PORTADA-DIMENSIÓN 27, marzo de 2014

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"El que teme sufrir ya sufre de temer"
Proverbio chino

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LA ABERRANTE AUTOCENSURA (Andrés Pérez)

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EXTRODUCCIÓN 13



La censura es algo que va quedando en el pasado, en aquellos difíciles años en que la prensa debía enfrentarse a los tentáculos del poder, y padecer la persecución y el  terror, a la hora de publicar una noticia o manifestar un punto de vista discordante con el régimen.

Ahora las cosas son muy diferentes, el poder ya no tiene la necesidad de perseguir, exiliar, acallar periodistas, cerrar periódicos y revistas, estar omnipresente en las redacciones con resaltador entre las manos atento a cualquier palabra de doble sentido.  No debe molestarse en revisar una a una las editoriales, porque el férreo proceso de censura, ha permitido la reconfiguración de los periodistas investigativos, en periodistas informativos-repetitivos y como tal una información menos crítica.

Este proceso de reconfiguración, parecido un poco al resultado de los experimentos del doctor Pavlov concernientes a los reflejos condicionados, ha llevado a que la censura mute a otra forma mucho más aberrante, ya que son los mismos directores y redactores de los medios quienes deciden qué se hace público y qué no, a esto se le llama la autocensura, forma de control imperante, hoy por hoy en los estados democráticos y que se extiende a diversos campos de la información, el conocimiento y la cultura, dejando en claro el papel coercitivo de los medios y su ligadura al poder marcado por una crónica independencia económica.
Por lo tanto, en casi todos los periódicos, revistas y telediarios, observamos una uniformidad en el manejo de la información: escueta, confusa, imprecisa, imparcial, tergiversada. Somos testigos de cómo algunos periodistas son despedidos de su lugar de trabajo por cuestionar los intereses políticos del periódico, ya que tienen mayor cobertura las noticias referentes a la movilidad, seguridad, deporte y entretenimiento, mientras que las relacionadas con protestas sociales, escándalos políticos, desastres ecológicos ocasionados por multinacionales, se ocultan detrás de vágatelas. Al mismo tiempo, se clausuran programas de debates, columnas de opinión, parodia política. Todo esto va sucediendo de forma rápida, se va dando una homogenización de la información y como tal de la opinión. Los que cuestionan, critican y preguntan más allá de lo permitido; incomodan, son ignorados, se les cierran micrófonos, se les manda cubrir distantes regiones donde su voz no tenga resonancia.

Esos que se autocensuran, cínicamente se autoproclaman defensores de la libertad de prensa en otros países, donde con mucho profesionalismo denuncian lo que aquí cobardemente prefieren callar. De esta manera, la mayor amenaza a esa libertad, no son los grupos armados, los narcotraficantes, el poder; son los mismos medios de información quienes eligen callar, mirar para otro lado, poner la atención de la ciudanía en otras cuestiones. Éstos prefieren desinformar a perder la económica amistad que les permite ser un emporio de las comunicaciones.

Sin embargo hay quienes prefieren mil veces ser censurados a tener que adoptar la aberrante y vergonzosa autocensura.

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CONTINUIDAD A DOS MANOS (Urraca)

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A las once de la noche, puso punto final a su cuento, el cual debía entregar al día siguiente para su publicación en el periódico local. Se sentía fatigado y decidió descansar. Extrajo un par de cervezas del refrigerador. No había comido, pero no tenía hambre. Últimamente no dormía mucho. Entró a su dormitorio e intentó dormir un poco, sabía que el día siguiente estaría agitado.

Era muy extraño como se repetían las cosas de una vida a otra.  Hace tres meses viviendo en otro país, se sintió inconforme y molesto con la vida que llevaba, y decidió volver a su ciudad natal y recuperar su antiguo trabajo de cuentista en el periódico local. Definitivamente no pudo. No fue capaz de dormir, se levantó y encendió la tele. La observaba descuidadamente mientras pensaba. Le gustaba pensar, pero a veces era difícil ser honesto consigo mismo. Había dolor mezclado con placer. ¿Cómo hubiera sido su vida con Dennis? Aquella mujer a la que amaba. Pensaba en todo, pero en su mayoría, en ella. Impulsiva, hábil, ardorosa, perceptiva, difícil. ¡Cuántos años sin verla, sin saber de ella! Había envejecido también. Tenía los cabellos blancos y escasos, sus acechantes y profundos ojos se habían vuelto pequeños. ¿Habrían alcanzado la felicidad después de todo o por lo menos una paz aceptable? Pensaba mientras pasaba abruptamente los canales de televisión.

