PORTADA-DIMENSIÓN 17, mayo de 2013
Portada Mayo 30 de 2013
"La única obligación que tenemos en la vida:
no ser imbéciles"
Fernando Savater
DIMENSIÓN 17
"La única obligación que tenemos en la vida:
no ser imbéciles"
Fernando Savater
DIMENSIÓN 17
MI OPINIÓN SOBRE "LA OPINIÓN" (Urraca)
Unknown
10:51 p.m.
DIMENSIÓN 17
,
Dimensiones Revista Literaria
,
Extroducciones
,
Urraca
No hay comentarios.
EXTRODUCCIÓN 03
En este tiempo, en que escribo este texto, transcurren otros tiempos. Su presente-leer, era mi pasado-escribir y éste a su vez era presente de mi pasado-pensar. Aquí, llegado a este punto centrifugo que se halla inclinado en el porvenir de todos estos tiempos; me inquieta una sola cosa: “La opinión de los hombres”. Inicialmente, considero que en alguna medida es útil, y por otro lado, intuyo que al darse un intercambio de opiniones entre dos entes, éstos se sentirán honrados el uno con el otro, presentándose esto como un sucedáneo del respeto del hombre con el mismo hombre. En este hecho, se nota clara y necesariamente un pensamiento intermediario, como el paso de la palabra a la concepción individual que ésta ejerce. Obviamente en múltiples ocasiones se presentan elogios. Pero quiero resaltar hacia este fin, que la necesidad de la opinión ajena sobre uno mismo y el efecto colateral que se desencadena después, no son inmutables, y que aun por estos mismos, ambos se pueden debilitar hasta echarse uno afuera del otro. Bajo esta lógica, quiero exponer y agregar, por medio de la opinión de otros, la mayoría de personas, quieren acreditar y fortificar a sus propios ojos el concepto que tienen de sí mismos. Esto conlleva a dichas personas, a apoyar su propia autoridad, en fe y nacimiento ajenos, los cuales surgen en la definición que tiene el otro sobre ellas mismas, y por lo tanto, cuando no se recibe ésta, se desencadena la debilidad en el criterio propio, y por ende se genera la expulsión –de la que hablaba antes-, entre la opinión lanzada, y el resultado posterior a éste.
Cuando un hombre tira del arco su flecha, hay siempre cerca de él un blanco y una fuerza irracional que lo impulsa a disparar. Aquellas fuerzas, son déspotas, naturales, inesperadas, humanas y caprichosas. No hay pensamiento, mucho menos conclusión satisfactoria sobre qué tipo de fuerza o sentimiento abrupto se halla en él. Lo único que se sabe es que existe y es un poder dentro de sí mismo, una regla, una pasión, una fuerza. Esta última, encierra la convicción fundamental que domina y ha dominado a todas las civilizaciones.
Las opiniones son caprichos naturales que se lanzan con voz aguda, circunstancial, benévola y cruel. El hombre ante cualquier acto que se presenta ante él; se embriaga violentamente, en ese momento es preso de múltiples excitaciones, es Dios, es demonio, amor, ciencia, es consecuente y voluble, es reo de una condición en la cual, él no se halla favorable e intenta por cualquier medio, romper la cadena, librarse del yugo, gritar. Piensa para sus adentros, siente un enigmático antagonismo entre él y los hombres, encuentra diferencias y semejanzas, refuta algunas, comparte otras, admira éstas, ignora aquellas, renace en unas, muere en otras, se sumerge en las que le son propias, rema en las que no lo son. Lanza el boomerang de la opinión, para que éste vuelva a él, de otra mano, con otra fuerza, con otro color y otra concepción.
CARTA PARALELA DENTRO DE UN DIARIO INCONCLUSO (Animal Nocturno)
Alguna vez me senté a escribirle. Recuerdo tanto ese día. El sol quemaba mis pestañas, y las aves burlaban la gravedad con centelleantes maniobras en el firmamento que a través de la ventana del tren podía observar. Soplaba el viento lo suficiente por la ventana para hacerme pensar si ella me dejaba sin aliento o si el exceso de oxígeno en la cabina obnubilaba mi razonamiento. Creo recordar cuando la cerré, pero no recuerdo haber recuperado mi aliento.
