CRONOFOFIS (Andrés Peréz)

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Soy Max y nada más. Por ahora espero... el cambio de semáforo. Verde-rojo que detenga el frenético andar de las llantas en un micro momento de 20 segundos, para reanudar la marcha y el andar de mis pasos en un rítmico conteo de 1,2,1,2… que llevarán el peso de mi cuerpo a lo largo y ancho del camino.
Semáforo, vehículos, no hay necesidad de agregar más detalles, es la calle. Línea de polvo, adoquines, asfalto. Ayer transitada por carretas y caballos, hoy automóviles y motocicletas, mañana nada, ¡ah! la gente. Siempre caminan llevando el pasado plagado de historias escritas con tiza blanca o pintalabios de color rojo. Calle con nombre y con número. Calle céntrica de la ciudad y cantidad de gente apiñada en las esquinas esperando la señal de inicio. Gente dedicada a una infinidad de oficios y profesiones que describen la vida diaria de una urbe habitada por 5 millones de historias interconectadas en el diario acontecer y discurrir de las horas.
Interconectado en este lado de la calle me encuentro con otras 30 personas y cálculo que hay un poco menos del otro lado, en la esquina de enfrente. Dos grupos de personas divididos por el fluido de chatarra que se detendrá en la señal para dar paso a la especie peatón, enfrentada en la mirada y en los cuerpos que colisionan. Trataré de esquivar cualquier embestida. Puedo perder el equilibrio en medio de la calle y ser arrastrado por la corriente.

Corre el tiempo en la imagen digital 15,14,13,12,11,10,9,8,7,6,5,4,3,2,1, verde, verde, Go, let’s go. Señal eléctrica que genera otra en el cerebro que a su vez produce una completa señal al cuerpo poniéndolo en marcha. Y vamos atravesando rápidamente el espacio, atentos, conservando la distancia, preservando la burbuja personal ante cualquier ataque frontal. El tiempo se acorta y aun no logro llegar a la otra orilla, restan 10 segundos para que el reinado del terror de la luz roja se instaure y las bestias de metal se lancen a devorar los rezagados. Voy llegando, estoy que llego, pero las ansias me llevan a bajar la guardia y no puedo evitar ser embestido por uno de los que viene del otro lado. Un golpe fuerte como una caricia. Hombro izquierdo resentido. He perdido, estoy cayendo y el tiempo se reduce. Rugen los motores, es cuestión de segundos. Pero antes del fin lanzo una mirada al atacante, busco herirlo, confundirlo y que pierda el rumbo de sus pasos. Pero maldita sea, esa mujer va endemoniada desvaneciéndose en el rítmico taconeo de sus pasos. Pac, pac, pac; y no puedo evitar caer, herido en el hombro. Mancha roja. Pintalabios de mujer desesperada.

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