PORTADA-DIMENSIÓN 34, marzo de 2015

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“Leer nos da un sitio al que ir cuando tenemos que quedarnos donde estamos”.  
  Mason Cooley

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LA FORMACIÓN DEL LECTOR (Andrés Pérez)

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La metodología pedagógica desarrollada en la formación ética de jóvenes y adultos, da señales de fracaso en sus objetivos al proponer métodos  autoritarios  que cohíben la libertad y la capacidad interpretativa del individuo en formación, generando en él un constante rechazo a estos métodos y como consecuencia una deficiente formación ética. El escritor y catedrático español Alfonso López Quintas, detecta en su artículo “El análisis literario y su papel formativo”, las falencias en la metodología y propone como una verdadera formación en cuestiones éticas, aquella que respeta la libertad y otorga las pautas de interpretación necesarias para el discernimiento y el conocimiento de las leyes que rigen el desarrollo de la vida humana, a través de la lectura penetrante de obras literarias de calidad; pero siempre y cuando estas sean abarcadas como ámbitos de realidad y no como objetos.

Para el catedrático la obra literaria es una trama de ámbitos que describen una realidad y conllevan al autor a entrar en juego con ésta realizando sus experiencias y no simplemente limitándose a transmitirlas, así descubre su sentido mas hondo y empuja al lector a sumergirse en ese juego, a reconocer esas experiencias y vivificarlas como propias develando las intuiciones fundamentales y la génesis de la obra,  bases prioritarias para la adecuada interpretación. Además,  hace hincapié en la suma importancia  de que el individuo en formación reconozca el plano de realidad, en el que esta moviéndose, requiriendo para este fin la flexibilidad mental necesaria adquirida por medio de la lectura que insta a pasar de un nivel a otro de la realidad; viéndose reflejada en el entreveramiento o conflictos de los ámbitos que trascienden las relaciones individuales y sus propios problemas e integra diversos niveles de rangos distintivos a la vez que invita a transcender los valores inmediatos, reflejando las actitudes y los actos humanos. De allí, que todo en la literatura no sea mera ficción. El argumento lo puede ser, mas no el tema; y el tema determina los comportamientos y actitudes de los personajes, plasmados a través de imágenes poéticas que vertebran la vida humana a partir de sus temas éticos, con los cuales juega y hace jugar al intérprete dándose así su gran papel formativo en las cuestiones éticas.

Por otro lado, toda obra literaria de calidad plantea la invitación a la creatividad como fuente dinámica para el desarrollo de la persona y sus pares. El autor de una obra gesta en su texto el acto creador y el acto no creador, los contrapone, los enfrenta en equivalencia de fuerzas, y ese enfrentamiento arroja el resultado positivo o negativo evidenciado en el destino final de los personajes. El intérprete reconocerá ese resultado. Y asume la importancia del valor creativo a partir de las posibilidades o la complementariedad que le ofrecen los otros (entornos).

En cuanto a la parte filosófica de toda obra, manifiesta en la articulación profunda de sus conceptos, Alfonso López Quintas considera prioritario que el buen intérprete reconozca desde sus pre-saberes esos conceptos, de esta forma comprenderá la lógica que rige los procesos espirituales, en los cuales están enmarcados los personajes y las tramas. De esos procesos espirituales se destacan el vértigo y el éxtasis (el egoísmo o la generosidad), manifiestos en los sentimientos y actitudes de los personajes, impulsados a actuar en pro de sí o de los demás. Dos procesos espirituales que determinados por el encuentro creativo o el no encuentro, lo no creativo, enriquecen o empobrecen las realidades de los entornos y develan al lector intérprete los estragos que causa en la vida humana la entrega al vértigo y lo gratificante del éxtasis; pero siempre y cuando el intérprete sepa distinguir los diversos niveles de realidad, en los cuales se está moviendo.

Por lo tanto, el análisis literario juega un papel prioritario en la formación humanística del hombre en el campo de la ética, brindándole las herramientas necesarias que le ayudarán a profundizar más a la hora de abordar obras literarias de calidad. Es importante resaltar referente a este aspecto de las obras literarias de calidad, que el señor Quintas a lo largo de su argumentación enfatiza que toda literatura que sea abordada como plan de estudio, debe ser de alta calidad estética. Así el autor reconoce que no todo lo que se da a llamar literatura lleva por sí misma el adjetivo de calidad. Algo parecido pero un poco diferente sostiene el profesor Ricardo Senabre en su artículo “la comunicación literaria”, en éste derrumba de entrada lo erróneo que es agrupar bajo una sola categoría (literatura), una variedad de material escrito: poemas, crónicas de suceso reales, relatos de ficción, meditaciones espirituales, teatro, autobiografías e incluso cartas, constituyen un conjunto heterogéneo, recubierto sin embargo, por un marbete unificador -literatura-  que anula la diversidad real de los objetos agrupados. De hecho,  Senabre va más allá al demostrar que la literatura no solo se concierne a la tinta en el papel, sino que también puede ser lo no escrito, lo oral, lo verbal. Esta diferencia de lo que es literatura y de lo que no lo es, está determinada, igual que  en Quintas, por la estética, por la alta dosis de calidad que el autor de una obra emplea.

El análisis literario profundo revela esa estética, de cómo el autor al emplear elementos estéticos transgrede las normas lingüísticas. Por otro lado, el análisis desmonta el mero significado de los objetos; una perla es un mero objeto, pero este objeto incrustado en determinado contexto adquiere un sentido que sobrepasa el significado de éste. Aquí la estética esta ligada a ese entreveramiento de ámbitos.

