PORTADA-DIMENSIÓN 15, marzo de 2013
Marzo 30 de 2013
"-La gente vive de ilusiones- dijo ella.
-¿Y por qué no?-sugerí-¿es que existe otra cosa?
de Pulp
Charles Bukowski
"-La gente vive de ilusiones- dijo ella.
-¿Y por qué no?-sugerí-¿es que existe otra cosa?
de Pulp
Charles Bukowski
ORGULLO, PREJUICIO Y ZOMBIS. UNA NOCHE MIRANDO LA T.V. (Johnny C.)
Unknown
11:55 p.m.
DIMENSIÓN 15
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Dimensiones Revista Literaria
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Extroducciones
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Johnny C.
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EXTRODUCCIÓN 01Mis gustos televisivos varían según el día y la hora, si es en la mañana, definitivamente prefiero la T.V. apagada; en la tarde, la decisión es la misma, dado a que no transmiten absolutamente nada bueno, aunque a veces me gusta sentarme a ver algún partido de fútbol, en especial si es de la Champions y solo siempre y cuando haya un gol en los primeros quince minutos, si esto no sucede se me hace tan aburridor como un partido de Tennis o tan tedioso como uno de Baseball y eventualmente termino apagando la televisión y buscando otra cosa que hacer; en la noche, definitivamente lo único que podría dejarme atado a ésta, sería la presentación de una buena película, y como buena película no me refiero a la mierda de Crepúsculo o Avatar. El problema esta justo ahí, en la televisión solo pasan eso y como otra veintena de películas del mismo tipo o estilo. Por esto, en la noche tampoco veo televisión; de ahí que una de mis aficiones favoritas para perder el tiempo sea el “Zapping”. Esa deliciosa pero a la vez perturbadora (para alguien que me este acompañando) manera de ver y no ver televisión.
Cierta noche practicaba mi deporte favorito y por casualidad me topé con un capítulo de la serie “The Walking Dead”. Sí, esa del conocido Apocalipsis Zombie en la cual, a un puñado de no infectados les toca pasar por las verdes y las maduras tratando de sobrevivir. No soy aficionado a esta serie, pero confieso haber visto la primera temporada y que el largo tiempo entre el final de la primera y la emisión de la segunda, fue suficiente para que perdiera el interés por ésta. Entonces, fiel a mi manera, continué con el cambio de canales lo cual, me llevó a otro en el que estaban pasando
“Pride and Prejudice”, la película basada en la novela del mismo nombre y una de las obras más importantes de la literatura mundial escrita por la inglesa, Jane Austen. Una novela romanticona transcurrida en el siglo XVIII, repleta de largos vestidos, grandes salones, tazas de té, campiñas verdes y extensas, ostentosas mansiones de campo, bailes comunitarios y mucho dialogo sobre el amor, las primeras impresiones, las conjeturas y sobre todo: el matrimonio.
De nuevo seguí con la importante tarea de pasar canales (por lo menos para mí) no había problema, el libro lo leí hace ya bastantes años, no sé por qué; y la película, si no estoy mal y no me falla el recuerdo, la vi el año antepasado, igualmente, sin saber por qué; tal vez sea por esa curiosidad que te embarga en cuanto te enteras que tal o cual libro tiene película o porque la protagoniza Keira Knightley o simplemente (y creo que es la opción ganadora) porque no tenía más por hacer.
A estas alturas creo que usted lector(a), se debe estar preguntado a dónde quiero llegar con todo esto. Bueno, analizando un poco más la situación. Tenía lo siguiente: Orgullo y Prejuicio y Zombis. No, no se me están cruzando los cables, ni las ideas. Simplificando, tenía la película y una serie sobre muertos vivientes, fue ahí cuando mi podrida memoria hizo su trabajo y envió de nuevo a mi mente: orgullo y prejuicio y zombies, el libro. Sí. Créalo, una atrayente propuesta de reescritura sobre este clásico de la literatura; pero atiborrado de horribles y hambrientas hordas de innombrables que pululan por todo Londres y por supuesto por la adorada y calmada Meryton, dándole un problemita más, al ya de por sí conflictivo amor entre los protagonistas; que a parte de luchar contra el prejuicio de clases y doblegar el orgullo propio, tienen que vérselas tanto en bailes populares y de presentación como contra putrefactos zombis no muy amistosos.
