¿TANTO TIEMPO PARA QUÉ? (Johnny C.)

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Cuando llegamos a este lugar, el cielo pintaba un naranja hermoso. Minutos antes, las nubes arremolinadas se tiñeron de un rosa pálido; ahora, todo pinta más oscuro y lúgubre. El césped crecido brilla como un árbol de navidad debido a las luciérnagas que emiten su pequeña luz de vez en vez, ajenas a la situación, a mi escrutinio negligente, a los golpes y palabras desgastadas. Estoy sentado sobre una caja herrumbrosa de metal, contra un muro lamoso; un pequeño pedazo de una historia vieja, desconocida y arrasada. Enciendo un cigarrillo y levanto el rostro hacia el cielo con los ojos cerrados, dejo que el aire frío me corte el rostro. Así, con el cráneo apoyado contra el muro, abro los ojos y lentamente, puedo descubrir la cima de una montaña a la que recorre la luz plateada de una luna que pronto asomará.
—No hay caso. Este imbécil no quiere hablar. —Resopla Tapper, girando su cuello para ubicar mi posición exacta. Toma algo de aire y de nuevo, empieza a patear en la zona de las costillas el cuerpo derribado a pocos centímetros de sus zapatos. Aspiro tranquilamente el cigarrillo y dejo salir el humo lo más lentamente posible, tratando, sin resultado, de sentir su ceniciento agarre de mis pulmones y garganta.
—Hablá idiota, HABLÁ. Maldita sea.
— ¡Ya! Tapper —detengo su ímpetu—, vas a terminar matándolo con tanto golpe, dejá que tome aire, que se recomponga un poco. No seas pendejo, sabes perfectamente que muerto no nos sirve.
—Acaso no te das cuenta que está tratando de tomarnos el pelo, de ganar tiempo. Yo creo que lo mejor es matarlo ya y dejarlo que se pudra aquí, total, allá en el auto hay alguien más, que puede tener información—. Eso se lo dice a la víctima de su golpiza y no a mí, queriendo de alguna manera romper el aplomo del hombre con esa táctica tan baja; pero desafortunadamente efectiva.
— A… ella… no… la… toques… bastardo hijodeputa.
—Tiempo para qué o quién, Tapper —Digo—, éste me mira y escupe sobre el hombre tirado en el suelo. —Él no tiene a nadie, no existe nadie que le pueda ayudar… A excepción de nosotros.
Me levanto y me acerco al hombre, le ofrezco un cigarrillo. Me mira desde el suelo con odio y resignación, murmura un insulto pegajoso por la sangre y la cotidianidad escupiendo mis zapatos. Tapper emprende con las patadas de nuevo, sobre un cuerpo que ya no se queja, que se cansó de insultar, que nunca tuvo necesidad, ni ganas de rogar por su vida. El tiempo que necesitaba, si es que lo necesitaba, tal vez ya lo logró. Empiezo a percibir que Tapper de verdad está a punto de perder la paciencia, la mucha que ha tenido con ese sujeto y conmigo. Ya no lo golpea, le apunta directamente al rostro con su escopeta. Me adelanto sobre la posición de mi compañero obligándolo a desviar el arma.
—Es sencillo. —Le digo al hombre—. Vos hablás y me decís dónde está. Luego, no hay problema. De cualquier manera, con tu ayuda o sin ella  vamos a encontrar lo que queremos. No lo mires como una ayuda para nosotros. Ayúdame a ayudarte. No te hagas matar por esa estupidez. La verdad no veo necesidad de matarte. Creo que es un acuerdo justo, todos salimos ganadores. Decime, ¿en qué clase de circunstancias puede haber más de un ganador?
La poca luz que nos llega, proviene de los faros del auto estacionado unos cuantos metros atrás de donde estamos. Es amarillenta y cansina, no puedo distinguir con mucha claridad el rostro del hombre, que se ha puesto trabajosamente de pie. Respira ajetreadamente, su cráneo sangra al igual que sus labios y pómulos; tiene la camisa sucia de tierra y saliva ensangrentada. Me mira directo a los ojos.
