PORTADA-DIMENSIÓN 14, febrero de 2013

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Febrero 28 de 2013
"Lo menos frecuente en este mundo es vivir, la mayoría de la gente existe, eso es todo"
Oscar Wilde

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FILOSOFÍA ABIERTA A LA BAGATELA CERRADA (Urraca)

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Esta civilización, la nuestra, como la conocemos hoy, y como cualquier otra civilización, es un complot. Quiero expresar con esta idea, de que existe un complot para ocultar –entre otras cosas- el verdadero mundo en que vivimos y el otro hombre que somos.

Un complot sumergido en numerosas divinidades, pequeñas, minúsculas, el cual se haya provisto de una invisibilidad presente ante nuestra imbecilidad y consentimiento en no profundizar o siquiera discutir, y que a su vez desvía nuestra mirada del rostro fantástico de la realidad.

“Nada en el universo es capaz de resistir al ardor convergente de un número bastante de inteligencias agrupadas y organizadas”, decía confidencialmente Teilhard de Chardin a George Magloire. Bajo esta lógica, habría pues que volverse bárbaro, romper el supuesto pacto, despojar de sus mitigantes vestiduras el complot, investigar hasta hallar la tuerca a medio apretar de “la máquina”, encontrar e intentar descifrar el secreto de esa espectacular realidad.

Si particiemos desde el principio de que toda realidad vivida es una realidad conocida; si empleáramos libre y ordenadamente los conocimientos de los cuales disponemos y estableciéramos entre estos una “relación inesperada”, si acogiéramos todo tipo de hecho que se da ante nosotros –antiguo o moderno-, sin ninguna clase de prejuicio y nos comportáramos bajo la lógica de una mentalidad nueva, fresca, limpia, renovada, ignorante de los hábitos establecidos, provista de hambre por conocer y afán de comprender,  veríamos a cada instante surgir lo fantástico al mismo tiempo que la realidad.

Las inteligencias son como los paracaídas: solo funcionan cuando están abiertos.
Nuestro objetivo como paracaidistas, es lograr una apertura al máximo de éste, para sobrevolar y contemplar todo tipo de campo, situación, problema, material; poder ver el lugar donde caminamos desde arriba… ¡Abajo las conspiraciones son más tenaces!
Si nuestro pensamiento se eleva hacia una más alta visión de la vida, tiene que haber absorbido vivas las verdades del plano inferior.

Toda idea que pudiese forjarse después sobre el destino de la inteligencia, sobre el sentido de la aventura humana, sería, solo valedera en cuanto no marchara en sentido contrario del conocimiento moderno.

Haciéndolo así, se revelaría ante nuestros ojos un mundo nuevo, quizás maravilloso, quizás espantoso, un mundo dúctil y extenso… un mundo continuo. Un mundo que canta su música a las demás esferas, al hombre, a su pasado, a su futuro, a su complejo invisible, al infinito.
“Los que se ahogan, se aburren o se desesperan en el seno de tantas rarezas sublimes y de tantos enigmas resplandecientes, tienen un corazón ignorante y una inteligencia carente de amor”.

Nos mueven las pasiones, la adrenalina, el riesgo, la fantasía, el vacío. Parafraseando al barón de Gleichen, podemos decir: “La tendencia a lo maravilloso, innata en todos los hombres; nuestra afición particular a lo imposible; nuestro desprecio por lo que ya se sabe, nuestro respeto a lo que se ignora: he aquí nuestros móviles”.

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EL HÁLITO DE LA SOSPECHA (Urraca)

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“La he visto levantarse de su lecho, echar
sobre sí su vestido de noche, abrir su pupitre,
sacar papel, plegarlo, escribir en él,
leerlo y enseguida volver al lecho”.


W. Shakespeare, La tragedia de Macbeth. 


Ella no lo sabe, claro, no tendría por qué saberlo, saber el hecho de que los años le dan a uno esta particular forma de ver las cosas, una forma indescifrable y única de haber vivido esta vida intransferible, tal como la viví. Nada tengo para decirle porque ella tiene su forma de entender las creencias de su edad y su experiencia.

