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PORTADA-DIMENSIÓN 38, noviembre de 2016

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"No hay paz que deje de pagar pleno tributo al infierno"
Malcolm Lowry

LA NADA DE DIOS EN LA EXPERIENCIA MÍSTICA (Meluta)

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La caracterización de Dios como nada es tremendamente complicada de descifrar. Parece que cualquier explicación queda corta ante la magnitud de la palabra nada. Digo magnitud porque la palabra nada lo abarca todo. ¡Vaya contradicción! Decir que la nada es todo y consiguientemente decir que Dios es todo a la vez que es nada…  No sabe uno si hay algo qué decir o si tal vez sería mejor callar. Demás que la segunda opción es la opción más acertada.
Hay que intentar decir, eso es lo que hacemos los humanos. Aunque, en el mejor de los casos, lo único que conseguimos es hacer un leve ruido. ¿Qué otra cosa podemos hacer nosotros, al hablar del silencio impenetrable que nos cobija, salvo ruido?
No podemos comprender el motivo que acalló completamente a Santo Tomás de Aquino después de escribir casi completamente la Suma Teológica. Pero este hecho dice algo. Dice que es mejor no decir, que el decir es vano, que por más de que se diga, lo único importante es la cercanía con la lejanía que se vaya alcanzando al morir, al caer en amor. Así, cuando, en el Espejo de las almas simples, la razón le pide al Amor que le diga todo lo que de Dios pueda decirse, Amor responde que: "(…) todo cuanto esta Alma ha oído de Dios y cuanto puede decirse es (hablando en propiedad) menos que nada, comparado con aquello que es propio de él y que jamás fue ni será dicho, [hasta tal punto] que cuanto se ha dicho en alguna ocasión, no se ha dicho y hubiera podido dejar de decirse."
Lo mejor sería acallar el deseo de explicar lo innombrable y morir. Morir al deseo de entender, interpretar y comprender. Morir a la individualidad que nos paraliza, que nos mantiene las puertas cerradas a eso o a ese Otro. Morir para habitar en la unidad de Dios o en la unidad de la nada o en la unidad del todo. No se sabe. No se sabe qué cosa sea eso Otro que nos invade sin verlo. No se sabe qué cosa sea eso que apenas se muestra en la oscuridad. Ni siquiera sabemos si es. No se sabe si tal vez estamos profundamente solos en este mundo. No se sabe si hay algún otro para la compañía de uno. No se sabe nada. Lo que sí se sabe es que sería mejor morir mientras se está vivo. Lo que sí se sabe es que, al persistir en la idea de conocer clara y distintamente todas las cosas, nunca caerá, ni siquiera un poco, el velo que nos oculta la otredad. 
Hay un bello verso de la primera elegía del Duino del poeta Rainer María Rilke que, con su caracterización del ángel, nos invita a pensar en otras formas de existencia o de conciencia liberada:

"Pero todos los vivos
cometen el mismo error de diferenciar demasiado
tajantemente. Los ángeles (se dice) con frecuencia no
sabrían si andan entre los vivos o entre los muertos.
La corriente eterna arrastra siempre consigo todas
las edades a través de las dos zonas y atruena sobre ambas"

Tanto la figura del ángel en Rilke como el alma liberada de la que habla Margarita Porete nos convocan a habitar la unidad entre la nada y el todo, en el límite entre lo uno y lo Otro, entre lo visible y lo invisible, entre el ser y la nada, entre las apariencias y la realidad, entre lo vivo y lo muerto. Allí, en el entre, no hay límites. El entre está ubicado en el medio de dos límites. El entre participa de ambos extremos, pero no es ni lo uno ni lo otro, aunque también es las dos cosas. Así, Dios es el "entre" entre la nada y el todo. Por eso, Él es todo y a la vez es nada. Lo que hace el entre es unir las aparentes distancias entre esas cosas que parecen opuestas. Lo que hace el entre es permitir la unidad. Allí, en el entre, se encuentra el alma liberada. Allí se encuentra el ángel.  El alma liberada no puede decir nada de Dios, porque ella misma se confunde con él, se une a él. Al habitar el entre que es todo y nada a la vez no le interesa señalar aparentes distinciones. Un alma tal habita en la unidad de la totalidad como una gota que se disuelve en la inmensidad del océano. Ya no es una gota aislada y diferenciada de lo otro, sino toda la mar.
A un alma caída en lo ilimitado - la unidad - no le interesa saber, sólo ama. Un alma tal se pierde en la unidad de la nada y el todo que es Dios. No se detiene por no saber en cuanto a distinguir, porque sabe que distinguir no es saber. La imposibilidad del habla con respecto a la experiencia mística reside precisamente en la unidad que se siente con la inmensidad que todo lo abarca, hasta la nada. Así, la nada se vuelve una con el todo. No hay distinciones. No hay nombramientos. No hay palabras. Hay amor.

Un alma abismal caída en la inmensidad del vacío va por el mundo como los niños: con los ojos bien abiertos y con el corazón confiado. Se entrega a todo porque está desprendida de todo.

CADENCIA SIN ABISMO (Mb-6v!)

