LA NOCHE QUE MUERE (Johnny C.)
¿Por qué no podré dormir? Es extraño eso. Si me acurruco empiezo a sentir demasiado calor y en cambio si me destapo me ataca un violento aire helado. Es como si el cuerpo y la mente estuvieran indecisos de lo que hay que hacer o sentir. Es como si no pudieran ponerse de acuerdo y cada uno tratara de ir hacia lados diferentes. Hoy en la tarde la vi. Nunca antes la había podido mirar tan cerca. Entró a la tienda junto a su madre para comprar algo de fruta y verduras. Mientras su mamá le indicaba a mi tío lo necesario, ella miraba todo a su alrededor, se veía muy linda con el uniforme del colegio, todo muy limpio con determinación de colegio parroquial; a pesar de que ya habían pasado las horas de clase, estaba tan fresca y radiante igual que en la mañana, es como si el transcurso del día no la afectara en nada, no pudiera hacerle daño o disminuir su energía. ¡Siempre es así! ¿Cómo hará? En todas las oportunidades que tengo para verla esta limpia y bien arreglada; no importa el clima o si es día festivo o no. Siempre tan suave, es una de esas pequeñas flores que nace en medio del pantano, una de esas nubes que se torna rojiza al caer alguna tarde, una estrella que brilla solitaria en medio del cielo nocturno de tu ventana. Es como ese gol con el cual, se le gana un partido de fútbol muy disputado a los pelaos de otro barrio. “¡Qué golazo!” -gritaba Ramírez. Yo, ubicado en el arco como siempre, gracias a mi ineptitud con los pies y a mi poca fuerza física y un poco también a mi horrenda miopía no pude verlo bien. A pesar de ese “golazo” que el idiota de Ramírez tanto celebró perdimos el partido. Se llegó a la conclusión de que fue gracias a mi culpa. Claro, sin importar lo que yo dijera u opinara; pues los defensores no hicieron bien su trabajo ya que, nunca pudieron detener a ese calvo regateador que nos anotó la mayoría de los goles. ¡Con esa manera de jugar y de definir! Imposible. “La culpa siempre es del arquero y más cuando tenemos uno mocho” -le alcancé a oír a Castro, que se las da de súper delantero; pero la verdad es que alguien en silla de ruedas jugaría mejor que él. De igual no lo cuento como derrota puesto que el juego nunca terminó. Si no fueran tan grandes y fuertes y brutos y abusadores. En fin, nos sacaron del único plano decente en el que se puede jugar más o menos bien. “Y si no accedemos, y si no queremos” -gritaban algunos; pero es inútil. Nos quitarían el balón como tantas otras veces, nos golpearían, insultarían a nuestras madres; patearían el balón de ellos contra nosotros, se reirían y nos llamarían mariquitas, enanos. Estorbo. Nos lanzarían estiércol o piedras de tamaño considerable, como aquella vez que no sucumbimos a todo lo primero.
De la calle no proviene sonido alguno, qué distinto al día con los carros, los gritos, los grupos de niños corriendo e insultando, la gente yendo y viniendo todo el tiempo. El silencio asusta, el silencio mezclado con oscuridad, aclara; casi que permite entrever eso que se esconde en el aire y del cual solo tenemos cierta idea de presencia. Como siempre, más pronto que tarde amanecerá y el umbral de la puerta dibujará la silueta, dejará ver la figura que ahora cada mañana reemplaza a la de mi madre. Cargada de una voz llena de simplicidad, me hará abandonar la cama y abriendo las cortinas que tapan la luz de otro día, tal vez igual al de ayer o a ese espectro que pareciera reiterarse sin cesar; recitará la misma letanía de cada mañana y me recordará lo que a fuerza de repetición se ha convertido mi vida.
Cuando era pequeño, siempre pensé o tuve la ilusión de que cualquier día aparecería abordo de un auto último modelo, repleto de regalos e historias de su viaje por el mundo. Siempre con la esperanza de que volvería y seríamos de nuevo una familia completa: padre, madre e hijo, como lo decía el Cura en misa, como lo eran las otras familias de la cuadra. Saldríamos a pasear al parque todos los domingos y mi madre sería feliz y sonreiría de nuevo; ya no tendría que ser sirvienta en las casas de los ricos y él regresaría del trabajo todas las noches, en vacaciones iríamos a la playa, al zoológico, al cine, al circo y nos divertiríamos siempre. Pero esto nunca sucedió, en cambio se transformó en un imposible, en una idea estúpida y sin sentido, cuando en esa tarde le pregunté a mi madre por él, y ella repleta de resignación me respondió que ese asunto era mejor olvidarlo, que éramos ella y yo únicamente y, que ella era todo lo que yo necesitaba. Yo no sabía por qué decía eso, no podía entender por qué yo no podía tener padre, por qué tenia que olvidarlo. Ahora ya no importa. Me dijo que aunque él existiera no quería saber nada de nosotros y que jamás estaría de vuelta. ¡Qué se pudra entonces!