Miraba el reloj tantas veces como la recordaba, intentando simular que su imagen no distorsionaba mi percepción del tiempo, quería creer que aún era mi self amo de mis pensamientos, quería creer que ella no me apartaba del espacio, del tiempo, del tren 1-A y mi oxidado reloj. Y si ¡Já! esto era tan absurdo como negar que el punto azul que habitamos gira alrededor de algo más grande que él.
Me interrogaba sobre las nubes, sobre las ranas bailoteantes en las lagunas, sobre las hojas atraídas por el viento de mi tren, sobre mis pensamientos; esos extraños pensamientos que me acompañan en este caluroso vagón mientras machacaban mi pasado e idealizaban mi próximo futuro; es que son ellos quienes me repiten compulsivamente casi como una oración, como una runa: “Pense à elle comment elle pensé à toi”.
Alguna vez vi su foto. Yo no sabía quién era. La curiosidad acabó con mi estado de homeostasis psíquico no alterado desde el último solsticio. En ese entonces, no tenía motivos para verla por la magnífica o lamentable razón de que no sabía que existía. Sin embargo, fui vencido por la curiosidad de ver a la damisela plasmada en la imagen papel tapiz, la cual su misterioso nombre aún no conocía, entonces le di vuelta al retrato y su nombre era… - ¡Oh oui! Une tasse de Café avec crème et sucre, s’il vous plait. Oui, oui, c’est bien. Merci Madame. Y luego le pregunté al opio en las nubes ¿por qué?, ¿por qué será que la curiosidad asesinó al maldito gato?, ¿habrá este hecho marcado el destino de muchos sucesores de aquel felino?
Tomé una pluma del saco de un hombre cuya existencia desconocía a mi lado desde mi abordaje en el tren sur y mientras rasgaba parte del papel-pergamino que hace minutos había comprado sin haber tenido claro para qué, imaginaba cuántas horas, cuántos pasos, cuántos kilómetros tardaría para verle, de nuevo, tan solo para una cuarta vez, para asegurarme que no había olvidado su rostro, sus ojos cual “muchacha ojos de papel”, su voz de silueta de espada amenazante y seductora. Era tan solo por una noche, era tan solo unos pocos minutos para decirle un montón de cosas sin sentido, tan sin sentido como esta carta que ahora escribo y que quizás nunca salga de la contratapa de mi diario. ¿Qué le diré?, ¿Qué le escribiré? Que era tan solo para confirmar que era ella y no otra, que no era otro sino ese rostro, que no éramos otros dos sino ella y yo…
Mis verdosos ojos se contraían con la luz proveniente de la ventana, pero se dilataban con la ansiedad producida por la emoción de escribirle. ¿Qué has hecho en todo este tiempo?, ¿en qué te has convertido? Y es que quería también creer que no ha sido una eternidad estos 14 días sin verle. Eran tantas palabras para ser plasmadas, eran tantas sensaciones para describir y tan pocos silencios entre pensamientos fugaces, eran tantas bengalas perdidas, tantos niños condenados y deambulantes en mi cabeza como los recuerdos vagos del último día agitado que le vi, cuando dijo que le gustaban los trenes y las visitas inoportunas a chicos que para ella significaban algo, que le agradaba ver los vastos paisajes por la ventana, ver las gaviotas apostar carreras e imaginar que agitaba los árboles de un lado a otro al suspirar pensando en alguien, en alguno, quizás en muchos, quizás en uno, como el uno del número del tren que abordaría, no me dijo cuándo: Tren 1-B. Hacia mi región, contando que quería conocer tan vasta natura, y por supuesto, le creí. Su pasión: la naturaleza. Un chico a quien visitar inoportunamente: para mí allí no habitaba.