Yo la vi subir tímida y deseosa hasta mi apartamento, vi la fuerza que aplicó para descorchar la botella que apretaba magistralmente con sus piernas, endulzó mi expectativa paralizante con palabras cortas, logrando inexplicablemente que yo pensara todo el tiempo en su piel sin atreverme siquiera. Ella hablaba de su tía, de la universidad, de sus amigos, de sus obsesiones artísticas, hablaba de los caminos que recorre, de los recorridos, de los cuales recorrer, de esos caminos retorcidos, triviales e inútiles que llevan de cuando en vez a despertar una que otra esperanza, uno que otro beso, de esos que llevan a las puertas del amor, puertas en las que la mayoría de veces solo aparecen fantasmas, lágrimas, insomnios profundos, atenciones desatentas y negaciones quemantes, deseos engañados, iridiscentes contradicciones entre lo que se desea y lo que se desea desear. A veces logro atinar y adivinar que todo lo que dice es solo para lograrse un tanto de libertad, otras tantas denoto que lo hace para retorcerme como contorsionista descontrolado ante la urgencia de su deseo, de su amor, de su día, de su noche, para lograrse un milagro de furtividad en esa fiesta en la que vive, para esa rebeldía e intransigencia que desviste, para esa orgía de héroes y musas que es su espíritu. Ella me deslee entre mis novelas de Cortázar y mis sonetos de Shakespeare, me despinta entre mis cuadros de Miró y Kandinsky y mi carne marchita, me desafina y me desafía entre ruda música alemana y colorida e inspiradora música francesa.


Por lo tanto, ella solo logra adivinar de lo poco que conoce, aunque me hable con suficiente claridad de todo lo que imagina, me dice que todo lo logra discernir en una visión inspirada en el pasado, en la tibieza inefable de la paz, en la serenidad vespertina del horizonte claro, en la incómoda comodidad de la vida, en el bastarse a uno mismo como un poco de ángel, otro poco de demonio, en el caminar sobre nuestro indefinido presente. Ella ni se imagina en medio de su soliloquio que yo la contemplo, que a su vez la odio y la quiero, que poco a poco camino hacia ella en medio de pasos imprecisos hacia su cintura, hacia sus labios que torturan, voy guiado por la premonición del placer que palidece mi indecisión, que enrojece mi culpa, que se basa en ella con el fin último de no basarse en mí. Ni se imagina que todos los días la busco a la misma hora de esa hora entre otras horas de todas las horas, para verla salir en medio de su turbación cuando me dice que aun no está lista y que aun no pasa el lienzo de su película, al dolor acuciante e ignorado que todos los días oculta y estrena ante la vida en su rostro de antigua magna cum laude.

Mientras ella deposita el vino en las copas y emprende el desconcierto de los besos, yo tengo tiempo para transcribir en mi mente su vestido color magenta pintado con mi agazapada angustia, mi fugacidad musical, mi dispersión, mi esperanza.
Compongo un preludio a su naciente madurez en duda al unísono con los respiros de mi propio cuerpo y con los tambores de la lucha que son sus senos, en medio del campo de la lucha que es nuestro encuentro. Vencidos y vencedores, ambos nos rendimos y migramos hacia nuestro opuesto campo de batalla.

Sentada, ahí, todo un museo de visiones privadas, un regalo que cambia la inocencia de todo mi estupor, una muestra que enseña que todo mi pasado la esperó en toda su existencia como una forma de mirar el presente y, ¿por qué no?... de prefigurar el futuro.