Nunca soltó la mano de su madre y miraba a mi tío con cautela, hubo un momento en el que me miró a mí y se dio cuenta de que yo la estaba mirando, aparté la vista de inmediato; me sentí como tonto y muy avergonzado. Pero no pude aguantar las ganas de saber qué estaba haciendo y cuando levanté la mirada de nuevo, ella apretaba una carpeta rosada de letras blancas contra su cuerpo. Se dedicaba a mirar sus zapatos. Luego mí tío, me ordenó buscar unas manzanas que estaban en una caja cerca a mí, cogí unas seis y las metí dentro de una bolsa. En ese momento al darle la espalda a ella, me sentí de nuevo atrapado por los muros de la realidad, traído de vuelta al mundo sobre cajas de frutas y verduras, al olor de la cebolla y los plátanos, a la suciedad de la tierra, a la desesperación, a la obligación y a un sentimiento de impotencia futura. Me acerqué a mi tío y le entregué las manzanas, éste las introdujo dentro de una bolsa justo con las otras cosas de la compra. Allí, frente a frente, parecíamos una especie de animalitos que se investigaban el misterio a la sombra de sus superiores.
Me siento incómodo, igual a la noche en que llegué. Me dijeron que no me preocupara, que ellos me cuidarían, que me sentiría como en casa. Me siento solo. Nada resultó ser verdad, ya ha corrido bastante tiempo y no me siento como en casa; es cierto, no he tenido problemas y me han tratado bien o por lo menos decentemente. Trabajo en la tienda del tío y ayudo a su esposa en las cosas relacionadas con la casa; pero esta casa no es mi casa y no puedo dejar de sentirme como un extraño, como un extranjero. Los murmullos, los silencios, las miradas en mi presencia. Ya no son capaces de disimular la molestia que represento. “Ya no habrá más colegio, no tengo como pagarlo, no tengo, no puedo mantenerte hijo mío. No soy capaz. Por eso está decidido, irás a vivir a casa de tu tío y trabajarás para él. No, no, no llores hijo, por favor. Sabes que te quiero; pero la vida es así. Además, ellos te cuidarán y verás que pronto te acostumbrarás al cambio y por qué no, tal vez llegue a gustarte. Eso si, hijo mío. Nunca, nunca olvides por nada del mundo a tu madre, que tanto te quiere y te dio la vida; ahora por mucho que le duela: hace lo mejor por ti”. La extraño y me preocupa que este sufriendo. Necesito ahorrar más para poder visitarla; pero ¿Cómo? Si mi tío casi no me da dinero, recibo como pago la comida y la estadía. Los pocos pesos que tintinean en mis bolsillos son gracias a las propinas que me dan las personas, en su mayoría ancianitas que agradecen la ayuda al cargar las pesadas bolsas de la compra. ¡Ahhhhhh! Y cómo aguantarme el dulce de los chocolates o el espumeante y frío sabor de una gaseosa, el chicle, el mazapán, el arequipe, las crispetas, la leche condensada o incluso algún crédito para las maquinitas.
Ya se pueden escuchar algunos motores que cortan el silencio de las calles, pronto empezará el desfile de tacones o de botas por las aceras; algunos caminando rápidamente, otros como si les pesaran mucho los pies. Por momentos se pueden percibir algunos murmullos, que a pesar de querer ser minuciosos se oyen claramente gracias al enorme silencio aun reinante de la noche que muere. Luego, cuando aclare un poco más, serán los pájaros que empiezan a cantar sentados en los cables de la corriente o en las canoas de los techos y habrán muchos y más seguidos pasos; hasta gritos de niños que se dirigen a la escuela en pequeños grupos, motores rugientes y pitos y señoras chismosas que madrugan a la iglesia. Entonces, el silencio se retirará al campo donde nadie pueda quebrantar su tranquilidad, la esposa del tío hará su entrada en mi cuarto, dando palmadas y recitando lo que tengo por hacer, que de seguro es lo mismo de siempre.
“La tierra, planeta, el cual habitamos está dividida en cinco continentes: Europa, Asia, América, África y Oceanía. Solo una cuarta parte del planeta es ocupada por la superficie”. Echo de menos el colegio y sobre todo las clases de sociales y ciencias, aunque las demás también eran buenas. Menos religión, porque nos obligaban ir a misa; y cualquier cosa que no hagas con gusto no sirve de nada. También extraño a los compañeros, hasta las mariposas en el estómago antes de cada prueba. Incluso al vacán de González que, nos enseñaba todos los secretos de la tierra, los animales, el cuerpo humano, los planetas, la historia… las competencias y las apuestas en los descansos eran lo mejor. Espero para el próximo año regresar, le he dicho a mi tío que ayudaría con la tienda luego del colegio y que sería un estudiante aplicado…
-¡Vamos!, vamos, a levantarse jovencito que hay mucho por hacer y tu tío hoy no puede estar en la tienda. Rápido, rápido. Muévase.
Puuutaaa… Justo cuando empezaba a quedarme dormido. Bueno. Tal vez hoy también pueda verla. Y si la veo, juro que le hablo.
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