PORTADA-DIMENSIÓN 32, agosto de 2014

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"En época de mentiras. decir la verdad es un acto revolucionario."
George Orwell

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¿DE QUÉ TE QUEJAS? (Andrés Pérez)

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Extroducción 18


Imagínese que va usted caminando por la calle de una ciudad o de un pueblo cualquiera, digamos que va caminando cabizbajo, aparentemente sumergido en una impertérrita incertidumbre que le agobia y no le deja vivir tranquilo. Supongamos, esa incertidumbre obedezca a que es usted un tipo al cual la fortuna no le ha favorecido con su gracia, o sea un desgraciado como lo llamaría la gente o un fracasado según el sabio sistema que nos rige. En síntesis, un individuo promedio, lleno de problemas de todo tipo: salud, dinero, amorosos, profesionales, laborales, religiosos, consigo mismo, en fin problemas hasta el tuétano.

Sin embargo, usted tiene un motivo para tranquilizarse, se sabe consciente de que no es el único desafortunado en esta vida, que alrededor de su pobre persona hay millones de almas en situaciones igual o aún mucho peores que la suya. Y esto lo acaba de constatar a la vuelta de la esquina, mientras arrastraba sus  abandonados pasos por el asfalto. De repente, sus ojos se han topado de frente con un inmenso afiche pegado en la fachada de un local comercial, el cartel, compuesto por una serie de imágenes desgarradoras y miserables, está rotulado con una pregunta contundente y concisa que se dirige a usted, ¿De qué se queja? Y a continuación una vocecita pausada le habla al oído: Sí, de qué se queja, no ve a estas pobres personas muriéndose de hambre, de sida, de abandono, viviendo en los basureros o en las alcantarillas. Y usted quejándose porque no tiene trabajo o no le pagan lo que deberían pagarle, llorando por un dolor en el pecho y porque siempre le mandan acetaminofén. No sea bobo, agradezca lo que tiene, aunque sea poco, es mucho más de lo que estas pobres personas pueden tener. Cambie esa cara, piense lo siguiente, hay gente en peores condiciones e inmediatamente será feliz. Quizás al principio se sienta culpable por la situación de esos, no podrá evitar sentir un poco de lástima, compasión por el prójimo llevado del diablo; pero después la frase surtirá su efecto, su alma se tranquiliza, y con esta tranquilidad empezará a caminar, dará los pasos con más decisión, su rostro abandonará la incertidumbre y se insinuará una socarrona alegría en la comisura de sus labios. De ahora en adelante, nada de quejarse, no hay porque agobiarse, tus problemas son puras necedades en comparación con los problemas de otros, eso, sonríe, acepta tu situación tal y como es.

Llegas a tu rancho, recorres con tus ojos la miseria de sus paredes, no hay porque quejarse, qué tonto, te dices, yo sufriendo por esto mientras otros no tienen ni donde caerse muertos. Quieres comer algo, pero no encuentras nada en la nevera, no importa, hay otros que ni siquiera tienen para comer las sobras de sus vecinos, tú al menos aun tienes vecinos que te dan las sobras. Enciendes la tele, ves los bombardeos en Gaza, el Ébola en África, aviones derrumbados en Europa del Este, mil, dos mil muertos al por mayor. Y piensas en la pendejada de estar preocupado por los dos o tres muertos tirados en las esquinas del barrio. Allá si sucede algo alarmante,  se están matando al por mayor. Pobres, gracias a dios que eso no sucede acá.

Así vas pasando tus días y cada vez que te acuerdas que no tienes salud o que te han dejado en la calle, a modo de tranquilizante vas a aquel local comercial y contemplas por un largo instante el afiche. De hecho, has decidido comprarlo en formato gigante, lo pegas en tu habitación, así cada vez que te levantes y te embargue alguna injustificada preocupación, verás a esos lejanos desfavorecidos padeciendo en sus penurias, te sentirás mejor, y no te preguntarás que estar quejándose por todo es algo masoquista, también es pusilánime aceptar las miserables condiciones de vida que llevas, sobre todo partiendo del hecho de compararse con las condiciones de vida de otros. Pero bueno, por qué quejarnos sobre esto.

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MEMORIAS DE LA NEURO: LIMBO TEMPORAL PARA PRE-A-FRONTAR EL PENSAMIENTO PARIETAL (Mb-6v!)

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Abrimos cabezas todos los días. Algunas veces encontramos algo, y es interesante. Nuestra tarea, retornar la paz del pensamiento y el estado físico. Tortura lenta de mucha sangre y horas sin dormir. Buscamos los defectos de las personas que no pueden mover sus cuerpos y sienten como no sienten; de las que han perdido su lenguaje y se esconden bajo la lengua; de quienes convulsionan batiendo con desespero la corriente; de quienes piensan mal o ni siquiera piensan; de muchos otros que tienen un mal en su cabeza, para sacarlos de allí, y retornar el equilibrio más próximo.
No somos muchos, ni más de uno. Tenemos manos que crecen y hacen cuantiosos esfuerzos, y nuestros ojos, esos que no lo ven todo, pero si lo preciso. No nos sirven para dormir.