Los más conservadores lo podrán ver como un irrespeto, como una profanación (deliciosa palabra) a un libro tan influyente en la historia de la literatura como éste. Para mí, simplemente es una de esas estupideces geniales que se pueden encontrar. No digo que lo deba leer; pero si tiene la oportunidad. ¡Hágalo! Es una propuesta bastante divertida y ocurrente que le hará pasar un buen rato.
TRAMPAS DE LA AUSENCIA EN LA TAXONOMÍA HUMANA (Urraca)
Para que estos rótulos y definiciones apresuradas existan, las personas, inmediatamente deben pensar y llegar a un embrollo sumido en la esencia de la confusión misma existente entre la admiración y la aversión de ser cada uno para sí mismo: “El tipo más extraño del mundo”. Somos fatalmente extraños a nosotros mismos, no nos comprendemos y por tanto, tampoco a los demás, debemos confundirnos con los demás, para así lanzar hacia ellos nuestras propias conjeturas y luego recibir de éstos, el fruto mismo e idéntico de la transformación de dichas conjeturas lanzadas.
Te clasifican para sembrarte inquietudes y falsas pertenencias. Cuando menos piensas te han tejido una red de definiciones, comportamientos y motivos en que tú no tienes nada que ver. ¿Cómo surgirá esa condición, cuáles son sus móviles y por qué se presenta de esa manera tan selectiva, elitista y particular? Es como si naciera de una oscuridad propia, sumergida en algún lugar de la personalidad y comportamiento humano. Un comportamiento voluntario, quizás una necesidad de huir de sí mismo, un intento crudo y agitado de huir de nuestro propio ruido, de nuestro desorden, de las obligaciones, de las deudas; y un afán desdeñoso de depositar toda esta materia intangible y constipada que intenta definirlo en una sola palabra, en un solo sonido, a otra persona, a aquel grupo de personas, a tu ruidoso vecino, a la mujer que se atraviesa en tu camino, a la persona que admiras y a la que repudias, al tipo que ayudas y a la vez odias, a la mujer femenina, a la esposa o la prostituta, al malgeniado o que parece serlo, al tipo bonachón que tanto te irrita, al tipo exitoso, al cura y abogado, a la ama de casa. Una sola idea que tienes de esa otra persona y que se intenta resumir con una única palabra, quizás dos. Sucede en todos los sentidos y con todas las combinaciones posibles de personas y grupos.
Es muy posible que la espiritualidad dominante del hombre se confunda, en múltiples ocasiones con la de otro hombre, y de esta manera se ponga a descubierto un irritable orgullo, surgido de la confusión natural que ambos seres poseen, (en cuanto a comportamiento y pensamiento se refiere), que a su vez dificulta y genera cierto desgaste al procurar mantener una voluntad de delicadeza y rara cautela, para desechar –o por lo menos tratar de ocultar- una condición de petulante cordialidad. Pero que, así mismo revela las confusiones y flaquezas que se tienen respecto a nuestra propia personalidad poco definida y con carácter poco formado. De esta manera, encontramos un procedimiento poco vistoso y opuesto a la filosofía del hombre aristócrata, el cual saca de su propio “yo”, la idea fundamentalmente de “hombre bueno”, originando a su vez la contraparte de “hombre malo”.
Volviendo a la esencia y núcleo de nuestro asunto, quisiera comentar, o más bien, distinguir en él un aspecto: resaltar lo que tiene de permanente, al reflejar aspectos mismos de la costumbre del hombre, combinados y permeados casi en su totalidad con los comportamientos innatos y propios que las sociedades implantan y disponen en las distintas épocas del hombre en la tierra.
