PORTADA-DIMENSIÓN 30, junio de 2014

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“¿En qué se parece el fútbol a Dios? En la devoción que
le tienen muchos creyentes y en la desconfianza que
le tienen muchos intelectuales”.

Eduardo Galeano

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FÚTBOL VS LITERATURA (Urraca)

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Extroducción 16 

“El fútbol es un sistema de signos, un lenguaje. Hay momentos que son puramente poéticos: los momentos de gol. Cada gol es siempre una invención, es siempre una subversión del código: fulguración, estupor, irreversibilidad. Igual que la palabra poética”.


Pier Paolo Pasolini, escritor, poeta y director de cine italiano 



La relación entre el fútbol y la literatura ha cambiado en el tiempo, pero siempre ha estado presente a través de los poetas, novelistas, cuentistas, ensayistas, periodistas, unos a favor y otros en contra. Hay dos grupos de escritores: los que admiran el fútbol al extremo, tanto que lo han convertido en un recurso creativo, y los que explícitamente, lo odian.

En siglos anteriores, los temas de la literatura oscilaban y se abordaban desde temáticas un tanto más amplias en cuanto al debate, la polémica, temas personales y de profundo raciocinio, aguda introspección del ser y atracción hacia el amor y lo referente al tema pasional en general.  El amor, la tristeza, la guerra, la muerte, el origen del ser, la política, entre otras; eran pues, los temas predilectos y de mayor cobertura a la hora de confrontar el papel y la pluma. Pero, ocurrió un fenómeno trascendental en las áreas de la educación y la cultura; mientras los intelectuales perfeccionaban y ahondaban más en sus conocimientos, la gran masa de ciudadanos enfrentaba problemas de analfabetismo y tenía poco acceso a la educación superior. Esta brecha distanció la cultura elitista de sus posibles receptores. Los libros no se vendían, las editoriales cerraban continuamente, los presupuestos hacia el arte disminuían abruptamente, y se canalizaban estos recursos a zonas de pertinencia social, tales como la globalización, el balance económico, el blindaje financiero, entre otros. Los medios de comunicación se apropiaban del público, por medio de otras temáticas más incluyentes, comunes al dominio ciudadano y al diario vivir. Estos tópicos no fueron ajenos a los intelectuales, los cuales fueron abordando dichos temas a su estilo, para contar historias, levantar críticas, elaborar pensamientos de profundo sentido social, construir y destruir la filosofía y pensamiento del hombre perteneciente a la época, entre otras. El lector, comenzó a disfrutar de los textos venideros de la guerra, la actualidad política, la rutina religiosa, la problemática social, la escena cultural, los avances en la tecnología, los crímenes diarios, las mujeres y modelos de catálogo, la escuela… y el fútbol, como predilecto entre los demás deportes.

El fútbol entró con pecado y en silencio en el mundo de la literatura, puesto que un intelectual no hablaría ni escribiría de este asunto en sus obras, ya que sería regañado y burlado por las masas literarias por ser mediático y vulgar, marcado como un artista carente de temática al escribir; sería tildado de estar manipulado por los medios y el círculo social, con los únicos motivos de vender sus libros y tener una fama insulsa basada en uno de los “temas comidilla” del pueblo y de mayor manipulación en cuanto a masas se refiere. Sin embargo, de manera aislada y esporádica empezaron a editarse libros con esas anécdotas. El balón invadió los trucajes narrativos y las estructuras poéticas. “Hoy tu tiempo es real, nadie lo inventa. Y aunque otros olviden tus festejos. Las noches sin amos quedaron lejos. Y lejos el pesar que desalienta”. Palabras como éstas, las cuales dedicó el poeta y escritor uruguayo Mario Benedetti al grande y polémico jugador de fútbol Diego Maradona, se volvieron más frecuentes en los libros, prensa, tertulias literatas, encuentros y debates deportivos alusivos a “La pecosa”.

