspendido sobre un cuerpo cuya densidad es mayor a la mía, su fuerza me obliga a permanecer. ¿Dónde estoy? Se me escapa la vida en ese humo azul. Inhalo de nuevo. Retengo lo más que puedo el humo, lo exhalo y violentamente se encarama hasta cielorraso, se destruye, desaparece, se asimila. No queda más que aire. El cuerpo inhala aire y lo convierte en otra cosa, no sé qué. No me acuerdo. No me interesa. Mi cuerpo en un acto que no es mío sino de él, inhala aire, una y otra vez, lo maquina, lo trabaja, luego lo desecha. En su lucha por mantenerse vivo, me arrastra con él. Esa voluntad indómita de funcionamiento…
Ahí va otro avión y ese es el pito de un carro que sobresale al bullicio del infierno. Eso es la vecina de arriba barriendo el piso, tirando todo lo que no le sirve al suelo, tal vez labiales acabados, pequeñas cajas de medicamentos, papeles vueltos una bolita que ruedan por el suelo, se le cae lo que pudo haber sido la escoba cuñada de mala manera mientras arrastra alguna mesa o silla; ruido bastante incómodo, aunque tiene su musicalidad. Retoma la limpieza, luego quizás prepare el almuerzo para su marido y se siente plácidamente a sentir como la televisión le tosta el poco cerebro que debe tener. Alguien sube las escaleras, se pueden oír pasos ascendentes, tal vez sea el marido, tal vez el tipo que vive frente a mi puerta. No, no es él, tampoco el marido; siguen ruidos de limpieza. A esta hora hay demasiada vida en el mundo.
Vida es sinónimo de actividad, a esta hora hay demasiados activos queriendo sentirse vivos. Buena suerte, idiotas. ¿Cómo sentirse vivo y no morir en el intento? Ummmmmmm, buena pregunta. Habrá que encender otro cigarrillo. ¿Qué me hace sentir vivo? No, no ¿qué hace sentir vivas a las personas? Amor, dinero, felicidad, emociones fuertes, cosas nuevas, familia, amigos… ¿eso los hace sentir vida? No, no creo. Tiene que ser algo más. La vida simplemente está y lo demás es disfrute o problemas. Todo por separado en empaques con nombre propio. Tratan de conseguir todo eso y luego mueren. Sí, siempre queda faltando algo. La vida es una imposibilidad…
Hay ruido en las escaleras de nuevo, 1:00 p.m. Ese si es el marido. ¡Qué puntualidad viejo! Hablando de puntualidad. Qué hambre. Te digo que el cuerpo es una recopilación de acciones, no quieres hacer nada; pero igual éste necesita comer, necesita respirar. Yo no tengo ganas; pero éste sí. ¡Qué dualidad! Y eso sin contar las del alma, ¿alma? Qué palabra. Me dio más hambre, por lo menos ésta la puedo ir calmando por plazos. Tal vez sea hambre de alma. El hombre nace y procura su espíritu a medida en que se desarrolla su conciencia, su ser, su pensamiento. Entonces ahí si estamos graves; porque al hombre lo recibe una sociedad que encamina, encasilla, encandila, enerva, entorpece, entabla. Jueputa, ¿qué pasa con los “en”? En-tonces hablando desde la sociedad. No prohíbe; pero si impone, que es casi lo mismo; al decir “haga así”, inmediatamente en-cierra. Ahí otro “en”. De esta manera ¿vendría siendo alma? Sería como la ropa producida de una sola marca, de una manera igual. Habría que luchar por la individualidad del “alma”. Somos una colectividad amañada en una manera. Bueno, y los que salen de este estado de sitio. ¿Qué? Andan como perros hambrientos derramando cada caneca de basura que encuentran para poder saciar el hambre; esa hambre incómoda que te hace sentir incompleto. Vagabundos del ser; erran por laberintos intrincados, por pasadizos oscuros y siniestros que poco a poco ayudan a construir alma, ser, pensamientos propios sin contaminación o germen alguno; puesto que después de rumiar y ser molido por crueles engranajes mentales queda el residuo de la determinación. No siempre. Claro. Muchas veces sólo oscuridad; pero se tiene la sensación de tener algo, sea lo que sea. Infinita oscuridad suena y se ve mejor a cualquier otra cosa iluminada por una luz que no es concisa, propia. Descubierta…
A veces la tarea más difícil de todo un día es levantarse de la cama; pero si no lo hago voy a terminar siendo presa de mi propia hambre “corporal” porque la del alma la tengo bien extraviada, perdida. No buscada. Un café, un cigarrillo para empezar la tarde: 2:10 p.m. Una mirada, una sonrisa. Te extraño vieja. Mirar un poco por la ventana el infierno bullente. ¿Dónde carajos deje el encendedor? Definitivamente cuando uno tiene ganas de nada, todo se las arregla para joderte más. Un cigarrillo, el último de la cajetilla. Siempre es igual. ¿Y el encendedor? En el suelo, al lado de la cama, junto al pocillo. De nuevo el mismo pedazo de techo, el mismo colchón, el mismo encendedor, el mismo humo azul, los mismos dedos, el mismo sentimiento de imposibilidad, de aturdimiento.