Nos equivocamos muchas, cuántas veces, y si ese cuerpo no responde, también nos equivocamos. Sabemos del universo como un cerebro. Mucho por respirar.
Encontramos una vez una “caja”, la primera, en región pre-frontal, “el misterio”, aquella persona pensaba mal desde hace unos meses, había que dejarla intacta, deshacerse de los escombros que estorbaban y esperar a que se guardara a sí misma, ella pudo verse mejor.
Destapamos cráneos, despertamos luego a las personas y son ellas, con la cabeza abierta, quienes nos dicen donde les pica, donde hay que rascarlas, cómo hay que curarlas. A veces ahí, la caja, llena de misterios.

Debemos lobotomizar a los escandalosos del cuerpo muchas veces, esos que sufren meciéndose violentamente desde su calma. El mal ése, es como otra caja, rota y con defectos que corroen parte del cerebro que controla los movimientos, esa caja, sucia, hay que sacarla muchas veces. La persona aunque con menos, consigue más, no es necesario un cerebro gigante.
Hay misterios que no se resuelven abriendo cráneos, ni mirando el cerebro al microscopio con tintes específicos. El misterio es más grande, ¿cómo cabe una persona dentro de la cabeza? Se mete por los ojos, sí, en serio, y por el oído, y las manos, boca, nariz, por todas partes. Somos producto de la interacción con el medio, eso que vemos, sentimos, lo primero, la luz del mundo éste, nos da la primera reacción.
Nacemos con algunos reflejos básicos para sobrevivir, como el de succión para sacar todo el jugo de las mama(á)s; el de aprehensión, de agarrarlo todo con manos y pies para reconocer, investigadores junior; el de la marcha, que sin caminar aún queremos dar pasos gigantes y llegar lejos, y escribir en la Revista Dimensiones;  el de la boca, todo a ella, ningún juguete u objeto de pequeños, se salvó de nuestra baba infantil; entre tantos reflejos. Todas estas perspectivas y experiencias, conducen cambios en nuestra masa primitiva, en ese cerebro recién gestado, para advertirnos que el mundo sabe a plástico, leche, monedas, a nada muchas veces, que se ve y oye. Estos reflejos se pierden luego de tener juicio sobre lo que ya hemos probado utilizándolos, y que se ha fijado por el placer que nos produjo dicho acto en alguno de esos momentos.  Aunque no siempre desaparecen, sabe uno que la succión sigue siendo importante, como llevarlo todo a la boca.

Esto desembocó, sobre todo al que ocupa mi cabeza, a encontrar misterios “encajados” como los que a diario topo en las cabezas enfermas, y en las que lo más importante es dejar la caja intacta, como el misterio de ser persona, al menos para sí mismo.

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DEL CAFÉ Y LAS HISTORIAS PENDIENTES (Urraca)

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Te dejas llevar, con aire sobrador hacia el mirador iluminado por una cascada inesperada de luces, para degustar un café antes de la noche. Te cuento apropiadamente la historia del café (pues desconfío enormemente de tomarme algo de lo cual no conozco su historia), sus migraciones, sus variadas técnicas de preparación a través de los tiempos, la misteriosa difusión de un gusto amargo alrededor del mundo. Por un instante hierve tu cuerpo debajo de una lámpara de mil bujías y solo entonces la miras realmente, cuando ya la tienes como un escorpión rodeado de fuego con la única salida de la entrega incondicional.

Generalmente estas cosas no suceden a menudo; pero bajo ciertas circunstancias, es de esperar que las leyes de la naturaleza se vean confundidas por los intrincados ardides del deseo y la pasión. El dolor suele ser mal consejero y la soledad puede servir de tierra de cultivo para extrañas desviaciones de la mente.

Te quedas un rato en el bar mezclando tu perplejidad con una cerveza, tu mente camina metida en el frío de la noche hacia la soledad de tu habitación. Piensas que muy temprano al amanecer estarás caminando las calles de una ciudad que aun duerme, pensarás en hacer algunos cambios en tu vida, visitar algunos cines y restaurantes. Ya lo habías intentado muchas veces, con una clara y obsesiva insistencia, entonces te imaginaste la absurda situación en la que te encontrarías y desechaste la idea una vez más, como otras tantas. Hablabas a ti mismo durante horas y te repetías las mismas historias, te explicabas todo de principio a fin y volvías a empezar de nuevo. Era una atormentada necesidad casi biológica de exigirte más y más, una desesperación interna y cautiva.