Sin embargo, para que el análisis se pueda dar con toda la profunda claridad y no con una confusa superficialidad, ambos autores resaltan la importancia de uno de los elementos primordiales de la comunicación literaria o el juego literario, el lector. Que posea las herramientas fundamentales para llevarlo a cabo. Pero antes de empezar a tratar lo del lector y sus bases fundamentales, en las que coinciden  Senabre y Quintas, es prioritario resaltar la diferencia que existe entre los dos respecto a lo que es la literatura. Para el primero la literatura es un fenómeno de comunicación: una obra es un mensaje verbal, que como cualquier tipo de mensaje, parte de un emisor- que en literatura se conoce con el nombre especifico de autor- y se dirige a un destinatario- lector u oyente- que lo recibe y los descifra. Pero no es cualquier tipo de mensaje, es un mensaje estético. En cambio para el segundo la literatura no es un medio para comunicar determinadas experiencias; es el medio, en el cual realiza él mismo tales experiencias. Y esas experiencias propician el juego con el lector quien las rehace personalmente. Pese a esta diferencia, el hecho es que la comunicación literaria o el juego literario esta constituido por los elementos emisor-receptor, autor-lector. El emisor-autor transmite ya sea mensajes o sus experiencias y el receptor-lector los recibe y descifra. Ahora, para el desciframiento el lector debe poseer, según Ricardo Senabre y Alfonso Quintas, bases fundamentales, herramientas que le ayuden en esa tarea, en el primero de los autores es fundamental que el lector comparta el mismo código del autor, el código lingüístico y desde ese código reconstruir la ecuación que transgrede lo idiomático. Sin embargo, el código lingüístico no basta en la mayoría de las veces y resulta necesario para el lector compartir el contexto cultural, en el cual esta inserto la obra para sobrepasar los significados parciales y atrapar el sentido del conjunto. Alfonso Quintas, refiriéndose a un pasaje del “Mio cid”  incrustado en un contexto cultural de algunas regiones españolas, recalca la imposibilidad de comprensión que poseería el lector que parte tan solo del código lingüístico y esta por fuera o desconoce el contexto cultural del texto. Esto sería la razón básica de la intraducibilidad radical del mensaje literario. Por otro lado, se exige por parte del lector que éste reconozca el juego que plantea el autor, lo juegue y a partir de este punto, teniendo como base la génesis de la obra, abarque los diversos niveles de realidad, transcienda los valores inmediatos y atrape la lógica que discurre entre las líneas y tejen la trama de los personajes. Pero para poder atrapar la lógica que va ligada con la filosofía que el autor de la obra plantea en su texto, el lector debe intuir la articulación profunda de los conceptos y esto a partir de un conocimiento bien articulado de la temática filosófica, no es posible, por ejemplo, percibir el sentido riguroso de la obras pertenecientes a la literatura del absurdo- que van a contracorriente de la normativa estética común y solo pueden ser comprendidas cabalmente a la luz soterrada que las anima-  si no se acierta a precisar los diversos modos que hay de temporalidad y espacialidad.

No cabe duda de que para ambos autores, el lector es al mismo tiempo el objeto de la literatura y el sujeto del análisis literario, y como sujeto analítico que recibe el mensaje o las experiencias del autor, se le debe exigir el desarrollo de sus capacidades analíticas algo que solo puede obtener a partir de la lectura estudiosa de obras de calidad, que deben partir desde los tempranos años de la educación escolar.
Referencias:


-El análisis literario y su papel formativo, Alfonso López Quintas http://www.hottopos.com/convenit/lq1.htm



- la manipulación del hombre a través del lenguaje, Alfonso López Quintas  http://www.pensamientocritico.org/alflop0404.htm



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MONÓLOGO IMPORTADOR DE LA CONDUCTA INSÓLITA (mb-6v!)

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“Tarde es siempre; pasa un segundo, podemos morir mil veces, no estamos vivos siquiera”.

No puedo mirar más allá, ni decir mucho, soy un ser acostumbrado al silencio. Observo como pasan los vientos desfigurando nubes que terminan por desaparecer fácilmente, o algunas veces, revelarse en tomentosas manías de escupir al suelo, su desencanto de otra tierra más al sur, contra nosotros.
Añoro andar descalzo sin nadie riendo mis pies, recoger tormentas, caminar lejos de la distancia y sembrar los pasos altivos en una montaña, amanecer de primero.

No encajo en la rutina, nada hago para salir de ella. Me envuelvo a rodar en las ideas de no estar quieto, siempre sorprender con astucia alguna oscuridad atravesada, no limitar el alba a su secuestro. Parezco perder el norte, amo el sur algunas veces, el destino puede ser cualquiera, muy lejos.
A veces suspiro ideas, aspiro ser recordado como un ladrón de materia y transportador de fósiles plateados.  Arde el fuego de mi boca y la riqueza no se quema, invento mitos como todo hombre; a nadie puedo enfrentarme, excuso la soledad de mis palabras como la gran mentira.

Llevo el sueño a todas partes y el vacío en mi bolsillo trasero; llevo sucias las vías de mi cerebro a la boca, por eso cualquier sensación se pierde en algún misterio, sinestesia que bosteza, más de lo que digo.

Despierto de noche, justo antes de acostarme, abro los ojos hacia adentro y me veo oscuro: crece mi sangre, muere, vuelve y nace, se acaba el libro.
Parece importarme nada, ningún día. Estar acompañado me desviste, y sin traje me encierro, y no voy a fiestas de imaginar desnudo que soy feliz.

Tengo la sed bohemia, una laguna en la vida ahoga los últimos años, desconexión frontal que aísla el pensamiento.

Por momentos me remito a la lucidez, olvido de cuál mentira soy y me obligo a recordarme vivo. Por piedad simplifico los males en toda razón ajena, me contagio de verdades ocasionales, las acepto como el dulce y la leche que me han  negado. Vomito, marco un camino, he dado vueltas toda la vida, vuelvo a vomitar.

