LA VIDA... CONTINUACIÓN (Johnky)

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Conducía su bicicleta en el momento, en que unas largas y contorneadas piernas de una rubia o tal vez pelirroja en minifalda, quizás o no, secretaria de alguna importante compañía, provoca el golpe. Ahora en estricto reposo, rodeado por la familia mientras el doctor  hace un chequeo de rutina; mira el cielo por la ventana abierta y piensa que sería una jocosa anécdota para contarles a sus hijos en el futuro. Su mirada salta al padre, después a la madre sentada al borde de la cama junto a él, luego, a su hermana que lo mira con infinita ternura mientras sostiene la mano de su esposo. El murmullo monótono y tortuoso de la máquina se traga las palabras del doctor, prominente bozo cano. La madre sosteniendo fuertemente las manos de su hijo postrado, deja derramar enormes y plateadas lágrimas por su rostro demacrado; el padre, apoyado en el vidrio de la ventana aprieta los puños  y resiste en silencio, mientras del otro lado un cielo gris se infla contra el cristal anunciando prominente lluvia.  Las flores de pétalos suaves y amarillos provistas por su abuela el día  anterior, brillan de belleza y vitalidad, adornando la lúgubre habitación de hospital. Todos ríen por cierta historia infantil referente a él, que la madre cuenta con regularidad cada vez que la familia está reunida. Terminadas las risas, el padre en tono jovial, le recomienda dejar la tontería y  empezar a utilizar el auto, que según él, es más seguro. La hermana le reprocha enfáticamente este comentario a su padre, aduciendo que eso no tiene sentido, que los derechos de los peatones y ciclistas son siempre los más pisoteados en este país; a pesar de la contribución de éstos al medio ambiente y a la movilidad de la ciudad. El doctor moviendo la cabeza de un lado a otro en señal negativa, da pocas esperanzas. “La vida del joven”, dice, “depende completamente de las máquinas; lo más probable es que no vuelva a despertar”. Un gélido aire recorre la habitación casi en penumbra. La madre, ahora derrama su tristeza sobre el pecho del hijo; mira a su esposo que se ha acercado depositando una dulce y cariñosa mano sobre sus hombros. Juntos y sin pronunciar palabra alguna deciden el dolor más grande; pero al mismo tiempo la tranquilidad más enorme. Una silenciosa enfermera, mirada baja, cierra las persianas de la ventana y enciende  una la lámpara ubicada en la cabecera de la cama antes de salir. “Todo está muy bien” -dice el doctor-, golpeándole uno de los hombros mientras al mismo tiempo se retira.  Hermana y cuñado dan igualmente por sentada la visita. Los padres abrazados observan a su hijo por última vez, y deciden dejarlo descansar, mientras comprenden y empiezan a superar el dolor sufrido. Una luz blanca y cegadora entra por la ventana, mientras él continúa mirando el azul enmarcado, pensando en esa mujer rubia o pelirroja que remontaba la calle.

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