Era un día abrumante por el silencio entre todos los seres vivos allí, lo sentía en el aire, lo sentía en la música, en el extraño y frecuente uso del pito de vapor del tren que solo en emergencias se usa. Así mismo, miles de sensaciones en mí se evaporaban al pensar simplemente en lo absurdo que es pensar tanto en una damisela. Tenía la mente llena de tonterías e historias descabelladas, el vidrio se quebraba ante la imagen de ella en el reflejo de mis ojos, y ya no diferenciaba entre el aumento de velocidad del tren y la circulación de la bomba de sangre en mi pecho. La luz cada vez era más cegadora, sentía que debía escapar de allí, escapar de todos, escapar de ella; porque sin explicación, cada vez la sentía más cerca. La ansiedad empezaba a recorrer los blancos y sudorosos rostros de las personas en mi vagón, y por algún motivo sentía que la oscuridad que se acercaba en aquel momento en el próximo túnel no me permitiría terminar esta carta; pero me alegraba tener la esperanza de no tener que ponerle un punto final a una historia que jamás comenzó. - “À l’aide, vite!”¿Es lo único que sabe decir ese conductor? -Me decía. Y mientras él pedía auxilio yo compaginaba con mis acompañantes que gritaban y corrían de un lado a otro despavoridos. Y es que si Messieurs, hoy es un día para gritar, para tomarme este café frío, para escuchar una canción dos veces, para escuchar el soporífero sermón del templo de mi pueblo o dormirse en el puesto de control de la estación de trenes. Quizás así enviando dos de estos a un encuentro súbito, fulminante… Quizás eso permita privarme de la cegadora luz del día que confunde mi vía, como mi catastrófica vida y aclararla en el choque de fuerzas de los trenes 1-A y 1-B al interior del túnel 12, valdrá la pena ser feliz al descubrir que somos dos los equivocados de carril, equivocados de tiempo, equivocados de vida, pero nunca equivocados de lo que vivíamos, logrando estar más cerca a 4 segundos de distancia, a 3, a 2, a 1…
SONRISA DE HOZ (Mb-6v!)
Tan hermosa mujer ya no sonreía, fría y encogida repasaba la incógnita, parecía que
hubiese negado dibujar en su aspecto la alegría. Tanta era la impaciencia, que recorrió una a una las maneras de hacerlo. Evocó recuerdos recreados en la infancia, atendió a las voces que a la redonda bromeaban, imitó la ironía, observó la torpeza de los que pasaban, meditó lo que era feliz en su vida, revolcó sus emociones; pero nada, ni las hojas ni el polvo sobre las plantas de sus pies sacudía la emoción. Era como si ella olvidara por completo que todo esto era un estímulo para que sus vías aferentes se reunieran en un solo canal y se adentraran en su cerebro, mediante conexiones sinápticas espino-talámico-corticales justo del centro del núcleo integrador sensitivo y sistema límbico, al área somatosensorial primaria, para convertirse luego en una respuesta motora que descendería por vías eferentes hacia los músculos cigomático mayor, cigomático menor, elevador del labio superior, elevador del ángulo de la boca, depresor del labio inferior, risorio, buccinador, orbicular de la boca, mentoniano, orbicular de los parpados, occipitofrontal, prócer, lengua, diafragma… y se sacudieran para que su rostro desbaratado dejara salir una escandalosa algarabía sincronizada con su espiración y cuerdas vocales, empezara a golpear todo, sentirse ahogada y terminar sintiéndose ablandada y satisfecha por el rimbombante placer y lo conveniente del ejercicio. Pero no, ella lo sabía todo, lo sabía mejor que cualquier Gelotólogo, incluso ella era una. Ella no sonreía porque la muerte no sabe de anatomofisiología.
CITADINADAS II (Mónica Armónica)
Unknown
10:45 p.m.
DIMENSIÓN 17
,
Dimensiones Revista Literaria
,
Mónica Armónica
No hay comentarios.
En un pueblo, que ya no es tan pueblo. Pero bullicioso, voyeurista y berrinchoso como todo pueblo, una calle perversamente torcida y alargada, nombrada en la nomenclatura oficial como calle 16 o Contreras. Todas las calles de todos los pueblos tienen nombres de “héroes” caídos. De ahí, el mal olor que siempre se percibe al caminar por ellas. (Cuando se les dé por bautizar una calle con el nombre del último expresidente de este país el hedor será insoportable). Pero en el argot popular se le conoce también como la calle de “Salsipuedes”. Porque en las mágicas noches escarlata su torcida linealidad se transforma, para el inexperto caminante, en un fatal laberinto que solo conduce a un destino. En esa calle llamada Contreras o Salsipuedes hay una esquina, en esa esquina no hay nada más que una pared y un poste de energía que echa su chorro de luz amarilla sobre el asfalto y el tumulto de basura que se descompone. Entre las bolsas negras de ese tumulto otro tumulto, el tumulto de la vida o más bien el de la muerte. Porque en esta calle la vida y la muerte se confunden. Y en la confusión de la confusión me doy cuenta de que el tumulto es mi tumulto, tirado como un sucio pañal en la esquina de la calle Contreras o Salsipuedes de un pueblo que ya no es tan pueblo.