"De frente una maciza tormenta, al reverso un frívolo destierro; no hay más camino. La tregua es nadar lentamente la prisa, decirse útil e inventarse apresurada y desesperadamente un atajo para llegar vivo a la muerte"




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LA GRATIFERIA (Simón Ramírez)

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Mi palabra es esquiva y ampulosa cuando sobre espacios como estos intenta detener; no los alcanza lo suficiente pues aquellos la desbordan, acuáticamente, en su simple linealidad. Sin embargo lo intentaré, como “vocero” de la Grati; cabe agregar la salvedad sobre la experiencia en sentido Foucaltiano (que deforma y estalla lo que soy), mis impresiones o intentos de definiciones son necesariamente vagos, parciales: para definir la Gratiferia tendría que hacerse un trabajo sensorial y de opinión con todos los que han caído a ella, porque es colectiva, habla en sí misma, orgánicamente. Sin megáfonos o mejor aún, cada lector tendría que ir…Parcharse.
Pero bueno…Formalmente:



La Gratiferia o la feria de lo gratis (donde te llevas lo que necesitas y traes lo que a otros pueda servir más), es una idea contracultural que una vez, hace más o menos 3 años, alguien trajo a Girardota. Venía replicada de Medellín (por primera vez en el “Carlos E”), que a su vez venía de otros lugares y tiempos desconocidos (me imagino); no creo que muchos de los que han contribuido en estos procesos sepan a quién y en qué lugar del mundo se le ocurrió esta idea… Eso sería realmente innecesario, pedante y además contrario a ciertos principios que para mí promulga la Gratiferia.
De manera superficial, es un espacio donde se disponen de múltiples objetos en buen estado (feria), según el ritmo de la misma gente, la cual en la medida que se va enterando de la existencia de tal espacio, empiezan articulándose con su presencia o con objetos.
Se diferencia del trueque y del bazar, pues el primero establece una relación de valor equilibrado sobre un marco específico (el cual  al tender más por lo “social-consensuado” que por lo valorativo del objeto, lleva a las pugnas de: “esto vale más que aquello”), y al segundo le interesa la recaudación de fondos. Es decir, aquí lo medible en términos de más o menos no importa. Bien puede que usted lleve para poner en la “lona de la Grati” toda la obra completa de Truman Capote, o de Albert Camus (en edición bilingüe)… mientras para su casa usted se lleve una pera y una llave de expansión o no se lleve nada.

A lo que le apunta en sí misma y sin los matices de quienes la realizan, es a una pequeña reformulación en las dinámicas de consumo y de interacción que hegemónicamente nos incitan por diferentes medios; dicha interacción, por los objetos no se tiene, “paradójicamente”, una valoración y a su vez se tiene una exagerada valoración (un fetichismo absorbente): más claramente…Todo es desechable; pero todo es “necesario” de obtener, imprescindible.

A su vez que permite el espacio de vínculo y de interacción desde lo que “a otro le pueda servir más que a mí”, conduce la durmiente solidaridad. Y es que la solidaridad, que se pontifica desde estos mismos discursos, es una de estridentes regimientos, con flashes y de grandes exenciones tributarias, a la municipalidad se le olvida a veces  lo esencialmente humano que le pervive. Coleteándole.
En este sentido, si se quiere ver así,  se enmarca dentro de las dinámicas y experiencias de resistencia global (o de la llamada por algunos “alter globalización”)  por parte de sujetos diversos que se posicionan crítica y sobretodo prácticamente ante una perspectiva global de mundo, reduciéndolos  a mero consumidor-consumido, que los enajena con búsquedas banales, que los quiere separados, profundamente lejanos, desde su cercanía cibernética…y métale cuántos etcéteras quiera.

Aquí en Girardota se había dejado de hacer por un tiempo, ya que quienes empezaron con la propuesta desistieron de ella o la redujeron a un simple carácter exótico: no la hacían o pasaban más de 6 meses sin hacerla. Fue por eso que yo, junto con otros compañeros de municipalidad, decidimos sacar la vieja lona en la que habíamos pintado una vez el letrero de la Gratiferia y abrir otra vez el espacio para el encuentro, ahora sí, de manera  constante.

En eso estamos desde septiembre, más o menos; ahora sí haciéndola cada primer domingo del mes, en el parque principal. Pensábamos que dotarle de cierta regularidad permitiría a personas sin acceso a internet (donde mayoritariamente se avisa) estuvieran pendientes y fueran. Que la Gratiferia realmente se empezara a mezclar con las dinámicas habituales de la gente.

Y es de esta forma en que realmente nos hemos conocido como pueblo, algunos de los que no nos conocíamos, después nos saludamos por ahí… las señoras traen las ropas de sus niños cuando eran más pequeños, y se quedan a conversar un ratico; algunos “chirrincheros” cogen pantalones, pero también libros; alguien trae unas frutas y se va; la señora con su letrero de desplazada agarrando el buzo de lana; la chica estrenando tacones que me pregunta si sí le quedan bonito; la pelea entre las pretendientes del bolso dorado; … Todo lo múltiple y contradictorio que en nosotros como organismo se puede ver claramente en la Grati, y sin moverse del puesto.

 En fin, el proceso de aclimatación ha sido lento con algunos impedimentos institucionales (como es de esperar cuando destellos de rebeldía surgen), o aguaceritos que nos hacen desistir; sin embargo, cada mes se va volviendo más fructífero, cae más gente, nos prestan sonido y podemos leer cosas, poner música… matizar. De a poco se han ido sumando iniciativas culturales y contraculturales, desde aspectos como el teatro, la música, la poesía, las artesanías, la cocina. Que es al final lo que transversaliza a la Grati… Ésta como una excusa para la reunión y encuentro de nuestra generación, tan desterritorializada: sin vínculo, ni asidero, ni lugar común.

Se extiende pues la invitación a todos los internautas que no se (la) han encontrado, a que juntos nutramos este espacio desde las posibilidades y expectativas de cada quien; que nos bajemos de esos no-lugares comunes, en los que tanto nos gusta estar para contar qué pasa en nosotros, mirarnos, tejer un rato, proponer lecturas, o quejas municipales… qué sé yo. La Grati se construye entre todos.

Para terminar y romper esa palabra “formal”, con la que construí el texto por cuestiones informativas (parroquiales), quisiera retomar la vocería con una palabra más cercana a lo que realmente sucede en la Grati. Una palabra más mía y de tantos. Menos “pedantegógica”.