Aquella cualidad de colgar adjetivos como collares identificadores, resaltando una cosa y la otra; esa peculiar manera de encajonarte en sus pequeñas cárceles mentales, en sus mentes clasificadoras, propias de aquellos biólogos hambrientos, ansiosos de clasificar y enumerar; se va desarrollando y ampliando a medida que halla obstáculos la exteriorización clara de la comunicación. Esta manera tan aparentemente simple de catalogar al hombre, pone al descubierto una evidente barrera que éste mismo crea para defenderse de antiguos instintos hallados en su interior tales como: la ira, la crueldad, la necesidad de perseguir, la impaciencia, la incapacidad de autocontrol; todas estas características tan propias y comunes han derruido lentamente al verdadero hombre interior.
LA ETERNIDAD NO ES ESTA: ADVENIMIENTO DE UN DESESPERO (Mb-6v!)
Antes de lanzarse por la ventana de la oficina, se aseguró de que allá abajo, todos tuvieran un asiento para que apreciaran el adrenérgico salto, esto iba más allá de un espectáculo. Mientras caía, se afanaba en la metamorfosis apocalíptica de su deseo, imaginarse la realidad de otro modo, encontrar su paz en la inmortalidad manifestada. Pero no había cielo, ni infierno, ni nada, ni siquiera regreso, la gravedad está maldita para esta maniobra. Todos expectantes esperaban el gesto anunciante del suicida, él en su apertura, estaba inmerso en la neutralidad. A poco de su puesto emético, gritó nerviosamente dando en vano su fracasada vida, al notar que nada aparecía. Se iba desintegrando en un colapso fatal a poco aire entre el pensamiento y la omisión, apenas tuvo un espacio para sonreír, concibiendo con esto el mensaje esperado y la afirmación bendita. Las personitas esas prontamente, tomaron la expresión como cumplido y conquistaron las ventanas para lanzarse a su falso cielo. Aquel crudo personaje, le hizo un bien a la raza homínida.
LOS HUEVOS DEL GALLO (Jotamario Arbeláez)
Unknown
11:49 p.m.
DIMENSIÓN 15
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Dimensiones Revista Literaria
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Escritores invitados
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Revista Dimensiones agradece al poeta Jotamario Arbeláez por compartir su aporte, conjugación de vida y sus palabras en este universo único de la escritura.
Todos los días salgo de casa dispuesto a aliviar las penas del mundo, por lo general sin un dólar. “Deja de pensar en salvarlo –me señala mi mujer mientras hace cuentas en la cocina–, que ya el existencialismo pasó, y se acabó el comunismo y hasta la caridad cristiana entró en crisis. Piensa más bien en velar por los tuyos pagando estas deudas. ”Como si los míos no fueran todos. Todos eran mis hijos, así se llamaba la obra de Arthur Miller, en la que adolescente hice el papel de Joe Keller para denunciar los negocios de la guerra. Tiempo perdido.
No era que su muchacho se la pasara, como cuchicheaban papá con mi abuela alcahueta, “haciendo versos” o “pensando en los huevos del gallo”, en el sentido de mirando hacia el techo o sumergido en la inanidad. Yo si tenía bien claro que no había hecho el retorno a la vida humana sólo para comer y excretar. Ni para perpetuar los eslabones esclavos del apellido. Tenía que hacer lo posible por reversar el proceso a los condenados de la tierra. Había los caminos de la compasión o las armas. Merced a la peste de Alzhéimer he olvidado de dónde nos salió ese embeleco de echar sobre los hombros los pecados y pesares de la humanidad en cadena, mientras que otros se hacían ricos precisamente haciendo cadenas.