Casi nunca supiste dilucidar la naturaleza de su regreso. Ese era un buen tiempo para acercarte, hablar con ella e intentar por lo menos el asesinato a tus miedos, aunque el resultado fuera fatal y hubiese sido preferible seguir con esos intrusos dentro de ti. Ése era un buen tiempo para iniciar un viaje, para buscar a esa única chica y devorar aquel mundo que aún te parecía como un artificioso juego de espejos y laberintos. Aún no sabías quién era ella, y tal vez, no querías saber; por eso, quizás, era más válida su espera, seguir así, aguardando el momento en que la simple matemática de la naturaleza los juntara por un acto vago, lleno de una oscura ambivalencia y una clara certeza sistemática de condición humana.

La luz tenue de una lámpara en la calle irrumpe levemente en la barra del bar y tiñe al ambiente de irrealidad. Estás tenso y nervioso. Visitas este lugar cuatro o cinco veces por semana. Es un lugar donde has ido moldeando lentamente tus ideas, tu silencio, tu inconformidad; te has acostumbrado al olor penetrante, a su música, a la gente y las conversaciones que mantienen. Es en ese bar donde piensas invitarla a charlar, es allí donde quieres descubrir su ritmo, su exaltación, su cadencia sin premura y soltarte al vértigo de sus labios cuando éstos estén en su punto. Acariciar sus manos prudentes y sus palabras audaces. Nunca le contarás tus dubitativas aventuras, las sepultarás en un secreto rincón de tu mente, le enseñarás tu sonrisa, la asediarás con tu mirada veloz e infatigable, y le contarás súbitamente la historia del café que ambos estarán tomando.

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LA VIDA... CONTINUACIÓN (Johnky)

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Conducía su bicicleta en el momento, en que unas largas y contorneadas piernas de una rubia o tal vez pelirroja en minifalda, quizás o no, secretaria de alguna importante compañía, provoca el golpe. Ahora en estricto reposo, rodeado por la familia mientras el doctor  hace un chequeo de rutina; mira el cielo por la ventana abierta y piensa que sería una jocosa anécdota para contarles a sus hijos en el futuro. Su mirada salta al padre, después a la madre sentada al borde de la cama junto a él, luego, a su hermana que lo mira con infinita ternura mientras sostiene la mano de su esposo. El murmullo monótono y tortuoso de la máquina se traga las palabras del doctor, prominente bozo cano. La madre sosteniendo fuertemente las manos de su hijo postrado, deja derramar enormes y plateadas lágrimas por su rostro demacrado; el padre, apoyado en el vidrio de la ventana aprieta los puños  y resiste en silencio, mientras del otro lado un cielo gris se infla contra el cristal anunciando prominente lluvia.  Las flores de pétalos suaves y amarillos provistas por su abuela el día  anterior, brillan de belleza y vitalidad, adornando la lúgubre habitación de hospital. Todos ríen por cierta historia infantil referente a él, que la madre cuenta con regularidad cada vez que la familia está reunida. Terminadas las risas, el padre en tono jovial, le recomienda dejar la tontería y  empezar a utilizar el auto, que según él, es más seguro. La hermana le reprocha enfáticamente este comentario a su padre, aduciendo que eso no tiene sentido, que los derechos de los peatones y ciclistas son siempre los más pisoteados en este país; a pesar de la contribución de éstos al medio ambiente y a la movilidad de la ciudad. El doctor moviendo la cabeza de un lado a otro en señal negativa, da pocas esperanzas. “La vida del joven”, dice, “depende completamente de las máquinas; lo más probable es que no vuelva a despertar”. Un gélido aire recorre la habitación casi en penumbra. La madre, ahora derrama su tristeza sobre el pecho del hijo; mira a su esposo que se ha acercado depositando una dulce y cariñosa mano sobre sus hombros. Juntos y sin pronunciar palabra alguna deciden el dolor más grande; pero al mismo tiempo la tranquilidad más enorme. Una silenciosa enfermera, mirada baja, cierra las persianas de la ventana y enciende  una la lámpara ubicada en la cabecera de la cama antes de salir. “Todo está muy bien” -dice el doctor-, golpeándole uno de los hombros mientras al mismo tiempo se retira.  Hermana y cuñado dan igualmente por sentada la visita. Los padres abrazados observan a su hijo por última vez, y deciden dejarlo descansar, mientras comprenden y empiezan a superar el dolor sufrido. Una luz blanca y cegadora entra por la ventana, mientras él continúa mirando el azul enmarcado, pensando en esa mujer rubia o pelirroja que remontaba la calle.

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SIN LA IDEA PATRIA, NO HAY EJÉRCITO (Andrés Pérez)

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La fuerza pública, más específicamente el ejército, está constituido por autómatas que obedecen cada una de las órdenes impartidas por sus superiores, sin preguntarse qué tan necesario es acatar dichas órdenes. Considero que la existencia de un ejército de hombres dispuestos a matar a otros hombres armados o desarmados, culpables o inocentes, bajo el pretexto de defensa nacional, y toda la parafernalia militarista; es inconcebible.