La vida es una incansable repetición de lo mismo. Te levantas, desayunas, te bañas, haces lo que se supone que tienes que hacer, hablas con un amigo, tal vez con varios, vas a un bar, bebes cerveza, conoces a alguien, fornicas, te sientes pésimo, luego mejor, después normal, piensas en algo, recuerdas algo, una mujer, tu madre, en el imbécil que tienes como jefe, en todo lo que quieres pero nunca tendrás, en cómo hacer más dinero, en la chica que te gusta pero para ella no eres más que un insecto aplastado contra el parabrisas de un Renault 9, piensas en uno-dos-tres elsuicidio, en que mejor no; tal vez el próximo mes, de nuevo te sientes horrible, te emborrachas, luego la resaca; ya no piensas. Los insectos, el calor, el ruido flotan alrededor de ti, piensas en que sería mejor vomitar. Vomitas. Te sientes vómito, una amalgamación de inmundicia triturada, piensas en carros, motos, dinero, enormes casas, apartamentos en la playa, cabañas en la montaña, en una mujer, en niños, en tarjetas de crédito, en ropa limpia y a la moda, en el futuro, en la televisión. No, qué va. Eso es pensar con el deseo, la vida es una inalcanzable repetición de lo mismo; mientras tienes que revivirla te llenan o llenas la cabeza de pura mierda, y si te subes a ese carrusel, estás muerto…
Pienso en que no tengo más cigarrillos, pensar en que debo bajar diez pisos, caminar hasta la esquina, cruzar la calle, caminar treinta, tal vez cincuenta metros, entrar al lugar, pedir un paquete de cigarrillos sin filtro y sin antojarse de otra cosa, pagar, darse la vuelta, regresar caminando cincuenta, tal vez treinta metros, llegar a la esquina, cruzar la calle, caminar hasta el portón, subir diez pisos ¡qué vueltas viejo! Y con estas absolutas ganas de hacer nada; lo mejor será dejar de fumar. No, si dejara de fumar, también tendría que dejar de comer. Y yo estoy muy lejos de ser un idiota iluminado sentado bajo un árbol con una sábana envuelta a mi cuerpo y pensando en quién sabe qué. Tal vez en nada, tal vez en todo. En el nirvana. La vida es una incalculable repetición de lo mismo. Hablando de nirvanas, prefiero la banda “all apollogies” con una lata de cerveza fría y un cigarrillo, mientras el irreverente Kurt rasga las guitarras y las voces de la vida.
¿Dónde me quedé? ¡Ah! sí, en el alma. Será que puedo ir por ahí tranquilamente diciendo, creyendo tener alma, en estar vivo, en ser yo. Yo. Delirios del ser. ¿Ser? Ser, ser, ser, ser, ser, ser o no ser, ser, ser, ser, ser, o no, ser o ser, no ser ser, ser, ser, ser ser o no, no ser. Qué problema, empecemos por el principio. ¿Primero está mi existencia o mi ser? ¿Cómo estar seguros de existir? Si no puedo responder ese interrogante ¿Cómo poder ser? Y si esto de verdad fuera la existencia ¿De qué me sirve a mí?, ¿para qué la quiero?, ¿por qué estoy obligado a hacer algo con ella? Estoy atrapado en mi existencia. ¿Existir será una sensación? Tal vez como el amor, el odio, la felicidad, la tristeza ¿Si dejo de sentir la sensación de existir no existo? Las sensaciones son la energía vital y creadora del hombre, al ser voy creando mi existencia. Sólo la muerte daría la posibilidad de no sentir. Todo esto desconociendo el verdadero significado de la muerte, para saberlo habría que morirse. Me excita saber eso; no puedo dejar de pensar en morir para saber la respuesta…
3:36 p.m., sensación de horrible vacío estomacal y necesidad imperiosa de nicotina en el cerebro, en los pulmones, en la sangre. ¡Qué más da! Poner a cocinar un huevo y mientras tanto voy a comprar cigarrillos y algo para beber. ¡Carajo! Hacer nada y pensar mucho produce hambre y ganas de matarse.
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