Manifiesto de la Gratiferia Girardotana

El primer domingo de cada mes, solemos dar definiciones someras y precisas, para que todos los habitantes sin importar sus libros leídos o sus razones de parar en la lona a “curiosear”, puedan entender qué es la Gratiferia. Algunos, si nos escuchan, asienten con interés y aceptación, por más que entiendan lo que quieran entender, o nos suelten un buenísimo aforismo, que al rato olvidaremos. A todo el mundo le decimos por igual, ya sea en el grito o en el micrófono (si tenemos), que se acerquen, que bien puedan y se arrimen con confianza, “la feria de lo gratis, señor”… “la feria de lo gratis señora”… Y así, tantas otras estratagemas… Somos como mercaderes del-no-dinero, para poder atraer sus mentes mercantiles… Y algunas llegan, y vuelven luego… o algunas refunfuñan o se burlan, o se emputan porque se sienten inseguras; billete en mano. Sin embargo, nos urge como pueblerinos subversivos que se reúnen no solo a “farria” o hablar güevonadas: estallar, contar de una manera menos volátil y fugaz esto que hoy nos reúne y que mañana puede desaparecer… por qué hacer eso… qué es realmente eso.
Aquí algunas aproximaciones. Nunca acabadas. Cada uno que llega a la Gratiferia puede hablar, tirar su versión del asunto:

-Nuestra propuesta es agresiva y cercenanate por más que la presentemos colorida y cordial para-cada-persona-específica; va directo a los axiomas fundantes y fundamentales de “nuestras sociedades”(que cada vez tienden más a conjugarse en singular): al “toma y dame”, al “cuánto por esto”, y sobre todo al de  “mi plata vale”, por solo nombrar algunos… Va a ellos para revolcarlos o al menos para llenarlos de pesada sustancia viscosa y escurridiza: le importan las vigas y andamios municipales,  así ni se den por enterados en su totalidad quienes los cargan, y se nos acercan. Puede ser que nos queremos parecer a las palomas muy en lo profundo y sin saberlo: cagando las altas cornisas, mirando desde las solidificadas estructuras su paso acompasado y automático. Hasta por eso nos gustará el parque. Será.

-A la competencia capitalista (deshilvanada en apariencia, que se representa básicamente en las perspectivas de consumismo e individualización) oponemos los lazos de la solidaridad popular, siempre en continuo proceso de construcción y desmadejamiento, urgentes para nosotros. Nuestra función como jóvenes, en estos tiempos insanos, curiosamente se encauza por un recordarles a los ahora olvidadizos habitantes (algunos más aletargados que otros), aquello irreductiblemente humano que aún pervive en ellos, en nosotros. Insistentes o anacrónicamente utópicos creemos en vínculos más profundos que el dinero. La Gratiferia es uno de estos vínculos.
-En nosotros la necesidad y disfrute de la Grati no surge como una pontificación o búsqueda de beatitud; ínfulas de desquiciados, tal vez a muchos de nosotros sí les gustaría adjudicarse… tal vez sí se les hallen, como eco amplificado, tal vez .Pero de todas formas es un desquicie radical… Primigenio… ante el fárrago de mierdas y vanidades que nos asfixian.

Por eso, no nos vemos metidos en sotanas o arengando lo “bueno que somos”, mientras nos toman la foto-campaña: de estos hay muchos, pululan doquiera la mirada. No lo hacemos para que nos miren, sino para mirar (nos). Nos sabemos fugaces, dispuestos y vitales; no imprescindibles o únicos… así como se empezó a hacer casi 4 años por primera vez acá, y nosotros la volvimos a sacar, esperamos que después sea abordada, sostenida y disfrutada por otros espíritus inconformes.

-Nuestra propuesta oscila entro lo político y lo poético, de su esencia y de quienes la componen. Si me volvieran  a preguntar, con la exigencia de la síntesis diría Gramscianamente: “Contrahegemonía”, “que es  Contrahegemonía”. Y digo que oscila (indecisa), sin la imperiosa necesidad de definición, porque ambas en nosotros hablan de una vitalidad, de una exigencia por la acción. La pasividad que vemos en estos cuerpos nuestros (por más que anden rompe-vientos en ruidosas motos, por más que se aturdan en sobredosis de decibeles, por más que puedan estar en todos los lugares y con todas las gentes a partir de unos pocos movimientos dactilares)… nos enerva, nos abruma.

-Por todo lo anterior, y mucho que faltaría y falta por decir en el proceso, nuestra negación es militante, se inscribe en una larga y vigente tradición de inconformismos estéticos y sociales; pero también económicos y políticos… Busca creación. Salir con la lona es traducir o encauzar las peroratas que lanzamos, nuestros incisivos o balbuceantes discursos (ya como certezas o intuiciones) en una proposición. Proponemos. Ideologizamos, sí;  dotamos también de insospechados matices el parque y a su gente.


Promulgamos un tiempo atravesado por manos estirándose, por unas palabras gráciles y sencillas, cercanas a unos oídos apurados y vilipendiados en la exigencia del “te doy si me das”. Lo promulgamos con el sol de la tarde en nuestras cabelleras enmarañadas, con los gestos totales que invitan: abarcando pero sin acaparar. Mirando fijo. Lo promulgamos matutino, aunque lo especifiquemos en “el primer domingo de cada mes, desde las dos de la tarde; y sí, aquí mismo en el parque de Girardota”.

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EN PRESENCIA DE LA AUSENCIA (Johnny C.)

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El vuelo se retrasó no sé por cuánto tiempo. Horas de inclemencia climática, que me obligaron a permanecer esperando en esas siempre incómodas bancas de un aeropuerto. Ocupado simplemente en mirar las otras personas, tratando de doblegar el aburrimiento y el sueño. Ahora, supongo, debí tener un poco más de perspicacia y haber traído algún material de lectura que fuera completamente de mi agrado; puesto que la incursión y posterior visita a una pequeña librería ubicada en la parte comercial de la terminal, resultó ser un completo fracaso. No pude encontrar algo medianamente bueno y ligero, que ayudara a vencer el letargo o por lo menos hiciera las veces de distracción.  Sin más por hacer que aburrirme hasta el agotamiento, y ocupado en observar a la gente que pasaba a permanecía cerca de mí; las preguntas y lo extraño de la situación invadieron mi pensamiento.