Lo más seguro es que habrían terminado viajando juntos de pueblo en pueblo, habrían recibido en su casa a viejos amigos y compartirían vino en las noches frías con preludios de Schubert y quizá ruda música alemana. ¡Qué juntos y que separados han vivido! ¿Habrá valido la pena dejar un país atrás, una hermosa mujer y un tedioso empleo, solo por retornar a tu pasado, a tu origen, a lo que creíste que nunca dejarías y siempre temiste perder? ¿Estás otra vez de nuevo aquí, solo por temor, por costumbre? Eran preguntas que lo agobiaban y rondaban, tal vez era la explicación a su falta de sueño. “Todo esto nos hemos perdido Dennis, también amo tu inestabilidad, desorden e impertinencia”. Escribió estas palabras en un pedazo de papel, apagó la luz para invocar el sueño, había desasosiego en sus ojos… “Pero ya no será así” -Se dijo para sus adentros- “Pero ya no será así”.

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¿TANTO TIEMPO PARA QUÉ? (Johnny C.)

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Cuando llegamos a este lugar, el cielo pintaba un naranja hermoso. Minutos antes, las nubes arremolinadas se tiñeron de un rosa pálido; ahora, todo pinta más oscuro y lúgubre. El césped crecido brilla como un árbol de navidad debido a las luciérnagas que emiten su pequeña luz de vez en vez, ajenas a la situación, a mi escrutinio negligente, a los golpes y palabras desgastadas. Estoy sentado sobre una caja herrumbrosa de metal, contra un muro lamoso; un pequeño pedazo de una historia vieja, desconocida y arrasada. Enciendo un cigarrillo y levanto el rostro hacia el cielo con los ojos cerrados, dejo que el aire frío me corte el rostro. Así, con el cráneo apoyado contra el muro, abro los ojos y lentamente, puedo descubrir la cima de una montaña a la que recorre la luz plateada de una luna que pronto asomará.
—No hay caso. Este imbécil no quiere hablar. —Resopla Tapper, girando su cuello para ubicar mi posición exacta. Toma algo de aire y de nuevo, empieza a patear en la zona de las costillas el cuerpo derribado a pocos centímetros de sus zapatos. Aspiro tranquilamente el cigarrillo y dejo salir el humo lo más lentamente posible, tratando, sin resultado, de sentir su ceniciento agarre de mis pulmones y garganta.
—Hablá idiota, HABLÁ. Maldita sea.
— ¡Ya! Tapper —detengo su ímpetu—, vas a terminar matándolo con tanto golpe, dejá que tome aire, que se recomponga un poco. No seas pendejo, sabes perfectamente que muerto no nos sirve.
—Acaso no te das cuenta que está tratando de tomarnos el pelo, de ganar tiempo. Yo creo que lo mejor es matarlo ya y dejarlo que se pudra aquí, total, allá en el auto hay alguien más, que puede tener información—. Eso se lo dice a la víctima de su golpiza y no a mí, queriendo de alguna manera romper el aplomo del hombre con esa táctica tan baja; pero desafortunadamente efectiva.
— A… ella… no… la… toques… bastardo hijodeputa.
—Tiempo para qué o quién, Tapper —Digo—, éste me mira y escupe sobre el hombre tirado en el suelo. —Él no tiene a nadie, no existe nadie que le pueda ayudar… A excepción de nosotros.
Me levanto y me acerco al hombre, le ofrezco un cigarrillo. Me mira desde el suelo con odio y resignación, murmura un insulto pegajoso por la sangre y la cotidianidad escupiendo mis zapatos. Tapper emprende con las patadas de nuevo, sobre un cuerpo que ya no se queja, que se cansó de insultar, que nunca tuvo necesidad, ni ganas de rogar por su vida. El tiempo que necesitaba, si es que lo necesitaba, tal vez ya lo logró. Empiezo a percibir que Tapper de verdad está a punto de perder la paciencia, la mucha que ha tenido con ese sujeto y conmigo. Ya no lo golpea, le apunta directamente al rostro con su escopeta. Me adelanto sobre la posición de mi compañero obligándolo a desviar el arma.