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“La utopía está en el horizonte. Camino dos pasos, ella se aleja dos pasos y el horizonte se corre diez pasos más allá. ¿Entonces para qué sirve la utopía? 
Para eso, sirve para caminar”
Eduardo Galeano







Dejarse caer es caminar. Uno anticipa la gravedad con un paso nuevo y este repetir, como un reflejo debería alejarnos del suelo, casi siempre. Desde muy pequeños sabemos de arrastrarnos como único método de la voluntad, el destino pinta ser cualquier lejanía de la quietud misma a lo más llamativo. Crecer era moverse, jugar era volarse de las estatuas, explorar sigue siendo un viaje que, aunque no amerita el movimiento, necesita lo aprendido para largar el imaginar a otra creación.
Los extremos nos pesan por el reposo y ahora que lo vemos, estar en brazos tanto tiempo debe ser aburrido. Por ello, de vez en mucho nos echamos a rodar.
La marcha es así, casi involuntaria como respirar, latir el corazón o equivocarse. Uno comienza por nacer y patalear; está escrito en esas cadenas larguísimas que nos construyen. La motricidad manifiesta la viveza y patrocina los berrinches del hambre o la incomodidad. Nos aburrimos del encierro y las barandas ponen en firme el paso, así como paredes, taburetes, mesas o cualquier objeto que se deje agarrar de esas manos que secuestran todo y que brindan firmeza para constituir un polígono de sustentación que soporte la postura. 
El enemigo de las rutas infantiles e intentos de destino que no dejan emerger, vaivenir y llegar intacto es, ha sido y será esa fuerza física de la atracción hacia el centro de la tierra: la gravedad. Normalmente, en la marcha, el centro de gravedad se desplaza hacia arriba y hacia abajo conforme se avanza de manera rítmica.  
Quienes participan de la marcha son estructuras anatómicamente tan funcionales que uno podría pensar en idéntica copia de la mecánica y no del otro modo: Los músculos como el tejido contráctil que traducen fuerza, tendones que se insertan a huesos como prolongación de los músculos, articulaciones como centro del movimiento, ligamentos que estabilizan las articulaciones y huesos como rígido soporte del desplazamiento; una máquina se aproxima al mejor intento de ser un humano magnificando esfuerzos.
El movimiento es voluntad, luego un impulso en la corteza motora cerebral descarga una señal eléctrica a través de nervios que descienden a velocidad incontable, llegando a la unión neuromuscular para estimular finalmente la contracción que, al acortar el músculo desde un origen en un hueso hasta la inserción en otro próximo, genera el movimiento. Así la marcha es un movimiento rítmico, motivado y dirigido que requiere actividad de los miembros inferiores y mantener el equilibrio.
La marcha la podemos dividir en dos fases básicas, la primera de apoyo y la segunda de balanceo, también llamada avance. La fase de apoyo se refiere al contacto directo con el suelo y la de balanceo al movimiento de la extremidad sin apoyo. Ambas fases son temporales y se alternan conformando un ciclo.
La fase de apoyo se divide en intervalos fisiológicamente significativos que se describen así: apoyo de talón, apoyo completo de la planta, apoyo medio, elevación del talón y despegue del pie. Esta fase se clasifica asimismo en apoyo sencillo y en apoyo doble. El primero se refiere a, sólo un pie en suelo, mientras que en el doble se apoyan ambos. Aquí resaltamos que, a diferencia de caminar, correr es la ausencia de doble apoyo.
El balanceo implica “aventarse” y oponerse a la caída convirtiéndose luego en un apoyo. A continuación se describen tres momentos: Aceleración apenas se deja el contacto con el suelo, balanceo medio que hace forma de péndulo y desaceleración próxima a convenir el apoyo.
No conviene pensar en cada fase y en cada paso si tenemos un destino, pero pasamos por alto un proceso que marcó el reflejo del apoyo para abortar la caída. Nos habrá costado muchos desplomos desarrollar esta habilidad, pero fueron bien valiosos.
Hoy la ciencia brinda óptimas prótesis que replican la biomecánica del movimiento y la postura, permitiendo así restaurar lo que por nacimiento o pérdida ha impedido hacer distancia a partir del impulso primero de la voluntad. No a muchos pasos, la ciencia permitirá desplazarse a quién nunca lo ha hecho.
Ahora, caminar es no caer, dejarse caer es el primer paso y muchos pasos son camino.


Evaluacion clinico funcional del movimiento corporal humano. Javier Daza Lesmes. Bogotá : Editorial Médica Panamericana , 2007. 348 p

JACK LONDON: Coraje de fuego, voluntad lírica (Urraca)

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Se cumplen cien años de la muerte del escritor Jack London, un hombre aventurero y polifacético. Es reconocido por su coraje, hombría, vigor sereno, experiencia ávida e intrepidez juvenil. Su espíritu fue el del típico aventurero arduo e inconforme. Tuvo una  existencia dramática e intensa y su paso por el mundo fue la de los hombres determinados e implacables. Fue espontáneamente magnánimo,  siempre consecuente y enérgico. 