No puedo, por más que trato de recordar, cómo o cuándo fue la última vez que lo vi y conversamos. Todo, simplemente son líneas borrosas en un libro viejo de páginas deterioradas y amarillas. Hace más de diez años, tal vez más. El tiempo pasado siempre es presa del olvido, no importa si fue bueno o malo; terminamos por recordar solamente, pequeños y anacrónicos momentos que incluso, pudieron no haber sucedido de esa manera. Éramos estudiantes universitarios ya avanzados, cuando nos conocimos. A pesar que él era mayor, iba más atrasado en los estudios; tal vez porque yo contaba con la ayuda de mis padres, mientras él tenía que repartir el tiempo entre las clases y los trabajos que pudiera conseguir. El día de hoy, ha estado dominado por un clima azul y de cielo plomizo; temprano en la mañana parecía que estuviera a punto de anochecer, es como si el día, por un arrebato cósmico, se hubiera deshecho a patadas de la tarde. No sé mucho de él, estoy bastante confundido por el tiempo transcurrido y la desconexión.

Nunca, hasta ahora nos habíamos comunicado; no sé qué pueda querer o el motivo de su regreso. Hace un par de días, recibí una carta con algunas líneas garabateadas y su nombre al final. No decía mucho más allá del día de su arribo y otras menudencias inútiles para descifrar el verdadero objetivo o necesidad de su visita. Desconozco cómo obtuvo mi dirección de morada o el por qué se acordó de mi existencia, de nuestra vieja amistad. Ese planteamiento, me deja inmiscuido en otra duda ¿cómo voy a hacer para reconocerlo? Tal vez diez años no sea suficiente tiempo para que alguien sufra un cambio demasiado brusco en su fisionomía, salvo graves excepciones. Igualmente, esos cambios en mayor o menor medida, también los deben aparentar mi cuerpo, mi rostro y cualquier otra forma que sirva para identificar a alguien.

Nunca me había fijado en lo mucho que odio los aeropuertos o cualquier otro lugar que reúna mucha gente. Vivir en la ciudad no te hace inmune a ese sentimiento, se puede incluso, llegar a pensar que ese estado lo acrecienta. Quizás el aburrimiento de la espera sea lo que esté jugando a favor del odio; pero habría que tener un grado de desconocimiento de sí mismo para no darse por enterado de algunas cosas. Todo es un barullo de voces, gente, pisadas, niños gritando, exceso de avisos publicitarios, afanes, desesperos, confusión; simplemente dejan en un imposible un momento de tranquilidad.

Quizá no pueda recordar la última vez que nos vimos; pero sí puedo rememorar el día que nos conocimos. Fue en uno de esos conversatorios que programan las universidades con figuras sobresalientes en algún campo cultural, social o político. En aquella ocasión, el revuelo era causado por la presencia de un poeta bastante conocido, por lo menos, en ese tiempo.  El trabajo y las obligaciones me han apartado de ese ámbito. Del poeta ese, no he vuelto a saber nada, su material no era de mi predilección. Sin importar eso, aquel día me las arreglé para poder asistir a su conversatorio. Debido al número de clases no alcancé a llegar a tiempo y el auditorio estaba completamente copado, tanto, que fue imposible avanzar más allá de la puerta de ingreso. Allí, de pie, junto a la puerta estaba él; poseía una de esas miradas que son apagadas, pero fijas al mismo tiempo, fumaba una de esas marcas de cigarrillos que son sin filtro. Al verme llegar todo ajetreado, me miró y en un tono de voz que no era cínico ni burlesco me dijo: “bienvenido al show”.  Más tarde, ese mismo día o mejor dicho en la noche, luego de abandonar a la mitad la presentación; sentados en la mesa de algún tórrido bar, me dijo que ese poeta, le parecía una mala copia de Celan, y que su fama era gracias a la editorial que lo respaldaba y al mucho dinero de la familia; en otras palabras, un imbécil burgués que nunca tuvo que ensuciarse las manos. Aquella vez, discutimos sobre eso y muchas otras cosas más, en medio de cervezas, humo de cigarrillo y Rock. Luego de eso, nos hicimos compañeros, a pesar que nuestros estudios eran completamente distintos, nos unía en ese entonces, el gusto por la literatura, la música, la conversación y las tontas ideas sobre la vida, y tal vez el desprecio por el mundo.

Estaba a punto de quedarme dormido cuando la voz anónima de los altoparlantes, dio finalmente la noticia de la llegada del vuelo que traía a mi antiguo compañero. Aproveché el aviso y el tiempo que le tomaría a él llegar hasta acá para desentumecer un poco las piernas y espantar el cansancio de la larga espera. Un rato después y apartando cualquier duda o confusión pude reconocerlo, mientras él hacía su paso por el control de seguridad. No traía más equipaje que una pequeña urna, de esas en las que se deposita los restos de alguien. Al parecer, él tampoco tuvo problemas para reconocerme, puesto que se dirigió inmediatamente hacia donde yo estaba.

—¡Diego! Cuánto tiempo ¿no? —Me saluda mostrando una pequeña sonrisa.
—Bastante —Le respondo—. ¿No me digas que te has vuelto un excéntrico?                     Me siento un idiota y me arrepiento de haber dicho eso. —Lo siento, no quise ofender.
—No te preocupes por eso, la verdad fui incapaz de decidir la mejor forma para trasportar esto. Pude haberlo introducido dentro de una maleta, pero me pareció que así, no disfrutaría del viaje. —Dice esto, levantando un poco la urna que llevaba como si fuera un balón de fútbol.