—Es sencillo. —Le digo al hombre—. Vos hablás y me decís dónde está. Luego, no hay problema. De cualquier manera, con tu ayuda o sin ella  vamos a encontrar lo que queremos. No lo mires como una ayuda para nosotros. Ayúdame a ayudarte. No te hagas matar por esa estupidez. La verdad no veo necesidad de matarte. Creo que es un acuerdo justo, todos salimos ganadores. Decime, ¿en qué clase de circunstancias puede haber más de un ganador?
La poca luz que nos llega, proviene de los faros del auto estacionado unos cuantos metros atrás de donde estamos. Es amarillenta y cansina, no puedo distinguir con mucha claridad el rostro del hombre, que se ha puesto trabajosamente de pie. Respira ajetreadamente, su cráneo sangra al igual que sus labios y pómulos; tiene la camisa sucia de tierra y saliva ensangrentada. Me mira directo a los ojos.
—No soy estúpido Hans, —dice— de una u otra manera vas a matarme, queras o no. Tenés que hacerlo. Pero no por eso el juego está perdido. De alguna manera, esa olla podrida en la que estás metido terminará estallando. Muerto o no, me voy a sentir muy bien.
—En esta clase de asuntos, nunca sabes dónde estás verdaderamente. Lo digo, porque jamás imaginé que vos y yo tuviéramos que estar de la manera en la que estamos. Y vuelvo y te lo repito, no es necesario. Sólo tenés que decirme dónde está el maletín, mi compañero y yo iremos por él y así podemos empezar a olvidarnos de todo esto.
—Y dale con lo mismo. Ya te lo dije. Lo que buscas con tanto empeño, no lo tengo, me aseguré de dejarlo en manos correctas antes de que me atraparas; lejos de las garras de ti y la gente para la que trabajas. Mientras exista un atisbo de esperanza, todo es posible—. Sonríe como pocas veces pude verlo desde que lo conozco, está absolutamente seguro y convencido de sus palabras. Y por eso mismo, sé que ha tomado una decisión y se aferrará a ella hasta el final.
—La esperanza es el autoengaño más lastimero que uno se puede hacer. Es  como una telaraña en la cual sólo caen insectos incautos. Lo único más estúpido que la esperanza es la fe, y creo que estás teniendo demasiada al darle tanta importancia a lo que hay en ese maletín.
—Cuando te conocí, no eras más que un mocoso inseguro, estúpido y arrogante, que no sabía si quería o podría llegar a ser un buen policía. No eras más que un pedazo de mierda sin ambición que buscaba algo con que jugar, porque nada te hacía gracia o te daba la satisfacción necesaria. De igual te lo reconozco, tu sagacidad, te permitió jugar y ganar grandes manos, estar a la altura; y metido en las sombras conseguiste eso que mucho o poco deseabas. En algo sí tienes razón. Mátame, y así podemos empezar a olvidarnos de esto.
—Estoy completamente seguro que no hay alguien más, que no tienes apoyo o ayuda alguna, y si la hay, es esa niña que tal vez continúe dentro del automóvil. ¿Vas a dejarla sola en este lío? Deberías pensarlo mejor, quizá tenga que matarte; pero a ella no. Si insistes en no colaborar todo será en vano, igual a la vida de ella.
—Ella sólo sabe que tal vez deba morir esta noche o en las próximas semanas. —Sonríe de nuevo—. No hay mucha diferencia.
—Nunca debes confiar en otra persona, y menos, si amas a esa persona.
—Vete a la mierda—. Siento como un salivazo cálido y pegachento se desliza por mi rostro. Tapper, golpea al hombre con la culata de la escopeta justo en el estómago, haciéndolo caer de nuevo.
—Hablá, o si no te mato.
— ¡Tapper! Si le disparás desde esta distancia, vamos a terminar con el abrigo repleto de sesos.
Se hace una especie de silencio absoluto, sólo lo rompe el canto inmutable de los insectos y el golpe de las corrientes de aire contra las ramas de los árboles cercanos. El tipo permanece en el suelo, sin muestras de dolor o arrepentimiento; quejas o insultos. Mantiene su silencio. Cada tanto escupe sangre y luego se limpia los labios con las mangas rojizas de una camisa que antes era blanca.