SINE DIE (Urraca)
Estaba allí de pie, esperando a que por fin algo ocurriera, siempre buscaba cualquier pretexto para pasar mis tardes en esa calle. La mayoría de ocasiones mantenía mi cabeza inclinada, mirando en el asfalto las sombras de los transeúntes y jugando a adivinar cuál de todas éstas podía ser la de Sine Die. Buscaba su olor en las aceras cuando alguien pasaba a mi lado. Al reflexionar un poco y echar un simple vistazo alrededor, pensaba que quizás ese comportamiento era un poco absurdo e irrisorio, y después de dar varios rodeos sobre las mismas conclusiones, avergonzado y decepcionado, seguía mi camino calle abajo. Daba vueltas inoficiosas antes de decidirme a donde quería llegar, buscando dentro de mí una excusa para regresar a ese mismo lugar, solo para asegurarme de que allí fue donde la vi por última vez o, quizás solo para reconfirmar mi masoquista seguridad de que una vez más regresando allí mismo, no encontraría rastro alguno de lo que dejo nuestro pasado encuentro.
Sentados en una acera poco transitada y un poco polvorienta; me dice unas cuantas palabras y luego aprieta sus labios intensamente brillantes, jóvenes, sudorosos. De su boca salen poderosas palabras que llenan de seguridad y algo de terquedad su ya de por sí, complicada forma de actuar y pensar. La miro con mi sonrisa más clásica. La invito a caminar a aquel árbol que se ve en esa pequeña montaña pasando la hacienda de Don Walter. Acepta mi invitación, caminamos por el sabio sendero de herradura. De mi mochila saco un par de naranjas. Cuando hubo satisfecho su hambre de horas le dije: “Te he visto desde hace muchos años, desde que éramos pequeños, eras serena, ordenada con tus cosas de escuela, disfruté al verte crecer mientras yo también lo hacía sentado en las aceras de la única calle por donde te veía transitar, en mi mente llevo fragmentos de un minucioso diario de lo que fue tu vida durante esos hermosos días”.
Y precisamente así fue, al regresar allí, no encontré nada en ese lugar que me pudiera indicar en dónde o cómo estaba ella. Estando allí, repase uno a uno los momentos en que nos vimos por última vez. Me citó a las 7 de la mañana en aquella acera, llego abatida por la perplejidad, cerró sus ojos y me dijo que quería irse, que lo necesitaba, que no había nacido para echar raíces, que le gustaba viajar a las ciudades y a los pueblos, que sus lentes estaban ansiosos de nuevos reflejos, de formas y gente diferente. Que con el escueto transcurrir de su presente y con el rigor de tan monótona vida a la que estaba siendo sometida en ese momento por parte de su tío, solamente lograría colapsar por completo.
“Y… ¿Cuál es el momento que más recuerdas en ese minucioso diario mental del que me hablas?”, me pregunta mientras caminamos hacia el árbol. “Esa noche, en la que los chicos del barrio fuimos a acampar en “El bosque de Los Santos”- le digo sin dudarlo. “Recuerdo que te tapabas los oídos ante los gritos de algarabía y terror que los muchachos hacían mientras jugaban a yo no sé qué cosas de monstruos. Estabas en ese campamento pero a la vez no lo estabas, me pediste prestada la guitarra, pulsaste sus cuerdas una y otra vez y te sumergiste en ti misma y en el sonido.”
“Esa noche no quería estar en ese campamento –me dice- solo quería huir de la visita que había en mi casa y encontré ese campamento como una buena oportunidad para salir de allí”.
Mientras recordamos momentos de lo que fue la vida de Sine Die en el pasado, llegamos sin prisa al árbol de aquella montaña. Nos sentamos y hablamos durante horas sobre gatos, personas del pueblo, frutas y plantas. Entre tanto, la noche llega a nosotros invadida por el obnubilante preámbulo a la lluvia y nos mojamos las conciencias con miles de gotas fuertes y sorpresivas.
