DOMINÓ (Johnny C.)
Al viejo don Ramiro le gusta jugar dominó los domingos en la tarde, por lo general junto a Urrutia, su vecino del apartamento de enfrente y don Anselmo, un viejo aún más viejo que le gusta fumar en pipa y beber nada más que vino. El año pasado, Rosa, la esposa muerta de don Anselmo, que por entonces no estaba tan muerta juzgó repentinamente y según ella, palabras del viejo Anselmo: “necesario morirse primero que él”. Lo logró luego de tragarse un montón de calmantes. Nadie dijo nada, ni siquiera Anselmo; se murió un jueves y al domingo siguiente luego de las respetuosas honras fúnebres, los tres viejos jugaban de nuevo al dominó en el mirador del apartamento de don Ramiro. Desde allí se puede divisar todo el paisaje, que no es más que un cuadrilátero de cemento donde dos grandes moles de hormigón se elevan frente a una poca transitada calle, en disposición tal vez de combatir; pero nunca hasta este momento han podido llegar más allá del saludo riguroso y la última auscultación al oponente. Todos los habitantes a la redonda agradecen el hecho de que eso se mantenga así, y no pase a mayores; porque si no, se verían obligados tal vez a perecer en una lucha en la que no tienen nada que ver o cambiar de sitio para vivir, y eso siempre es un trabajo detestable.
Hoy es domingo, pero los viejos no van a jugar al dominó, por ahora. Todo esto porque en alguna parte del mundo, en un cuadrilátero verde demarcado con líneas blancas, veintidós melenudos y otros no tanto se proponen combatir, en el buen sentido de la palabra, por la gloria. Hay que dejar en claro, que bajo ninguna circunstancia es por Gloria, la señora que habita el 2B de la torre 2. Tal vez sea por la final de la copa mundial, un súper clásico, un clásico regional o la lucha a muerte por la permanencia en la categoría mayor. También puede ser un partido de ligas menores en el que participa el hijo de don Simón, el otro vecino del dominó; que ya no es tan vecino porque se mudó a finales del año pasado, debido a su problema de rodilla y a la administración del edificio por no poder mantener el ascensor en óptimas condiciones de sube y baja.
Don Ramiro en su apartamento mira la t.v. o quizás trata de remover sus intestinos porque odia hacer esas necesidades cuando hay visita. Digamos que le parece descortés. A Patricia, la esposa de Ramiro, no le gusta para nada el fútbol, la tiene sin cuidado aquel deporte de bestias; por ahora como sabe que Cecilia, la esposa de Urrutia, va a venir junto a su marido está tranquila; porque tendrá con quien conversar mientras los señores se dedican a putear a los señores de negro y a otros tantos rivales o no, que por qué sí, que por qué no. Don Anselmo duerme una siesta en su apartamento, como vive solo seguramente nadie lo despertará a tiempo. Además, don Anselmo vive tres pisos por arriba de Ramiro y Urrutia, quienes de verdad odian profundamente tener que subir la treintena de escalones que hay desde allí hasta el piso de Anselmo.
Urrutia, junto a su esposa, se encuentra ante la puerta del apartamento de enfrente marcada con un 4A en helvética dorada. El viejo golpea moderadamente y ambos esperan el crujir de la puerta para sonreír.
Doña Patricia, sentada en el sofá al lado de su marido oye los golpes en la puerta y se apresura a abrirla; porque seguramente don Ramiro, que ha regresado del baño o de la cocina, está sumergido en los números, en los antecedentes de cada equipo para el partido que le vomita el televisor; mientras pasan imágenes de fervorosos asistentes a la gala de patadas, gritos, escupitajos, empellones, insultos, euforia, sudor y a veces goles.