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CITADINADAS I (Mónica Armónica)

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I

En una inmensa,  desbordable, reverberante y miserable ciudad de millones de millones de almas benevolentemente malvadas,  una casa entre casas, chozas, tugurios y rascacielos que se yerguen desafiantes hacia el firmamento enceguecido por las luminarias del alumbrado público. En esa casa, un balcón del siglo  XVI ó XXI, en el balcón una silla, mueble o taburete y en esa silla una persona o un animal. Casi nada. Una persona pudriéndose en vida con sus células, neuronas, tejidos, huesos, músculos, articulaciones, fluidos, nariz, boca, orejas, ojos, retinas que perciben la noche llenita de… luces, que delinean espacios que van surgiendo de la nada y se van plagando de personajes  que asumen sus necios roles. Gente. Intolerable cantidad de personas parloteando, gesticulando. Matándose-amándose humanamente. Gente que estorba, gente con hambre, dolor, ira, rencor, muerte, miseria, amor, placer, codicia, mugre, polvo, espermatozoides, mierda. Sobre todo mierda; y en esa mágica materia del cuerpo las apacibles moscas, moscos, mosquitos, moscovitas.  Y en estos insectos, sabios parásitos y en los sabios parásitos, la salvación del hombre por el hombre.

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POR UN PAPADO COLOMBIANO (Don Colombiano)