Le dije a regañadientes que no había problema, que se podía ir, que viajara, que conociera otros lugares, que buscara en cualquier parte su vida, su placer constante. Le dije que en el mundo no hay palabras definitivas, solo intentos de premoniciones, que todo momento de agonía, siempre culminaría en otro de alivio. Que se llenara de argumentos irrecusables y escapara de la cotidianidad hostigante.
Me abrazó y me dijo que yo siempre encontraba las palabras precisas para animarla. Me dio un beso un tanto agitada, su último beso, nuestro último beso. Nuestras bocas chocaron violentamente. Dio vuelta y se fue.
“No volverá en milenios”-me dije.
Abandonamos el árbol y bajábamos de la montaña, con la lluvia a nuestras espaldas. Llegamos a una pequeña tienda en el pueblo a escurrirnos las ropas. 11:15 de la noche, lo sé por el locutor de la radio. Mientras Sine Die se seca su cabello me dice con voz apacible y dulce: “Me hiciste sentir muy bien hoy, fue un día espectacular, me pregunto si en alguna otra parte del mundo existirá otro lugar tan mágico como aquella pequeña montaña y su árbol. En realidad quería verte hoy, era una necesidad casi suprema, como tantas que sentimos las mujeres en algún momento de nuestras vidas, hiciste que mis sentimientos y pasiones fueran una fuerte turbulencia de vértigo irrefrenable. ¡Mil gracias!”.
Me abraza fuertemente y me da un beso, su primer beso, nuestro primer beso, lento, muy suave y cálido. Nuestras bocas se encuentran sutiles y luchan tibiamente.
Antes de partir a casa de su tío, me dice con voz fría e intrigante: “Quiero que nos veamos mañana en la misma acera donde nos vimos hoy, a las 7, allí te espero”.
Todos estos recuerdos provistos de una sucesión de decrecientes realidades borran de mi mente, con un solo manotazo la imaginación y el deseo que antes de ayer tuve con mi coincidencia de vida, en la vida de Sine Die. En este lugar solo veo arena prosaica, charcos y rastros de un fuerte vendaval nocturno, huellas de herraduras y zapatos, sonidos de escobas limpiando patios y un húmedo olor a ausencia.
Cerré mis ojos y la recordé una vez más.
THE VELVET UNDERGROUND (Johnny C.)
El tiempo en su transcurso ha querido o mejor aun, ha dictado que ésta banda olvidada en los anaqueles polvorientos y arrinconados del rock; se le dé el lugar privilegiado que en un principio y durante su corta existencia le negaron rotundamente.
Mucho antes del pesimismo Grunge, de las guitarras desafinadas, rápidas y furiosas de los punks y en medio del flower power hippie que por entonces se tomaba las calles de Estados Unidos, con su espíritu de falsa libertad y consumo de alucinógenos en busca de la “respuesta” que jamás iban a encontrar; aparecen unos tipos, vestidos de cuero negro, anárquicos, sapientes de la cruda realidad que los rodeaba, dispuestos a romper con todo lo establecido por el momento bueno o no.
No recuerdo cómo o cuándo me topé con esta banda; pero debo decir que agradezco tal oportunidad, porque poco a poco su música ha ido socavando o trastocando, hasta convertirse en una de esas bandas, a la cual le tomas enorme aprecio; tal vez igual a esa chica, libro, película o verso que te eriza la piel, llevándote hasta un trance de ensoñación que arrebata suspiros, sonrisas, miedos y un sin número de expectativas.
Dicen que el nombre Velvet Underground, “Terciopelo subterráneo”, lo tomaron de un libro de tendencia erótica y masoquista, escrito por el norteamericano Michael Leigh. Conformados por: Lou Reed, John Cale, Sterling Morrison y Maureen Tucker; “la velvet” nace a principios de la década de los sesenta, luego de varios proyectos precursores de poco alcance; pero que empezaron a marcar la trayectoria y estilo futuros. Su sonido experimental, estrepitoso y vanguardista repleto de guitarras disonantes y cacofónicas, tambores que parecen extraídos de los rituales más oscuros de alguna tribu perdida en la selva, encima de una afilada y chirriante viola eléctrica capaz de rasgar los más profundos recovecos del cerebro, conforman el inconfundible y delirante sonido propio de “la velvet”. A la par están sus letras oscuras, llenas de heroína, cuero, sexo, desenfreno y desesperación que rompían claramente con todo lo que acontecía por la época del “hippismo”, los Beatles y el peace and love que se promulgaba como el pan de cada día.