—No soy estúpido Hans, —dice— de una u otra manera vas a matarme, queras o no. Tenés que hacerlo. Pero no por eso el juego está perdido. De alguna manera, esa olla podrida en la que estás metido terminará estallando. Muerto o no, me voy a sentir muy bien.
—En esta clase de asuntos, nunca sabes dónde estás verdaderamente. Lo digo, porque jamás imaginé que vos y yo tuviéramos que estar de la manera en la que estamos. Y vuelvo y te lo repito, no es necesario. Sólo tenés que decirme dónde está el maletín, mi compañero y yo iremos por él y así podemos empezar a olvidarnos de todo esto.
—Y dale con lo mismo. Ya te lo dije. Lo que buscas con tanto empeño, no lo tengo, me aseguré de dejarlo en manos correctas antes de que me atraparas; lejos de las garras de ti y la gente para la que trabajas. Mientras exista un atisbo de esperanza, todo es posible—. Sonríe como pocas veces pude verlo desde que lo conozco, está absolutamente seguro y convencido de sus palabras. Y por eso mismo, sé que ha tomado una decisión y se aferrará a ella hasta el final.
—La esperanza es el autoengaño más lastimero que uno se puede hacer. Es  como una telaraña en la cual sólo caen insectos incautos. Lo único más estúpido que la esperanza es la fe, y creo que estás teniendo demasiada al darle tanta importancia a lo que hay en ese maletín.
—Cuando te conocí, no eras más que un mocoso inseguro, estúpido y arrogante, que no sabía si quería o podría llegar a ser un buen policía. No eras más que un pedazo de mierda sin ambición que buscaba algo con que jugar, porque nada te hacía gracia o te daba la satisfacción necesaria. De igual te lo reconozco, tu sagacidad, te permitió jugar y ganar grandes manos, estar a la altura; y metido en las sombras conseguiste eso que mucho o poco deseabas. En algo sí tienes razón. Mátame, y así podemos empezar a olvidarnos de esto.
—Estoy completamente seguro que no hay alguien más, que no tienes apoyo o ayuda alguna, y si la hay, es esa niña que tal vez continúe dentro del automóvil. ¿Vas a dejarla sola en este lío? Deberías pensarlo mejor, quizá tenga que matarte; pero a ella no. Si insistes en no colaborar todo será en vano, igual a la vida de ella.
—Ella sólo sabe que tal vez deba morir esta noche o en las próximas semanas. —Sonríe de nuevo—. No hay mucha diferencia.
—Nunca debes confiar en otra persona, y menos, si amas a esa persona.
—Vete a la mierda—. Siento como un salivazo cálido y pegachento se desliza por mi rostro. Tapper, golpea al hombre con la culata de la escopeta justo en el estómago, haciéndolo caer de nuevo.
—Hablá, o si no te mato.
— ¡Tapper! Si le disparás desde esta distancia, vamos a terminar con el abrigo repleto de sesos.
Se hace una especie de silencio absoluto, sólo lo rompe el canto inmutable de los insectos y el golpe de las corrientes de aire contra las ramas de los árboles cercanos. El tipo permanece en el suelo, sin muestras de dolor o arrepentimiento; quejas o insultos. Mantiene su silencio. Cada tanto escupe sangre y luego se limpia los labios con las mangas rojizas de una camisa que antes era blanca.
—Espérame aquí, —me dice Tapper—. En el auto tengo algunas herramientas, de seguro este idiota empezará a cantar cuando le saque los dientes.
—No. Quédate vos aquí… Yo las traigo—. Me limpio el rostro con la manga del abrigo. Doy media vuelta, enciendo un cigarrillo y me dirijo al auto, que hace algo más de media hora, ronronea en la oscuridad como un gato agradecido con su dueño por las caricias en el lomo. Me acerco a la puerta de atrás y apoyo los codos sobre la carrocería. Aún continúa ahí, sentada en medio del tapizado, me sorprende que no haya intentado huir. La muchacha, tirita de miedo o frío; a pesar de las circunstancias su rostro permanece incauto y estéril.
—¿Estás bien?  —Le pregunto—. Silencio. No responde; pero me mira directo a los ojos.