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Sentado en una de las butacas de la hermosa parroquia del barrio Santamaría (dicho sea de paso ubicada en el norte de la ciudad), veo pasar a los muy pocos; pero  fervientes y fieles creyentes, caminando por la nave central hacia el templo principal donde los espera  el señor Cura ataviado con su espléndido traje negro, para la imposición de la santa ceniza  y la purificación del alma. Aunque todos los presentes y me incluyo, siempre conservamos tal estado de pureza, se nos hace perentorio asistir y recibir semejante bendición, en agradecimiento al Señor. Una vez recibida la santa ceniza, los fieles se inclinan ante el radiante Cristo que domina desde su altura a todos los demás santos, se persignan y retoman por el camino de la nave central hacia la salida con la expresión máxima de ser tocado por el poder divino y el alma hecha toda una lumbrera. Sin embargo, logro percibir en cada uno cierto rastro de angustia, de incertidumbre religiosa, de inseguridad ante el destino de todos los borregos del Señor. Y comprendo lo que les sucede, pues yo también soy un borrego y percibo esa sensación, ese malestar de desamparo mezclado con rabia e impotencia y entonces no puedo evitar maldecir a este señor Ratzinger por renunciar a su papado y dejar a los millones de católicos desamparados ante las huestes de Satán que avanza. ¡Protégeme, oh Señor!  Papa loco y malagradecido que no valora lo poco que se le da. Seguramente la vida humilde que llevaba en el Vaticano, privada de todo placer mundano y profano, no pudo soportarla y declino ante la tentación del demonio. ¡Qué el Señor no lo tenga en su mayor gloria y lo condene al infierno!  No podría ser más que un estúpido este ex-papa para hacer semejante cosa: renunciar al papado con la cantidad de cardenales que se lamen por estar en semejante jerarquía social, hasta mi propia persona lo desea; pero mis inclinaciones sexuales no me lo permiten.  Pobre Ratzinger, ojalá que su modesta pensión, que seguramente no sobrepasa la paupérrima pensión de nuestros magistrados, le alcance al menos para sobrevivir y ni se le ocurra buscar trabajo que no lo va a encontrar. Respiro profundo, estoy blasfemando en la casa del Señor y dejo habitar en mí el espíritu, la rabia y la sevicia que me lleva a pecar, por mi culpa, por mi culpa. Cuento hasta diez respirando pausadamente mientras voy mirando los pasionales rostros de las vírgenes y trato de encontrarle el lado bueno a semejante situación. De repente,  me llega la iluminación, algo crece en mí y soy tocado por el Señor, entonces veo lo bueno que puede existir detrás de todo esto y eso es la vacante papal, el inmenso cráter que ha dejado este Ratzinger al pasar por la Basílica de San Pedro. Se reciben hojas de vida en el Vaticano, desde el curita más humilde como el de esta parroquia, hasta el obispo de la reina Isabel II  tienen la posibilidad de ser la guía espiritual de este descarriado rebaño.  Hasta podríamos tener el primer papa colombiano, aunque claro está  dependería de las excelentes funciones que nuestros diplomáticos realicen en el Vaticano, siempre y cuando no manden a los mismos tarados que fueron a la Haya y volvieron con el rabo entre las piernas y nos dejaron sin mar. Para que tal cosa no suceda estoy dispuesto, si nuestro ilustre señor presidente lo considera, en encabezar yo mismo la delegación para realizar el lobby de la forma más transparente y humilde, como solo se hace en el Vaticano, ante los santos padres para conseguir  el primer papado colombiano. Con este fin viajaría, aparte de un maletín y el número de una cuenta abierta en Suiza, con la lista expresamente consultada por el señor presidente en la cual, figuran los nombres de los más ilustres colombianos de alma noble y servidores fieles del señor… presidente, para ocupar la santa vacante. Esta lista la encabezaría  nada más ni nada menos que el sapientísimo señor procurador de la república reelegido y confirmado en su cargo por segunda vez consecutiva gracias a las aguerridas cruzadas que ha llevado a cabo contra las huestes inmorales de nuestro país que quieren  alterar el orden natural de las cosas, con la antinatural y execrable propuesta del asqueroso aborto y vergonzoso matrimonio entre parejas del mismo sexo. Este es un HOMBRE en el total sentido de la palabra que merece estar en la santa sede, ocupando la  santa silla ya que, cuenta con carta de presentación diligenciada por el mismísimo señor presidente.  Pero en caso de que el señor procurador no pueda por algún contratiempo judicial, el segundo en la lista es el hombre de acero que necesita la iglesia para mayor gloria de los cardenales. Este hombre es el señor “minidefensa”, hombre aguerrido de perfil Schwarzenegger y muy bien puesto, señores cardenales. A él le encomendamos la verdadera búsqueda de la paz en este país. Y sabemos señores cardenales que si ustedes lo eligen como papa el podrá encauzar la paloma del Espíritu Santo por el camino adecuado, sus credenciales norteamericanas así lo confirman. En caso de que el fortísimo señor “minidefensa” no pueda a causa de encontrarse en combate por la gloria del señor, no nos queda  si no postular al papado a nuestro Santos presidente, quien humildemente y con mucho dolor renunciaría a la presidencia de nuestro país para asumir la guía espiritual del pueblo católico. Él sabe que no solo de pan vive el pobre sino también de bendiciones, que repartirá a diestra y siniestra. Él sabe muy bien que lo falso de la moral resulta ser muy positivo. Él sabe muy bien que el que peca y reza, empata y tiene las capacidades discursivas, aunque no biológicas, para predicar el nuevo neoliberalismo-cristiano-católico-romano-apostólico de la santa iglesia. Él sabe muy bien quien es el diablo, porque lo ha visto de frente todas las mañanas.  Y sabe que el mal amenaza la república desde el twitter. Sí señores cardenales del conclave, si queremos combatir el furibe mal que se propaga por el mundo o evitar que se cumpla la ofensiva profecía de Nostradamus, elegidle a él en vuestra santa sabiduría, santo papa de la iglesia. Y que suenen las campanas en gran alborozo.
Suenan las campanas, suenan muy fuertes como si el campanero las golpeara con demasiado entusiasmo. Poco a poco voy despertando con un dolor en el cuello a causa de la incómoda butaca de la parroquia. La luz de la mañana se ha desvanecido  y las sombras del ocaso se aposentan en el sagrado recinto.  Por la nave del medio avanzan siete figuras envueltas en finas togas hacia la salida principal. Allí se detienen y en la opaca claridad del atardecer se ve un humo muy blanco que se esparce en el firmamento. ¡El conclave ha decidido, tenemos nuevo papa! ¡Gracias Señor! Y mientras voy corriendo hacia la salida voy pensando quién puede ser el nuevo papa, quizás el procurador, quizás el minidefensa,  quizás el señor presidente o quizás yo mismo, Don colombiano.  Al fin la salida, busco el humo blanco. Está allí sobre los tejados marrones huyendo de las chimeneas de la zona industrial.

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FATUM TIFÓN (Mb-6v!)