Así que, al grito de “todo es cultura” y “nada de lo humano me es ajeno”, se escribió abiertamente de fútbol, se levantaron odas a los jugadores, poesías a los equipos de fútbol, crónicas a las más exuberantes jugadas, cuentos e historias referentes a los mejores goles y regates jamás hechos, y proezas y leyendas de semidioses deportivos que marcaron una era y una camiseta. Y aunque dichos actos dividían a la población ciudadana, unos viviendo a todo fervor la pasión del gol, y otros tantos denotando indiferencia, repelencia y tildando al fútbol como medio para manipular masas (como se hace hoy en día), y como cortinilla de humo para ocultar otras jugadas maestras y otros golazos en otros campos; no era posible alejar dicho deporte del campo artístico, cultural, crítico y estético.
¡Simplemente, no! No era posible que un deporte con más de mil quinientas millones de personas alrededor del mundo, las cuales son amantes y seguidoras en mayor o menor grado al fútbol; con más de cinco mil ligas amateurs y profesionales; con fanáticos que rezan y acuden al templo para que su equipo no descienda; fuera distanciado del campo artístico y personal. ¡No! simplemente no era posible dejarlo fuera de las pasiones estéticas, y mucho menos no reflejarlo ni tomarlo como inspiración para plasmarlo en el campo artístico.

El fútbol ha ganado su espacio en la literatura y viceversa, tanto que ahora se puede afirmar que esa relación está legitimada y que la misma los ha potenciado. Ha sido tan prolífica esta situación, que el fútbol se ha convertido en un tema o, incluso, en un género literario, en el cual lo épico, lo dramático y la comedia están presentes de manera permanente. Por ejemplo, en el Río de la Plata, la tradición que vincula al fútbol y la literatura es profusa y fue desarrollada por una corriente literaria de corte popular que convirtió el asunto en materia narrativa: Eduardo Sacheri, Osvaldo Soriano, Roberto Fontanarrosa, Eduardo Galeano, entre otros; fueron dignos exponentes de esta corriente. En el mundo contemporáneo fueron los escritores argentinos, uruguayos y varios de Sudamérica quienes publicaron los primeros textos relacionados con este popular deporte. Testimonian los casos de Mario Benedetti y Eduardo Galeano en Uruguay, Vinicio de Moraes en Brasil, Roberto Fontanarrosa en Argentina, Raúl Pérez Torres en Ecuador, Alfredo Bryce Echenique en Perú, Gabriel García Márquez en Colombia y Juan Villoro en México, entre muchos escritores altamente reconocidos. Posteriormente, vendrían los científicos e investigadores sociales a medir pasiones, realizar encuestas afuera de los estadios, organizar historias de vida y hacer exitoso el tema futbolero  en otras áreas populares tales como el cine, los periódicos, el comic y la televisión.

Uno de los problemas más señalados a la hora de valorar los textos elaborados por los múltiples escritores, fue precisamente la voluntad de plasmar desde la ficción un deporte que, desde el surgimiento de la televisión, compone su propio y poderoso relato visual. Narrar lo ya narrado por la propia dinámica del juego es tautológico, cuando no trivial. Por lo demás, la mayoría de ocasiones el fútbol es aburrido, cuando no se juega como es debido; deleznable, cuando se convierte en un negocio que favorece los intereses económicos (es decir, casi siempre); imbécil, cuando lo que aflora en su acto es la exaltación irracional y violenta de las pasiones. Defiendo mi percepción de que la literatura cuando hace alusión a estos temas, sobra, ya que considero alcanza su punto máximo cuando recurre a la ficción, al contar historias, acude a lo intangible y pasional para plasmar esta esencia en el papel. El resto de tópicos controversiales y derivados, es mejor dejarlas al periodismo y a “la crítica especializada” en el tema.

