SALIR DE VACACIONES (Don colombiano)

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A finales de enero asistí al psicólogo, no es que sea presa de alguna infame psicosis, histeria o cualquier otro desorden mental del que padecen muchos colombianos. Simplemente acudí con el objetivo de recibir de él, algún sabio consejo de cómo emplear el tiempo libre que por aquella época me permitía tener en mi apretada agenda. Y puedo decir, con la mayor tranquilidad, que su consejo en ese momento fue lo mejor: salir de vacaciones.
Necesitaba distraerme unos cuantos días del ajetreado ritmo de mi existencia y olvidarme por un instante del doctor honoris causa en derecho constitucional. La idea no estaba fuera de lugar, de hecho mi ser reclamaba un poco de descanso, de cambio en la inofensiva simpleza de la vida política que llevaba; comprendan, ganarse la plata sentado, también cansa, aparte de tener que soportar los aburridos discursos de los colegas y la mal disimulada tartamudez del presidente.
Debía disfrutar mis vacaciones, pero ¿qué destino sería el adecuado para descansar, relajarse, y olvidarse de lo bien que marchaba el país? Para darle una pronta resolución a esta cuestión, consulté una de las agencias de viajes recomendada por el psicólogo y  la cual, me enteraría más tarde, le pertenecía. En aquella agencia, llamada “viajes de placer”, ofrecían un completo crucero por el Caribe con ilustres damas de compañía, mejores que las mal pagadas por el FBI en Cartagena. Sin embargo, no todo pintaba tan bueno, había un pequeño problema de color rojo llamado Cuba, y no colocaría un pie en la cuna guerrillera de Latinoamérica, preferiría mil veces pasar por Haití y disfrutar las ruinas del último terremoto. Cosa que no sucedería, la agencia no cambiaría el recorrido de su crucero para satisfacer las pataletas de un congresista. Así que, debía buscar otras opciones y en otros lados.
Tomé el mapamundi entre mis manos y empecé a recorrerlo con el dedo índice. Me detuve en Estados Unidos, habitado por colombianos muriéndose de frío y que pereza toparse con algún conocido caído en desgracia y tenerle que ayudar. España, más colombianos muriéndose de hambre. Europa central, repetitiva hasta el cansancio, tanto que sé de memoria su guía turística, que en realidad es la guía de la historia del arte. Más allá, eso está hecho un polvorín con Chechenos colocando bombas Putin y Ucranianos jugando a lanzarse patatas calientes, mientras que los países nórdicos son cuna del hastío y como tal, del suicidio y es eso lo que debo evitar, según el psicólogo.
Yendo hacia el oriente aparecía el dragón asiático, millones de ciudadanos tecleando y jugando con sus robots, vigilados por China y la cómica presencia de Kim Jong-un.  Adentrarse en esos parajes es toda una odisea gastronómica e idiomática.

Deslizando el índice hacia la parte baja del mapamundi, está el oriente medio, o sea el infierno, donde solo se habla de ¡BUM! ¡BUM! y de primaveras Árabes en países, en los cuales no cae una sola gota de lluvia. Sin contar con el ridículo odio a todo lo Yankee, siendo estos quienes les han ayudado a salir adelante. Ir a esa parte del mundo, es como llevar la lápida bajo el brazo.
Ni para que mirar al África, desde que el loquito de Mandela acabó con el apartheid, ya no hay nada interesante en esas tierras. Bueno, a excepción de los diamantes y otros recursos naturales muy valiosos. Australia es un inmenso zoológico y no me gustan los animales o al menos no me gusta verlos vivos correteando por las praderas. Y las diminutas islitas del pacífico son una perdedera de tiempo y dinero.
Por este lado del mundo la oferta es tan pobre como las políticas represivas de sus gobernantes. A México no voy ni por el carajo. Argentina, qué boludes. Brasil, quizás en el mundial. Los otros países, es lo mismo que quedarse en Colombia. Y ¿por qué no quedarme aquí, en mi amada tierra? Recorrerla de sur a norte, de oriente a occidente. Miremos como está la patria: el sur es toda una selva expropiada antaño por la guerrilla, hoy por las multinacionales. Los llanos están tan cerca de Venezuela que no puedo evitar taparme la nariz cuando paso por allí. En el litoral pacífico juega el elemento racial. En el eje cafetero y Valle del Cauca están todos los cafetales e ingenios de mis colegas y qué desgana pasearse en sus puras sangres y bailar con el séquito de niñas a su servicio y disimular no darse cuenta de nada. En Bogotá vive y gobierna Petro. En Antioquia es de donde quiero salir, además está allí mi amigo Uribe y no quisiera importunarlo con mis halagos. En la Costa Atlántica, una Cartagena atiborrada y sin damas de compañía. Barranquilla antes era atractiva, cuando se paseaban por sus calles Shakira y Sofía Vergara. La Guajira es más de Venezuela. San Andrés perdido en el mapa y sin mar. Quedaba Santa Marta, que parecía perfecta mientras no me acercara a la Sierra Nevada.
Lo pensé un rato y terminé decidiéndome por esta última. En esa hermosa ciudad pasaría mis merecidas vacaciones. A la mañana siguiente hice maletas y solicité el servicio de dama de compañía, solo por cuestiones de salud. Casi no logramos salir del Olaya Herrera, problemitas con las maletas. Al llegar a la ciudad samaria nos encontramos con el detalle ecológico de la Drummond: toneladas de carbón vertido en el mar y como consecuencia no se permitía el ingreso a ningún bañista. Con mucha tristeza le dije a mi dama, una niña de 20 años: -mija vámonos para Portugal a cuidar la piernita de Falcao, porque aquí, en este país, ya no hay nada por hacer, más que tratar de ganar el mundial.

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