—Espérame aquí, —me dice Tapper—. En el auto tengo algunas herramientas, de seguro este idiota empezará a cantar cuando le saque los dientes.
—No. Quédate vos aquí… Yo las traigo—. Me limpio el rostro con la manga del abrigo. Doy media vuelta, enciendo un cigarrillo y me dirijo al auto, que hace algo más de media hora, ronronea en la oscuridad como un gato agradecido con su dueño por las caricias en el lomo. Me acerco a la puerta de atrás y apoyo los codos sobre la carrocería. Aún continúa ahí, sentada en medio del tapizado, me sorprende que no haya intentado huir. La muchacha, tirita de miedo o frío; a pesar de las circunstancias su rostro permanece incauto y estéril.
—¿Estás bien?  —Le pregunto—. Silencio. No responde; pero me mira directo a los ojos.
—¿Sabes por qué estamos aquí? —De nuevo no hay respuesta—. Sencillo amiguita. Tu padre. ¿Es él tu padre? —Silencio—. Tiro el cigarrillo fumado a medias y enciendo otro. Le ofrezco uno a ella.
—¿Quince. Dieciséis tal vez? ¿Cuántos años tenés? —Silencio—. Devuelvo el paquete de cigarrillos al bolsillo de mi abrigo.
—Si hablás, no pasa nada. Mejor dicho, decime dónde está lo que buscamos y así terminamos con todo esto, salvás tu vida y por ahí la de tu padre—. Silencio. No muestra rastros de estremecimiento por mis palabras, mira por el parabrisas delantero, quizá tratando de arrebatarle las figuras de los cuerpos a la espesura de la noche.
—¿Cómo te llamás?.. ¿No?.. No hay palabras. Bueno. No hay problema, me gustan los enigmas. Ya sabes, tratar de acertar a lo correcto, y el juego que más me gusta es adivinar el nombre de las mujeres, por medio de su personalidad o forma de hablar, ser, mirar, caminar, carácter, sentarse o hacer silencio. Siempre hay una sorpresa detrás de cada nombre. Es como si eso fuera el primer velo por apartar para llegar a ellas. —Me mira con asco y una especie de indignación—. No me malinterprete, me sentía un poco aburrido allá. No me gusta la violencia y quería conversar con alguien. ¿Entonces?, ¿puedo intentarlo? —No hay respuesta, gira su rostro y pliega unos labios resecos, que remoja mordiéndolos suave y casi imperceptiblemente.
—Te llamás Sofía. Tal vez Diana... y si no, Nancy; pero no estoy seguro. —Silencio—. Apuesto a que tu voz es tan linda y suave como tu rostro. Mirá Sofía, decime dónde está el maletín y te prometo. No, te aseguro que nada te pasará. Tu padre es bastante obstinado, no ha cambiado nada, sigue siendo su mayor defecto y su peor virtud—. Aspiro del cigarrillo, ella continúa inexpugnable, sin moverse un solo centímetro, respira sosegadamente; por momentos muy cortos me mira y luego baja la mirada nuevamente  a sus manos asentadas sobre el regazo. —Déjame contarte un secreto. La paciencia del tipo que está con tu padre, ha dejado de existir, pronto lo matará. Luego… Bueno… Tendrás que conversar con él, y te aseguro una cosa. Él no es muy buena compañía, Sofía.
—Yo no me llamo así. —Dice—. Clava más su mentón sobre su pecho, como si de alguna manera se sintiera arrepentida de haber quebrado su silencio.
— ¡Ah! ¿Ves? Puedes hablar. No es tan difícil verdad. Como te venía diciendo. Estoy seguro que sabes perfectamente por qué estamos aquí. Ahora, si tuvieras la amabilidad contigo misma de darme la respuesta que busco, todo será más fácil y absolutamente nada pasará.
—Cómo creerle a una persona como usted... Un asesino.
—No Sofía, en cuanto a eso…
—Yo no me llamo así, ni de ninguna de las otras maneras—. Enciendo un cigarrillo y me quito el abrigo arrojándolo al asiento del piloto.
—Mirá, no estoy armado —le digo—, aunque no me creás, nunca he matado a alguien… No me gustan ese tipo de cosas, de esos trabajos se encarga mi compañero; es lo bastante bruto para eso —niego con la cabeza—, tiene métodos horribles y una resistencia al vómito increíble.