Mientras tanto, don Anselmo en su sueño, decide voltearse y quedar boca arriba, porque de lado se estaba quedando sin aire, y seguramente la falta de este elemento le echaría a perder el sueñito; aunque muchas veces la falta de este mismo elemento otorgue uno eterno, como el que decidió tomar su esposa hace un año. Patricia abre la puerta y luego de los saludos, los bien cómo estás; tal vez abrazos y agradecimientos, se hace a un lado para dejar pasar los invitados que rápidamente se riegan en la sala de estar. Don Ramiro se levanta para recibir al matrimonio vecino y luego, de los abrazos, besos, cómo estás, la familia, el presente, los hijos, nietos y por qué no bisnietos. Se sientan frente a la t.v. los hombres, las mujeres huyen despavoridas a la cocina, tal vez al comedor.
El juego empieza y los hombres callan, porque los hombres mientras miran fútbol, no comentan nada que no tenga que ver con el juego, la comunicación se les reduce a pocas palabras y gestos como mirar al techo, abrir las palmas de las manos, puñetear el aire e insultar o tratar de inútiles a los jugadores. Las mujeres, sentadas en la mesa de la cocina, con la primera taza de té humeante frente a sus manos, se disponen a conversar de sus respectivas familias y de otras; por lo general más lo segundo que lo primero. Quizá, aun hablan del suicidio ocurrido la semana pasada; de los matrimonios de sus respectivos hijos; de recetas de cocina; de la hija de tal que a pesar de ser muy joven está embarazada y se presume que ni ella misma sabe quién es el padre. Tal vez una de las dos señoras suscite las siguientes palabras: “¡Qué horror!”
Sobre sus cabezas don Anselmo se dedica a roncar en paz, Urrutia se levanta y grita ¡GOL!, esto exalta a las mujeres que al unísono se miran y sonríen pícaramente como lo harían un par de chicas jóvenes al contarse alguna picardía llevada a cabo junto al novio la noche anterior. El gol, no fue gol, pasó muy cerca o pegó en el travesaño; cosa que hizo devolver a Urrutia al sofá bastante desilusionado. El viejo Ramírez se queja de que el extremo es muy malo y no sabe centrar, Urrutia por su parte le comparte la preocupación que le da el delantero tan rápido y ágil que posee el equipo contrario. Las mujeres, los codos apoyados sobre el mantel de motivos frutales fuman, y quizás conversan del lugar a donde piensan ir de vacaciones.
En el último piso de esa torre, la 2; una chica vestida únicamente con una camisa de hombre fuma en el balcón, apoyados los antebrazos en el barandal, el cabello suelto y ondulante. Ella, quizás tenga nombre de flor, si no es flor: Violeta, Lila, Calatea, Maya o Dalia; mira de reojo la torre 1, más exactamente al séptimo piso, el cual habita Oscar, un tipo más bien solitario que en estos momentos no se encuentra allí; puede andar de paseo en su motocicleta o en casa de sus padres. Todas las noches, Oscar sale a fumar en la oscuridad de su pequeño mirador y de vez en cuando cruza la mirada y una que otra sonrisa con la chica del último piso de la torre 2.
Un poco más abajo, pero en la torre 1; recientemente se instaló un matrimonio joven, hacen el amor por cuarta vez está tarde. Parecen muy amables; aunque por ahora tienen poco contacto con el resto de sus vecinos, aparte del saludo riguroso en las escaleras o el ascensor. Abajo, en el jardín de juegos para infantes instalado cerca a las dos torres, se puede ver a un hombre sentado en un banco de madera, mirando a un nene deslizarse una y otra vez por el tobogán. El señor, es Martín Saldarriaga, padre del niño y ex-esposo de Amanda Montero, la que vive en al apartamento 2B de la torre 1. Amanda, sostiene que Martín le fue infiel con Diego, un amigo de Martín de quien se desconocen datos. Nadie puede asegurar afirmativa o negativamente. El niño juega felizmente mientras su padre lo mira y desenvuelve un chupetín que de seguro obsequiará al chiquillo.
El apartamento del décimo piso de la torre 1 está desocupado, éste lo habitaban los González hasta la semana pasada, en que Andrés un chico de más o menos entre catorce y dieciséis años decidió lanzarse al vacío en una mañana de lluvia. Según la carta que se encontró luego entre sus pertenencias, éste dejó claro que “no odiaba la vida; pero sí, rotundamente vivirla”. Después del incidente, sus padres afligidísimos decidieron buscar otro lugar sin recuerdos.
