SOGNO AD LIBITUM (Urraca)

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Los sueños en mi conciencia, están desplegados de sus extremos, ahí están, flotando en un aire tibio, seducidos por miradas dispersas que dejas en el aire. Mientras, en el exterior, en otro lugar, otro mundo, unas palpitantes manos me arrastran con aire sobrador, hacia un lugar iluminado por una luz tenue y un tanto inesperada, que hace que mis sentidos degusten el néctar de la noche.

Me cuentas vagamente la historia mientras tomas tu café, hablas de los inmigrantes de tu país, de las variadas técnicas que conoces cuando estás al piano, de la manera en que te sobresalta la soledad y la misteriosa forma en que concibes la vida alrededor del mundo. Por un instante logras cristalizar totalmente mi visión, esa que tuve días atrás mientras te imaginaba en medio de aquel océano, extasiada y ensimismada en tu propia maniobra de ser navegante y fotógrafa a la vez. Abriste las velas y navegabas en mar abierto por los sombríos corredores de mi mente, por los desconocidos perfumes de mis sueños; hacia las tierras que buscaste por tanto tiempo, y que describías con tanta fluidez en medio de sucesivas sonrisas, que aún hoy, al recordar, seducen el deseo que todavía en mí retoza.

Terminas tu café y continúas hablando de cosas banales y superfluas, del comercio de las fresas, sobre una teoría del amor que leíste en un antiguo libro, de la igualdad de derechos entre hombres y mujeres. Miro a tus ojos en vez de seguir contemplando extasiado el movimiento de tus hábiles manos que se mueven a contrapunto con la melodía de tu voz. Mientras hablas de lienzos y acuarelas, siento un repentino desmoronamiento interior que enfría mis vértebras. Comprendo que el encanto se disipa, que ha cesado el embrujo y que la persecución de mi sueño, llega a su fin. Mi retirada de aquella mesa es inminente. En ti, el aire de vanidad aún no desaparece. Me inquieto al imaginar la sorpresa agridulce reflejada en tus ojos al momento de saber que mi deseo de libertad está vivo y que más aún, está lejos de aquella mesa, lejos de ti.

Adivinas la hecatombe que se aproxima y te levantas inmediato a pagar la cuenta, entre tanto, yo, o mejor dicho mi mente, me lleva a la seguridad incierta de mi cama. Ahora lo único que deseo es una ducha fría para calmar mi cuerpo afligido y perezoso, e intentar domesticar mi mente.

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