Quizás, la relación más vital que el fútbol puede establecer con el arte, aparece cuando se emparentan a través, el juego y la experimentación. Instantes de extrema pasión y fugacidad como lo que significa en fútbol tirar “un caño o túnel”. Tal vez éste, no sirva para nada y sea solamente un lujo que el jugador aplica a su adversario para humillarlo competitivamente y nada más, puesto que el caño o túnel, en realidad no representa riesgo alguno para el arco adversario y muchas veces se pierde la posesión de la pelota con el fin de pasar ésta entre las piernas del contrincante. ¡Semejante sacrificio en aras del lujo, el exhibicionismo y la belleza técnica! Se trata de un acto de gratuidad pura y, sin embargo, o precisamente por eso, es de una belleza axiomática: puro disfrute y nada más. Como la mejor literatura.

El fútbol se ha hecho literatura mediante una textura discursiva que le es absolutamente propia, en la cual, la metáfora y la ficción juegan su propio partido: ¡La colocó allá, en el rincón de las telarañas!, ¡sorprendió con ese pase al vacío!, ¡le metió el chanfle a la pelota, para que alcanzara una comba y se metiera dentro del arco! Todas estas expresiones, alcanzan un sentido poético, solo comprensible dentro del fútbol. Existe aquí un hipertexto que se desarrolla globalmente, nace de la técnica del control del balón y lo recoge el lenguaje con sentido de creación y arte.

Si se hace un balance respecto de cuáles son los géneros de mayor desarrollo de la literatura futbolística, se puede afirmar que, en primer lugar se encuentra la crónica y el ensayo, segundo la poesía y el cuento, y en un tercer lejano puesto, la novela y el teatro. ¡Estos serían los puestos en la clasificación general!

Los escritores intentan reflejar su medio social con la mayor exactitud y amplitud posible, tocando ciertos temas o asuntos que ellos mismos conocen y han experimentado. Las obras no se dedican meramente a cuestiones filosóficas, políticas, científicas, pedagógicas o sociológicas; a veces también se deslizan y desenvuelven por las veredas de los horizontes populares del mundo cotidiano. El fútbol aparece en la literatura (como ya lo he mencionado antes) como una referencia estética, como una acción secundaria o telón de fondo que no disminuye los movimientos principales de los personajes. Aparece como un bosquejo en ciertas narraciones, obras dramáticas y poemas. Quizás, en un futuro, los jugadores de fútbol se conviertan en personajes que den sentido y profundidad a ciertas historias, que formen parte de la estructura principal del relato, como hace años predominaban las hadas, duendes, reyes, princesas y brujas. Podemos apreciar este deporte como tema central, y con un excelente trato desde la textura, el orden y la cronología escrita en los textos periodísticos e informativos, que cuentan con un lenguaje especializado y una redacción tan provocadora que asustaría a muchos gramáticos tradicionalistas.


Entre tantas obras referentes al fútbol, dentro del campo de la literatura mundial, encontramos: Popol Vuh, El fútbol a sol y sombra (Eduardo Galeano), Once cuentos de fútbol (Camilo José Cela), Lenin y el fútbol (Guillermo Samperio), Los once de la tribu (Juan Villoro), El blues de la avenida Alcalde (Roberto Huerta Sanmiguel), La borra de café (Mario Benedetti), Las paredes oyen (Juan Ruiz de Alarcón) y una magnífica tesis de Alberto Ramos Zaragoza titulada: El fútbol en la literatura.


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EL ARTE Y LA GUERRA (Andrés Pérez)

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“El arte es la expresión de los más profundos pensamientos por el camino más sencillo”
Albert Einstein


La guerra, como el estado más aberrante y despiadado en el que puede llegar a caer toda sociedad al desmoronar sus valores e instituciones que protegen y prevalecen la vida ante el salvajismo del poder, ha generado dentro de su mismo seno cuerpos que se resisten a ser partícipes de la barbarie, a repetir la historia y por lo contrario optan por hacer conscientes al resto de la humanidad de que semejante estado no conduce a ninguna parte, siendo su único fin la aniquilación.