Con mis camaradas poetas clarividentes de entonces nunca supimos cómo cargar un fusil y por eso no hicimos la revolución, como tampoco la hicieron los que lo cargaron y recargaron. Pero, cómo no penar por las guerras que anonadan a tantos países, por las hambres y pestes y catástrofes naturales que los asolan, por los masacrados de anoche, por los desaparecidos de antier, por los desplazados de hoy con sus ojos de faros en los semáforos, por los secuestrados de hace años, por sus parientes desvelados, por los presos sin una rendija de luz o un charco de sombra,por los ambulantes de sida, por los que no tienen qué comer ni dónde cagar, por los que no quiere nadie.
Abominar de quienes toman las decisiones atroces ¡cómo no!, y esperar porque un día sintieran en su duro pellejo el doloroso resultado de sus desmanes. Tocaba hacerlo, sobre todo si teníamos el don de la palabra y dónde imprimirla. Voy por mis pertrechos para hacer frente a la afrenta, como lo he venido haciendo desde que estrené la memoria; a la Papelería Panamericana por una resma de papel ecológico. Pero en la Panamericana no me ven con buenos ojos desde que escribí que dos de los libros que compré en ella los eché a la caneca, cuando una piltrafa humana me dijo en el camino que había contraído su enfermedad al contacto con los ácaros de los libros sin desempolvar en sus anaqueles. Por lo menos el técnico de sistemas me tiene asegurado el correo electrónico contra los asaltos virulentos del ‘milagroso’ de Buga.
Mi maestro perfecto me lo había dicho desde que era muy joven mientras tomábamos té: “No dejes que caiga la noche sin haber hecho algo por alguna criatura. Y si no has logrado hacerlo, hazlo en la noche. ”Desde el comienzo, tal vez ante mis principios sesgados o ante la influencia de mistagogos sensuales, pensaba que hacer algo por alguien, hacerle el bien, podría ser algo como hacerle el amor. Y a ello me apliqué con un entusiasmo místico. Seguía la norma del Buda, según la cual había que hacer la mayor cantidad posible de contactos con criaturas del mundo exterior, así fueran seres ilusorios. Y qué más contacto que tocar con tacto. Una costilla estremecida con un buen par de caricias dará férvido testimonio de que tal aporte amoroso es más preciado que ninguna otra dádiva. Por lo menos imprime la seguridad de una existencia en el roce con la divinidad, saliendo del vasto mundo de las apariencias. Respecto del reclamo por los desmanes del mundo, por más empeño que se ponga se corre el riesgo de tacar burro.
Los escritores públicos lo que hacemos es rellenar unos espacios con opiniones impresas –y a veces con denuncias– que no conmueven ni al conglomerado ni al señor juez. Antonio Caballero, verbo y gracia, se ha pasado la vida remarcando con impecable estilo atropellos cometidos por la mano poderosa de los corruptos del sistema de todo pelaje, y nunca se le ha hecho el seguimiento investigativo de ninguna requisitoria. Y los que pretendemos orientar a la opinión hacia pasos recomendables para la salud del país nos quedamos con un palmo de narices, ante la inapelable y descorazonadora decisión de las mayorías.
No está hecha de razón la opinión política, o las razones de los unos no suelen ser las razones de los tantos otros. Ante semejante realidad palpable, y para no seguir haciéndole el juego a quienes se nutren de oposiciones volátiles, continúo en mis escritos de prensa –haciendo caso omiso de la hechura de versos o los huevos del gallo– en la evocación peregrina de esos episodios del antepasado que fuimos y de los cuales, a pesar de la peste de Alzhéimer, aun tengo clara memoria.
INÚTIL REMORDIMIENTO (Mb-6v!)
Perdían la conciencia como árboles cayendo en medio del genocidio, habiance criado en el paraíso irónicamente, para verlo morir. La maldición es un hacha que desnuda y hiere, ciega de lo intermitente a lo absoluto, y esa, se había criado también, de mayor, dentro de ellos. Sentían como no sentían y se ahogaban faltos de aire, ciegos de no ver lo que ya estaba e hipnotizados del hambre tan perniciosa. El legado inscribía en el refugio el color verde de su sangre, que tan pronto como a rojo tendía, se alejaba la propiedad por la que
pelaban las máquinas de otras manos. Si alguien les ve ahora, sabe reconocerlos: los desmemoriados, los empedernidos vulnerables, los que perdieron su cuerpo en la memoria de los árboles, que vanamente acercaron a lo moderno, con la muerte, toda esta basura inmemorable.
