EL ARTE Y LA GUERRA (Andrés Pérez)
“El arte es la expresión de los más profundos pensamientos por el camino más sencillo”
Albert Einstein
La guerra, como el estado más aberrante y despiadado en el que puede llegar a caer toda sociedad al desmoronar sus valores e instituciones que protegen y prevalecen la vida ante el salvajismo del poder, ha generado dentro de su mismo seno cuerpos que se resisten a ser partícipes de la barbarie, a repetir la historia y por lo contrario optan por hacer conscientes al resto de la humanidad de que semejante estado no conduce a ninguna parte, siendo su único fin la aniquilación.
La forma o herramienta empleada para este fin es el arte, el arte que se antepone a la guerra, a la destrucción, a la muerte. El arte inmerso en un contexto violento, aparece como testimonio, como voz de protesta y espacio creativo que posibilita la vida.
Por lo tanto, el arte y la guerra están ligados, en la medida en que son procesos diferentes, pero recíprocos entre sí mismos. Los diversos conflictos bélicos han propiciado el nacimiento de vanguardias artísticas y el desmoronamiento de otras, siendo el caso del teatro absurdo, enmarcado en el contexto histórico de la Segunda Guerra Mundial o la bomba nuclear que propició el nacimiento de la Danza Butoh.
En Colombia, país enmarcado en un conflicto que se extiende más allá de medio siglo, y que parece no tener fin, mutando en diferentes tipos de violencia (narcotráfico, paramilitares, guerrilla, estatal, barras bravas, bipartidistas, intrafamiliar, entre otros) nos deja sorprendidos por la sevicia, impunidad e hipocresía con que se cometen los crímenes y se persigue a los culpables. La violencia colombiana se caracteriza por producir en masa y constantemente un conglomerado de individuos que pasan a llamarse desplazados, secuestrados, torturados, desaparecidos, que deambulan por la ciudad, los cementerios, los ríos, los campos y pasan a engrosar las escandalosas cifras de nuestra cruenta historia.
En semejante contexto el arte colombiano no permanece distante, por el contrario se sumerge con aguda sensibilidad en las entrañas del conflicto extrayendo sus causas y efectos, que nos permiten sostener la memoria y el testimonio de lo acaecido. Tal es el caso de Débora Arango, quien atravesada por la violencia desatada el 9 de abril de 1948, no dejó de plasmar en sus acuarelas y óleos
“los horrores de aquella guerra civil no declarada, la cual sigue siendo ignorada por una gran parte de las instituciones que en su conjunto constituyen la memoria histórica oficial. Precisamente por su posición crítica hacia las clases dirigentes y su feminismo combativo, fue descalificada y rechazada por las academias de arte durante mucho tiempo”. (1)
En el cine y la televisión, se puede observar la violencia del narcotráfico y el abandono estatal abordado de diversas formas por los directores, aunque la mayoría de las veces se llega, tal vez sin quererlo, a una apología al delito y la violencia. No siendo el caso de películas como La Virgen de los Sicarios o las producciones de Víctor Gaviria, entre otros.
En la literatura son diversos los escritores, que entre la ficción y la realidad han logrado configurar el espectro de nuestra sangrienta historia. Entre ese diverso mosaico de autores encontramos a Mario Mendoza y Fernando Vallejo. En sus novelas es recurrente el tema de la violencia, que no solamente se constriñe a lo físico sino también a lo verbal, al lenguaje:
“Fernando transita entre la figura del sujeto letrado moderno y la del bárbaro posmoderno. En ese tránsito, o en esa mutación que no termina de definirse, hallamos que la violencia funciona como mecanismo disparador de los cambios a los cuales nos hemos referido. Pero notemos que se trata de una violencia distinta, singular, una violencia que ha asumido nuevas formas, con otros impactos sociales y económicos. Esta visión refractaria a las ideologías que fundan las naciones modernas es transmitida por el intelectual, que paulatinamente y como resultado de su relación con los criminales, va dejando de ser un letrado moderno para convertirse en ese bárbaro posmoderno”. (2)
El Hip Hop, el Rap y el Punk como géneros urbanos incrustados en urbes modernas inmersas en conflictos de toda índole, han padecido la violencia en carne propia (en la comuna 13 de la ciudad de Medellín, han sido asesinados 11 raperos en los últimos tres años).