La forma o herramienta empleada para este fin es el arte, el arte que se antepone a la guerra, a la destrucción, a la muerte. El arte inmerso en un contexto violento, aparece como testimonio, como voz de protesta y espacio creativo que posibilita la vida.

Por lo tanto, el arte y la guerra están ligados, en la medida en que son procesos diferentes, pero recíprocos entre sí mismos. Los diversos conflictos bélicos han propiciado el nacimiento de vanguardias artísticas y el desmoronamiento de otras, siendo el caso del teatro absurdo, enmarcado en el contexto histórico de la Segunda Guerra Mundial o la bomba nuclear que propició el nacimiento de la Danza Butoh.

En Colombia, país enmarcado en un conflicto que se extiende más allá de medio siglo, y que parece no tener fin, mutando en diferentes tipos de violencia (narcotráfico, paramilitares, guerrilla, estatal, barras bravas, bipartidistas, intrafamiliar, entre otros) nos deja sorprendidos por la sevicia, impunidad e hipocresía con que se cometen los crímenes y se persigue a los culpables. La violencia colombiana se caracteriza por producir en masa y constantemente un conglomerado de individuos que pasan a llamarse desplazados, secuestrados, torturados, desaparecidos, que deambulan por la ciudad, los cementerios, los ríos, los campos y pasan a engrosar las escandalosas cifras de nuestra cruenta historia.

En semejante contexto el arte colombiano no permanece distante, por el contrario se sumerge con aguda sensibilidad en las entrañas del conflicto extrayendo sus causas y efectos, que nos permiten sostener la memoria y el testimonio de lo acaecido. Tal es el caso de Débora Arango, quien atravesada por la violencia desatada el 9 de abril de 1948, no dejó de plasmar en sus acuarelas y óleos

“los horrores de aquella guerra civil no declarada, la cual sigue siendo ignorada por una gran parte de las instituciones que en su conjunto constituyen la memoria histórica oficial. Precisamente por su posición crítica hacia las clases dirigentes y su feminismo combativo, fue descalificada y rechazada por las academias de arte durante mucho tiempo”. (1)



En el cine y la televisión, se puede observar la violencia del narcotráfico y el abandono estatal abordado de diversas formas por los directores, aunque la mayoría de las veces se llega, tal vez sin quererlo, a una apología al delito y la violencia. No siendo el caso de películas como La Virgen de los Sicarios o las producciones de Víctor Gaviria, entre otros.

En la literatura son diversos los escritores, que entre la ficción y la realidad han logrado configurar el espectro de nuestra sangrienta historia. Entre ese diverso mosaico de autores encontramos a Mario Mendoza y Fernando Vallejo. En sus novelas es recurrente el tema de la violencia, que no solamente se constriñe a lo físico sino también a lo verbal, al lenguaje:

“Fernando transita entre la figura del sujeto letrado moderno y la del bárbaro posmoderno. En ese tránsito, o en esa mutación que no termina de definirse, hallamos que la violencia funciona como mecanismo disparador de los cambios a los cuales nos hemos referido. Pero notemos que se trata de una violencia distinta, singular, una violencia que ha asumido nuevas formas, con otros impactos sociales y económicos. Esta visión refractaria a las ideologías que fundan las naciones modernas es transmitida por el intelectual, que paulatinamente y como resultado de su relación con los criminales, va dejando de ser un letrado moderno para convertirse en ese bárbaro posmoderno”. (2)

El Hip Hop, el Rap y el Punk como géneros urbanos incrustados en urbes modernas inmersas en conflictos de toda índole, han padecido la violencia en carne propia (en la comuna 13 de la ciudad de Medellín, han sido asesinados 11 raperos en los últimos tres años).
Por su parte, el teatro colombiano ha estado ligado a lo largo de su historia al conflicto bélico que azota a nuestro país. Desde sus inicios con Luis Enrique Osorio, pasando por el maestro Enrique Buenaventura, el teatro La Candelaria, el maestro Gilberto Martínez, hasta nuestros días en el que la diversidad de grupos no se cansan de insistir sobre este tema tan espinoso.