No sé qué responderle, tampoco qué hacer, si extenderle la mano en forma de saludo o abrazarlo y presentar condolencias. Al final, opto por un semblante ceremonioso y ayudado por su tranquilidad y al parecer buen estado, me disculpo de todo corazón por mi estupidez y poca seriedad. —No se puede jugar con algo así. Siento tu pérdida.
Él se encoge de hombros y me dice que allí, en esa urna, no hay absolutamente nada importante, que su contenido no es muy diferente al de un cenicero en la mañana, después de una noche de fiesta. Ambos, en mutuo acuerdo y en completo silencio, emprendemos camino hacia la salida. Antes de abandonar el aeropuerto, una mujer, más bien distraída choca contra nosotros, provocando que él casi deje caer la urna, mientras a ella un pequeño libro se le resbala de las manos. Yo me adelanto a su reflejo y lo tomo primero que ella. “El Lobo Estepario” alcanzo a leer en la tapa antes de entregárselo, no me dice nada. La muchacha, de mirada afligida, murmura unas pequeñas disculpas a Manuel, y continúa su camino. Por alguna razón se me hace conocida.
—Sigamos. —dice Manuel.
Decido mantener mis especulaciones en secreto y no decir nada. De la muchacha, ya ni rastro alguno quedaba, tal vez un vago aroma a frustración y desespero.

Al abandonar la terminal aérea, nos azota un aire frío, de esos que te llegan a los huesos. Me detengo para abrir el paraguas que opone resistencia a su trabajo. Ya abierto y sobre mi cabeza, levanto la vista y me doy cuenta de que Manuel, ya ha cruzado la calle y me espera como si nada bajo la lluvia que empapa el sobretodo de color negro que lleva puesto. Rápidamente cruzo también la calle y le digo que nos apuremos en alcanzar mi auto que está parqueado algunos metros adelante.
Librados de la lluvia, ya dentro del auto y la urna fija en asiento de atrás con el cinturón de seguridad, pregunto:
—¿Dónde piensas quedarte? Siéntete bienvenido en mi casa.
—Gracias. Pero no será necesario, sólo pienso visitar un lugar en específico, luego, ya veré. No soy de esta ciudad, únicamente estuve en sus calles, mientras llevaba el rótulo de estudiante; luego, pudo más el asco y decidí abandonarla, con todo y estudios. Sentí o me di cuenta de que ya no la recordaba, que la había olvidado por completo…
Me dice todo eso mirando por la ventana del auto hacia cualquier punto. No puedo notar cambio alguno en la persona que solía conocer. Sigue armado de silencio y oculto por una especie de niebla. Se arrellana en el asiento e introduce sus manos en los bolsillos del abrigo.
—Si me preguntas, no hubiera querido molestar; pero no me sentí con la capacidad, ni con el derecho de regresar y recorrer estas calles de nuevo.
—¿Me estás diciendo que simplemente necesitabas de un guía? —le pregunto jocosamente. Manuel, dice que no, mientras niega también con la cabeza. Enciendo el auto y busco en la guantera un paquete de cigarrillos, le ofrezco uno, esta vez niega solamente con la cabeza. Entonces, enciendo uno y me dispongo a salir del parqueadero y tomar la autopista, que nos lleva a la ciudad.