El escritor fue marinero, corresponsal de guerra, mujeriego, buscador de oro, contrabandista, agitador político, lector voraz, boxeador aficionado, idealista, fugaz estudiante en Berkeley y, sobre todo, un prolífico autor de artículos, ensayos, cuentos y novelas. ¡Sí!, este  índice explosivo y múltiple contiene toda la vida y travesía de Jack London, un hombre con talento orgánico, sangre lozana, una mente rica, una experiencia de vida enorme, y, además, una esencia literata atrevida, como la de Rudyard Kipling o Sinclair Lewis. A continuación, una biografía e historia de vida que echa a andar a orillas del pacifico:

La llamada de la naturaleza:

Nunca tuve una infancia, y me parece que
ando en búsqueda de esa infancia perdida”.
Jack London


John Griffith London nace en San Francisco, Estados Unidos, el 12 de enero de 1876. Su madre fue Flora Wellman, profesora de música y espiritista aficionada y su padre fue William Chaney, periodista y astrologo itinerante. Su padre no le reconoce como hijo y abandona el hogar a los pocos meses del nacimiento de Jack. Transcurrido este suceso, su madre se casa ese mismo año con John London, un lisiado veterano de la Guerra civil estadounidense que tuvo lugar entre los años 1861 y 1865. John conforma una familia con Flora y dos hijas provenientes de la unión de un matrimonio anterior, y da su apellido al niño Jack. El pequeño fue criado por una antigua esclava llamada Virginia Prentiss. Durante su infancia, y después de algunos fracasos como granjeros, los London se asentaron en Oackland. En 1886, Jack inicia sus estudios en la escuela Fairfield y alterna su jornada escolar con el reparto de periódicos. John aprende muy pronto a leer, y lee y relee hasta la saciedad las hojas los Cuentos de la Alhambra escrito por Washington Irving y los dos tomos de La edad de los vikingos de Paul Belloni du Chaillu. Asiste al colegio hasta los 14 años de edad y logra su título de graduado escolar. 


Colmillo y labor salvaje:


"El trabajo lo es todo: es la santificación
y la salvación. Un día entero de labor bien
hecha me producía un orgullo acaso 
incomprensible para los que me lean; 
jamás jubo esclavo tan fiel al trabajo
como yo.”

Jack London





En el año 1889 finaliza sus estudios y abandona el Cole Grammar School de West Oackland, se enrola como aprendiz en barcos de bajura dedicados a la pesca furtiva y al contrabando en la bahía de San Francisco. A la edad de 15 años era ya un hombre hecho y derecho, y prefería gastar su dinero en cervezas antes que en golosinas, no porque no le gustaran, sino porque estimaba que el ingerir alcohol iba más acorde al proceder de un hombre. Jack visitaba asiduamente, en contraste con su vida de contrabando y alcoholismo,  la biblioteca local (Oackland Public Library). A esta vida de  Allí tiene la fortuna de conocer a la bibliotecaria Ina Coolbrith, quien años más tarde sería reconocida como una gran poeta, y con la cual descubre la obra de Herman Melville y Rudyard Kipling. Las otras lecturas que el joven London consumía vorazmente para aquellas épocas consistían, en general, en novelas baratas que le prestaban los peones y en folletos o revistas que lograba al paso. Se ganaba la vida como contrabandista en la bahía y como vendedor de periódicos en las calles, alternando a su vez con un sin número de oficios con los cuales alimentó espíritu de aventura, curiosidad y desvarío personal. 

Comprende de a poco y con su ávida experiencia el peligro que acarrea conseguir dinero de formas tan arriesgadas y al margen de la ley. Luego, sorpresiva e irónicamente, cambia de bando y se incorpora en la policía marítima, en la cual tenía el oficio de arrestar a los que violaban la ley de pesca (la cual conocía y violaba totalmente en su antigua labor). En el año 1892 se vuelve marinero y se embarca directo hacia la costa japonesa y el mar de Bering junto con unos expedicionarios pescadores de focas. Madura deprisa y aprende a boxear de una manera aficionada. Siete meses más tarde, regresa a California. Allí se ganó el sustento paleando carbón en el ferrocarril y trabajando en una fábrica de yute. 

Durante estas épocas, el periódico de San Francisco llamado The Call ofreció varios premios en un concurso de artículos descriptivos y su madre le animó a probar fortuna. Usó como título para su artículo “Un tifón en las costas del Japón” y lo firmó como Jack London. El jurado lo consideró como “el mejor relato descriptivo” y le concedió un premio de 25 dólares. Ante semejante éxito, el naciente escritor pensó decididamente en dedicarse por completo a la literatura. Sin embargo, era demasiado inconstante laboralmente para someterse a un trabajo regular y arduo como lo es la escritura



El vagabundo de las letras:

“Creo en el trabajo regular y nunca he guardado el momento
de la inspiración; mi temperamento es displicente y desordenado,
con mucho de melancólico y, sin embargo, he sabido metodizarme; 
acaso influye en ello mi vida pasada de marinero y quizá sea esto 
mismo lo que me ha proporcionado el orden y la tranquilidad
en mis horas de sueño (…)”.



En Julio de 1898, murió su padrastro John London. En este mismo año, Jack empieza a reorientar su vida hacia la parte académica y literata. Regresa a Oakland e ingresa a la Escuela Politécnica, la cual publicaba su consabido boletín con regularidad. Allí pudo dar rienda suelta a su pluma escribiendo varios artículos, algunos cuentos y varios relatos de la vida marítima y aventurera. Con este impulso, tomó la firme decisión de ser escritor. Tras dejar la Escuela Politécnica, ingresa a la Universidad de California, en la cual aprobó en tres meses los programas de tres años. Pronto abandonó el sueño de adquirir educación universitaria y se dedica a ganarse el sustento con la escritura y con un trabajo en una lavandería. 

