NOCHE ACUARTELADA (RH)
Girardota, 9:30 de la noche. Último sábado de mayo, el mes de las madres rezan los carteles de publicidad. La noche es joven. Una noche con luna, motos, automóviles y caballos que forman una desafinada sinfonía que interpreta la ópera prima de este siglo: el ruido infernal. Por las calles, las aceras y el parque; gente, perros y ratones que deambulan sin rumbo fijo. En las esquinas basuras, policías para la seguridad ciudadana y soldados para mayor seguridad en caso de que los primeros no sirvan para nada. No es que los girardotanos estemos en toque de queda o estado de sitio por culpa de las amenazas de algún narco y si es así contamos con la protección del Señor Caído, santo patrón del municipio, la cual nos basta.
La numerosa presencia de estas fuerzas públicas obedece primero a que los “poli” no tienen nada que hacer y los “milis” andan de reclutamiento, o sea lo mismo que los “poli”: no tienen nada qué hacer más que venir a joderle el fin de semana a un pelado que ha estado esperando esta noche durante cinco días, para salir con su novia o sus parceros. Pero qué le vamos a hacer, Colombia necesita más héroes para enfrentar los hipotéticos enemigos de la patria, así se esté hablando de paz en La Habana.
Triste es que se los lleven; pero ellos también se dejan llevar, no ponen resistencia, uno que otro se da a la fuga, el militar lo corretea por las calles como a una rata y a menos de cien metros lo atrapa, lo reduce, lo conduce y lo desaparece en el interior del camión. La gente no hace otra cosa que ver, reírse y algún tímido entre la multitud grita que eso es ilegal. Pero su grito no tiene réplica en sus pares. Sin embargo, la tristeza y el miedo de una madre girardotana de perder a su hijo en un campo de batalla y que el Estado se lo devuelva en un cajón con la siguiente consigna: “Feliz día señora madre, le desea el Estado mayor del crimen”; rompe todos los miedos y la lleva osadamente a enfrentarse a un grupo de soldados y después a la policía con el objetivo de que le devuelvan el retoño de sus entrañas y poder dormir tranquila esta noche, todas las noches.
Sin embargo, policías y soldados sufren la misma enfermedad que los políticos, son sordos, escuchan sino las ordenes de sus superiores, no se conmueven ante las lágrimas de una madre desesperada, solitaria e indefensa. Ni siquiera ven y reflexionan el mensaje que expresa la gestualidad de la estatua en honor a las madres de Girardota, la cual tienen frente a sus narices y se yergue como la vida ante estos señores de la muerte.
De la luna llena aparecen más madres reclamando sus hijos, el parque parece plaza de mayo. Los soldados se baten en retirada, lo que parecía un sencillo reclutamiento va tomando matices de revuelta. Sin embargo, una multitud pasivamente espectadora rodea el camión de los “milis” sin hacer nada. No se decide a enfrentar, a bajar a los chicos del vehículo, a reventar la primera piedra contra el parabrisas, a iluminar la noche con cócteles molotov, a gritarle al Estado mayor del crimen y la impunidad que dejen de sacrificar a la juventud en sus absurdas guerras. No pasa nada. El camión se va con los muchachos, las madres reciben una escueta respuesta por parte del cabo: “yo le voy a devolver a su hijo señora”. ¿Cómo se lo va a devolver?, ¿en una caja?, ¿en una silla de ruedas?, ¿loco? El tumulto no se pregunta esto, simplemente se aleja, continúa el camino sin rumbo fijo. Los “poli” regresan a las esquinas. Los perros rasgan las bolsas, el indigente se arrellana en su cobija y mientras se duerme dice: “la noche ya no es joven, porque no hay juventud que la habite”.
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