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De un mar sin reflejo a la profundidad lumínica, la tempestad firma con cartas el desespero.
De un cielo sin calma a un desconsuelo,
se ahoga desnuda la playa más trágica.
Si el viento no trae a mi bandera las olas,
yo abandono sin tregua el remo y el mar.
Mas si a mi lado encuentro,
a cielo abierto la tormenta,
me mudo al entierro desierto
o al averno litoral.

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LA NOCHE QUE MUERE (Johnny C.)

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Hace un rato que apagué la luz y vencido por lo que parecía ser sueño, decidí acostarme y tratar de dormir un poco. Los párpados me pesaban y mi cuello ya no podía soportar el peso de mi cabeza; era como si el cansancio acumulado de ésta y mil vidas pasadas y futuras me hundieran bajo mi propio cuerpo. Ahora, como una broma de mal gusto, aquella obnubilación ha desaparecido dejándome clavado en la mitad de la noche, con la mirada en el cielorraso que poco a poco ha ido cobrando su relieve de terreno accidentado. La posición ideal no ha servido, me veo obligado a buscar otra manera para tratar de conciliar sueño; otra forma en la misma cama, con la misma almohada, bajo las mismas cobijas que no funcionará. Porque por alguna razón, he sido expulsado del sueño, forzado a permanecer consciente o inconscientemente dando vueltas sobre mí mismo; con la idea clara de haber partido hacia un lugar al cual, no sabes cómo llegar. “Levántate que ya es hora, levántate hijo mío” -pronuncia mi madre dulcemente. “Levántate que es hora de ir a estudiar”. La presencia calurosa de mi madre sentada a mi lado despojándome de la cobija, un buenos días susurrado a mi oído, acariciando mi cabello me dice por última vez antes de retirarse que debo levantarme y arreglarme para ir a estudiar, que debo apresurarme a vestirme y desayunar si no quiero llegar tarde. Yo no puedo dejar de pensar en el agua fría de la ducha.
¿Por qué no podré dormir? Es extraño eso. Si me acurruco empiezo a sentir demasiado calor y en cambio si me destapo me ataca un violento aire helado. Es como si el cuerpo y la mente estuvieran indecisos de lo que hay que hacer o sentir. Es como si no pudieran ponerse de acuerdo y cada uno tratara de ir hacia lados diferentes. Hoy en la tarde la vi. Nunca antes la había podido mirar tan cerca. Entró a la tienda junto a su madre para comprar algo de fruta y verduras. Mientras su mamá le indicaba a mi tío lo necesario, ella miraba todo a su alrededor, se veía muy linda con el uniforme del colegio, todo muy limpio con determinación de colegio parroquial; a pesar de que ya habían pasado las horas de clase, estaba tan fresca y radiante igual que en la mañana, es como si el transcurso del día no la afectara en nada, no pudiera hacerle daño o disminuir su energía. ¡Siempre es así! ¿Cómo hará? En todas las oportunidades que tengo para verla esta limpia y bien arreglada; no importa el clima o si es día festivo o no. Siempre tan suave, es una de esas pequeñas flores que nace en medio del pantano, una de esas nubes que se torna rojiza al caer alguna tarde, una estrella que  brilla solitaria en medio del cielo nocturno de tu ventana. Es como ese gol con el cual, se le gana un partido de fútbol muy disputado a los pelaos de otro barrio. “¡Qué golazo!” -gritaba Ramírez. Yo, ubicado en el arco como siempre, gracias a mi ineptitud con los pies y a mi poca fuerza física y un poco también a mi horrenda miopía no pude verlo bien. A pesar de ese “golazo” que el idiota de Ramírez tanto celebró perdimos el partido. Se llegó a la conclusión de que fue gracias a mi culpa. Claro, sin importar lo que yo dijera u opinara; pues los defensores no hicieron bien su trabajo ya que, nunca pudieron detener a ese calvo regateador que nos anotó la mayoría de los goles. ¡Con esa manera de jugar y de definir! Imposible. “La culpa siempre es del arquero y más