POR UN PAPADO COLOMBIANO (Don Colombiano)

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Sentado en una de las butacas de la hermosa parroquia del barrio Santamaría (dicho sea de paso ubicada en el norte de la ciudad), veo pasar a los muy pocos; pero  fervientes y fieles creyentes, caminando por la nave central hacia el templo principal donde los espera  el señor Cura ataviado con su espléndido traje negro, para la imposición de la santa ceniza  y la purificación del alma. Aunque todos los presentes y me incluyo, siempre conservamos tal estado de pureza, se nos hace perentorio asistir y recibir semejante bendición, en agradecimiento al Señor. Una vez recibida la santa ceniza, los fieles se inclinan ante el radiante Cristo que domina desde su altura a todos los demás santos, se persignan y retoman por el camino de la nave central hacia la salida con la expresión máxima de ser tocado por el poder divino y el alma hecha toda una lumbrera. Sin embargo, logro percibir en cada uno cierto rastro de angustia, de incertidumbre religiosa, de inseguridad ante el destino de todos los borregos del Señor. Y comprendo lo que les sucede, pues yo también soy un borrego y percibo esa sensación, ese malestar de desamparo mezclado con rabia e impotencia y entonces no puedo evitar maldecir a este señor Ratzinger por renunciar a su papado y dejar a los millones de católicos desamparados ante las huestes de Satán que avanza. ¡Protégeme, oh Señor!  Papa loco y malagradecido que no valora lo poco que se le da. Seguramente la vida humilde que llevaba en el Vaticano, privada de todo placer mundano y profano, no pudo soportarla y declino ante la tentación del demonio. ¡Qué el Señor no lo tenga en su mayor gloria y lo condene al infierno!  No podría ser más que un estúpido este ex-papa para hacer semejante cosa: renunciar al papado con la cantidad de cardenales que se lamen por estar en semejante jerarquía social, hasta mi propia persona lo desea; pero mis inclinaciones sexuales no me lo permiten.  Pobre Ratzinger, ojalá que su modesta pensión, que seguramente no sobrepasa la paupérrima pensión de nuestros magistrados, le alcance al menos para sobrevivir y ni se le ocurra buscar trabajo que no lo va a encontrar. Respiro profundo, estoy blasfemando en la casa del Señor y dejo habitar en mí el espíritu, la rabia y la sevicia que me lleva a pecar, por mi culpa, por mi culpa. Cuento hasta diez respirando pausadamente mientras voy mirando los pasionales rostros de las vírgenes y trato de encontrarle el lado bueno a semejante situación. De repente,  me llega la iluminación, algo crece en mí y soy tocado por el Señor, entonces veo lo bueno que puede existir detrás de todo esto y eso es la vacante papal, el inmenso cráter que ha dejado este Ratzinger al pasar por la Basílica de San Pedro. Se reciben hojas de vida en el Vaticano, desde el curita más humilde como el de esta parroquia, hasta el obispo de la reina Isabel II  tienen la posibilidad de ser la guía espiritual de este descarriado rebaño.  Hasta podríamos tener el primer papa colombiano, aunque claro está  dependería de las excelentes funciones que nuestros diplomáticos realicen en el Vaticano, siempre y cuando no manden a los mismos tarados que fueron a la Haya y volvieron con el rabo entre las piernas y nos dejaron sin mar. Para que tal cosa no suceda estoy dispuesto, si nuestro ilustre señor presidente lo considera, en encabezar yo mismo la delegación para realizar el lobby de la forma más transparente y humilde, como solo se hace en el Vaticano, ante los santos padres para conseguir  el primer papado colombiano. Con este fin viajaría, aparte de un maletín y el número de una cuenta abierta en Suiza, con la lista expresamente consultada por el señor presidente en la cual, figuran los nombres de los más ilustres colombianos de alma noble y servidores fieles del señor… presidente, para ocupar la santa vacante. Esta lista la encabezaría  nada más ni nada menos que el sapientísimo señor procurador de la república reelegido y confirmado en su cargo por segunda vez consecutiva gracias a las aguerridas cruzadas que ha llevado a cabo contra las huestes inmorales de nuestro país que quieren  alterar el orden natural de las cosas, con la antinatural y execrable propuesta del asqueroso aborto y vergonzoso matrimonio entre parejas del mismo sexo. Este es un HOMBRE en el total sentido de la palabra que merece estar en la santa sede, ocupando la  santa silla ya que, cuenta con carta de presentación diligenciada por el mismísimo señor presidente.  Pero en caso de que el señor procurador no pueda por algún contratiempo judicial, el segundo en la lista es el hombre de acero que necesita la iglesia para mayor gloria de los cardenales. Este hombre es el señor “minidefensa”, hombre aguerrido de perfil Schwarzenegger y muy bien puesto, señores cardenales. A él le encomendamos la verdadera búsqueda de la paz en este país. Y sabemos señores cardenales que si ustedes lo eligen como papa el podrá encauzar la paloma del Espíritu Santo por el camino adecuado, sus credenciales norteamericanas así lo confirman. En caso de que el fortísimo señor “minidefensa” no pueda a causa de encontrarse en combate por la gloria del señor, no nos queda  si no postular al papado a nuestro Santos presidente, quien humildemente y con mucho dolor renunciaría a la presidencia de nuestro país para asumir la guía espiritual del pueblo católico. Él sabe que no solo de pan vive el pobre sino también de bendiciones, que repartirá a diestra y siniestra. Él sabe muy bien que lo falso de la moral resulta ser muy positivo. Él sabe muy bien que el que peca y reza, empata y tiene las capacidades discursivas, aunque no biológicas, para predicar el nuevo neoliberalismo-cristiano-católico-romano-apostólico de la santa iglesia. Él sabe muy bien quien es el diablo, porque lo ha visto de frente todas las mañanas.  Y sabe que el mal amenaza la república desde el twitter. Sí señores cardenales del conclave, si queremos combatir el furibe mal que se propaga por el mundo o evitar que se cumpla la ofensiva profecía de Nostradamus, elegidle a él en vuestra santa sabiduría, santo papa de la iglesia. Y que suenen las campanas en gran alborozo.
Suenan las campanas, suenan muy fuertes como si el campanero las golpeara con demasiado entusiasmo. Poco a poco voy despertando con un dolor en el cuello a causa de la incómoda butaca de la parroquia. La luz de la mañana se ha desvanecido  y las sombras del ocaso se aposentan en el sagrado recinto.  Por la nave del medio avanzan siete figuras envueltas en finas togas hacia la salida principal. Allí se detienen y en la opaca claridad del atardecer se ve un humo muy blanco que se esparce en el firmamento. ¡El conclave ha decidido, tenemos nuevo papa! ¡Gracias Señor! Y mientras voy corriendo hacia la salida voy pensando quién puede ser el nuevo papa, quizás el procurador, quizás el minidefensa,  quizás el señor presidente o quizás yo mismo, Don colombiano.  Al fin la salida, busco el humo blanco. Está allí sobre los tejados marrones huyendo de las chimeneas de la zona industrial.

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