SOBERANAMENTE ORGULLOSO (Don Colombiano)
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11:44 p.m.
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Dimensiones Revista Literaria
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Don colombiano
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Hoy más que nunca puedo decir: ¡Qué orgulloso me siento de ser argentino, venezolano y colombiano! Sobran las razones para sentirse hijo de las patrias del general Videla, Marco Pérez Jiménez y Laureano Gómez. Ustedes saben las razones de sobra, pero para hablar de algo mientras la muchacha de servicio me trae el café, vamos a mencionarlas. Empecemos por el Vaticano y la gloriosa frase: “habemus papa”, dicha por ese clérigo sin mandíbula. Qué regocijo embargó mi alma ante semejante frase y mayor la alegría al saber que el elegido era latinoamericano de origen italiano. Primer papa latino y Jesuita. Gracias a Dios, la compañía de Loyola toma las riendas de la santa iglesia, por la reconquista del evangelio. Ya veo las nuevas misiones de Jesuitas encabezadas por Francisco I evangelizando a la indiada andina. ¡Ah! Y si es necesario lleven los perros para que ayuden en el proceso de evangelizar. Este papa Francisco I es un papa joven y de buenas relaciones con los generales del ejército, sobre todo con los de su país, que nos ayudarán a llevar de la mejor forma los procesos democráticos en Latinoamérica. Solo le puedo pedir al Santo Padre que continúe siendo humilde como todo argentino, que no deje de viajar en autobús y no se olvide de nosotros, los pobres de cuello blanco.
Mayor es la dicha de ver a Venezuela regresar a la democracia, tomarse un profundo respiro después de estar asfixiada por 14 años bajo el peso del difunto Chávez. Este señor ya es historia y ahora los venezolanos lo que debemos hacer es borrón y cuenta nueva, nada de Maduro maluco ni nada de eso. Ya es hora del cambio, es hora de que el petróleo venezolano regrese a sus verdaderos dueños. Es hora de decirle al norteamericano: “bien pueda pase que ésta es su casa y ya no tenemos perros bravos que les ladren”. Porque si no es con Capriles, será con cualquier hijo de buena cuna y con ayuda de Papacho I que la buena vida regresará a Venezuela.
En cuanto a Colombia -y nada que me traen el café ¡ala!- Aunque no ha sucedido nada fuera de lo normal como para sentirse más orgulloso: los muertos al por mayor de Medellín y Cali, los paros cafeteros y camioneros, la crisis carcelaria, las ollas podridas, entre otros. Debo decir que me alegra demasiado ver a la selección Colombia golear a su similar de Bolivia y no negaré la ilusión que tengo de ir al mundial, así sea en Brasil. Y por otro lado el excelente premio que le han dado a Medellín como ciudad innovadora
por encima de New York y Tel Aviv, cómo la vi. Es que se nota la innovación en las comunas y los invitaría a brindar conmigo por esta noticia, pero no me traen el café ¡ala!, No tengo vino y mucho menos agua. Igual gritemos ¡Qué orgulloso me siento!
SILENCIO, NO SÉ REALMENTE QUÉ ES LO QUE QUIERO (Johnny C.)
