DE VUELTA A CASA (Urraca)
Esa noche más que nunca quería llegar y ver a su esposa, así que bebió su “último trago” y salió del bar decidido y ansioso, al encuentro con ella. La calle estaba llena de voces, risas y gritos, todo se entremezclaba y formaba un solo bloque lleno de caos, disonancias, ruidos y colapso auditivo.
Caminó hasta la esquina, se detuvo un instante y encendió un cigarrillo. Sabía perfectamente lo que le esperaba unos metros adelante y trató de asimilarlo con calma. Todo estaba dentro de lo planeado, salvo una lluvia ocasional que hizo más lúgubre e íntima aquella calle. Se acercó hacia un par de hombres que lo esperaban ansiosamente. “¿Dónde está tu esposa?” – le preguntó uno de los hombres, vestido de gabán, de altura media y ojos saltones. “No la traje”, respondió nuestro hombre. “¿Cómo es posible?, maldito infeliz, ese no era el trato, acordamos perfectamente que yo te daba el dinero que me pediste y tú me traerías a tu mujer, para yo hacer con ella lo que me plazca, ¿por qué incumples nuestro acuerdo? ’’.
“Sé perfectamente lo que acordamos, pero no resistí los deseos de comentar el asunto a mi esposa; es cierto teníamos problemas de dinero y necesitábamos pagar urgentemente las deudas. Le comenté del trato que hice contigo y se rehusó totalmente a quedar a disposición tuya, le dije que ya había hecho el acuerdo y que nuestras deudas ya estaban saldadas, que ya “podíamos morir en paz”; pero debido a que el dinero me lo entregaste tú, tenía que cumplir mi parte del trato y traerla contigo, sin embargo ya ves… no lo hice”. ¿Por qué no la trajiste entonces maldito bastardo?- gritó lleno de rabia y con desespero el hombre del gabán.
“¡Ya te lo dije!, ella se rehusó, así que me propuso una forma excelente de salir del embrollo y yo acepté. Ahora mismo me dirijo hacia el lugar donde ella está”. El pequeño hombre, desesperado, extrajo de su gabán un revólver y le apuntó en medio de sus ojos. “No irás a ningún lado, maldito infeliz – le dijo -, morirás aquí mismo y a fin de cuentas no ganarás nada, por tu esposa iré luego, pero tú morirás ahora”.
Nuestro hombre tiró su colilla de cigarrillo al suelo y la pisó con la bota de su zapato contra el mojado asfalto, miró al hombre del gabán a los ojos y le dijo: “Eres un total estúpido, si creíste alguna vez, que la traería contigo, sin embargo te debo dar las gracias, primero que todo por el dinero y, segundo, por el pasaje de ida hacia el lugar donde esta mi mujer, deseo mucho verla y ella a mí también, ten la certeza que tanto ella como yo te lo agradecemos infinitamente, será lo último que hagas por nosotros, jamás nos volveremos a ver”. Dicho esto, se volteó y salió afanosamente (y muy feliz), a correr calle abajo, el hombre del gabán disparó cuatro veces su arma contra la espalda de nuestro hombre y éste cayó boca abajo, muriendo ipsofacto en medio de la calle y de la ocasional lluvia.
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