Uno de estos grupos es el Teatro Petra de Fabio Rubiano, dramaturgo y director contemporáneo de la ciudad de Bogotá. Su obra, CADA VEZ QUE LADRAN LOS PERROS, basada en una de las tantas masacres de Colombia. La guerra está presente a cada instante irguiéndose amenazante como un pasado, un presente y un futuro por venir. En ella logramos evidenciar hasta qué punto la sevicia ha conducido a la decadencia de un pueblo y sus valores. Los hombres se convierten en perros, los perros en hombres por medio de la barbarie que no tiene ni principio, ni final.  Lo grotesco se evidencia en lo cuerpos hechos de pedacitos, de restos, no se saben qué son, parecen ornitorrincos. Esto nos habla de la pérdida de identidad, de un cuerpo social hecho de cadáveres, que no tiene rostro, que no sabe lo que es y lo que fue:


Uno: Por eso. Somos ornitorrincos. No somos de ninguna parte. (Pausa). ¿Quién nos parió? (Pausa). Mira: ya orinamos de pie.
Dos: Es mejor así, no tenemos que marcar ningún territorio. Todo nos pertenece. Nos pertenecerá poco a poco.
Uno: Extraño cuando era perro… (Pausa). Pero no extraño ser perro.
Dos: Ya no lo somos.

Uno: Todavía somos un poco. Mírate las orejas y los pelos y el largo de tu cola. (Pausa). Como ornitorrincos. Como si nos hubieran armado de pedazos.

(Primera Escena: Ornitorrincos- Cada vez que ladran los perros, Fabio Rubiano)


A nivel espacial encontramos un paisaje devastado por la guerra, por el miedo y el peligro. Un espacio manipulado por ellos, donde sus personajes siempre están en riesgo y tratando de esconderse de esa raza que ahora se apodera de sus tierras.

Al abordar el conflicto armado que desangra nuestro país, Fabio Rubiano se cuida en gran medida de no tomar partido por las víctimas, esto lo logra al desaparecer las figuras de víctima y victimario conjugándolas en la danza violenta de la guerra. Allí, tanto víctimas como victimarios son culpables de semejante estado, de la carnicería.
Cuando el Arte logra construir la memoria y el tejido de nuestra historia, sin asumir ideologías o tomar partido por los bandos enfrentados, es allí donde nosotros como espectadores asumimos una actitud reflexiva sobre el acontecer violento de nuestro país. Por otro lado, siendo importante el papel que el arte desempeña en los diversos conflictos, va a hacer mucho más importante la mirada que asuma a la hora de hablar de perdón y justicia en el presente proceso de paz y el consecuente postconflicto.

Enlaces relacionados:

Arte y violencia: la obra de Débora Arango como lugar de memoria
(1) http://www.colombianistas.org/Portals/0/Revista/REC-37-38/7.REC_37-38_SvenSchuster.pdf


La Virgen de los sicarios y una gramática del caos
(2) http://pendientedemigracion.ucm.es/info/especulo/numero35/vsicario.html


El cine urbano y la tercera Violencia colombiana
http://www.luisospina.com/sobre-su-obra/rese%C3%B1as/el-cine-urbano-y-la-tercera-violencia-colombiana-por-geoffrey-kantaris/




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FLORES AMARILLAS (Melissa Cañas Ochoa)

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Había pasado muy mala noche. A veces a los demonios les da por adueñarse de los recuerdos y ya no hay marcha atrás. Una vez se adueñan de ellos, no puedes dormir y comienzan las palpitaciones. Creo que eso fue lo que le sucedió también a Marie Ann. La vi esta mañana, no traía buena cara; las ojeras le resaltaban en un café casi amargo, bajaban hacia sus mejillas y el resto de su rostro se hallaba pálido; llevaba un vestido negro y largo que caía en sus pies, tenía las manos entrelazadas y miraba hacia el asfalto como ocultando sus ojos del sol. Hace muchos años que no la veía; solo hablaba de vez en cuando con Joe M. quien siempre me conversaba acerca de su novia, de su gran amor, de Marie Ann.