Levanta la mirada de nuevo y con los puños apretados sobre sus rodillas me dice:
—Yo no sé nada—. Abre las manos y se seca el sudor de las palmas sobre la falda, tratando inútilmente de cubrir sus pálidas rodillas.
— ¿Tenés frío? Dale, pónete mi abrigo—. Unas lágrimas que ella no deja correr le asoman por la ventana de los ojos.
—Es sencillo. De nuevo. Es mejor que me digas dónde está el dichoso maletín, porque si mi compañero regresa. No habrá alternativa y significará tu turno.
—No sé de lo que habla y tampoco me importa. —Responde en tono frío y enormemente tranquilo—. Si lo matan a él, se jodieron, porque yo no sé nada.
—¿Estás segura de eso?
—Si lo matan a él, no hay nada que hacer, y lo mejor para mí, también sería morir ya que no tendría ningún sentido continuar.
—Ya veo, entonces por eso ni siquiera intentaste huir—. Esta vez me mira con calma, dejando que las lágrimas le broten de unos encharcados ojos. Las manos abandonadas a ambos lados del cuerpo.  Desvía la mirada hacia el otro lado del auto. Suspira. Yo le doy la espalda y cierro los ojos por un instante, levanto la cabeza y miro la luna que ha alzado su  vuelo plateado sobre un cielo cubierto por algunas nubes.
—¿Sabes? —Le digo—, cuando uno ha tomado conciencia de su propia muerte, ya nada importa. Todo, simplemente se convierte en un suceder sin sentido.
Un estampido furioso recorre el aire, ella se agita y contrae en el asiento con los ojos bien abiertos, los labios levemente separados; se cubre el rostro con ambas manos y recoge los pies sobre el asiento quedando en posición fetal.
Las luces encendidas de los faros, poco a poco empiezan a esclarecer una silueta bamboleante, tosca, lenta y pesada.
— ¡Ahhh! Sos vos. —La nena mira entre sus dedos enrejados con incredulidad.
—Aléjese del carro —Grita el hombre—, nena, ¿estás bien?
—No me extraña…
—Cállese. Las manos arriba. Como si quisieras tocar las estrellas—. Me alejo del auto y observo como se acerca lentamente blandiendo la escopeta que minutos atrás tenía metida entre los ojos.
—No voy a decir que me sorprende el hecho de que usted esté aquí y no Tapper. Siempre fue un idiota—. El tipo, visiblemente herido camina hasta el auto y se apoya sobre el capó, pregunta:
— ¿Estás bien nena?, ¿estás bien?—. La muchacha sin pronunciar palabra alguna, niega con la cabeza, más por la incredulidad que en respuesta a la pregunta.
— ¿Hans? —Me dice—, quiero que me des las llaves del auto y que me dejes marchar sin resistencia, necesito terminar, lo que algún día yo mismo empecé.
— ¿Por qué habría de hacer eso? No seas tonto, de nada te servirá hacer lo que sea que tengas pensado hacer.
—Cállese. No importa. Ya no estás en posición de negociar.
—Tal vez no —Sonrío—, pero creeme, no vas a poder lograr mucho tú solo.
—No me hagas reír, Hans, vos, más que nadie, sabe que eso son mentiras. Ahora, dame las llaves del maldito auto; o si no, lastimosamente voy a tener que tomarlas de tu cadáver—. Esbozo otra sonrisa que él nota.
— ¿No entiendes muy bien el asunto Adam? ¿Puedo bajar los brazos? Es complicado conversar de esta manera.
—No Hans, si haces algún movimiento te disparo—. Con los brazos estirados al cielo, miro la muchacha, que estupefacta nos observa y le digo:
— ¿Sabés, Sofía? Es imposible alcanzar las estrellas, por más que saltes; siempre habrá algo que te encadene al barro—. Adam se acerca, baja la escopeta, me mira bastante afligido y dice:
—No tenía por qué terminar así. Vas a tener suficiente tiempo para huir Hans.
—No importa. Tanto tú, como yo, vamos a terminar muertos. Lo único que hice fue darte más tiempo. Lo único que hacés, es darme más tiempo. —Bajo los brazos— Nunca te has preguntado ¿Tanto tiempo para qué? Las llaves están en el abrigo, el abrigo está dentro del auto. Antes de irte, ¿me podrías pasar por favor los cigarrillos?