Inconcebible, porque el ser humano tiene conciencia que todos formamos parte de una sola especie, que somos uno solo por encima de naciones, banderas, idiomas, acuerdos comerciales, creencias e ideas. Somos hombres más allá de las divisiones que el sistema -lamentablemente debe mencionarse pues no existe aspecto en la vida en que éste no interfiera- trate de dividirnos con sus necias clasificaciones de razas y pueblos.

Es la fragmentación de esa especie en países y credos, la que posibilita la formación de ejércitos, permite que cada uno de los hombres pierda la conciencia de ser-universal, para pasar a asumir la identidad de un pequeño grupo, los colores de una bandera, y confinar su cuerpo y mente a los estrechos e inexistentes límites de un territorio. Entonces asumimos la idea de grupo que defiende sus valores y culturas, reduciendo al máximo lo que nos define a todos, para dar cabida a lo que nos diferencia y separa. En síntesis, dejamos de ser hombres que habitamos la tierra, para pasar a ser individuos que habitan naciones. Con orgullo decimos ante los demás que somos colombianos, rusos, alemanes, entre otros.
Interiorizamos los valores, la historia y la gloria de ese pueblo, el cual nos creemos con el deber de defender, proteger ante los demás que aparecen como enemigos amenazando la estabilidad del grupo. Esa es la única forma de posibilitar la existencia de los ejércitos, que cada hombre esté dispuesto a matar a otro, por más que la causa de dicha confrontación le sea ajena o la desconozca completamente.
El ejército camina de la mano del patriotismo, este último es el que impulsa las tropas, alimenta las ideas de odio y honor, nos hace creer que la causa es buena y necesaria. El patriotismo aliena al individuo con la soporífera fórmula de la identidad nacional enarbolando iconografías históricas del pueblo.

Teniendo en cuenta lo anterior, es comprensible la forma en que existen los ejércitos, mientras exista la división existirá la violencia para solucionar, no la división, sino la permanencia de semejante Estado. El ejército, en cuanto a idea de patria, será violento, está hecho para eso. Ahora, ¿cómo lograr imbuir esa naturaleza de violencia e indiferencia en cada uno de sus integrantes?, ¿qué fuerza se moviliza dentro de la persona, para lograr que se lance a la guerra por unos ideales que no le pertenecen? Lo primero es el patriotismo, funda cierto idiotismo en los individuos en creer que defiende algo que los define como pueblo. El segundo factor es la propaganda que refuerza la ideología del grupo, el combustible necesario para el polvorín. Logrando estas dos cosas, los individuos se enganchan en las filas, sacrifican su propia vida o la de otros. Cometen los mayores horrores, ultrajan otros pueblos y culturas por el honor y la permanencia de la patria. Ellos se sienten sin responsabilidad de nada, solo obedecen órdenes, de ahí que sean autómatas, han perdido la capacidad de decir no, solo dicen SÍ SEÑOR. Pero, ¿es posible que la ideología del grupo aniquile por completo al humano y su forma de sentir?, ¿la férrea disciplina y la constante propaganda, han terminado por anestesiar a los hombres?, ¿ya no hay hombres?

Los ejércitos continúan siendo formados por hombres, que a pesar de todo aún tienen la capacidad de pensar y sentir, por muy mínimo que sea, y al ser capaz de esto, de ser conscientes de que no hay ninguna patria, territorio ni bandera que se interpongan entre ellos, tal vez se nieguen a disparar, a avanzar de frente contra la muerte.


Nota: Texto a propósito de la situación en Gaza, donde la barbarie se sustenta a partir de unas ideas de pueblo que fundamentan el odio entre israelíes y palestinos. Una idea de territorio que unos defienden y otros reclaman. Pero ninguno quiere ceder, tienen miedo de perder su infundada identidad nacional, y la única forma de solucionarlo es enarbolando sus banderas y haciendo avanzar sus ejércitos, uno más poderoso que otro; pero ambos tan nefastos para los pueblos que dicen defender. 

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CORTÁZAR CENTENARIO

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En está ocasión, nos damos el placer de celebrar (algo retrasado)  un acontecimiento magnánimo, no todos los días se puede decir que se cumplen cien años, y Julio, (me permito llamarlo así, con confianza) los cumple con creces. Por si fuera poco, este mismo año se conmemoran treinta años de su fallecimiento y el año pasado, su Rayuela cumplió cincuenta.
Uno, (sino el máximo) de los  grandes exponentes de la literatura hispanoamericana. El cronopio mayor, el juguetón o transgresor de la palabra; melómano, intelectual, amante al Jazz y los gatos, músico frustrado, pero sobre todo: el cuentista. De sus dedos larguísimos salieron esculpidos innumerables relatos que prevalecen en la memoria colectiva de casi todos los lectores jóvenes y los no tanto.
Por eso y mucho más, recomendamos a continuación un par de cuentos de su extensa obra. Dejando o extendiéndole a cualquiera que lea estas líneas, una invitación a sumergirse de lleno en el universo Cortazariano. 





