HENRY MILLER (Johnny C.)

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Escritor norteamericano de agudo sentido, uno de los principales exponentes e impulsadores de la “beat generation”. Poseedor de una prosa rebelde, apartada de la novelística cotidiana; con el espejo de la cruda realidad en su narrativa, de ágil observación, crudeza, sexualidad, vanguardismo, anarquía y por sobre todo cargada de una espiritualidad poéticamente ardiente.  Escritor de la ciudad, las putas, el vino, el sexo y  la obscenidad desenfrenada. Antes que, Burroughs, Bukowski, Kerouac o Ginsberg. Miller ya escupía su desfachatez e inconformidad con una sociedad puritana y dócil, que difícilmente aceptaba sus ideas; condenándolo al mismo tiempo de pornógrafo y amoral. Cierto o no, Henry Miller con el paso del tiempo se ha convertido en un enorme exponente de la literatura del siglo XX. Tal vez el lector incauto encuentre en sus libros un cúmulo prolífico de paisajes, bohemia y sexualidad o simplemente asqueado, abandone despavorido sus lapidarias páginas.

 Fragmentos extraídos de: Trópico de cáncer

“Estamos ahora en el otoño de mi segundo año en París. Me enviaron aquí por una razón que todavía no he podido desentrañar. No tengo dinero, ni recursos, ni esperanzas. Soy el hombre más feliz del mundo. Hace un año, hace seis meses, creía que era un artista. Ya no lo pienso, lo soy. Todo lo que era literatura se ha desprendido de mí. Ya no hay más libros que escribir, gracias a Dios. Entonces, ¿éste? Éste no es un libro. Es un libelo, una calumnia, una difamación. No es un libro en el sentido ordinario de la palabra. No, es un insulto prolongado, un escupitajo a la cara del Arte, una patada en el culo a Dios, al Hombre, al Destino, al Tiempo, al Amor, a la Belleza... a lo que os parezca. Cantaré para vosotros, desentonando un poco tal vez, pero cantaré. Cantaré mientras la palmáis, bailaré sobre vuestro inmundo cadáver”...


“Todo mi ser respondía a los dictados de un ambiente que no había experimentado nunca; lo que podría llamar mi yo parecía contraerse, condensarse, escapar de los límites antiguos y habituales de la carne cuyo perímetro conocía sólo las modulaciones de las extremidades nerviosas. Y cuanto más sustancial, más sólido se volvía mi centro, más delicada y extravagante aparecía la realidad inmediata, palpable, de la que iba quedando separado. En la misma medida en que me volvía cada vez más metálico, la escena que se producía ante mis ojos iba adquiriendo mayor amplitud. La tensión era ya tan intensa, que la introducción de una sola partícula extraña, aunque fuera una partícula microscópica, como digo, habría hecho añicos todo. Por una fracción de segundo quizá, experimenté esa claridad total que, según dicen, el epiléptico tiene el privilegio de conocer”…


“En un tiempo pensaba que ser humano era el objetivo más alto que podía tener un hombre, pero ahora veo que estaba destinado a destruirme. Hoy me siento orgulloso al decir que soy inhumano, que no pertenezco a los hombres ni a los gobiernos, que no tengo nada que ver con credos ni principios. No tengo nada que ver con la maquinaria crujiente de la humanidad: ¡pertenezco a la tierra! Digo esto con la cabeza reclinada en la almohada y siento los cuernos que me brotan en las sienes. Veo a mi alrededor a todos esos antepasados míos bailando en torno a la cama, consolándome, incitándome, flagelándome con sus lenguas viperinas, sonriéndome y mirándome de reojo con sus siniestras calaveras. ¡Soy inhumano! Lo digo con una sonrisa demente, alucinada, y seguiré diciéndolo Aunque lluevan cocodrilos”…


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