cuando tenemos uno mocho” -le alcancé a oír a Castro, que se las da de súper delantero; pero la verdad es que alguien en silla de ruedas jugaría mejor que él. De igual no lo cuento como derrota puesto que el juego nunca terminó. Si no fueran tan grandes y fuertes y brutos y abusadores. En fin, nos sacaron del único plano decente en el que se puede jugar más o menos bien. “Y si no accedemos, y si no queremos” -gritaban algunos; pero es inútil. Nos quitarían el balón como tantas otras veces, nos golpearían, insultarían a nuestras madres; patearían el balón de ellos contra nosotros, se reirían y nos llamarían mariquitas, enanos. Estorbo. Nos lanzarían estiércol o piedras de tamaño considerable, como aquella vez que no sucumbimos a todo lo primero.
De la calle no proviene sonido alguno, qué distinto al día con los carros, los gritos, los grupos de niños corriendo e insultando, la gente yendo y viniendo todo el tiempo. El silencio asusta, el silencio mezclado con oscuridad, aclara; casi que permite entrever eso que se esconde en el aire y del cual solo tenemos cierta idea de presencia. Como siempre, más pronto que tarde amanecerá y el umbral de la puerta dibujará la silueta, dejará ver la figura que ahora cada mañana reemplaza a la de mi madre. Cargada de una voz llena de simplicidad, me hará abandonar la cama y abriendo las cortinas que tapan la luz de otro día, tal vez igual al de ayer o a ese espectro que pareciera reiterarse sin cesar; recitará la misma letanía de cada mañana y me recordará lo que a fuerza de repetición se ha convertido mi vida.
Cuando era pequeño, siempre pensé o tuve la ilusión de que cualquier día aparecería abordo de un auto último modelo, repleto de regalos e historias de su viaje por el mundo. Siempre con la esperanza de que volvería y seríamos de nuevo una familia completa: padre, madre e hijo, como lo decía el Cura en misa, como lo eran las otras familias de la cuadra. Saldríamos a pasear al parque todos los domingos y mi madre sería feliz y sonreiría de nuevo; ya no tendría que ser sirvienta en las casas de los ricos y él regresaría del trabajo todas las noches, en vacaciones iríamos a la playa, al zoológico, al cine, al circo y nos divertiríamos siempre. Pero esto nunca sucedió, en cambio se transformó en un imposible, en una idea estúpida y sin sentido, cuando en esa tarde le pregunté a mi madre por él, y ella repleta de resignación me respondió que ese asunto era mejor olvidarlo, que éramos ella y yo únicamente  y, que ella era todo lo que yo necesitaba. Yo no sabía por qué decía eso, no podía entender por qué yo no podía tener padre, por qué tenia que olvidarlo. Ahora ya no importa. Me dijo que aunque él existiera no quería saber nada de nosotros y que jamás estaría de vuelta. ¡Qué se pudra entonces!
Nunca soltó la mano de su madre y miraba a mi tío con cautela, hubo un momento en el que me miró a mí y se dio cuenta de que yo la estaba mirando, aparté la vista de inmediato; me sentí como tonto y muy avergonzado. Pero no pude aguantar las ganas de  saber qué estaba haciendo  y cuando levanté la mirada de nuevo, ella apretaba una carpeta rosada de letras blancas contra su cuerpo. Se dedicaba a mirar sus zapatos. Luego mí tío, me ordenó buscar unas manzanas que estaban en una caja cerca a mí, cogí unas seis y las metí dentro de una bolsa. En ese momento al darle la espalda a ella, me sentí de nuevo atrapado por los muros de la realidad, traído de vuelta al mundo sobre cajas de frutas y verduras, al olor de la cebolla y los plátanos,  a la suciedad de la tierra, a la desesperación, a la obligación y a un sentimiento de impotencia futura. Me acerqué a mi tío y le entregué las manzanas, éste las introdujo dentro de una bolsa justo con las otras cosas de la compra. Allí, frente a frente, parecíamos una especie de animalitos que se investigaban el misterio a la sombra de sus superiores.