ORIENTACIÓN DE LOS GATOS
(Queremos tanto a Glenda, 1980)



A JUAN SORIANO

Cuando Alana y Osiris me miran no puedo quejarme del menor disimulo, de la menor duplicidad. Me miran de frente, Alana su luz azul y Osiris su rayo verde. También entre ellos se miran así, Alana acariciando el negro lomo de Osiris que alza el hocico del plato de leche y maúlla satisfecho, mujer y gato conociéndose desde pianos que se me escapan, que mis caricias no alcanzan a rebasar. Hace tiempo que he renunciado a todo dominio sobre Osiris, somos buenos amigos desde una distancia infranqueable; pero Alana es mi mujer y la distancia entre nosotros es otra, algo que ella no parece sentir pero que se interpone en mi felicidad cuando Alana me mira, cuando me mira de frente igual que Osiris y me sonríe o me habla sin la menor reserva, dándose en cada gesto y cada cosa como se da en el amor, allí donde todo su cuerpo es como sus ojos, una entrega absoluta, una reciprocidad ininterrumpida.

Es extraño, aunque he renunciado a entrar de lleno en el mundo de Osiris, mi amor por Alana no acepta esa llaneza de cosa concluida, de pareja para siempre, de vida sin secretos. Detrás de esos ojos azules hay más, en el fondo de las palabras y los gemidos y los silencios alienta otro reino, respira otra Alana. Nunca se lo he dicho, la quiero demasiado para trizar esta superficie de felicidad por la que ya se han deslizado tantos días, tantos años. A mi manera me obstino en comprender, en descubrir; la observo pero sin espiarla; la sigo pero sin desconfiar; amo una maravillosa estatua mutilada; un texto no terminado, un fragmento de cielo inscrito en la ventana de la vida.

Hubo un tiempo en que la música me pareció el camino que me llevaría de verdad a Alana, mirándola escuchar nuestros discos de Bartok, de Duke Ellington, de Gal Costa, una transparencia paulatina me ahondaba en ella, la música la desnudaba de una manera diferente, la volvía cada vez más Alana porque Alana no podía ser solamente esa mujer que siempre me había mirado de lleno sin ocultarme nada. Contra Alana, más allá de Alana yo la buscaba para amarla mejor; y si al principio la música me dejó entrever otras Alanas, llegó el día en que frente a un grabado de Rembrandt la vi cambiar todavía más, como si un juego de nubes en el ciclo alterara bruscamente las luces y las sombras de un paisaje. Sentí que la pintura la llevaba más allá de sí misma para ese único espectador que podía medir la instantánea metamorfosis nunca repetida, la entrevisión de Alana en Alana. Intercesores involuntarios, Keith Harrett, Beethoven y Anibal Troilo me habían ayudado a acercarme, pero frente a un cuadro o un grabado Alana se despojaba todavía más de eso que creía ser, por un momento entraba en un mundo imaginario para sin saberlo salir de sí misma, yendo de una pintura a otra, comentándolas o callando, juego de cartas que cada nueva contemplación barajaba para aquel que sigiloso y atento, un poco atrás o llevándola del brazo, veía sucederse las reinas y los ases, los piques y los tréboles, Alana.
¿Qué se podía hacer con Osiris? Darle su leche, dejarlo en su ovillo negro satisfactorio y ronroneante; pero a Alana yo podía traerla a esta galería de cuadros como lo hice ayer, una vez más asistir a un teatro de espejo y de cámaras oscuras, de imágenes tensas en la tela frente a esa otra imagen de alegres jeans y blusa roja que después de aplastar el cigarrillo a la entrada iba de cuadro en cuadro, deteniéndose exactamente a la distancia que su mirada requería, volviéndose a mí de tanto en tanto para comentar o comparar. Jamás hubiera podido descubrir que yo no estaba ahí por los cuadros, que un poco atrás o de lado mi manera de mirar nada tenía que ver con la suya. Jamás se daría cuenta de que su lento y reflexivo paso de cuadro en cuadro la cambiaba hasta obligarme a cerrar los ojos y luchar para no apretarla en los brazos y llevármela al delirio, a una locura de carrera en plena calle. Desenvuelta, liviana en su naturalidad de goce y descubrimiento, sus altos y sus demoras se inscribían en un tiempo diferente del mío, ajeno a la crispada espera de mi sed.
Hasta entonces todo había sido un vago anuncio, Alana en la música, Alana frente a Rembrandt. Pero ahora mi esperanza empezaba a cumplirse casi insoportablemente, desde nuestra llegada Alana se había dado a las pinturas con una atroz inocencia de camaleón, pasando de un estado a otro sin saber que un espectador agazapado acechaba en su actitud, en la inclinación de su cabeza, en el movimiento de sus manos o sus labios el cromatismo interior que la recorría hasta mostrarla otra, allí donde la otra era siempre Alana sumándose a Alana, las cartas agolpándose hasta completar la baraja. A su lado, avanzando poco a poco a lo largo de los muros de la galería, la iba viendo darse a cada pintura, mis ojos multiplicaban un triángulo fulminante que se tendía de ella al cuadro y del cuadro a mí mismo para volver a ella y aprehender el cambio, la aureola diferente que la envolvía un momento para ceder después a un aura nueva, a una tonalidad que la exponía a la verdadera, a la última desnudez. Imposible prever hasta donde se repetiría esa ósmosis, cuántas nuevas Alanas me llevarían por fin a la síntesis de la que saldríamos los dos colmados, ella sin saberlo y encendiendo un nuevo cigarrillo antes de pedirme que la llevara a tomar un trago, yo sabiendo que mi larga búsqueda había llegado a puerto y que mi amor abarcaría desde ahora lo visible y lo invisible, aceptaría la limpia mirada de Alana sin incertidumbres de puertas cerradas, de pasajes vedados.

