CAPSULACIÓN (Andrés Pérez)

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Quizás hace veinte días o tal vez más, llegué a esta especie de habitación. Realmente no lo sé. Como tampoco poseo la certidumbre de saber dónde estoy, aunque las paredes y las sábanas blancas, la camilla y el extraño aparato de forma circular con miles de botones y un centro al parecer líquido, el cual emana constantemente un rayo de luz, me hace pensar en un centro médico. No logro asimilarlo como tal. He notado la extraña ausencia de los médicos, las enfermeras y por supuesto los enfermos. Solo se escucha mi respiración y mi voz que rompe el frío silencio con gritos desesperantes tratando de llamar la atención de alguien. Sin embargo, nadie viene, nadie responde. En los primeros días entendía esto como algo normal de un hospital, a veces las enfermeras tardan en venir o el doctor se encuentra ocupado con otro paciente. A medida que pasaba el tiempo comprendía que estaba completamente solo y que  nadie vendría. Varias veces he tratado de levantarme y caminar hacia la puerta; pero algo de acero o hierro adherido a mi espalda me mantiene fijo a la camilla. No entiendo por qué esto, no noto el más mínimo dolor en mi cuerpo como para estar en este estado, puedo mover las piernas, las manos y el cuello, y mis sentidos funcionan sin deficiencia; aunque no logro percibir el más mínimo olor y la temperatura del espacio. Puede ser que la habitación esta esterilizada.

 Recuerdo que antes de llegar aquí tuve un fuerte dolor de oído, eso sucedió afuera cuando todo era normal. Iba manejando por una de las avenidas de la ciudad bajo un calor insoportable, las personas andaban ligeras de ropa, usaban lentes y algunas se cubrían con sombrillas de los fuertes rayos del sol. Esa mañana en las noticias de la radio el locutor anunciaba que las tormentas solares continuarían hasta el punto de suceder en los próximos días, la más fuerte de éstas en la historia del planeta. Paralelo a este fenómeno solar una serie de terremotos venían sacudiendo a la tierra en diferentes puntos de su geografía, siendo más intensos en el cercano oriente donde habían dejado miles de muertos. Sin duda, sucedía algo más allá de lo normal. Sin embargo, todos continuábamos impertérritos yendo a las playas, a los bares, gastando el dinero en los centros comerciales o conduciendo lujosos Mercedes Benz por las avenidas de la ciudad hacia los lugares de trabajo y de repente sentí ese pac en mi oído izquierdo.
Después todo fue muy extraño, perdí el control del vehículo y estuve a punto de estrellarme si no hubiera frenado a tiempo. El dolor se intensificaba con un agudo pitido y la parte izquierda de la cara se entumecía, quise buscar en el GPS un hospital, pero el aparato no funcionaba, igual el teléfono celular y el automóvil. Salí del auto y noté con cierto temor que veía con mayor nitidez y rapidez todo lo que sucedía alrededor, filas de automóviles apilados uno tras otro esperando la señal verde del semáforo, que al parecer tampoco funcionaba. Veía, increíblemente a la joven que era asaltada al otro lado de la ciudad. De repente, conocía la vida del méndigo tirado en el andén, aunque nunca lo había visto. Las señoras mirando hacia el firmamento y la mujer de lentes oscuros mirándome como si supiera lo que me sucedía. Tuve la sensación de haber visto ese rostro antes, ¿dónde? Quise caminar hacia ella para preguntárselo; pero el dolor aumentó a dimensiones desbordantes y un líquido blanco seboso empezó a salir por el oído. Entonces no pude evitar caer al suelo y mientras perdía el conocimiento lo último que escuché fue el taconeo de la mujer, que se alejaba.

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