Me siento incómodo, igual a la noche en que llegué. Me dijeron que no me preocupara, que ellos me cuidarían, que me sentiría como en casa. Me siento solo. Nada resultó ser verdad, ya ha corrido bastante tiempo y no me siento como en casa; es cierto, no he tenido problemas y me han tratado bien o por lo menos decentemente. Trabajo en la tienda del tío y ayudo a su esposa en las cosas relacionadas con la casa; pero esta casa no es mi casa y no puedo dejar de sentirme como un extraño, como un extranjero. Los murmullos, los silencios, las miradas en mi presencia. Ya no son capaces de disimular la molestia que represento. “Ya no habrá más colegio, no tengo como pagarlo, no tengo, no puedo mantenerte hijo mío. No soy capaz. Por eso está decidido, irás a vivir a casa de tu tío y trabajarás para él. No, no, no llores hijo, por favor. Sabes que te quiero; pero la vida es así. Además, ellos te cuidarán y verás que pronto te acostumbrarás al cambio y por qué no, tal vez llegue a gustarte. Eso si, hijo mío. Nunca, nunca olvides por nada del mundo a tu madre, que tanto te quiere y te dio la vida; ahora por mucho que le duela: hace lo mejor por ti”. La extraño y me preocupa que este sufriendo. Necesito ahorrar más para poder visitarla; pero ¿Cómo? Si mi tío casi no me da dinero, recibo como pago la comida y la estadía. Los pocos pesos que tintinean en mis bolsillos son gracias a las propinas que me dan las personas, en su mayoría ancianitas que agradecen la ayuda al cargar las pesadas bolsas de la compra. ¡Ahhhhhh! Y cómo aguantarme el dulce de los chocolates o el espumeante y frío sabor de una gaseosa, el chicle, el mazapán, el arequipe, las crispetas, la leche condensada o incluso algún crédito para las maquinitas.
Ya se pueden escuchar algunos motores que cortan el silencio de las calles, pronto empezará el desfile de tacones o de botas por las aceras; algunos caminando rápidamente, otros como si les pesaran mucho los pies. Por momentos se pueden percibir algunos murmullos, que a pesar de querer ser minuciosos se oyen claramente gracias al enorme silencio aun reinante de la noche que muere. Luego, cuando aclare un poco más, serán los pájaros que empiezan a cantar sentados en los cables de la corriente o en las canoas de los techos y habrán muchos y más seguidos pasos; hasta gritos de niños que se dirigen a la escuela en pequeños grupos, motores rugientes y pitos y señoras chismosas que madrugan a la iglesia. Entonces, el silencio se retirará al campo donde nadie pueda quebrantar su tranquilidad, la esposa del tío hará su entrada en mi cuarto, dando palmadas y recitando lo que tengo por hacer, que de seguro es lo mismo de siempre.
“La tierra, planeta, el cual habitamos está dividida en cinco continentes: Europa, Asia, América, África y Oceanía. Solo una cuarta parte del planeta es ocupada por la superficie”.  Echo de menos el colegio y sobre todo  las clases de sociales y ciencias, aunque las demás también eran buenas. Menos religión, porque nos obligaban ir a misa; y cualquier cosa que no hagas con gusto no sirve de nada. También extraño a los compañeros, hasta las mariposas en el estómago antes de cada prueba. Incluso al vacán de González que, nos enseñaba todos los secretos de la tierra, los animales, el cuerpo humano, los planetas, la historia… las competencias y las apuestas en los descansos eran lo mejor. Espero para el próximo año regresar, le he dicho a mi tío que ayudaría con la tienda luego del colegio y que sería un estudiante aplicado…

-¡Vamos!, vamos, a levantarse jovencito que hay mucho por hacer y tu tío hoy no puede estar en la tienda. Rápido, rápido. Muévase.

Puuutaaa… Justo cuando empezaba a quedarme dormido. Bueno. Tal vez hoy también pueda verla. Y  si la veo, juro que le hablo.

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CONTRAPORTADA 02

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Contraportada-Febrero 28 de 2013

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