Me siento prisionero, como si fuera yo el que viaja dentro de esa urna. Tal vez el tiempo que ha pasado separando nuestras vidas, sea suficiente motivo para haber perdido la confianza y conversar sobre cualquier cosa. Pero la maldita urna y el expectante silencio mortuorio que la carga, evitan cualquier tipo de acercamiento. Me veo vencido por la situación, completamente aplastado por una fuerza opresora; imposibilitado, limitado de movimientos. Teniendo una especie de miedo y cierto desprecio por cualquier cosa que pudiera decir:
—Oye Manuel —le digo—, no quiero parecer indolente, ni nada por el estilo, pero si no me decís hacia dónde nos dirigimos será un poco difícil todo esto. Si no quieres quedarte en casa, puedo llevarte hasta cualquier hotel en el centro de la ciudad y dejar que hagas lo que se supone que viniste a hacer.
Me mira y se rasca la nariz, luego limpia sus labios con el dorso de su mano. —lo siento, creo que puedo estar un poco absorto. Vuelvo a agradecerte el hecho de que estés aquí y me ofrezcas tu hogar; pero no será necesario, me regreso hoy mismo. En cuanto al lugar—… hace una pausa prolongada ayudada por el ruido de los demás autos y en especial de un camión que nos supera a toda velocidad. —No sé si aún exista…
—¿Puedo preguntar quién va en el asiento trasero del auto?
—¡Claro hombre! No es un secreto de Estado. —Al parecer, no sólo no ha cambiado mucho físicamente, también su humor algo irónico parece continuar intacto. Me inquieta su nuevo silencio, no se decide o querer revelarme la identidad. Seguramente espera a que pregunte directamente. Para ir aminorando un poco el hermetismo, y también el camino, decido cambiar la pregunta: 
—¿Cómo hiciste para encontrarme?
—En esta ciudad llueve tanto. Viví aquí por algunos años y no recuerdo más de dos o tres días en los que la lluvia, de alguna manera no se hizo presente.
Dicho esto, me señala el parabrisas perlado por un número indiscriminado de gotas; más adelante, la ciudad gris e imponente se levanta bajo una cúpula casi negra de nubes a veces centelleantes de relámpagos. Sigo conduciendo, luchando contra el asfalto mojado, lo cual me recuerda la necesidad de un cambio de neumáticos. Él, extrae de uno de sus bolsillos un paquetico de maní y empieza a comerlo... —Por la revista —me dice—, en esa en la que de vez en cuando publicas algún texto.
—No pensé que te interesaran los asuntos científicos.
—En absoluto —Se chupa ruidosamente las muelas—. Fue pura casualidad el hecho de haber encontrado tu nombre. Seguramente, habrás esperado en algún consultorio odontológico o de índole parecida.
—Ya veo, entonces así encontraste mi contacto.
Termina con la bolsita de maní y guarda el empaque. Desabrocha su cinturón de seguridad, algo que me irrita; pero prefiero dejar, luego pasa una mano por su cabello todavía húmedo.
—¿Debes tener hambre? Déjame invitarte a comer algo por lo menos. Ahora que lo recuerdo en la terminal no comí nada.
—No tengo hambre —dice—. Pero si quieres algo, no tengo problema en detenernos.
Se hace un silencio perturbado únicamente por la lluvia que cae sobre la carrocería y el paso constante de las plumillas sobre el parabrisas.
Me detengo en uno de esos estaderos de carretera, adentro, la mayoría de las mesas permanecen libres, arropadas del frío por un feo mantel a cuadros, y una tímida música que escupe el sistema de sonido del lugar. Escogemos sentarnos en una mesa contigua  a la ventana, que nos deja visualizar la carretera y esperamos por la atención.
—Aparte de tu colaboración con esa revista ¿qué hay de la vida? —me pregunta apoyando los codos sobre la mesa.
—Bueno, no es mucho. Soy profesor universitario, estoy casado y tengo tres hijos. Nada estrafalario ni parecido a lo que se pensaba cuando éramos jóvenes. Ya sabes, todas esas consignas e ideas que albergas con fuerza y luego se van diluyendo. Típica vida de familia.
Asienta con la cabeza. Un señor gordo se acerca a nosotros y nos dice de memoria todo el menú o por lo menos parte de éste. Manuel, apenas le presta atención. Decido ordenar el plato del día —¿y el señor?—, pregunta el mesero dirigiéndose a Manuel. Él me mira y dice:
—¿Te parece si nos bebemos una botella de ron?
Esperan que responda, siento la atención de él y del mesero puesta sobre mí. No soy buen bebedor, la verdad el alcohol hace mucho que dejó de ser una preferencia.
—No, lo siento, mañana tengo clases; además estoy conduciendo. Pero si decides cambiar de opinión y quedarte aunque sea esta noche, tal vez más tarde podamos beber algo.
—Entonces que sea media. —Le dice al mesero, que anota la orden y se retira. Manuel despega el pecho del borde de la mesa corriendo la silla hacia atrás, tal vez cruza las piernas. Extrae un paquete de cigarrillos, exactamente los mismos que solíamos fumar en nuestra época de estudiantes. Sonrío al ver el paquete, me ofrece uno, lo guardo en el bolsillo de mi camisa. Para después de la comida, le digo. Él enciende el suyo y deja el paquete sobre la mesa, es tapado por una espesa nube de humo que exhala con tranquilidad. Alcanzo a pensar que esa inmediata imagen, ha sido siempre la de él.
—¿Sabes? Es posible que te acuerdes. Mi esposa se llama Melany. —Manuel mira por la ventana tratando o no de rememorar.
—La de ojos color miel —dice distraídamente—. La que estudiaba gastronomía. Y una vez sin querer me enteré que trabajaba en un pequeño local, y a sabiendas de que te morías por ella te llevé en alguna oportunidad.
—¡Esa misma!
—Me alegra —dice, con bastante displicencia.
—Ahora que lo recuerdo, yo me gradué primero que tú. Quizá fue ahí cuando nuestros caminos se separaron o por lo menos empezaron a distanciarse. ¿Qué pasó contigo a la final?
Con el cigarrillo quemándose entre sus labios responde: —Nunca terminé, en aquel tiempo me sentía desahuciado, abatido; era como una especie de prisionero dentro de mi cuerpo. Todo me parecía un sinsentido, una nulidad que poco a poco se fue apoderando de mí. La felicidad, el triunfo, los anhelos y deseos; cualquier imbecilidad por el estilo se hundía en un mar de mierda perpetuo, que de cualquier forma, sin importar lo que hiciera: estupefacientes, alcohol, espiritualidad, vagabundería cósmica. Nada funcionó, ni de cerca; permanecía inmutable, intransigente… Entonces… conocí una mujer, la cual irónicamente, me hacía sentir que ese cuerpo y la existencia que tanto pesaba, junto a ella; tal vez no fuera la respuesta, pero podría llegar a ser, por lo menos aceptable, podría resultar…
Aplasta el cigarrillo en el cenicero y se queda abruptamente en silencio, como si no hubiera podido encontrar las palabras que daban continuidad a su pensamiento. El mesero hace de nuevo su aparición, esta vez con la orden que deja sobre la mesa y se despide con un “buen provecho”. Manuel toma la botella y la destapa, puedo sentir inmediatamente el fuerte olor que exhala, vierte algo del líquido en un vaso con hielo; permanecemos en silencio.
—¿Realmente no quieres algo para comer? —pregunto, más por decir algo que por otra cosa. Muestra una sonrisa gastada, irónica, casi molesta y descarga las palmas de sus manos sobre el mantel; se limita a dar pequeños y ensordecidos golpes con los dedos.
—No. —Responde levantando su vaso y acabando de un solo tiro con el contenido.
—Entonces continúa la historia, si no tienes problema con eso.
—No tengo problema. Simplemente no me gusta hablar mientras la otra persona come. Toda la vida me he preguntado sobre esa costumbre. Me refiero a la idea de reunirse en una cena, ya sea en casa o en algún otro lugar para comer y conversar. No veo en qué momento la otra u otras personas, se puedan interesar en tu palabra, cuando su mayor interés es satisfacer el apetito…
Me limpio los labios con una servilleta, no puedo dejar de sentirme incómodo con la situación, mientras él se sirve otro trago.
—Entonces… Decidí abandonar todo e irme junto a ella, buscando un lugar menos gris, tal vez tranquilo y en el cual se pudiera observar más a menudo un cielo azul y claro; enorme, uno que no fuera tan aplastante como el de esta ciudad.
Se deja caer sobre el respaldo de la silla y observa por la ventana el gris metálico, que como un animal salvaje se topa contra el vidrio.
—Entonces te volviste viajero. Nómada. Nunca lo sospeché en vos. —Enreja los dedos y apoya  los codos sobre la mesa, como si estuviera orando, descansa  su cabeza sobre los nudillos de sus pulgares. Sin querer, en uno de esos movimientos mecánicos, miro hacía el lugar en el cual parqueamos el auto, y me acuerdo de la urna. Un escalofrío me recorre la espina dorsal en ese momento y los músculos de todo el cuerpo se me entumecen.
—Mierda… Manuel… no me… digas… que. —Me mira directo a los ojos y arquea las cejas. Toma el paquete de cigarrillos y se queda mirándolo, extrae uno; pero no lo enciende.
—Sí, la persona que va en el asiento trasero de tu auto, o lo que queda de ella, es esa mujer. —Suelto los cubiertos o más bien se resbalan de mis dedos entumecidos, dejándome caer sobre la silla. Era obvio que allí, en ese recipiente llevaba a alguien por el cual se tuviera una importancia sentimental. Pero por alguna razón, sólo hasta ese instante pude resolver o asimilar la complejidad del momento, de las palabras; incluso del silencio. Sin decirle absolutamente nada, tomo la botella de ron y vierto algo sobre el resto de Coca-Cola que tenía en mi vaso. Él, encendiendo el cigarrillo, levanta el suyo haciendo chocar los hielos. Brindamos calladamente en presencia de la ausencia.