La vi comprar unas flores amarillas y me pregunté para quién eran. Seguramente eran para Joe M. pero él vivía muy lejos de allí. Pensé que probablemente Marie Ann tenía un amante. La observé abriendo una reja alta y delgada; se detuvo un momento allí; luego, sus pasos eran indecisos. Entró a ese lugar. Yo nunca me había fijado en él. Algunas veces, en mi niñez, había pasado por ahí pero nunca me había detenido a mirarlo. Hacía tiempo que no venía a visitar a la abuela, realmente no recordaba ese frío que emana ese lugar. Me senté en una roca gris con espacios pequeños renegridos, me entretuve un momento mirando hacia el horizonte, y cuando volví en mí, Marie Ann había avanzado mucho por ese campo, donde no se podía ver a nadie más que a ella. Caminaba a paso lento mientras la veía deshojar una flor amarilla y mirar sus pétalos desvanecerse por el aire sereno.

Me dirigí hacia la entrada de aquel lugar para saber a quién le estaba llevando Marie Ann aquellas hermosas flores amarillas. Sentí un escalofrío que me congelaba hasta los huesos, el viento se tornó un poco violento, tanto que ni el sol podía aplacarlo. Sentí un rayo especial en mi rostro y mis pupilas dilatarse; ese rayo había encandilado mis ojos y tal destello no me dejaba admirar ese paisaje secreto para mí. Caminé varios pasos hacia adelante pero el resplandor del sol no se iba de mis ojos. No quería perder a Marie Ann de vista, así que decidí seguir avanzando sin importar que no pudiera ver muy bien hacia donde me dirigía.




Una nube blanca opacó un poco el sol. La luminosidad se estaba agotando ante mis ojos. Los cerré por un momento, pero sin dejar de dar pequeños pasos en la hierba caliente. Lo primero que vi fueron unas rosas rojas; fijé la vista hacia mi izquierda y, ahora, veía muchas más de diferentes colores sobre muchas tumbas. Observé que Marie Ann estaba inmóvil más adelante que yo. Me acerqué un poco para contemplarla y saber por qué se había detenido; sin embargo, su vestido largo no me dejaba ver qué era lo que estaba mirando.

Yo no quería interrumpir su soledad, solo quería ver a quién le llevaba aquellas flores amarillas que, luego de alzarlas al cielo y sollozar con consternación, había dejado caer a su lado. Seguí acercándome poco a poco y, de repente, vi a Marie Ann que se arrodillaba, llorando ante una tumba: la tumba de Joe M.

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CHAD HA PERDIDO OLAS DE AGUA DULCE (Mb-6v!)

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En un pueblo enterrado de Chad, África central, Borkou grita al despertar; algunos hombres sin ventana, amanecen precoces en su cebadero. Ahí, esparcidos en medio de los cultivos. Cien metros más allá, a lo largo, Ellas, no amanecen sino sobreviven a la intemperie, recostadas en las costas del lago Este que ahoga los hombres. Ambos se turnan esos quehaceres del estar vivo, recostar los pies en los llanos y sólidos caminos hirvientes con el peso indistinguible de sus esfuerzos agotadores; el sol sale por ellos, dicen. Entonces Ellas lo pintan, tienen que estar lejos, a la divisa para que esto funcione. Nadie concilia mirarse, no conocen de las palabras, ni saben que existe alguna, se hallan desnudos sin saber de ello. Se revuelven en dolores al mediodía y tragan la medicina de sus trigales. Ellas esperan que se alejen pronto para sembrar los analgésicos y combatir su riqueza intestinal.