El 17 de abril de 1900 ocurren dos sucesos de notoria relevancia para la vida de London: publica una colección de relatos llamada The son of the wolf (El hijo del lobo), con la cual consigue gran éxito; y se casa con una amiga desde los tiempos del instituto llamada Bess Maddern,  una notable mujer que le enseña gramática y corrige sus textos. De esta unión matrimonial surgen dos hijas: Joan (1901) y Bessie London (1902). En el mismo año de nacimiento de su segunda progenitora, Jack viaja a Londres como corresponsal de la American Press Association. Allí se sumerge durante seis semanas en los barrios marginales londinenses para conseguir información de primera mano para una novela social de la cual siempre estuvo y se sintió orgulloso: Gente del abismo (1903). Durante este mismo periodo, dio inicio a una saga de aventuras y proezas de hombres dotados de una nobleza inquebrantable frente a las fuerzas de la naturaleza y de la condición humana expuesta a unos límites de sobrevivencia exigente. Entre éstas resaltan: Los de abajo (1903), El lobo de mar (1904), Colmillo blanco (1906), John Barleycorn (1913), una obra que habla sobre la crueldad y la lucha por la libertad, y El vagabundo de las estrellas (1915), un relato autobiográfico sobre su batalla personal contra el alcoholismo.

Los escritores que ejercieron más influencia sobre él fueron Karl Marx y Herbert Spencer. El primero influyó en algunos aspectos; el segundo, en su totalidad. Las lecturas del filósofo alemán Friedrich Nietzsche le llevaron a formular que el individuo debe alzarse frente a las masas y las adversidades. La contradicción y confrontación “individualidad-colectividad” está constantemente presente en la obra de London. Su escritura posee un vigor primitivo que conmueve y un lirismo acorde a lo que fue su vida aventurera y extraviada combinada con el esplendor de la naturaleza y admiración por lo genuino. 



Jack London, el lobo de mar:


“¿Qué estoy haciendo? En pocas palabras, 
trato de hacer lo que los chinos han hecho 
por siglos: Reconstruyo las cansadas colinas
que fueron labradas y destruidas por los 
pioneros labriegos californianos.”
(Fragmento extraído de una carta suya
antes de morir).



La muerte de Jack London está llena de controversia y polémica. Muchas fuentes antiguas lo describen como un suicidio, al igual que muchos de sus protagonistas en algunas de sus obras. Otras fuentes, sin embargo, desmienten esta versión aludiendo a que es sólo un rumor carente de veracidad. No hay certeza  sobre el tipo de muerte del escritor. Lo cierto es que muere el 22 de noviembre de 1916 en Glen Ellen, California, a la edad de 40 años.

London Publicó más de 50 libros, la mayoría de estos están traducidos a más de cuarenta lenguas distintas, los cuales le generaron grandes ingresos. Algunas de sus novelas fueron llevadas al cine, tal es el caso de La llamada de la selva, Lobo de mar, Colmillo blanco y Martín Edén. Se convirtió en un tipo metódico y, durante su vida adulta y de artista, escribía como mínimo seis horas al día, ya fuese en su escritorio o en medio de una tormenta en el mar. Fue un hombre de extremos y con una soledad sutil en el corazón tal como una isla que se nutre de la fuerza y potencia natural del mar. London fue un pescador de vivencias y aventuras, un buceador arriesgado sumergido en los fondos y recovecos del alma. Comprendió demasiado tarde que la fama y la riqueza no le iban a complacer, una condición innata y coherente a su espíritu de insaciable sed y ávida vivencia. Su vasta obra escrita en apenas veinte años, abarca más de cien esplendidos relatos cortos, media docena de novelas inolvidables, una legión de artículos en periódicos y notables ensayos políticos. Amó la libertad y la aventura, vivió en ellas y nunca renunció a su ideario de constante búsqueda del ser y relación asidua con la naturaleza.




BIBLIOGRAFIA:

- Cabezas Coca, Francisco. “Apéndice”. La quimera del oro. Madrid, Ed. Anaya, 1988.
- London, Charmian. The book of Jack London. 2 vols. New York, 1921.
- Ars Médica. Revista de Humanidades 2008; 2: 241-247













Poemas ( Buen díA)

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                                                        Poema 1

Cuidar, acompañar,
abrigar en la agonía
de aquellas noches frías
de espectros económicos.
Dientes al asecho,
observar, dialogar,
ayudar.
Dibujo con las
manos en llanto
las matrices
de estos grabados
del ser querido







Poema 2


Transcurre el tiempo,
se ve el dolor en sus ojos
en su tiempo lento
lleno de calmantes
ningún examen medico
mucho silencio
líneas lastimeras de gritos
él dice 
ella ya cumplió su ciclo
sistema y medico
máquina o cuerpo de desecho
objeto económico
                                                  fabrica del miedo.                                        
*Poema extraído de la obra aGRABADO

Poemas (Isofracta)

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El Estallido fue por los hallazgos Múltiples



