CHAD HA PERDIDO OLAS DE AGUA DULCE (Mb-6v!)
En un pueblo enterrado de Chad, África central, Borkou grita al despertar; algunos hombres sin ventana, amanecen precoces en su cebadero. Ahí, esparcidos en medio de los cultivos. Cien metros más allá, a lo largo, Ellas, no amanecen sino sobreviven a la intemperie, recostadas en las costas del lago Este que ahoga los hombres. Ambos se turnan esos quehaceres del estar vivo, recostar los pies en los llanos y sólidos caminos hirvientes con el peso indistinguible de sus esfuerzos agotadores; el sol sale por ellos, dicen. Entonces Ellas lo pintan, tienen que estar lejos, a la divisa para que esto funcione. Nadie concilia mirarse, no conocen de las palabras, ni saben que existe alguna, se hallan desnudos sin saber de ello. Se revuelven en dolores al mediodía y tragan la medicina de sus trigales. Ellas esperan que se alejen pronto para sembrar los analgésicos y combatir su riqueza intestinal.
A veces Ellos se sumergen, y llegan luego Ellas, a conciliar treguas húmedas. La cercanía se enaltece y se revuelcan de ciegos en aguas turbias y escasas, pariendo chapoteos, esperanzas fértiles. Saben de la extinción, sequía apocalíptica que se aproxima, Chad ha perdido olas de agua dulce. No habrá excusa para morir si del lago queda nada, ni para nacer sin tierra de parto. Lo cierto del ritual es que Ellos, recogen soles en baldes emisarios, y los retiran tan lejos de sus trigales, que trastornan las montañas con una silueta microscópica, y de trabajo más certero, se traen luego, esas riquezas llenas del líquido deseado, y que vivan más sus hombres quienes las despiertan. Sueñan Ellos en su lenguaje, que el sol y su sed algún día también se bañen.
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