DESTITUCIÓN DE PETRO (Andrés Pérez)

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La destitución del alcalde Gustavo Petro no sorprende en nada, sabiendo quien dicta la sentencia y los intereses de clase que representa. De hecho, se les puede reprochar la demora en tomar serias decisiones ante un personaje tan insoportable para ellos.
Desde que el señor Petro fue elegido democráticamente, palabra de la cual se ufanan demasiado los que hoy le ponen zancadilla al mandatario, su elección se convirtió en un dolor de cabeza para la rancia oligarquía bogotana, que no toleraba las políticas sociales de un ex-guerrillero y no concebía la prohibición de las corridas de toros y el despilfarro de sus impuestos en la inversión social de los menos favorecidos. Debían actuar rápidamente, demostrarle al resto de Colombia y del mundo, que la capital no sería gobernada por un ex-secuestrador incompetente.
Apenas dio inicio a su período de alcalde, la élite bogotana movilizó sus hilos y desplegó el armamento destructor del cuarto poder: la prensa, con el fin de hacerle dicho período muy tortuoso. Los ataques no se hicieron esperar, noticia tras noticia le buscaban una pata al cojo, se le criticaba cualquier cosa dicha o hecha, se realizaban manipulados sondeos de opinión, a la vez que se comparaba la deficiente administración de la Capital, con las admirables administraciones de otras ciudades, por ejemplo Medellín, donde al parecer no sucedía nada malo, cero tasa de homicidios, robos, secuestros y desempleo, el lugar ideal para vivir, en contraposición a una Bogotá hecha infierno. Cualquier calamidad que ocurriese en esta ciudad se le achacaba directamente la responsabilidad al mandatario. Mientras tanto, la causa de las matanzas en la capital del departamento de Antioquia debía buscarse en cualquier parte menos en la silla del alcalde. Había garrote y palo para aquel, y aplausos y cepillo para éste.
Dicho ataque directo, pero camuflado bajo la falsedad de libertad de prensa, obedece al fenómeno denominado anti-izquierda que se despliega en los diferentes estamentos sociales de la nación. El objetivo primordial de dicho fenómeno es que todo lo procedente de izquierda debe ser aplastado, saboteado. Y lamentablemente, Petro arrastraba su pasado de ex-combatiente y sus detractores sabían cómo utilizarlo ante la opinión pública. Sin embargo, no les bastaba con criticarlo y rematarlo en cada momento con el mote de guerrillero del M19. Necesitaban quitárselo de encima, desbaratar sus ofensivas políticas sociales, y para tal fin tenían al hombre adecuado con el poder indicado para destituirlo e inhabilitarlo por 15 años en la política y no volverlo a ver flotando en la nata.
Tal hombre era el procurador de la nación. Hombre nefasto, pedante y retrógrado que quisiera mantener a Colombia en un estado de inquisición y persecución contra los supuestos inmorales. Por culpa de este señor el aborto no tiene aprobación, el matrimonio gay no aplica y el proceso de paz se puede desbaratar en sus santas cochinas manos. Y él, siendo muy Conservador ultra-Uribista,  sabe lo detestable que resulta un mamerto en el poder.
Los oligarcas ya tenían el caldo de opinión pública cocinado y al hombre con las capacidades de pasar por encima la elección popular y derogar el mandato de dicho estorbo. No obstante, faltaba el pretexto, el hecho que permitiera a posteriori, una legal inhabilidad del alcalde de Bogotá.
No tardaron en encontrar el pretexto y con la ayuda de los medios, formar una inmensa bola de nieve que terminaría por permitir y legalizar la déspota decisión del procurador de la nación, quien sabiendo del cliente que se trataba no vaciló en dar el fallo y la prensa en acolitarlo, mientras la hipócrita clase política se hacía la de la vista gorda y aplaudía por debajo de la mesa.
A Gustavo Petro no lo destituyeron por el cacareado manejo de las basuras, esa es la cortina de humo. Si fuese así muchos alcaldes de este país serían destituidos, incluso por hechos más graves. Lo que queda en evidencia son los intereses de clase, intereses particulares que se veían desfavorecidos por las políticas sociales de un alcalde de corte progresista, que quiso hacer de la Capital algo que trascendiera las barreras sociales del norte y del sur.

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