"LOS OJOS DE MI VIDA" (Johnny C.)

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-Disculpe… puedo sentarme aquí, junto a usted. ¡aaaahhhh! Muchas gracias. Qué linda está la noche ¿no le parece? Y el parque así, medianamente iluminado. No hay nada mejor. ¿Ya vio la fuente? La han encendido después de largo tiempo, porque hace rato que andaba seca la pobre. Iba camino a casa en el autobús, medio dormida y ¡pum! Un bache me hizo volver en mí y deshacerme de los sueños, entonces vi como el agua mojaba el cielo. ¿Le molesta si fumo?, ¿usted fuma? Ah, pues bien, tenga uno. Usted sabe, todo pasa tan rápido que no te das cuenta; muchas cosas, la mayoría se terminan, otras dejan de gustarte, haciendo que sean pocas las que permanezcan junto a ti como dormir quince minutos más en la mañana antes de irse a trabajar, el olor del café que inunda todo el apartamento, romper en pedacitos muy pequeños una hoja de papel o mirar la tele sin volumen inventando los diálogos de las personas que aparecen… siente el aire, ¡¿puede ver los árboles cómo florecen?! Qué digo. ¡Claro que puede! Y si no. Mire. Sólo  haga el favor de hacerlo. La gente sólo levanta la vista cuando trata de encontrar una respuesta a sus problemas, o para buscar a ese ser comúnmente aceptado como dios. Por lo general, andan como sabuesos olfateando el trasero de las demás personas. Yo no. Se lo digo porque desde niña, cansada de peinar tontas muñecas inexpresivas, me dediqué a mirar al cielo…

…Luego… Entonces. Bueno. Conocí a Carlos. Mi primer novio. Un chico más bien tímido y parco. ¡Puede imaginarlo! Él, me dio mi primer beso; era una tarde calurosa de sábado detrás de la iglesia. ¡Se imagina! ¡Detrás!.. Fue lindo, una hermanita de la caridad nos vio y nos sonrió con su cara coloradota; yo pensé que tal vez a ella no la habían besado nunca o que lo único que había besado ella, eran los cochinos pies de todos esos “santos” que  rondan por ahí. ¿Y usted? Los chicos son tan misteriosos con ese tipo de cosas, ni que fuera lo más grande del mundo. Dan muchas vueltas o son horriblemente inoportunos. De todas formas, es fácil saber qué es lo que quieren, intentan o planean hacer. Pobres. Entonces tres cosas. Esperas a que se decida solo; le ayudas un poco o simplemente te le de-sa-pa-re-ces…

…me gusta el olor a tierra mojada. Tal vez usted caminó cerca a esa estatua de allá. ¿Noooooo? Pues vea, yo vengo justo de ese lugar; hay un jardín hermoso y todas las flores estaban perladas por la lluvia, de lejos parecían brillar como un pedazo de vidrio en el desierto… Hoy tuve tanto trabajo, ni se imagina, para qué contarle. Y el jefe acosa y acosa y acosa, digo, por el trabajo; aunque en el que tenía antes, el otro jefe también acosaba; pero de otra manera que terminó cansándome, entonces un día lo golpeé tan fuerte que me descompuse este y este dedo. ¡Ah! ve, le gusta mi anillo, es de juguete. Se lo gané a una de esas máquinas, a la cual le echas una moneda y ésta te da un premio. Pues yo quería el anillo, el problema era que la máquina parecía conocer mis intenciones y se negaba. Entonces, esa noche me quedé sin monedas y tuve que regresar al día siguiente. Hice añicos mi marranito. ¡Fue  súper genial! Se llamaba Fredo, igual a un novio que tuve y era más tacaño, todo se lo quería guardar… No digo que está mal; pero de vez en cuando a una le gusta que la alaguen con algo más que dulces comprados a última hora. Entonces, luego de llegar al apartamento, encender un cigarrillo y abrir una lata de atún para el gato; lo tomé en mis manos. A Fredo, el marranito. Y lo alcé lo más que pude; entonces un cerdito de barro relleno de relucientes monedas cayó como en cámara lenta y se hizo añicos, asustando al gato, haciendo ese sonido de caja registradora, esparciendo monedas, muchas monedas. Porque verá, estaba casi lleno…
Me encanta llevar muchas monedas en el bolsillo y oír ese tin-ton-tin-tin mientras caminas y bajas por las escaleras, con la sensación de que esas monedas te pueden dar una satisfacción mucho más grande que el dinero guardado con ahínco para comprar algo que crees necesitar y luego de obtenerlo parece tonto; pero… Pero el sabor de ese helado o del pequeño dulce permanece por mucho más tiempo en los sentidos. ¿No lo cree así? Yo sí…