—¿Sabes por qué estamos aquí? —De nuevo no hay respuesta—. Sencillo amiguita. Tu padre. ¿Es él tu padre? —Silencio—. Tiro el cigarrillo fumado a medias y enciendo otro. Le ofrezco uno a ella.
—¿Quince. Dieciséis tal vez? ¿Cuántos años tenés? —Silencio—. Devuelvo el paquete de cigarrillos al bolsillo de mi abrigo.
—Si hablás, no pasa nada. Mejor dicho, decime dónde está lo que buscamos y así terminamos con todo esto, salvás tu vida y por ahí la de tu padre—. Silencio. No muestra rastros de estremecimiento por mis palabras, mira por el parabrisas delantero, quizá tratando de arrebatarle las figuras de los cuerpos a la espesura de la noche.
—¿Cómo te llamás?.. ¿No?.. No hay palabras. Bueno. No hay problema, me gustan los enigmas. Ya sabes, tratar de acertar a lo correcto, y el juego que más me gusta es adivinar el nombre de las mujeres, por medio de su personalidad o forma de hablar, ser, mirar, caminar, carácter, sentarse o hacer silencio. Siempre hay una sorpresa detrás de cada nombre. Es como si eso fuera el primer velo por apartar para llegar a ellas. —Me mira con asco y una especie de indignación—. No me malinterprete, me sentía un poco aburrido allá. No me gusta la violencia y quería conversar con alguien. ¿Entonces?, ¿puedo intentarlo? —No hay respuesta, gira su rostro y pliega unos labios resecos, que remoja mordiéndolos suave y casi imperceptiblemente.
—Te llamás Sofía. Tal vez Diana... y si no, Nancy; pero no estoy seguro. —Silencio—. Apuesto a que tu voz es tan linda y suave como tu rostro. Mirá Sofía, decime dónde está el maletín y te prometo. No, te aseguro que nada te pasará. Tu padre es bastante obstinado, no ha cambiado nada, sigue siendo su mayor defecto y su peor virtud—. Aspiro del cigarrillo, ella continúa inexpugnable, sin moverse un solo centímetro, respira sosegadamente; por momentos muy cortos me mira y luego baja la mirada nuevamente  a sus manos asentadas sobre el regazo. —Déjame contarte un secreto. La paciencia del tipo que está con tu padre, ha dejado de existir, pronto lo matará. Luego… Bueno… Tendrás que conversar con él, y te aseguro una cosa. Él no es muy buena compañía, Sofía.
—Yo no me llamo así. —Dice—. Clava más su mentón sobre su pecho, como si de alguna manera se sintiera arrepentida de haber quebrado su silencio.
— ¡Ah! ¿Ves? Puedes hablar. No es tan difícil verdad. Como te venía diciendo. Estoy seguro que sabes perfectamente por qué estamos aquí. Ahora, si tuvieras la amabilidad contigo misma de darme la respuesta que busco, todo será más fácil y absolutamente nada pasará.
—Cómo creerle a una persona como usted... Un asesino.
—No Sofía, en cuanto a eso…
—Yo no me llamo así, ni de ninguna de las otras maneras—. Enciendo un cigarrillo y me quito el abrigo arrojándolo al asiento del piloto.
—Mirá, no estoy armado —le digo—, aunque no me creás, nunca he matado a alguien… No me gustan ese tipo de cosas, de esos trabajos se encarga mi compañero; es lo bastante bruto para eso —niego con la cabeza—, tiene métodos horribles y una resistencia al vómito increíble.
Levanta la mirada de nuevo y con los puños apretados sobre sus rodillas me dice:
—Yo no sé nada—. Abre las manos y se seca el sudor de las palmas sobre la falda, tratando inútilmente de cubrir sus pálidas rodillas.
— ¿Tenés frío? Dale, pónete mi abrigo—. Unas lágrimas que ella no deja correr le asoman por la ventana de los ojos.
—Es sencillo. De nuevo. Es mejor que me digas dónde está el dichoso maletín, porque si mi compañero regresa. No habrá alternativa y significará tu turno.
—No sé de lo que habla y tampoco me importa. —Responde en tono frío y enormemente tranquilo—. Si lo matan a él, se jodieron, porque yo no sé nada.