Frente a una barca solitaria y un primer piano de rocas negras, la vi quedarse inmóvil largo tiempo; un imperceptible ondular de las manos la hacía como nadar en el aire, buscar el mar abierto, una fuga de horizontes. Ya no podía extrañarme que esa otra pintura donde una reja de agudas puntas vedaba el acceso a los árboles linderos la hiciera retroceder como buscando un punto de mira, de golpe era la repulsa, el rechazo de un límite inaceptable. Pájaros, monstruos Marinos, ventanas dándose al silencio o dejando entrar un simulacro de la muerte, cada nueva pintura arrasaba a Alana despojándola de su color anterior, arrancando de ella las modulaciones de la libertad, del vuelo, de los grandes espacios, afirmando su negativa frente a la noche y a la nada, su ansiedad solar, su casi terrible impulso de ave fénix. Me quedé atrás sabiendo que no me sería posible soportar su mirada, su sorpresa interrogativa cuando viera en mi cara el deslumbramiento de la confirmación, porque eso era también yo, eso era mi proyecto Alana, mi vida Alana, eso había sido deseado por mí y refrenado por un presente de ciudad y parsimonia, eso ahora al fin Alana, al fin Alana y yo desde ahora, desde ya mismo. Hubiera querido tenerla desnuda en los brazos, amarla de tal manera que todo quedara claro, todo quedara dicho para siempre entre nosotros, y que de esa interminable noche de amor, nosotros que ya conocíamos tantas, naciera la primera alborada de la vida.

Llegábamos al final de la galería, me acerqué a la puerta de salida ocultando todavía la cara, esperando que el aire y las luces de la calle me volvieran a lo que Alana conocía de mí. La vi detenerse ante un cuadro que otros visitantes me habían ocultado, quedarse largamente inmóvil mirando la pintura de una ventana y un gato. Una última transformación hizo de ella una lenta estatua nítidamente separada de los demás, de mí que me acercaba indeciso buscándole los ojos perdidos en la tela. Vi que el gato era idéntico a Osiris y que miraba a lo lejos algo que el muro de la ventana no nos dejaba ver. Inmóvil en su contemplación, parecía menos inmóvil que la inmovilidad de Alana. De alguna manera sentí que el triángulo se había roto, cuando Alana volvió hacia mí la cabeza el triángulo ya no existía, ella había ido al cuadro pero no estaba de vuelta, seguía del lado del gato mirando más allá de la ventana donde nadie podía ver lo que ellos veían, lo que solamente Alana y Osiris veían cada vez que me miraban de frente.





NO SE CULPE A NADIE
(final Del Juego, 1956)