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MONTAÑA COLORETE DESDE LA SILLA IMAGINARIA (Mb-6v!)

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Un hombre sube una montaña, no espera encontrar algo allí arriba, pero será agradecido a la sorpresa. Camina lento como su sacrificio por madrugar, encuentra primero un amanecer en la cima, cientos de pájaros batiendo los rayos e imponiendo aparatosas sombras en el descenso. Los búhos entregan su turno a las alondras, hay coloquios entre animales que no se entienden; pero no deben ir más allá de los planes por sobrevivir.
Ascender solo, como comprar una ausencia, sentirse lleno e inquietado de sí mismo, hacer de lo oscuro un distante deseo, ser reo vocacional en el intento, transpirar, ser viento, altitud, lluvia sin techo. Estar en lo alto como es el ego, vuelo de pájaro en pleno invento, recrear la historia de un mundo verde y ajeno, creer y salvar lo que está viendo. Está seguro de su cabeza hasta dejar de verla. Cae la perla marquesina y derrama su descenso, ahora más a prisa como su sueño. Más despierto como su cursado viaje y envuelto aderezo.
A nadie se le ocurre hoy, si es de noche, amortiguar el pensamiento, pintar el cielo. No se conforma con existir y estar contento, aspira inventar palabras que inventen, que muevan y trabajen por él al estar quieto. Una silla le descansa el cuerpo y desfonda el imaginario epicentro.