El primer tiempo del partido ha terminado y las caras de ambos edificios se adornan con pequeñas figuritas que salen a fumar, a tomar el aire fresco de la tarde, a divisar el paisaje o descansar la vista. El tema más seguro de cualquiera de las conversaciones, debe ser lo relevante y destacado del juego. En esas, don Anselmo, despierta, alcanza su caja de dientes que está sobre el nochero y sale en busca de la liberación urinaria. Ramírez y Urrutia encienden cigarrillos y destapan botellas de cerveza; la chica que seguramente tiene nombre de flor se desenreda el cabello mojado sentada en la cama; Martín ayuda a su hijo llegar más alto en el columpio; doña Cecilia y doña Patricia discuten tal vez sobre un asunto político, mientras Cecilia sonríe irónicamente y su compañera se mira las uñas de las manos, y quizás recuerde que hace dos días Yuly, la hija del matrimonio 3A de la torre 2, le coloreó las uñas mientras jugaban a tomar el té. El matrimonio 3A de la torre 2 no está presente en este momento, de hecho, ningún domingo se los puede encontrar. “Día familiar”, asegura la esposa a sus vecinos, en esas conversaciones de ascensor. Sale un chico corriendo de la torre dos. En el balcón del apartamento 8B de la torre 1, aparecen tres tipos, cada uno con una lata de cerveza en la mano; entre ellos está Pedro, dueño del apartamento. Pedro es el tipo más respetado de la torre 1 a pesar de su dudosa y a veces irrespetuosa conducta. También, alguna vez intentó ligarse a la chica que tal vez se llama Rosa, Verónica o Iris. Pedro y sus amigos, tal vez estén mirando el partido o esnifando coca. Seguramente es poco de lo uno y mucho de lo otro o viceversa.
Al parecer don Anselmo, decidió bajar los escalones que lo separaban de sus compañeros. Ahora sentado en el sofá junto a ellos, carga su pipa mientras tal vez Urrutia lo pone al tanto del juego. El niño que hace rato salió corriendo es Peralta, regresa con un paquete seguramente encargo de don Anselmo. Quizá éste, encontró a su vecinito, hijo de la señora viuda del 7B, en su maratónico descenso por las escaleras y le pidió el favor de ir a conseguir algo para él. Peraltica como lo suele llamar don Anselmo, hace este tipo de recados con gusto; porque así se gana monedas que luego gasta rápidamente en chucherías. Hace un rato largo se reanudó el encuentro, el niño vuelve a salir de la torre, feliz tal vez por la jugosa propina que don Anselmo le dio; los cocainómanos salen a gritar un gol al balcón, por la reacción de los pensionados, se puede saber que ellos le van al otro equipo; a la chica del décimo, seguramente le importa un carajo lo que pase con esta tarde de domingo; Martín y su hijo, quizás fueron en busca de helado y sombra. Cecilia y Patricia comen de la tortica que la señora de Urrutia preparó para la ocasión; Oscar en su motocicleta probablemente ande perdido en las carreteras del campo; del matrimonio 3A de la torre 2 no se puede saber exactamente donde se encuentra; el joven matrimonio de la torre 1 dormía una siesta antes de empezar a hacer el amor por cuarta o quinta vez; justo en este momento en el lugar en el cual cayó Andrés, aterriza una pequeña paloma.
Hay un nuevo gol, los pensionados baten los puños en el aire celebrando lo que debe ser el empate en el marcador; Pedro y sus compinches permanecen en silencio entre bufidos de resignación y decepción. De Peraltica se puede presumir que está sentado en la acera frente a la tienda “el buen porvenir”, propiedad de don Jacinto, otro viejo que a veces viene a jugar al dominó con los contentísimos señores del sofá, del apartamento 4A de la torre 2. El juego termina y las caras de los gigantes de cemento vuelven a adornarse con pequeños poros sonrientes, apáticos, esperanzados, soñadores, indiferentes, tranquilos, resignados, expectantes…
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