Por su parte, el teatro colombiano ha estado ligado a lo largo de su historia al conflicto bélico que azota a nuestro país. Desde sus inicios con Luis Enrique Osorio, pasando por el maestro Enrique Buenaventura, el teatro La Candelaria, el maestro Gilberto Martínez, hasta nuestros días en el que la diversidad de grupos no se cansan de insistir sobre este tema tan espinoso.
Uno de estos grupos es el Teatro Petra de Fabio Rubiano, dramaturgo y director contemporáneo de la ciudad de Bogotá. Su obra, CADA VEZ QUE LADRAN LOS PERROS, basada en una de las tantas masacres de Colombia. La guerra está presente a cada instante irguiéndose amenazante como un pasado, un presente y un futuro por venir. En ella logramos evidenciar hasta qué punto la sevicia ha conducido a la decadencia de un pueblo y sus valores. Los hombres se convierten en perros, los perros en hombres por medio de la barbarie que no tiene ni principio, ni final. Lo grotesco se evidencia en lo cuerpos hechos de pedacitos, de restos, no se saben qué son, parecen ornitorrincos. Esto nos habla de la pérdida de identidad, de un cuerpo social hecho de cadáveres, que no tiene rostro, que no sabe lo que es y lo que fue:
Uno: Por eso. Somos ornitorrincos. No somos de ninguna parte. (Pausa). ¿Quién nos parió? (Pausa). Mira: ya orinamos de pie.
Dos: Es mejor así, no tenemos que marcar ningún territorio. Todo nos pertenece. Nos pertenecerá poco a poco.
Uno: Extraño cuando era perro… (Pausa). Pero no extraño ser perro.
Dos: Ya no lo somos.
Uno: Todavía somos un poco. Mírate las orejas y los pelos y el largo de tu cola. (Pausa). Como ornitorrincos. Como si nos hubieran armado de pedazos.
(Primera Escena: Ornitorrincos- Cada vez que ladran los perros, Fabio Rubiano)
A nivel espacial encontramos un paisaje devastado por la guerra, por el miedo y el peligro. Un espacio manipulado por ellos, donde sus personajes siempre están en riesgo y tratando de esconderse de esa raza que ahora se apodera de sus tierras.
Al abordar el conflicto armado que desangra nuestro país, Fabio Rubiano se cuida en gran medida de no tomar partido por las víctimas, esto lo logra al desaparecer las figuras de víctima y victimario conjugándolas en la danza violenta de la guerra. Allí, tanto víctimas como victimarios son culpables de semejante estado, de la carnicería.
Cuando el Arte logra construir la memoria y el tejido de nuestra historia, sin asumir ideologías o tomar partido por los bandos enfrentados, es allí donde nosotros como espectadores asumimos una actitud reflexiva sobre el acontecer violento de nuestro país. Por otro lado, siendo importante el papel que el arte desempeña en los diversos conflictos, va a hacer mucho más importante la mirada que asuma a la hora de hablar de perdón y justicia en el presente proceso de paz y el consecuente postconflicto.
Enlaces relacionados:
Arte y violencia: la obra de Débora Arango como lugar de memoria
(1) http://www.colombianistas.org/Portals/0/Revista/REC-37-38/7.REC_37-38_SvenSchuster.pdf
La Virgen de los sicarios y una gramática del caos
(2) http://pendientedemigracion.ucm.es/info/especulo/numero35/vsicario.html
El cine urbano y la tercera Violencia colombiana
http://www.luisospina.com/sobre-su-obra/rese%C3%B1as/el-cine-urbano-y-la-tercera-violencia-colombiana-por-geoffrey-kantaris/
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