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CONDENADA PRESENCIA (Mb-6v!)

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Cinco balas, seis cabezas. Están de acuerdo en negarse el perdón. Cuatro balas, cinco cabezas. La traición se juega como un revólver apuntando a todos lados. Tres balas, cuatro cabezas. Se mezcla la sangre y apesta. Dos balas, tres cabezas. Arrepentirse no vale después de muerto. Una bala, dos cabezas. Poco espacio para estar vivo. Cero balas, una cabeza. Pobre muerto.

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DE LAS ANTIGUAS LIBERTADES (Urraca)

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Nací como un pájaro salvaje,
fue la consumación de muchos cantos.
Era indescifrable mi destino, eterno mi aleteo,
fértiles las tierras para mi refugio y alimento.

Cantaba mis tormentas internas,
bebía mis propias melodías.
Desde mis alas se divisaban las cumbres,
los olvidados desiertos, los caminos de grandeza,
los imposibilitados senderos.
El dolor humano… el más profundo.

Desde las alturas, el mundo es
una flor transparente.
Murmurado por sus pétalos,
vociferado por sus tallos.
Silenciado por la soledad,
seducido por la ingenuidad.

Nací como un pájaro salvaje,
fue la consumación de muchos cantos.

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DESTITUCIÓN DE PETRO (Andrés Pérez)

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La destitución del alcalde Gustavo Petro no sorprende en nada, sabiendo quien dicta la sentencia y los intereses de clase que representa. De hecho, se les puede reprochar la demora en tomar serias decisiones ante un personaje tan insoportable para ellos.
Desde que el señor Petro fue elegido democráticamente, palabra de la cual se ufanan demasiado los que hoy le ponen zancadilla al mandatario, su elección se convirtió en un dolor de cabeza para la rancia oligarquía bogotana, que no toleraba las políticas sociales de un ex-guerrillero y no concebía la prohibición de las corridas de toros y el despilfarro de sus impuestos en la inversión social de los menos favorecidos. Debían actuar rápidamente, demostrarle al resto de Colombia y del mundo, que la capital no sería gobernada por un ex-secuestrador incompetente.
Apenas dio inicio a su período de alcalde, la élite bogotana movilizó sus hilos y desplegó el armamento destructor del cuarto poder: la prensa, con el fin de hacerle dicho período muy tortuoso. Los ataques no se hicieron esperar, noticia tras noticia le buscaban una pata al cojo, se le criticaba cualquier cosa dicha o hecha, se realizaban manipulados sondeos de opinión, a la vez que se comparaba la deficiente administración de la Capital, con las admirables administraciones de otras ciudades, por ejemplo Medellín, donde al parecer no sucedía nada malo, cero tasa de homicidios, robos, secuestros y desempleo, el lugar ideal para vivir, en contraposición a una Bogotá hecha infierno. Cualquier calamidad que ocurriese en esta ciudad se le achacaba directamente la responsabilidad al mandatario. Mientras tanto, la causa de las matanzas en la capital del departamento de Antioquia debía buscarse en cualquier parte menos en la silla del alcalde. Había garrote y palo para aquel, y aplausos y cepillo para éste.
Dicho ataque directo, pero camuflado bajo la falsedad de libertad de prensa, obedece al fenómeno denominado anti-izquierda que se despliega en los diferentes estamentos sociales de la nación. El objetivo primordial de dicho fenómeno es que todo lo procedente de izquierda debe ser aplastado, saboteado. Y lamentablemente, Petro arrastraba su pasado de ex-combatiente y sus detractores sabían cómo utilizarlo ante la opinión pública. Sin embargo, no les bastaba con criticarlo y rematarlo en cada momento con el mote de guerrillero del M19. Necesitaban quitárselo de encima, desbaratar sus ofensivas políticas sociales, y para tal fin tenían al hombre adecuado con el poder indicado para destituirlo e inhabilitarlo por 15 años en la política y no volverlo a ver flotando en la nata.
Tal hombre era el procurador de la nación. Hombre nefasto, pedante y retrógrado que quisiera mantener a Colombia en un estado de inquisición y persecución contra los supuestos inmorales. Por culpa de este señor el aborto no tiene aprobación, el matrimonio gay no aplica y el proceso de paz se puede desbaratar en sus santas cochinas manos. Y él, siendo muy Conservador ultra-Uribista,  sabe lo detestable que resulta un mamerto en el poder.
Los oligarcas ya tenían el caldo de opinión pública cocinado y al hombre con las capacidades de pasar por encima la elección popular y derogar el mandato de dicho estorbo. No obstante, faltaba el pretexto, el hecho que permitiera a posteriori, una legal inhabilidad del alcalde de Bogotá.
No tardaron en encontrar el pretexto y con la ayuda de los medios, formar una inmensa bola de nieve que terminaría por permitir y legalizar la déspota decisión del procurador de la nación, quien sabiendo del cliente que se trataba no vaciló en dar el fallo y la prensa en acolitarlo, mientras la hipócrita clase política se hacía la de la vista gorda y aplaudía por debajo de la mesa.
A Gustavo Petro no lo destituyeron por el cacareado manejo de las basuras, esa es la cortina de humo. Si fuese así muchos alcaldes de este país serían destituidos, incluso por hechos más graves. Lo que queda en evidencia son los intereses de clase, intereses particulares que se veían desfavorecidos por las políticas sociales de un alcalde de corte progresista, que quiso hacer de la Capital algo que trascendiera las barreras sociales del norte y del sur.

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CONTRAPORTADA 15

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