Después de abandonar el café ya no llovía; pero era de noche. Martessábadolunesjueves. No sabía qué día era y no me importaba. Llegué a un cruce, el semáforo peatonal estaba en rojo. Esperando el verde, estaban un viejo con un paraguas bajo su axila derecha, una chica realmente fea y un par de chicos de unos quince años tal vez. Cuando el semáforo dio el verde, esperé a que ellos y otros que se habían juntado allí cruzaran. Permanecí mirando los edificios alrededor, había uno alto coronado por lo que parecía ser un pararrayos o una antena radial. Alguien me estrujó y me dijo que no estorbara, era uno de esos sujetos con traje y corbata; seguramente un abogado de poca monta o un vendedor de seguros. Le dije que podía irse a la mierda, frenó en medio de la calle, giró y me enseñó el dedo del medio, luego continuó con su camino. Encendí un cigarrillo. De nuevo rojo. Una señora realmente indignada con la actitud de aquel tipo me dijo que deberían matar a todos las tipos de traje y corbata. Creo que es el mejor comentario que he oído de alguien que no conozco mientras espero para cruzar alguna calle. Los autos que vienen se detienen, las personas empiezan a cruzar, me digo que esto es el mundo que actúa como una máquina. Esto se detiene para darle función a lo otro, aquello gira y se abre eso, mientras esto baja y sigue así hasta el infinito. Cruzo. Empieza a llover de nuevo.
Entro a un bar que no conozco, se llama “Vanguardia”. Ordeno cerveza y enciendo un cigarrillo, casi no hay gente. En la mesa delante de mí están sentadas dos chicas, más atrás hay una pareja, beben vino mientras conversan. Las chicas beben cerveza, una es fea, la otra no esta mal. El mesero lleva lentes y un delantal muy curtido, trae mi cerveza. La chica que no está mal me mira, luego sonríe, luego mira a su amiga que le dice algo, vuelve a mirarme y luego al vaso del que bebe. Hay unas cuantas bombillas que emiten un color azul profundo, casi violeta. El tipo de la barra tiene el cabello largo, mira en la televisión a unos futbolistas discutiendo con el árbitro por algo. El televisor esta mudo. Los altavoces escupen so lonely, so lonely, so lonely. Llamo al mesero y pido más cerveza. Enciendo un cigarrillo. Siento que me tocan el hombro, es el imbécil de Adrián. Me pregunta que qué hago, que cuáles son mis planes. Adrián es de esos tipos que siempre están solos y no lo soportan, entonces tratan de permanecer junto al primero dispuesto a tolerar su presencia. No tengo problemas con eso; pero esta noche no quiero idiotas a mi lado. Adrián se sienta y ordena más cerveza, me pide un cigarrillo, se lo doy y dejo la cajetilla encima de la mesa para que no tenga que volver a hacerlo.
-¿Cómo estás?-pregunta.
-Bien, supongo--respondo. Luego me pregunta del por qué estoy solo y cómo va mi vida y que dónde esta ella y otro montón de preguntas que de verdad odio que me hagan solo con el propósito de poner conversación. El mesero llega con las cervezas y Adrián me dice que no me preocupe, que éstas las paga él. Tomo la botella y bebo, luego miro a las chicas, ellas me miran y les sonrío. No sé por qué hice eso, simplemente es de esas sonrisas que salen como un hijueputazo después de machacarse los dedos. Puro reflejo. Adrián pregunta algo que no alcanzo a oír. Me encojo de hombros y vuelvo a beber. Ahora suena “Enjoy the silence”, espero a que termine la canción y luego le digo a Adrián que me tengo que ir. Me largo.
Más tarde, de nuevo en el apartamento llueve fuertemente, los vidrios de las ventanas se estremecen con los truenos, quiero encender un cigarrillo; pero recuerdo habérselos dejado a Adrián. En la radio nunca pasan buena música. Enciendo el estéreo y pongo a sonar algo de la Velvet Underground. Busco en todos los cajones alguna colilla de cigarrillo. En el cenicero no queda ninguna fumable. Solo encuentro la llave de algo, una menta y un papel doblado. No me acuerdo qué abre o cierra la llave, la menta sabe horrible y el papel doblado es una garza de origami hecha con un menú de comida china. Ya no llueve, me tiro a la cama, me quedo dormido quince, tal vez treinta minutos. Suena el teléfono, levanto la bocina y cuelgo. Espero. Cinco o diez minutos después suena de nuevo, cuento veinte repiques y contesto. Es Bryce, dice que deberíamos ir a la fiesta en el apartamento de alguien que no conozco. Silencio. No sé realmente qué es lo que quiero, si quedarme o ir. Le digo que sí.