Llevamos rato en el camino, de a poco nos hemos ido adentrando en la ciudad, sus iridiscencias y ruidos. Él ha trasladado el líquido de la botella a una licorera de metal, bebemos lentamente en completo silencio. Nos dirigimos hacia un pequeño parque arbolado unas cuantas calles arriba de la plaza libertadores. Allí, según me dijo luego de abandonar el estadero, planea esparcir las cenizas. No entiendo el por qué, precisamente sobre un lugar que tanto detesta y del cual estuvo alejado, junto a ella, durante mucho tiempo. Acaso no sería mejor e incluso más fácil echarlas en el lugar donde fueron felices. ¿Por qué venir hasta aquí? Retornar en un viaje, quizás uno, que nunca pensó volver a hacer. ¿En dónde quedó la lógica de los pasos recorridos, la fuerza y decisión que se tuvo? Su silencio y presencia, fabrican las palabras y acciones necesarias.

Llegamos hasta el lugar escogido, me detengo y antes de bajar dice:
—¿Dices que tienes tres hijos? —Asiento con la cabeza— Ella quería tener alguno; pero desde muy joven sabía que no podía parir. Eso y el frasco de tranquilizantes fue lo que la mató —enciende un cigarrillo y me pasa la cantimplora. Doy un trago, a pesar de lo que me está contando, no logro atisbar residuos de dolor o tristeza en sus palabras—.  Le gustaba venir hasta este parque y mirar los nenes jugar. Siempre supo de su imposibilidad, no sé si más arriba aun este la guardería.

Me siento como un imbécil, ya que también desconozco la respuesta. Desabrocha el cinturón de seguridad y baja del auto. Dudo en acompañarlo o no. Cierra la puerta luego de recoger la urna  e irrumpe en el parque. Decido permanecer y observar su avance bajo la garúa desde el auto. Se detiene cerca al lugar de juegos y empieza a dejar caer la ceniza, arrastrada inmediatamente por una ráfaga de viento. Al terminar,  se limpia las manos palmoteando su sobretodo. Hay poca afluencia en los alrededores del parque, la lluvia seguramente ha espantado a los enamorados, a los viejos y sobre todo ha resguardado a los chiquilines. Me busca con la mirada, el viento persistente hace volar el dobladillo del abrigo, me hace una seña a manera de despedida y se dispone a abandonar el parque. 

    




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POEMAS (Urraca)

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EL TIEMPO MISMO



Yo intento atraerla hacia mí, sé que todo esto en el fondo tiene un nombre,
al cerrar los ojos siento el resonar de sus pasos gigantes.
Quizá con el tiempo todo termine con una larga explosión,
y el rompimiento de nuestro ser, permita conocernos y abrirnos por completo.

La atraigo hacia mí porque quiero vivir bajo su forma,
prometerme su silencio, transformarme en aquel que no quise ser esa tarde.
Siento esa fuerza desconocida que jamás podría explicar,
esa que a veces aparece cuando te sientes en el fondo del abismo.

Mi voz cansada de cantar por el cuerpo, se sumerge en el silencio,
aprieto en mis manos las replicas que brotan de tan cansada voz.
Las manos ávidas se mueven hacia la luz, los sonidos aun se escuchan,
no importa que susurren, son vanas sus vibraciones, son solo un soplo.

La decadencia atrae verdad, pero ésta no seduce.
Intento atraer hacia mí la vicisitud, pues ésta es el tiempo mismo.
Soy más consistente porque no me aferro a la existencia.
Dentro de mí una fuerza desconocida, que jamás podría explicar.







NOVIEMBRE

Rostro cubierto de unos ojos antiguos.
Una cabeza que es un laberinto, y una piel
que aún no delimita su color.
Los olores no mienten.
Las miradas insinúan, la sangre y el llanto
se levantan hacia lo que no se puede preguntar.

El sudor es la esencia del día en el cuerpo, y el cielo su refugio.
Los pies seducidos hacia un horizonte,
y el viento que se cuela en los tejados.
Las manos siempre pródigas se vuelven danza, música de lluvia rota.
La mente se desnuda en su rumbo,
los pasos acrecientan la eternidad.

Tu rostro y el mío los arrastra el río, los detiene la constelación.
Éramos dos en presencia natural, nunca nos aplastó el miedo.
La piel herida bajo el manto de luz estelar, y a la distancia el deseo.
El palpitar era un animal a la intemperie, el respirar un asesino al acecho.
Todos los días pasé por allí, tú me viste también.
Dijiste que ya no habría dolor, que todo sería tan distinto.




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Contraportada 22

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Zdzislaw Beksinski (1929 – 2005)
“Deseo pintar de la misma forma como si estuviese fotografiando los sueños”.

Uno de los pintores fantásticos más importantes de este siglo. Inclasificable para muchos, incluso para él mismo. Nacido en Polonia. Estudió arquitectura, pero no le gustaba esta profesión; y pronto empezó a sentir afición por la fotografía  y la escultura. Pero la pintura y el dibujo en general se impusieron, y comenzó a plasmar en sus dibujos lo que él llamaba “realismo fantástico”, influenciado por diversos estilos tales como el barroco y el gótico, ya añadiendo, según iba evolucionando su obra, toques de arte surrealista. Para Beksinski, sus obras eran demasiado personales e inclasificables, de hecho no permitía que nadie las encasillara en ningún estilo concreto, y tampoco les ponía titulo. No era amante de las exposiciones y tampoco tenía mucha esperanza de que sus obras gustasen a la gente.


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