El frío complica siempre las cosas, en verano se está tan cerca del mundo, tan piel contra piel, pero ahora a las seis y media su mujer lo espera en una tienda para elegir un regalo de casamiento, ya es tarde y se da cuenta de que hace fresco, hay que ponerse el pulóver azul, cualquier cosa que vaya bien con el traje gris, el otoño es un ponerse y sacarse pulóveres, irse encerrando, alejando. Sin ganas silba un tango mientras se aparta de la ventana abierta, busca el pulóver en el armario y empieza a ponérselo delante del espejo. No es fácil, a lo mejor por culpa de la camisa que se adhiere a la lana del pulóver, pero le cuesta hacer pasar el brazo, poco a poco va avanzando la mano hasta que al fin asoma un dedo fuera del puño de lana azul, pero a la luz del atardecer el dedo tiene un aire como de arrugado y metido para adentro, con una uña negra terminada en punta. De un tirón se arranca la manga del pulóver y se mira la mano como si no fuese suya, pero ahora que está fuera del pulóver se ve que es su mano de siempre y él la deja caer al extremo del brazo flojo y se le ocurre que lo mejor será meter el otro brazo en la otra manga a ver si así resulta más sencillo. Parecería que no lo es porque apenas la lana del pulóver se ha pegado otra vez a la tela de la camisa, la falta de costumbre de empezar por la otra manga dificulta todavía más la operación, y aunque se ha puesto a silbar de nuevo para distraerse siente que la mano avanza apenas y que sin alguna maniobra complementaria no conseguirá hacerla llegar nunca a la salida. Mejor todo al mismo tiempo, agachar la cabeza para calzarla a la altura del cuello del pulóver a la vez que mete el brazo libre en la otra manga enderezándola y tirando simultáneamente con los dos brazos y el cuello. En la repentina penumbra azul que lo envuelve parece absurdo seguir silbando, empieza a sentir como un calor en la cara aunque parte de la cabeza ya debería estar afuera, pero la frente y toda la cara siguen cubiertas y las manos andan apenas por la mitad de las mangas, por más que tira nada sale afuera y ahora se le ocurre pensar que a lo mejor se ha equivocado en esa especie de cólera irónica con que reanudó la tarea, y que ha hecho la tontería de meter la cabeza en una de las mangas y una mano en el cuello del pulóver. Si fuese así su mano tendría que salir fácilmente, pero aunque tira con todas sus fuerzas no logra hacer avanzar ninguna de las dos manos aunque en cambio parecería que la cabeza está a punto de abrirse paso porque la lana azul le aprieta ahora con una fuerza casi irritante la nariz y la boca, lo sofoca más de lo que hubiera podido imaginarse, obligándolo a respirar profundamente mientras la lana se va humedeciendo contra la boca, probablemente desteñirá y le manchará la cara de azul. Por suerte en ese mismo momento su mano derecha asoma al aire, al frío de afuera, por lo menos ya hay una afuera aunque la otra siga apresada en la manga, quizá era cierto que su mano derecha estaba metida en el cuello del pulóver, por eso lo que él creía el cuello le está apretando de esa manera la cara, sofocándolo cada vez más, y en cambio la mano ha podido salir fácilmente. De todos modos y para estar seguro lo único que puede hacer es seguir abriéndose paso, respirando a fondo y dejando escapar el aire poco a poco, aunque sea absurdo porque nada le impide respirar perfectamente salvo que el aire que traga está mezclado con pelusas de lana del cuello o de la manga del pulóver, y además hay el gusto del pulóver, ese gusto azul de la lana que le debe estar manchando la cara ahora que la humedad del aliento se mezcla cada vez más con la lana, y aunque no puede verlo porque si abre los ojos las pestañas tropiezan dolorosamente con la lana, está seguro de que el azul le va envolviendo la boca mojada, los agujeros de la nariz, le gana las mejillas, y todo eso lo va llenando de ansiedad y quisiera terminar de ponerse de una vez el pulóver sin contar que debe ser tarde y su mujer estará impacientándose en la puerta de la tienda. Se dice que lo más sensato es concentrar la atención en su mano derecha, porque esa mano por fuera del pulóver está en contacto con el aire frío de la habitación, es como un anuncio de que ya falta poco y además puede ayudarlo, ir subiendo por la espalda hasta aferrar el borde inferior del pulóver con ese movimiento clásico que ayuda a ponerse cualquier pulóver tirando enérgicamente hacia abajo. Lo malo es que aunque la mano palpa la espalda buscando el borde de lana, parecería que el pulóver ha quedado completamente arrollado cerca del cuello y lo único que encuentra la mano es la camisa cada vez más arrugada y hasta salida en parte del pantalón, y de poco sirve traer la mano y querer tirar de la delantera del pulóver porque sobre el pecho no se siente más que la camisa, el pulóver debe haber pasado apenas por los hombros y estará ahí arrollado y tenso como si él tuviera los hombros demasiado anchos para ese pulóver, lo que en definitiva prueba que realmente se ha equivocado y ha metido una mano en el cuello y la otra en una manga, con lo cual la distancia que va del cuello a una de las mangas es exactamente la mitad de la que va de una manga a otra, y eso explica que él tenga la cabeza un poco ladeada a la izquierda, del lado donde la mano sigue prisionera en la manga, si es la manga, y que en cambio su mano derecha que ya está afuera se mueva con toda libertad en el aire aunque no consiga hacer bajar el pulóver que sigue como arrollado en lo alto de su cuerpo. Irónicamente se le ocurre que si hubiera una silla cerca podría descansar y respirar mejor hasta ponerse del todo el pulóver, pero ha perdido la orientación después de haber girado tantas veces con esa especie de gimnasia eufórica que inicia siempre la colocación de una prenda de ropa y que tiene algo de paso de baile disimulado, que nadie puede reprochar porque responde a una finalidad utilitaria y no a culpables tendencias coreográficas. En el fondo la verdadera solución sería sacarse el pulóver puesto que no ha podido ponérselo, y comprobar la entrada correcta de cada mano en las mangas y de la cabeza en el cuello, pero la mano derecha desordenadamente sigue yendo y viniendo como si ya fuera ridículo renunciar a esa altura de las cosas, y en algún momento hasta obedece y sube a la altura de la cabeza y tira hacia arriba sin que él comprenda a tiempo que el pulóver se le ha pegado en la cara con esa gomosidad húmeda del aliento mezclado con el azul de la lana, y cuando la mano tira hacia arriba es un dolor como si le desgarraran las orejas y quisieran arrancarle las pestañas. Entonces más despacio, entonces hay que utilizar la mano metida en la manga izquierda, si es la manga y no el cuello, y para eso con la mano derecha ayudar a la mano izquierda para que pueda avanzar por la manga o retroceder y zafarse, aunque es casi imposible coordinar los movimientos de las dos manos, como si la mano izquierda fuese una rata metida en una jaula y desde afuera otra rata quisiera ayudarla a escaparse, a menos que en vez de ayudarla la esté mordiendo porque de golpe le duele la mano prisionera y a la vez la otra mano se hinca con todas sus fuerzas en eso que debe ser su mano y que le duele, le duele a tal punto que renuncia a quitarse el pulóver, prefiere intentar un último esfuerzo para sacar la cabeza fuera del cuello y la rata izquierda fuera de la jaula y lo intenta luchando con todo el cuerpo, echándose hacia adelante y hacia atrás, girando en medio de la habitación, si es que está en el medio porque ahora alcanza a pensar que la ventana ha quedado abierta y que es peligroso seguir girando a ciegas, prefiere detenerse aunque su mano derecha siga yendo y viniendo sin ocuparse del pulóver, aunque su mano izquierda le duela cada vez más como si tuviera los dedos mordidos o quemados, y sin embargo esa mano le obedece, contrayendo poco a poco los dedos lacerados alcanza a aferrar a través de la manga el borde del pulóver arrollado en el hombro, tira hacia abajo casi sin fuerza, le duele demasiado y haría falta que la mano derecha ayudara en vez de trepar o bajar inútilmente por las piernas, en vez de pellizcarle el muslo como lo está haciendo, arañándolo y pellizcándolo a través de la ropa sin que pueda impedírselo porque toda su voluntad acaba en la mano izquierda, quizá ha caído de rodillas y se siente como colgado de la mano izquierda que tira una vez más del pulóver y de golpe es el frío en las cejas y en la frente, en los ojos, absurdamente no quiere abrir los ojos pero sabe que ha salido fuera, esa materia fría, esa delicia es el aire libre, y no quiere abrir los ojos y espera un segundo, dos segundos, se deja vivir en un tiempo frío y diferente, el tiempo de fuera del pulóver, está de rodillas y es hermoso estar así hasta que poco a poco agradecidamente entreabre los ojos libres de la baba azul de la lana de adentro, entreabre los ojos y ve las cinco uñas negras suspendidas apuntando a sus ojos, vibrando en el aire antes de saltar contra sus ojos, y tiene el tiempo de bajar los párpados y echarse atrás cubriéndose con la mano izquierda que es su mano, que es todo lo que le queda para que lo defienda desde dentro de la manga, para que tire hacia arriba el cuello del pulóver y la baba azul le envuelva otra vez la cara mientras se endereza para huir a otra parte, para llegar por fin a alguna parte sin mano y sin pulóver, donde solamente haya un aire fragoroso que lo envuelva y lo acompañe y lo acaricie y doce pisos.










