CARTA PARALELA DENTRO DE UN DIARIO INCONCLUSO (Animal Nocturno)

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Alguna vez me senté a escribirle. Recuerdo tanto ese día. El sol quemaba mis pestañas, y las aves burlaban la gravedad con centelleantes maniobras  en el firmamento que a través de la ventana del tren podía observar. Soplaba el viento lo suficiente por la ventana  para hacerme pensar si ella me dejaba sin aliento o si el exceso de oxígeno en la cabina obnubilaba mi razonamiento. Creo recordar cuando la cerré, pero no recuerdo haber recuperado mi aliento.
Miraba el reloj tantas veces como la recordaba, intentando simular que su imagen no distorsionaba mi percepción del tiempo, quería creer que aún era mi self amo de mis pensamientos, quería creer que ella no me apartaba del espacio, del tiempo, del tren 1-A y mi oxidado reloj. Y si ¡Já! esto era tan absurdo como negar que el punto azul que habitamos gira alrededor de algo más grande que él.
Me interrogaba sobre las nubes, sobre las ranas bailoteantes en las lagunas,  sobre las hojas atraídas por el viento de mi tren, sobre mis pensamientos;  esos extraños pensamientos que me acompañan en este caluroso vagón mientras machacaban mi pasado e idealizaban mi próximo futuro; es que son ellos quienes me repiten compulsivamente casi como una oración, como una runa: “Pense à elle comment elle pensé à toi”.
Alguna vez vi su foto. Yo no sabía quién era.  La curiosidad acabó con mi estado de  homeostasis psíquico  no alterado desde el último solsticio.  En ese entonces, no tenía motivos para verla por la magnífica o lamentable razón de que no sabía que existía.  Sin embargo, fui vencido por la curiosidad de ver a la damisela plasmada en la imagen papel tapiz, la cual su misterioso nombre aún no conocía, entonces le di vuelta al retrato y su nombre era… - ¡Oh oui! Une tasse de Café avec  crème et sucre, s’il vous plait. Oui, oui, c’est bien. Merci Madame. Y luego le pregunté al opio en las nubes  ¿por qué?, ¿por qué será que la curiosidad asesinó al maldito gato?, ¿habrá este hecho marcado el destino de muchos sucesores de aquel felino?

Tomé una pluma del saco de un hombre cuya existencia desconocía a mi lado desde mi abordaje en el tren sur y mientras rasgaba  parte del papel-pergamino que hace minutos había comprado sin haber tenido claro para qué,  imaginaba cuántas horas, cuántos pasos, cuántos kilómetros tardaría para verle, de nuevo, tan solo para una cuarta vez, para asegurarme que no había olvidado su rostro, sus ojos cual “muchacha ojos de papel”, su voz de silueta de espada amenazante y seductora. Era tan solo por una noche, era tan solo unos pocos minutos para decirle un montón de cosas sin sentido, tan sin sentido como esta carta que ahora escribo y que quizás nunca salga de la contratapa de mi diario. ¿Qué le diré?,  ¿Qué le escribiré?  Que era tan solo para confirmar que era ella y no otra, que no era otro sino ese rostro, que no  éramos otros dos sino ella y yo…
Mis verdosos ojos se contraían con la luz proveniente de la ventana,  pero se dilataban con la ansiedad producida por la emoción de escribirle. ¿Qué has hecho en todo este tiempo?, ¿en qué te has convertido? Y es que quería también creer que no ha sido una eternidad estos 14 días sin verle.  Eran tantas palabras para ser plasmadas, eran tantas sensaciones para describir y tan pocos silencios entre pensamientos fugaces,  eran tantas bengalas perdidas, tantos niños condenados y deambulantes en mi cabeza como los recuerdos vagos del último día agitado que le vi, cuando dijo que le gustaban los trenes y las visitas inoportunas a chicos que para ella significaban algo, que le agradaba ver los vastos paisajes por la ventana, ver las gaviotas apostar carreras e imaginar que agitaba los árboles de un lado a otro al suspirar pensando en alguien, en alguno, quizás en muchos, quizás en uno, como el uno del número del tren que abordaría, no me dijo cuándo: Tren 1-B.   Hacia mi  región, contando que quería conocer tan vasta natura, y por supuesto, le creí. Su pasión: la naturaleza. Un chico a quien visitar inoportunamente: para mí allí no habitaba.
Era un día abrumante por el silencio entre todos los seres vivos allí, lo sentía en el aire, lo sentía en la música, en el extraño y frecuente uso del pito de vapor del tren que solo en emergencias se usa. Así mismo, miles de sensaciones en mí se evaporaban al pensar simplemente en lo absurdo que es pensar tanto en una damisela. Tenía la mente llena de tonterías e historias descabelladas, el vidrio se quebraba ante la imagen de ella en el reflejo de mis ojos, y ya no diferenciaba entre el aumento de velocidad del tren y la circulación de la bomba de sangre en mi pecho. La luz cada vez era más cegadora, sentía que debía escapar de allí, escapar de todos, escapar de ella; porque sin explicación, cada vez la sentía más cerca. La ansiedad empezaba a recorrer los blancos y sudorosos rostros de las personas en mi vagón, y por algún motivo sentía que la oscuridad que se acercaba en aquel momento en el próximo túnel no me permitiría terminar esta carta; pero me alegraba tener la esperanza de no tener que ponerle un punto final a una historia que jamás comenzó. - “À l’aide, vite!”¿Es lo único que sabe decir ese conductor? -Me decía. Y mientras él pedía auxilio yo compaginaba con mis acompañantes que gritaban y corrían de un lado a otro despavoridos. Y es que si Messieurs, hoy es un día para gritar, para tomarme este café frío, para escuchar una canción dos veces, para escuchar el soporífero sermón del templo de mi pueblo o dormirse en el puesto de control de la estación de trenes. Quizás así enviando dos de estos a un encuentro súbito, fulminante… Quizás eso permita privarme de la cegadora luz del día que confunde mi  vía, como mi catastrófica vida y aclararla en el choque de fuerzas de los trenes  1-A y 1-B al interior del túnel 12, valdrá la pena ser feliz al descubrir que somos dos los equivocados de carril, equivocados  de tiempo, equivocados de vida, pero nunca equivocados de lo que vivíamos, logrando estar más cerca a 4 segundos de distancia, a 3, a 2, a 1…

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