Por despertar y tener como primera impresión del día
El magnánimo y peculiar abrazo de  planeadores con plumífero ropaje,
Por  topar en el ascenso con serenos seres y saludadores árboles,
Por la vastedad de Caña Plátanos Naranjas y  Hormigas,
Por ese horizonte que azora los ojos cual si fuese
 Kalós  eídos  Scopeó
Que el sol ofrenda,
Por el irse Descalzo  Despacio  un poco Sintiendo                            
La arenosa Tierra, la tersa Hierba
Hasta desdibujar los citadinos Decires
Que la tierra ensucia -Que la hierba pica,
Por la sazón de Madre y el Fogón de leña,
Por la tortura de exponerse a los ávidos mosquitos,                    
Por el imparable ir de las Nubes,
Por el Yarumo  de formidables Hojas,
Por el cadencioso deslizar del Viento,
Por la innombrable Ausencia de Sordidez urbana,
Por los Misterios detrás de todo lo visto,
Por las siempre Parciales Fragmentarias Palabras,
Por el Escurridizo día y el cotidiano “Regreso”,
Por la Depuración  Liviandad   y Sosiego,
Por lo que Concede Majestuosidad y Silencio,
Por lo que es Pura Explosión de Vida Contemplada por Nadie.





De los Amantes: Vida

Un despejado cielo,
Cuerpos movidos
Por acción del viento,
En la hierba entrona-dos,       
Oscilan en caricias de
Solo
            Pura
                       Mirada



Misiva  Inaudible

De ti no tengo sino
Certezas

Dispersas.




Fragante Anturio




Sueño Medusas,
Un pétalo,
Unos dedos que te recorren
Mapa,
Un gesto
La caricia
El alma,
Cuál constelación eres
Cuál estrella soy
Quién nos antecede
En el amor.
El instante
Es otro,
La mirada augura
Que te asomes,
Para servirnos
De la piel
Puente,
Y todo afuera
Lejano
Sublunar
Frío
Quede afuera,
Un abur de Greiff
Una Noche,
Hoy
Te palpo
Medusa.


PALPITACIÓN Y RELOJ (Urraca)

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Caminas inmerso por los bordes de lo inmenso,
colgando palabras y respiros
en el llavero del silencio.
La vida no pasa tal como la percibes;
todos los días la rasgas del libro del pasado,
de la hoja arrugada por la insatisfacción
de lo no llegado.

Pasan y pesan los días y los años,
la escarcha del pensamiento que nos
cubre con su helado paño.
Pasan y pesan los párpados y dudas en la noche,
la vida en las mañanas y la coqueta muerte
que se abraza prendido a tu pecho
cual dorado broche.

Aquella gente y recuerdos del ayer
hoy son extraños…
solo con desidia
te bamboleas al recordarlos.
Es el miedo, la locura y la aventura
de lo que aún no has llegado a ser;
lo que realmente te mantiene vivo.




TODO LO QUE SEA ETÉREO (Urraca)

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Mi premisa es convertir el tedio en melodía…
Capturar con aire y rima aquel verso desnudo.
Beberme la vida en la estela del mediodía…
hallar en la duda la idea que desenrede el nudo.

Guardarme en la ropa las lluvias finas,
descalzarme si el arroyo alcanza mis pies.
Despojar mi vivir de protocolos y rutinas,
días y dolores helados sopesarlos con café.

Completa locura lo que se devela al recordar:
Lo que fue hermoso, será horrible después.
¡Con justa razón locos huyen de la ciudad!

Premisa es sumergirse en la hondura del vivir.
Locura es quedarse aquí, y saber que es algo ruin.
Morir es pensar porque olvidamos este devenir.

TECNOLOGÍA E INMORTALIDAD (Pablo Ramos)

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 Introducción



Las sociedades se fundamentan en la transitoriedad de sus diversos ámbitos, principios e ideales, los cuales son determinados por leves o bruscos movimientos en algunos de los factores constitutivos que le definen y dan forma. Estos movimientos van ligados al trasegar de la sociedad en relación con el mundo, en la manera como el hombre interviene en la naturaleza empleando y transformando la materia que ésta le ofrece para la creación de artilugios y objetos técnicos que le permiten superar la vulnerabilidad ante el entorno natural que le rodea.
La inserción de estos cambios  que produce la intervención y el desarrollo de objetos técnicos modifica constantemente la relación hombre-sociedad en todos sus aspectos: económicos, políticos, culturales, religiosos, científicos y sociales.
La naturaleza de esos cambios en los ámbitos o esferas ya mencionados puede darse de manera progresiva. Esto quiere decir que la primera estructura  adapta los nuevos elementos que surgen en el proceso de desarrollo del objeto técnico. También puede ocurrir lo contrario, esto puede modificar completamente la primera estructura porque es incapaz de adaptarse a los cambios. Con ello, posibilita el surgimiento de nuevos lenguajes y ámbitos que configuran estructuras enmarcadas dentro de una lógica propia respaldada por instituciones académicas, científicas y gubernamentales.
 Colocar el objeto técnico como eje dinamizador y primordial de la existencia humana al transformarla históricamente permite reconocer las potenciales capacidades creativas del hombre en la creación de objetos a partir de su trabajo sobre la materia, con el cual le da una forma y una función determinada para suplir necesidades vitales. En este sentido, el hombre se apoya en sus objetos técnicos para permanecer en el tiempo y en el espacio por medio de sus memorias externas (hipomnesis) que las posteriores generaciones reciben y asimilan potencializando sus propiedades a dimensiones desconocidas; buscando como fin máximo prolongarse. No está por demás citar las palabras del filósofo francés Bernard Stiegler para comprender mejor el concepto de “memoria externa”: 
 Exteriorizamos en equipos mnemotecnológicos contemporáneos cada vez más funciones cognitivas, y, correlativamente, perdemos más y más conocimiento que es entonces delegado no sólo a los equipos, sino también a las industrias de servicios que lo pueden poner en red, controlarlo, formalizarlo, modelarlo, y, tal vez, destruirlo, en el caso de ese conocimiento que escapa de nuestro alcance, inducir una “obsolescencia de lo humano”, que se siente más y más en pérdida e interiormente vacío. (Stiegler, 2001)