Nuevamente empieza a caer una brizna menuda, llegamos al edificio donde vive Harry. Antes de entrar, Bryce me dice que espere un momento. Enciende un porro, inhala una, dos, tres veces, me lo pasa. Fumo, retengo el humo lo más que puedo. Subimos las escaleras, Bryce toca el timbre; inmediatamente abre alguien. Es Harry, saluda a Bryce, me presenta. Harry nos invita a pasar, el lugar está completamente oscuro; pero se pueden percibir muchas siluetas, es como si estuviera entrando a una caverna y un monstruo con cientos de ojos de fuego latentes me mirara, nos asalta un vaho de calor y una nube de humo; apesta fuertemente a marihuana y a alcohol. Suena “Your pretty face is going to hell”. Harry cierra la puerta y nos dice que en la mesa hay de beber y en la cocina hay bocadillos, que nos sirvamos todo lo que queramos. Harry y Bryce son tragados por la oscuridad. Me quedo solo, camino hacia un pequeño rectángulo de luz que se puede ver al final de un pasillo. Es la cocina. Hay una mesa repleta de frituras y cosas por el estilo. Cerca a la ventana hay dos chicas hablando, las mismas de “Vanguardia” me reconocen, sonríen, siguen en lo suyo. Me pregunto si el imbécil de Adrián está por ahí. Me siento en una silla al lado de la mesa, empiezo a comer cualquier cosa. La chica que no está mal, me mira y me dice que en la nevera hay cerveza, se acerca y me pregunta que si quiero una. Le digo que sí. Me dice que se llama Karen, miro a su amiga que no tiene buen aspecto; le pregunto que si está bien. Karen me dice que sí, que solo está un poco pasada. Tina, la chica fea vomita por la ventana. Imagino a alguien que cruza tranquilo la calle y de pronto se le derrite la existencia en bilis y demás porquerías o al vecino de abajo que se asoma mientras toma café y termina cubierto por lo que podría ser la enorme cagada de un periquito con problemas gástricos. Suena algo de los Buzzcocks. Karen me pregunta que si quiero bailar, yo le digo que si abandona a su amiga, ésta va a terminar tomando un atajo a la calle; entonces ella camina hasta donde esta Tina y le dice algo. Tina se sienta y se recuesta contra la pared, poco a poco empieza a resbalarse hasta quedar en una extraña posición entre sentada y acostada.
Bailamos entre un montón de gente, somos una masa amorfa que se mueve de un lado para otro; pero nunca avanza, hace un calor increíble. Karen grita y me abraza y me besa, alguien rota un porro y fumo y se lo paso a Karen que también fuma y se lo pasa a alguien. Suena “Soul kitchen” y Karen se cuelga de mi cuello, se lleva algo a la boca y me besa, siento su lengua en los dientes y en el paladar. Me pasan una botella, bebo, se la doy a Karen, bebe, la agarro por la cintura y la beso, le meto la lengua hasta tocarle el alma, le muerdo los labios, ella me dice que deberíamos buscar un cuarto o un baño o un closet. Entramos a un cuarto, hay alguien tirado en el suelo desmayado, dormido o muerto. No sé. No nos importa, Karen empieza a quitarse la ropa, yo también, hacemos el amor. Un rato después, ella se vieste y me dice que tenemos que buscar a Tina. Enciendo un cigarrillo, me visto y salimos del cuarto. Suena “Fascination street”. Vamos a la cocina, Tina no esta; Karen empieza a buscarla por todo el apartamento, yo me acerco a la ventana de la cocina y miro. Tina ha decidido tomar el atajo.
SERPIENTE XII
-Hey ¿Cuánto quedó el picaíto entre los romanos y los apóstoles?
-1-0, Perdieron los apóstoles por autogol de Judas.
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