La aventura recién inició a vislumbrar, luego de ofrecer un concierto al que asistió Andy Warhol (Sí, el de la lata de Campbell soup), quien quedó impresionado por el sonido de la banda y vió una oportunidad más de sumar a su carrusel vanguardista a otro esbirro.
Con Warhol y Nico (una rubia, cantante, actriz y modelo alemana) “la velvet” lanza su primer LP en 1967 titulado “The Velvet Underground & Nico”, un disco totalmente extraño para el tiempo, que contiene grandes canciones como: “I’m Waiting For The Man”, en el que se cuenta la historia de un drogadicto a la espera y búsqueda de su camello; la icónica “Heroin” himno de los himnos entre los Yonkies y “Venus In Furs”, canción con letras masoquistas que igual al nombre de la banda fue tomado del libro “La Venus de las pieles”, escrito por el austriaco Sacher Masoch, a quien se le atribuye la invención del masoquismo. El material tibiamente recibido, obtuvo poco reconocimiento entre la masa.
Sin Warhol (despedido por Lou) el grupo, al capitaneo de la genialidad de Reed y Cale, se proponen llevar a cabo la experimentación de sonido a otro nivel. Es así como, de las riendas creativas de este par de muchachos, aparace “White Light/White Heat” (1968) el segundo disco; mucho, muchísimo más experimental, crudo, y lúgubre que su antecesor y que a cualquiera en la historia del grupo. Dicho álbum contiene canciones con una increíble combinación de sonidos como: “Lady Godiva´s Operation”, canción que habla de una muy poco recomendable cirugía; “The Gift”, “White light/White Heat” o la frenética “Sister Ray” ampliamente antiestéticas, rasgadas, para nada convencionales y difíciles de oír. El álbum es considerado como el inicio del género musical conocido como “Noise”. Sin embargo, y como era de esperarse, el éxito del álbum fue nulo; esto combinado con ciertas disputas entre Lou y Cale, generó que éste último abandonara la formación. Lo que me atrevería a considerar como el principio del fin. (Por lo menos para “la velvet”).
Con Cale fuera y Doug Yale como su reemplazo, Reed al capitaneo decide dar un giro trascendental al estilo del grupo. Nace el álbum homónimo a la banda “The Velvet Underground” (1969). Distante a los dos anteriores, este nuevo material más digerible y tranquilo en cuanto a sonido y letras, bastante pop, nos enseña un cambio que no está del todo mal; pero ya no es lo mismo. El feo monstruo fue lavado, maquillado y vestido. Dejando de lado esto y dedicándose simplemente a escuchar nos encontramos con canciones que se han convertido en grandes clásicos de la banda. “Pale Blue Eyes”; “I’m Set Free”; o “Jesus” son algunas de las suaves y melódicas baladas con las que nos podemos encontrar en el disco, convirtiéndose a pesar de todo en un material bien hecho y al mismo tiempo hermoso. Pero esto tampoco ayudaría mucho con el tema de las
ventas.
Por último, tenemos el “Loaded” (1970), un intento mucho más pop y de carácter comercial; tal vez decepcionante. Muy lejos de lo que había sido “la velvet” en sus inicios. A pesar de esto, podemos rescatar estos temas también clásicos dentro de la banda y la historia de la música: “Rock`n roll”; “Sweet Jane” y “Sweet Nuthin”.
Ese mismo año Lou decide dejar la banda y continuar su camino como solista. Morrison y Tucker haría también lo mismo y cada uno por su lado emprenderían nuevos proyectos. Luego de cinco años, pocas ventas, mucha experimentación, peleas, drogas y mala suerte. La banda se desintegra definitivamente.
SERPIENTE XIV
-Debes morir para redimir los pecados de todo el mundo.
-¿Pero?... ¿pero?... ¿Por qué yo?
-Porque eres mi hijo.
-Jueputa, desearía no haber nacido.
Suscribirse a:
Entradas
(
Atom
)
No hay comentarios. :
Publicar un comentario