EXTRODUCCIÓN 06 (Mb-6v!)

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¡Cuánto deseo! que un día, caiga un avión sobre la casa azul de mi vecina, no tengo rencores con ella ni odio los aviones, pero me emociona que la vida sea útil y se deje llenar un poco de enternecedores sucesos
Nací cuando tenía siete, cuando supe nombrar, consciente y sin desvelos, el incendio que intrigó mi casa en la inocencia y la maldad, corrí para esconderme e inventar la historia que nunca existió; pero que todos terminaron por creer. Decidí que imaginar es mejor cuando a falta de juguetes, empleaba mis dedos para imitar la gracia y para evolucionarlos en un puñal que escribe con tinta la ilusión que yo veía y no me deja estar ciego. Cuando aprendí a leer, me torturaron con profundas novelas primitivas que odio hasta el momento y me estreché en el amparo de la brevedad, en la minificción, en los microrrelatos, en los cuentos cortos, breves, inmediatos, imposibles, vagos; en lo que los he convertido por el antojo desafinado, como quien hace de su mejor camisa un desecho, por eso del capricho. Me dejé destripar por lo extraño, pues la imaginación de un niño no es cualquiera cuando vive en un nicho selvático donde lo que no es, parece: las sombras recostadas haciendo de algunos monstruos mediocres, ruidos hambrientos como amenazas y un olor característico de la noche que describo fantasmal. Entonces así, de manera natural –no tan verde- me volví un fantasmagórico oral, de eso de escribir ni sabía, mi letra apestaba el arrebato más lúcido. Me fui uniendo a ciertos personajes que proponían en corto tiempo montar una historia infinita, sin necesidad de la tortura.
Sin máquinas del tiempo ni catalizadores del amanecer, Monterroso me trajo de visita a un dinosaurio imponente y extravagante, asesinado por “El emigrante” de Lomelí, cuento corto que como estampida meteórica extinguió el tradicional monumento: “¿Olvida usted algo? -¡Ojalá!”
¿Dormía el dinosaurio esperando así cambiar de paisaje? ¿Despertó el dormido aspirando exiliar el prehistórico animal? Pensaba yo desde cualquier orilla respondiendo a las cortas palabras, podía esperar marea alta y un desastre, bastando para enterrarme vivo resolviendo el nudo que se me antoje. “La Historia de las Siete Chicas Vivians, en lo que se conoce como los Reinos de lo Irreal de la Tormentosa Guerra Glandeco-Angeliniana, causada por la Rebelión de los Niños Esclavos”, basta con leer este título para idearse a uno mismo. Henry Darger además de exagerado, hiperbólico, aparatoso, escribió desde los diecinueve, silencioso y evitando contacto con cualquier nacido, porque tenía demasiadas cosas en la cabeza, porque estaba creando un mundo, o dando salida a un mundo que no se sabe de dónde venía. Porque él mismo era un dios. Fue después de muerto que encontraron dieciséis mil páginas y cientos de dibujos, y donde las niñas siendo en realidad niños eran imaginadas en escenas apocalípticas y horrorosas; descuartizamientos, estrangulamientos, evisceraciones, crucifixiones y los más brutales crímenes inimaginables. Una historia creada en ochentaiún años de vida encerrada en una habitación.
Las dos corrientes se extrapolan en la palabra, pero se unen a formar los mares que permiten ver cualquier cinta con la imaginación. Por la prisa, mi cabeza y el destiempo, sellé por lo sucinto.
Escribía ya de vez en cuando para ocupar las últimas hojas de mis apuntes, resumiendo en pocos verbos los impulsos y optando por motivar la imaginación total, en vez de otorgar los medios de cadena para una historia. Un dinosaurio sentado, una cavidad que absorbe la gravedad, torbellinos contra la angustia, literatos que no saben leer, gatos mortales, medicación de la muerte, música para matar o enternecer, amnesias inmemorables, tragedias universales y el nacimiento de un engendro. Nada es casualidad en un cerebro, pero escribir para imaginar, se me es mejor que torturar el sueño en un pocillo impredecible, no escribo yo, sino una mente hambrienta de emociones o la eventualidad de lo normal visto como un potencial de acción.

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