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EL INSTANTE EN MI MANO (Urraca)

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La sangre miente melancólicamente, es un rayo
vengativo, una pluma de metal.
En tardes infinitas y reveladas, la minuciosidad del alma
se recorre, y la precipitación pone nombre al mundo.
Una mano se mueve despacio, tangible, transparente.
Manos y palabras que salen de una vida austera y fugitiva,
salen y persiguen lo que fueron huesos,
lo que fueron hombre, cárcel y  música.
En medio de una luz camuflada en un cielo de tormenta,
rayos vivificadores y profundos,
y sonidos finales que revelan las cadencias y gestos
que nunca se repetirán.
El mundo encierra la verdad de la vida.
La luna aclarece el dolor en las pupilas.
Una lírica mano azul sin sueño, un silencio cauto,
la música ha llegado, los pasos, la luz y la sombra.
El sol, ojo victorioso que desviste nuestra piel,
vigila el galope de la sangre en la tierra;
y nos estruja de a poco con fulgurosa ironía.
Puedo mirarme, reconocerme y alegrarme,
con ojos extraños e interrogación en mi boca,
señalo y desvarío mi apenas perceptible existencia.
Penetró en mi torrente y reclamo mi esencia,
mi calamidad sellada en empaque de humano.
Contemplo el cielo como si fuese mi propio rostro,
levanto mi mano en el límite del aire,
y sigo soñando el instante que aún yace y se yergue.



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CONTRAPORTADA 20

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NICOLAS BRUNO
 DE LA SERIE TRANSTORNO DEL SUEÑO

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