SINTONÍA DE LA DISOCIACIÓN AUTOSCÓPICA (Mb-6v!)
¡Cuando hablo de tú, soy yo!
¡Cuando él no está, estoy yo!
Él, tú y yo
¡Somos nosotros!”
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El autobús resolvió dejarme, de otro modo habría de distinguir un olor de gente amontonada en el segundo paradero donde me disgusta esperar. Los martes son días para execrar, días sin gracia.
Es tan afanoso estar alerta a esta hora, que se nos ofrece dedicar al final de la jornada por lo menos dos horas a la caridad, yo duermo. Trabajo de abogado en un bufete que de a poco, parece perder partido en la ciudad, y así, mi ideal de ascender al dominio.
Nadie espera por mí en casa, vivir solo me apremia con esa pacífica ventaja, sin embargo, deseo llegar con premura para sintonizar el programa donde el presentador que detesto, entrevistará a una de las mentes más brillantes sin duda, alguien con quien me identifico, un legítimo historiador que dice recordar con detalle sus días desde su tierra infante, “Hipertimésico o hipermnésico”. Con su memoria arrugada pero intacta, ya agonizante espera desahogarse del peso de tenerlo todo tan presente.
Tomo la ruta a pie y decido ir por los atajos, donde se supone siempre está el peligro. Ando más de prisa endiablado, es costumbre quedarme los martes sin un asiento donde pueda cabecear la ventana, mientras los jóvenes de las sillas traseras burlan mi somnolencia. Olfateo la ruta del smog, persiste largo en la noche. Descubro cada semana que no hay lugar para el comercio en estas calles que llevan a mi casa, distingo que nuestra compañía se entierra sola por el dominio.
Aunque sean seis los años de soportar mi trabajo, no me aprendo la ruta que hoy deseo corta, quizás más iluminada por los avisos que prometen robarse del camino a las personas como yo, pero de qué me quejo, es martes, con nada de gracia.
Despertar tarde tiene su arrebato, muchos critican mi caridad pero pocos entienden que mi labor es perversa, un trabajo sucio, por eso dormir es como la paz. Cada hora de mi trabajo cierra aproximadamente tres comercios de la calle yerma hacia mi casa, cultivo la soledad del camino en un día como hoy, no es para luego quejarme.
Cuando todos se han ido de su caridad, ese silencio incómodo me despabila, entonces corro al reloj y al paradero, pero el tiempo no está y el bus ha borrado la gente. La historia de mi vida.
Pienso en la tortura de recordar con detalle mis días, aun cuando intento rescatar los momentos más lúcidos con mi familia, es arduo no encontrarse desnudo en cualquier remembranza. Quizás él no tenga de qué arrepentirse, dice usar su condición para que la historia se escriba completa y para mí cumple con su arrobo.
A nadie se le ocurre hoy que es de noche, amortiguar el pensamiento y encontrarse perdido como yo, no puedo saber de dónde soy sin la tristeza y a media luz no es que llore menos. Habrá empezado el programa hace ya veinte minutos, no me apresuro, renuncio a discutir todo lo que he perdido.
Frente a mi casa hay un restaurante que a la hora de llegar, sea cual sea, cierra; hoy se amontonan algunas personas que parecen tener el mismo interés por el programa, me acerco por primera vez y percibo un perfume de smog en cada uno de ellos.
–...A la edad de tres años, solía espiar a mi padre en su garaje, él decía marcharse a trabajar pero en mis torpes pasos llegaba a encontrarlo sentado en el auto por largas horas; quizás mamá no se enteraba, pienso ahora, porque más tarde un hombre fortachón llegaba por la puerta de atrás. Cuando mi padre se marchó de casa yo tenía cinco y no dejaba de pensar en esta escena que culpo, llenándome de tristeza... Asevera el don con tanto esfuerzo que nadie cree en su próxima palabra.
Cuando se hace más tarde y la memoria narra el tiempo, hay cerca de una decena de personas de pie identificadas con el gusto, este hombre sabe con certeza que olvidar es necesario cuando habla de su primera mascota, la tristeza más pura y sus decepciones románticas.
Considero, mientras corren los comerciales en lo escrito de mi historia, arrodillado a una vengativa proeza está el libro que recuerdo, tan corto y descolorido que parezco haber nacido de grande ya, teniendo completa la palabra.
–A poco paso he conseguido superar los remordimientos, quedo atónito cuando no me explico por qué los juguetes comienzan a encogerse y dejan de gustarme, las chicas se estiran primero y ya no las repruebo, me gustan como crecen en montaña–. Sonríe en su evocación.
Tengo tiempo para mirar la hora y al momento dirigir la vista al frente, mi casa, no es esa asediada por el abandono: la ventana advierte una luz, el reflejo del televisor es una sombra que ocasionalmente se levanta de lado a lado. Pero yo estoy aquí.
–Mi madre terminó de alcohólica, mi padrastro influía en ella malas costumbres a golpes burdos. Muchas veces cené en medio de esquirlas de sangre–. Revisa sus mangas y en efecto está la guerra transversal en su muñeca.
En cada fragmento descrito me vuelvo a la ventana y desconozco mi destino. Los tintos se sirven gratis a esta hora y el desvelo hace un festival bien social. No me explico que sucede en mi habitación.
–Fue después del suicidio de mi padre, que supe distinguir la memoria tan perfecta de estos hechos. Aprendí de algún modo que usarla en buenas intenciones haría no olvidarme de las tragedias, sino llenar de espacios a mi selección y no a la desesperanza.
La ventana está abierta esta vez, quizás por el calor que siento ahora aquí, pero, allá, ¡No estoy allá!
–La historia se cuenta desde la victoria, yo que al nacer perdí de paso tantas respiraciones al ser consciente de ellas, broté en la necesidad de ocupar mi remordimiento en la leyenda; abracé los libros que de primero encontré en la estantería, “Abogacía”, y al pie consolidé las líneas que me hicieron extraordinario–. Alardean sus barbas.
Pude identificarme con el experto y supe que me encontraba tan inquieto a los movimientos, que mi cuerpo se balanceaba intentando arrojarse hacia algún lugar –la ventana, pensé–. Allí un cuerpo que jugaba a ser mío, juraba lanzarse con tal indecisión, que en el cruce de la mirada tomó por asalto aventarse.
–Supe olvidar por un momento mi encuentro con la vida, por detestar los martes volví a una tregua pacífica.
A bocajarro siento el dolor del lanzado, ignorado por la gracia, las personas están importadas en una historia fantástica mientras en batidas, mi hemicuerpo derecho desbarata al impacto su sintonía.
Cuando es ya la hora de estar tarde, el bus estaciona en la entrada y almacena a las personas, el conductor tiene esa mirada de saberlo todo, mejor, de recordarlo con precisión.
Día sin gracia, desaparezco agitado porque abandono la manera de retornar al olvido y este cuerpo, se lanza lejos de mi memoria ensangrentada.
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