DE LOS DOLOROSOS Y LOS GOZOSOS EN LO DESCONOCIDO (Urraca)

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Editorial 11

“Nada teme más el hombre que ser tocado por lo desconocido”.  Es un temor diferente, es un tipo de impulso que no conoce o no sabe representar, un trazo indefinido en su corta realidad, amorfa y sin figura definida que lo obliga a huir de la realidad, incluso a repudiarla u odiarla. Ese miedo se convierte en una presencia que él no logra concretar ni disociar dentro de un marco completo de unidad; quizás busque definiciones a éste, su enigma, en la naturaleza, en el mismo hombre, en el lenguaje, lo cual hará que se encuentre con múltiples verdades y a su vez en laberintos; la lucha consistirá entonces en sostener todo este mundo nuevo, -motivado o no- por el trazar de su vida.

Los diversos sentimientos que suscitan en el hombre, el temor, la pasión, la angustia, la desazón humana, entre otras; nacen quizás en torno a la relación que él hace entre los fenómenos comprensibles y los que no lo son, estos últimos tejen variados tipos de personificaciones e interpretaciones maravillosas, (propias pero maravillosas) que hacen que sus sensaciones de miedo y angustia, sean tan propias y naturales dentro de una raza cuyo concepto, quizás, pueda ser tan elemental como nuestra experiencia única y limitada en este mundo.

La ciencia y la filosofía han tratado de suplir esos haceres irrepresentables a través del delirio de las clasificaciones, de las leyes, de la identidad, como si bastara un simple nombre,  un género o una familiaridad de conceptos para comprender todo un mundo que rodea un acto, una palabra, un sentimiento, una sonrisa, y romper a su vez, con esa angustia acuciante del ser de la que habla Heidegger en su obra: “Ser y Tiempo”.

En muchos pasajes de la vida, el temor es tan agobiante, desconocido e intangible, que somos incapaces de expresarlo con palabras, de comunicarlo e incluso de transmitirlo.
Michael Foucault, en su famoso ensayo “Las palabras y las cosas” (1997), hablaba de cómo habíamos perdido la capacidad de referir a través del lenguaje. Las palabras se opacan entonces, no aflora ni refulge el poderoso aroma de su presencia. Se vuelve más poderoso el temor que la palabra misma, piensa entonces el hombre que en su anodino silencio encontrará paz, sosiego y tranquilidad. Incluso –porque no- sumido en esta condición de aislamiento y temor, encontrar, paralelamente a lo que venimos describiendo, placer y voluptuosidad.

Bajo esta lógica, en la cual exponemos una pérdida del lenguaje por medio de los temores y agobios personales; podemos concluir entonces, (partiendo desde este tipo de hombre) una pérdida de contacto e interacción con el mundo, nadando entonces vagamente en una cantidad prolifera de abundantes signos que quizás aclaren más “nuestro mundo interior”, o caso omiso lo confundan más, múltiples lenguajes y simulaciones que  el mismo hombre crea a partir de lo real.

Todo hoy es percibido desde una galaxia de códigos y signos, por una hiperestructuración en la mirada, en el lenguaje mismo y en cada intento de pensar lo real. Aquí en este punto donde se encuentran diversas teorías, pensamientos y alegrías; también se encuentran temores, agobios y desdichas.
                                                        

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