Tsunami de objetos técnicos y tecnológicos

“El aleteo de una mariposa puede producir un tsunami al otro lado del mundo”. Este proverbio oriental define claramente lo potencial y azaroso que puede ser un mínimo cambio en el entorno social. Podríamos considerar analógicamente el aleteo de la mariposa con el momento en que la mano toma la piedra y empieza a darle forma de herramienta. De esta manera, genera una ola que aún hoy, y muy seguramente mañana, continúa: un tsunami de objetos técnicos y tecnológicos se desbordan configurando nuestro modo de existencia, nuestra manera de ver el mundo y relacionarnos.
La producción constante de objetos técnicos y tecnológicos cambian las condiciones de existencia. Suple algunas, crea otras. El hombre se ve envuelto en un círculo vicioso; cada objeto creado propicia o necesita el desarrollo de otro para existir. El proceso no se detiene y no se detendrá: una cosa es sustituida por otra. El caballo es reemplazado por el automóvil como vehículo de transporte. Se generan autopistas, industrias del petróleo, aparcamientos, talleres de mecánica; lo automotriz se desborda y solicita lenguajes e instituciones que lo definan y lo normalicen. Apela el conocimiento de nuevas ciencias que posibiliten su estudio y consecuente desarrollo.  Atrapa a la sociedad en un envolvente dinamismo de producción: todo se hace más rápido: El motor Ford acorta las distancias con lo cual el tiempo invertido en el desplazamiento de un punto a otro es mínimo. En cuestión de años la cultura del automóvil se establece en la sociedad y su permanencia en ésta se encuentra en transición.
Decíamos que en el arduo tránsito de las herraduras al neumático- pasando por el riel- la sociedad ha creado las condiciones necesarias para la aparición del auto ¿Pero, se encontraba está preparada culturalmente para el cambio que propiciaría la tecnología automovilística en su diario acontecer? Sólo la aparición del auto en las calles permitiría comprender sus incidencias en lo cultural. Pero no cabe duda de que la capacidad de percepción y la experiencia del viajero cambiaron de forma drástica en el tránsito entre hombre-caballo-campo, a hombre-auto-ciudad subsumiendo al viajero en un sinfín de simulacros que aún hoy trata de asimilar. En palabras de Baudrillard: “El simulacro no es lo que oculta la verdad. Es la verdad la que oculta que no hay verdad. El simulacro es verdadero” (Baudrillard, 1978)

Desde otros contextos, el interés cinematográfico en la época en que el automóvil se encontraba en auge nos permite observar esa transformación cultural: de los films westerns como The great train robbery (1903), Stagecoach (1939) se pasó a películas como Rebel Without a Cause (1955), The Car (1977), en las cuales el automóvil o la motocicleta empieza a ser el protagonista de la producción cinematografía. Se revalida con ello los valores de lujo, poder y rebeldía desatados por la velocidad y la gasolina que estaban de moda.
Es notorio, sin embargo, que en ese tránsito de las espuelas al neumático algunos sectores de la sociedad se resistieron a la introducción del auto como vehículo de transporte. Este hecho es comprensible en la medida en que por mucho tiempo el caballo dinamizó el desarrollo de la sociedad y alrededor de éste se forjaron costumbres y tradiciones difíciles de abandonar por la comunidad. Todo cambio entraña un universo desconocido que produce una especie de pánico en la sociedad intervenida. Por ello, es normal que haya miedo y resistencia ante lo nuevo. Se da, entonces,  una confrontación entre lo mutable y estable. Y esta confrontación se traslada a los individuos agrupados en generaciones: un choque generacional alrededor de una cuestión cultural.
Son precisamente las generaciones más jóvenes a quienes lo innovador le habla al oído seduciéndolos con lo versátil de las funciones y aplicaciones.  Son estas generaciones quienes se apropian de lo nuevo y lo introducen poco a poco en la sociedad porque se encuentran desprendidos de las tradiciones y dispuestos a transformar lo estable. Las generaciones mayores, ante este hecho, muestran su resistencia al cambio como un factor apocalíptico que socaba los valores familiares y sociales.
Si damos un paso más, encontramos que la verdadera  inquietud de las generaciones mayores no es más que una especie de nostalgia por el tiempo pasado. De allí viene quizá la frase  “todo tiempo pasado siempre fue mejor”. En ese tiempo lejano hay una añoranza por lo perdido, por un mundo que ya no es como lo conocieron. Para ellos,  parafraseando la publicidad de una compañía aérea, “El mundo ya no se mueve como antes”.
No sobra decir que hoy, cuando la tecnología de la información domina todos los ámbitos sociales, el mundo no es el mismo, no se mueve de igual manera. El desarrollo de las tecnologías ha acelerado el tiempo de transición entre un objeto técnico y su consecuente reemplazo por otro: lo que ayer tardaba un siglo, hoy tarda menos de una década en actualizarse. Todo se acelera y el cambio es constante, no se detiene. Nos quedamos estupefactos y a veces entusiasmados  en espacios simulados que prolongan la existencia más allá de lo real. (¿Qué es lo real?)


