FLORES AMARILLAS (Melissa Cañas Ochoa)
Había pasado muy mala noche. A veces a los demonios les da por adueñarse de los recuerdos y ya no hay marcha atrás. Una vez se adueñan de ellos, no puedes dormir y comienzan las palpitaciones. Creo que eso fue lo que le sucedió también a Marie Ann. La vi esta mañana, no traía buena cara; las ojeras le resaltaban en un café casi amargo, bajaban hacia sus mejillas y el resto de su rostro se hallaba pálido; llevaba un vestido negro y largo que caía en sus pies, tenía las manos entrelazadas y miraba hacia el asfalto como ocultando sus ojos del sol. Hace muchos años que no la veía; solo hablaba de vez en cuando con Joe M. quien siempre me conversaba acerca de su novia, de su gran amor, de Marie Ann.
La vi comprar unas flores amarillas y me pregunté para quién eran. Seguramente eran para Joe M. pero él vivía muy lejos de allí. Pensé que probablemente Marie Ann tenía un amante. La observé abriendo una reja alta y delgada; se detuvo un momento allí; luego, sus pasos eran indecisos. Entró a ese lugar. Yo nunca me había fijado en él. Algunas veces, en mi niñez, había pasado por ahí pero nunca me había detenido a mirarlo. Hacía tiempo que no venía a visitar a la abuela, realmente no recordaba ese frío que emana ese lugar. Me senté en una roca gris con espacios pequeños renegridos, me entretuve un momento mirando hacia el horizonte, y cuando volví en mí, Marie Ann había avanzado mucho por ese campo, donde no se podía ver a nadie más que a ella. Caminaba a paso lento mientras la veía deshojar una flor amarilla y mirar sus pétalos desvanecerse por el aire sereno.
Me dirigí hacia la entrada de aquel lugar para saber a quién le estaba llevando Marie Ann aquellas hermosas flores amarillas. Sentí un escalofrío que me congelaba hasta los huesos, el viento se tornó un poco violento, tanto que ni el sol podía aplacarlo. Sentí un rayo especial en mi rostro y mis pupilas dilatarse; ese rayo había encandilado mis ojos y tal destello no me dejaba admirar ese paisaje secreto para mí. Caminé varios pasos hacia adelante pero el resplandor del sol no se iba de mis ojos. No quería perder a Marie Ann de vista, así que decidí seguir avanzando sin importar que no pudiera ver muy bien hacia donde me dirigía.
Una nube blanca opacó un poco el sol. La luminosidad se estaba agotando ante mis ojos. Los cerré por un momento, pero sin dejar de dar pequeños pasos en la hierba caliente. Lo primero que vi fueron unas rosas rojas; fijé la vista hacia mi izquierda y, ahora, veía muchas más de diferentes colores sobre muchas tumbas. Observé que Marie Ann estaba inmóvil más adelante que yo. Me acerqué un poco para contemplarla y saber por qué se había detenido; sin embargo, su vestido largo no me dejaba ver qué era lo que estaba mirando.
Yo no quería interrumpir su soledad, solo quería ver a quién le llevaba aquellas flores amarillas que, luego de alzarlas al cielo y sollozar con consternación, había dejado caer a su lado. Seguí acercándome poco a poco y, de repente, vi a Marie Ann que se arrodillaba, llorando ante una tumba: la tumba de Joe M.
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