—¿Estás segura de eso?
—Si lo matan a él, no hay nada que hacer, y lo mejor para mí, también sería morir ya que no tendría ningún sentido continuar.
—Ya veo, entonces por eso ni siquiera intentaste huir—. Esta vez me mira con calma, dejando que las lágrimas le broten de unos encharcados ojos. Las manos abandonadas a ambos lados del cuerpo.  Desvía la mirada hacia el otro lado del auto. Suspira. Yo le doy la espalda y cierro los ojos por un instante, levanto la cabeza y miro la luna que ha alzado su  vuelo plateado sobre un cielo cubierto por algunas nubes.
—¿Sabes? —Le digo—, cuando uno ha tomado conciencia de su propia muerte, ya nada importa. Todo, simplemente se convierte en un suceder sin sentido.
Un estampido furioso recorre el aire, ella se agita y contrae en el asiento con los ojos bien abiertos, los labios levemente separados; se cubre el rostro con ambas manos y recoge los pies sobre el asiento quedando en posición fetal.
Las luces encendidas de los faros, poco a poco empiezan a esclarecer una silueta bamboleante, tosca, lenta y pesada.
— ¡Ahhh! Sos vos. —La nena mira entre sus dedos enrejados con incredulidad.
—Aléjese del carro —Grita el hombre—, nena, ¿estás bien?
—No me extraña…
—Cállese. Las manos arriba. Como si quisieras tocar las estrellas—. Me alejo del auto y observo como se acerca lentamente blandiendo la escopeta que minutos atrás tenía metida entre los ojos.
—No voy a decir que me sorprende el hecho de que usted esté aquí y no Tapper. Siempre fue un idiota—. El tipo, visiblemente herido camina hasta el auto y se apoya sobre el capó, pregunta:
— ¿Estás bien nena?, ¿estás bien?—. La muchacha sin pronunciar palabra alguna, niega con la cabeza, más por la incredulidad que en respuesta a la pregunta.
— ¿Hans? —Me dice—, quiero que me des las llaves del auto y que me dejes marchar sin resistencia, necesito terminar, lo que algún día yo mismo empecé.
— ¿Por qué habría de hacer eso? No seas tonto, de nada te servirá hacer lo que sea que tengas pensado hacer.
—Cállese. No importa. Ya no estás en posición de negociar.
—Tal vez no —Sonrío—, pero creeme, no vas a poder lograr mucho tú solo.
—No me hagas reír, Hans, vos, más que nadie, sabe que eso son mentiras. Ahora, dame las llaves del maldito auto; o si no, lastimosamente voy a tener que tomarlas de tu cadáver—. Esbozo otra sonrisa que él nota.
— ¿No entiendes muy bien el asunto Adam? ¿Puedo bajar los brazos? Es complicado conversar de esta manera.
—No Hans, si haces algún movimiento te disparo—. Con los brazos estirados al cielo, miro la muchacha, que estupefacta nos observa y le digo:
— ¿Sabés, Sofía? Es imposible alcanzar las estrellas, por más que saltes; siempre habrá algo que te encadene al barro—. Adam se acerca, baja la escopeta, me mira bastante afligido y dice:
—No tenía por qué terminar así. Vas a tener suficiente tiempo para huir Hans.
—No importa. Tanto tú, como yo, vamos a terminar muertos. Lo único que hice fue darte más tiempo. Lo único que hacés, es darme más tiempo. —Bajo los brazos— Nunca te has preguntado ¿Tanto tiempo para qué? Las llaves están en el abrigo, el abrigo está dentro del auto. Antes de irte, ¿me podrías pasar por favor los cigarrillos?

2 comentarios :

  1. Muy entretenida la historia.. Puedo opinar? Que tal si leemos un para-relato: leamos nuevamente la historia suprimiendo la palabra "maletín". Le daría otro picante.. Me gustó!!

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    1. He hecho lo que propones...
      Si, creo que tienes razón.
      Lastimosamente a estas alturas me doy cuenta que la palabra "maletín" le hace bastante daño al relato.
      Gracias por opinar y bienvenido(a) siempre.

      Johnny C.

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