El ciberespacio y la vida prolongada

La esfera informática y de las comunicaciones invita a entrar en relación con el mundo de otra manera, trascendiendo lo real desde otro espacio: el ciberespacio. El espacio habitable soportado por redes, softwares, algoritmos agrupados alrededor de ciencias y objetos técnicos que lo respaldan crea un movimiento cultural desbordante: la Cibercultura. (Levy, 2007)
Esta cultura, que encuentra en los más jóvenes a sus asiduos consumidores, se establece de forma rápida en la sociedad al encontrar una mínima resistencia en algunos sectores y al ofrecer un mosaico de funciones con aplicabilidad a diferentes ámbitos de la vida. Entre esas funciones cabe destacar la virtualidad de la identidad, una manera de escapar a los límites de lo real. Un simulacro por medio del cual el individuo entra en juego con su identidad.
El ciberespacio o la virtualidad invita al individuo a perder su identidad anónima en lo que llamamos real, lo invita a ser otros, a figurar asumiendo roles que en lo plano de la realidad no puede o le cuesta asumir. En el ciberespacio el individuo simula vivir otros mundos y en estos descubre posibilidades sensoriales. Lo simulado se asemeja a lo real, crea el simulacro de la realidad dentro del espacio virtual. Pero éste es un simulacro de lo real en el cual no existen ni aplican ciertos límites de la realidad, sino que, , por el contrario, se amplifican . De ahí que se intenten producir ciertas sensaciones de placer ode vértigo en el cibernauta. La virtualidad viene hacer la matrix:, , un programa por medio del cual el individuo recrea su realidad para decidir cuándo entrar o salir de ella.
Pero adviértase que aún distamos -no por mucho tiempo- de las realidades simuladas (interfaz-ordenador-cerebro) en las que cuerpo y mente estarán completamente integradas en la virtualidad para experimentar un sinfín de sensaciones.  Por ahora, ordenadores y móviles nos acercan a esa futura simulación. 
 La presente sociedad es absorbida por la virtualidad y lo real se convierte en un lugar de tránsito. En lo virtual se da el dialogo con los otros. Allí mediatizamos nuestra existencia, nos hacemos imagen virtual permaneciendo de otro modo. ¿Quizás de un modo más placentero que lo real?
 En líneas anteriores se ha dicho que el objeto técnico como memoria externa (hipomnesis) es la intensión del ser humano de permanecer en el tiempo y en el espacio de forma no física y que la cibercultura viene a ser una aproximación simulada de este permanecer. De ahí que se pueda decir que el ciberespacio y el objeto técnico guardan una íntima relación. En este sentido, la tecnología informática y el ciberespacio expresan el deseo del hombre de ser inmortal por medio de un simulacro. La relación ciberespacio-hombre será, por tanto, determinante en el transitar de éste hacia la inmortalidad. El cómo y el por qué serán cuestiones que deben motivar nuestras reflexiones.


Bibliografía

Baudrillar, J. (1978). Cultura y simulacro. Barcelona: Editorial Kairos.
Levy, P. (2007). Cibercultura. Informe al concejo de Europa. Barcelona: Anthropos.
Stiegler, B. (2001). Anamnesis e hipomnesis. Bochumer Kolloquium Medienwissenshaft, (págs. 3,4). Bochum.


 

SUEÑO EN LOS HOSPITALES: LA VOZ NO ESTÁ (Mb-6v!)

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Dibujo por: Catalina Restrepo
Estaba seguro de que me entendía, pues eso demostraba al asentir o sacudir su cabeza a mis preguntas. Derramaba la impotencia en gotas tan finas que no se desintegraban al rastro de las arrugas cuando la respuesta reclamaba otra cosa además de un sí o un no. Su dimensión de la expresión era cortísima, si la había.
Su ingreso al hospital fue trágico, primero porque la distancia que se cortó a cuatro patas, estaba empedrada, húmeda y lastimada. Luego la admisión requería de un motivo bien convincente para ser atendido de urgencia y éste no parecía expresarse. Su manifestación fue agitarse, señalarse la ausencia y esperar una interpretación brillante a su charada en ojo clínico.
No había tal producción de su queja. Quería gritarlo, pero puñetiaba las burbujas del diálogo, algo se contenía como un desespero: una represa de palabras que prometía al desagüe un escándalo eterno.
Su edad suponía ya algunos pesares que no negaban atención. Tanto fue que numerosas personas se amontonaron para acertar una comprensión decente. El pasillo estorbaba, para algunos la situación fue un reto y para otros la burla. ¿Por qué sencillamente no escribir si acaso hay algo? tampoco hubo voz en su mano. Mucho qué decir. 
Más tarde, en la noche adulta, una mujer de agradable aspecto entra pantano a la sala de espera y quita lo aburrido de ese blanco y frio congelar. Manifiesta haber recibido queja de quien es su hombre y se apuraba reclamarlo porque no llegaba a casa. 
Aquí es cuando yo llego, celebro su heroica manifestación y le acompaño al cuarto donde está él. Le explico el disparate de nuestra ignorancia y califica tal como inepto, acierto. Reprocha el acto médico. 
Su perspectiva es clara, ella es el lenguaje de un hombre que la mira y cuya ausencia duele y hace retorcer el entresijo. Él vomita y hay descanso, pero ni una palabra en los despojos. 
Luego, las palabras de ella, provocan una sonrisa en su hombre y miran ambos de reojo nuestra sorpresa. Lo sabe todo en un instante y golpea nuestra parsimonia. Bastó conocer su interpretación para confirmar el diagnóstico y referirlos, al instante, a un hospital más complejo. 
Nunca faltó la voz. Ella solo leyó su mirada como quien conoce por completo toda parte del amor o la rutina.
Diagnóstico: Afasia.