Pero qué tonta soy, espero no molestarlo, perdóneme. Hablo, hablo, hablo y no dejo que usted lo haga ¿De verdad no le parece molesto? ¿Le gustaría otro cigarrillo? Tome pues. ¿Hace frío, no le parece? Mire, deme una de sus manos, ahhh qué rico, están tibias, al contrario de las mías. De igual no me importa si hace frío o calor, me gusta que llueva; porque así tengo la oportunidad de hacer dibujos con los dedos sobre las ventanas de los autobuses o de algún café o en la carrocería de los carros que están parqueados. Aunque también me gusta que haga calor para venir aquí al parque y extender una sábana y leer un libro junto a los árboles o mirar las nubes y quedarme dormida un rato. ¡ahhhh! Y qué me dice de irse a caminar y buscar una quebrada para bañarse desnuda y sentir esa transición de pegajosa y agotada a fresca y libre. ¡Eso sí es lindo! Pero lo que más me gusta, es el tiempo mixto, usted sabe. Esos días en que sales de casa y de pronto te asalta una tormenta y te notas desamparada con cara de no entender nada, entonces llueve y hace sol al mismo tiempo dejando ver ese arco de colores. Un día vi tres juntos, uno detrás del otro; en ese momento no pude evitar sentirme feliz. Decidí irme antes de que desaparecieran, conservar la fotografía mental intacta del momento perfecto…

¿Sabe? Hace tres años que papá murió, aun era joven, tenía menos de cincuenta años; pero un corazón débil. A él le gustaba coleccionar de esos autos de juguete que son hechos a mano y son muy bonitos, y leer el periódico en la perezosa con una enorme taza de café. Ya no fumaba; porque los doctores se lo habían prohibido, aunque cuando yo lo visitaba se daba el lujo de fumar junto a su hija “los ojos de mi vida” así me decía, mientras me contaba un montón de anécdotas sobre cuando yo no había nacido y luego de años que yo no puedo recordar mas que por sus palabras…

No siento tristeza; pero si estoy preocupada por mamá. Pobre. Le ha hecho mucho mal y no ha podido superarlo, se la pasa en casa tejiendo abrigos de lana para niños huérfanos; un día terminó uno y lo guardó diciéndome que ese era especial, que se lo regalaría a su nieto. Es decir, a un hijo mío, porque no tengo hermanos… que yo sepa. A mí no me disgustan los niños, solamente lo que no me gusta es tenerlos. Ella insiste. Creo que esa felicidad no voy a poder dársela; aunque estuve a punto. Con Alejandro. Un novio que tenía y quería mucho, nos íbamos a casar. Papá aun vivía, se llevaba muy bien con él; todo se fue a la mierda cuando Alejandro simplemente desapareció. Luego me enteré de que estaba viviendo en otra ciudad con la “mujer de sus sueños”, o eso me dijo la vez que nos encontramos por azar en el cruce de la calle que baja hasta Piedritas. Total, le deseé mucha suerte; aunque tampoco pude evitar pensar que lo atropellara un bus de esos grandes, intermunicipales.

¿Por qué no nos fumamos otro cigarrillo  y esta vez usted me cuenta algo? Digo… Si quiere. Aunque déjeme decirle una cosa, usted se parece tanto a Fernando. Tiene el mismo color de ojos y forma de rostro. Fernando era un tipo bueno, muy inteligente… Al pobre Fernando lo engañé con un tipo que se llama Julián. Con él, Fernando, la pasaba bien; pero era muy monótono en ocasiones rayando con el aburrimiento y la postergación. Por cosas del destino conocí a Julián. Un vago de tiempo completo al que le gustaba prenderle fuego a las cosas, arrear su motocicleta a toda velocidad y luego sentarse a escribir en medio de un potrero, todo lo que había pensado durante el paseo. A veces me llevaba junto a él, verlo escribir era una delicia porque quemaba cigarrillo tras cigarrillo mientras avanzaba con las letras al igual que con su motocicleta.

…Bueno, me tengo que despedir porque mañana hay mucho por hacer. Usted sabe. La vida que nos imponemos. ¿Pero? Tal vez nos veamos en alguna otra ocasión y entonces pueda contarme algo de usted…    

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