CONFORTABLE PERTURBACIÓN (Johnny C.)

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Despertó y sintió por primera vez en mucho tiempo que había logrado conciliar el sueño. El cansancio y la fatiga acumulados en su cuerpo y alma, junto a las noches de insomnio y amargura se habían disipado como nubes que cabalgan su tormenta a otras tierras. Ahora, sumido en la obnubilación del sueño siempre presente después del despertar, descarga su cuerpo contra el marco de la puerta que da acceso a la cocina; taza de café entre los dedos, y trata de reconstruir de manera errática, con imágenes extraídas al azar, el posible sueño que escapó al abandonar la almohada. 
Se siente confundido, aún permanece bajo la pesada influencia del amanecer, y no está muy seguro de que todas esas figuras, representaciones y recuerdos que se pasean en su cabeza como un carrusel de feria, pertenezcan a lo soñado, sean un producto burlesco de su imaginación o verdaderamente, hagan parte de su deteriorada y retorcida realidad. 
Llena de nuevo su taza con café caliente y regresa a su habitación, al buscar el paquete de cigarrillos sobre el nochero siente que no fuma desde la tarde del día inmediatamente anterior. Las imágenes siguen rondando en su cabeza, una y otra vez se repiten, cayendo sobre el tablero de los recuerdos como piezas de un rompecabezas, que pronto empieza a tomar la forma universal, la definitiva; aquella que se dejará ver como un todo. Sonríe para sí mismo, porque está solo, sabe que eso buscado y revuelto como el contenido negro del pocillo, es el producto de esa sonrisa. 
Enciende su computadora, más por un impulso mecánico que por otra cosa, absorto, mira a través de la ventana de su habitación las fachadas muertas de las casas vecinas y la mañana gris que se levanta sobre éstas. ¿Todas esas imágenes que pretenden ser recuerdos constituyen un sueño o hacen parte de la realidad? Ahora, esa pregunta pende en los pasadizos de su cerebro como un enorme aviso de neón que titila en la oscuridad de una carretera olvidada.
Una noche lluviosa; las luces de la ciudad y los carros reflejadas en el pavimento; ráfagas de viento que golpean las copas de los árboles mientras una mujer camina agarrada de su brazo, las luces del alumbrado público por momentos descubren la belleza pálida de su rostro, el brillo de su mirada, la curvatura de sus labios que forman sonrisas o representan dudas; un parque solitario, salpicado apenas por desprevenidos transeúntes, obligados a encontrar refugio de la humedad bajo los aleros de techos cercanos. Ella y él, sorprendidos o no, aceptaron con gusto el tupido velo de agua que envolvía los caminos y los prados cercanos. 
Podía sentir perfectamente el olor dulce de la mujer, buscaba encontrar el color miel de su mirada bajo una tenue luz que finamente acariciaba sus formas retenidas contra un muro; los relámpagos se estiraban sobre el cielo oscuro, al igual que sus tímidos dedos sobre la piel descubierta de la mano de ella, creando el mínimo roce necesario para la caricia; el convenio en ese momento desconocido, sin forma, tal vez despreciado o no aceptado horas atrás como una posibilidad; quizás, entendido como un error sin aparentes daños colaterales. La lluvia seguía cayendo impasible, mojando la punta de los zapatos de ellos, impulsando los cuerpos aún más contra el muro, presionándolos sobre sí mismos; dando forma a la caja hermética, a la burbuja inapelable de gestos, palabras, pequeñas sonrisas, miradas, miedos, angustias y confortable perturbación de un universo creado a partir de la nada que envuelve sus cuerpos en un anhelo para ambos desconocido, en deseo secretamente guardado por incontables noches de estrepitosa calma, en un sentir casi olvidado y redescubierto sin aparente búsqueda; se derrama la luz en un estallido fortuito, como un cálido amanecer después de una perpetua y apabullante  jornada de oscuridad.
La noche y la mujer se fundieron en los vapores de las horas de sueño pesado, la mañana gris se aplasta contra el vidrío de la ventana que ha dejado de mirar para revisar en el computador, la siempre presente soledad y vacío en el buzón de mensajes recibidos. Puede sentir la vívida nitidez del aparente sueño en su cuerpo; incluso percibir un aroma extraño a su cuerpo, recrear casi perfectamente en su cabeza las caricias, palabras, sonrisas, miradas y un beso bajo la lluvia; pero no se atreve a pensar y dar por sentado, que tales recuerdos conformen concretamente la demacrada y exangüe realidad que ahora lo rodea.

Contraportada 38 (Frans Masereel)

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“La ciudad“, de Frans Masereel,  publicada en 1925