A veces Ellos se sumergen, y llegan luego Ellas, a conciliar treguas húmedas. La cercanía se enaltece y se revuelcan de ciegos en aguas turbias y escasas, pariendo  chapoteos, esperanzas fértiles. Saben de la extinción, sequía apocalíptica que se aproxima, Chad ha perdido olas de agua dulce. No habrá excusa para morir si del lago queda nada, ni para nacer sin tierra de parto. Lo cierto del ritual es que Ellos, recogen soles en baldes emisarios, y los retiran tan lejos de sus trigales, que trastornan las montañas con una silueta microscópica, y de trabajo más certero, se traen luego, esas riquezas llenas del líquido deseado, y que vivan más sus hombres quienes las despiertan. Sueñan Ellos en su lenguaje, que el sol y su sed algún día también se bañen.

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INSTANTÁNEAS (Mónica Armónica)

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Instantánea 32: no pasa nada

4:30 de la tarde. Alguien descuelga la bocina de uno de los 12.500 teléfonos públicos de la ciudad. Extrae del bolsillo de su camisa color blanco, un pañuelo con el cual limpia esmeradamente la bocina. Apenas, estuvo limpia se dispuso a marcar el número que conservaba registrado en la memoria de su cerebro, junto a su número de identificación y un sinfín de claves de tarjetas de crédito, y portales virtuales de internet. Antes de marcar escuchó ese sonido eléctrico transformado en el latido continuo de la línea telefónica que se extendía miles y miles de kilómetros por toda la ciudad, junto a los cables de energía  y el laberintico sistema de alcantarillado y acueducto, que formaban la vasta red de servicios públicos facturados cada mes a los asiduos usuarios. Depositó la moneda de 200 pesos, marcó rápidamente el 345 87 77 y la orden telefónica viajó por todo el cableado para terminar estallando en otro teléfono que despertó de su letargo con un estruendoso ring ring que sacudió el silencio de la casa. Permaneció así un buen tiempo, hasta que por fin dejó de sonar. Nadie contestó, no quiso contestar o no podía contestar. Ese alguien que había marcado esperaba que otro alguien contestase y así dar comienzo a una corta y fugaz conversación telefónica. Sin embargo, no sucedió tal cosa. La moneda rodó por la canaleta metalizada hasta salir por la ranura y ser atrapada por la gruesa mano del usuario. Y la mantuvo entre sus manos, hasta que decidió guardarlo en el bolsillo y limpiándose la mano con el pañuelo se puso en marcha a buscar otro teléfono.







Instantánea 33

No sabemos quién llegó primero o si ambos venían juntos. El caso es que permanecieron casi toda la tarde sentados en una de las bancas del parque, quizás esperando algo, a alguien. O tal vez a nadie, simplemente estar ahí. Habitando el espacio, dejando que el viento y la suave luz del día los acariciara por un mínimo instante, para sentirse nuevamente vivos.

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LA DOBLE TRAMPA MORTAL (Roberto Arlt) -Escritor recomendado-

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"La obra de Roberto Arlt es dramática e imprevisible. Está llena de meandros y atajos, tiene la belleza fatal de los muebles viejos que resplandecen entre las sombras de las casas de antigüedades, guardando misterios de vidas pasadas, escenas borrascosas.  
Roberto Godofredo Christophersen Arlt ya no es resistido por la crítica que solía encarnizarse con su sintaxis y la menesunda de palabras que arrojaba violentamente al puchero de su escritura. Actualmente es venerado y ocupa un buen lugar en el panteón de los héroes. Leerlo hoy nos hace pensar de qué manera habrán golpeado aquellos “cross a la mandíbula” que tiraba indiscriminadamente contra la sociedad de los veinte y los treinta, cuando muy pocos se animaban a traspasar los límites impuestos por una literatura contenida y formalista”. 

(RODOLFO EDWARDS)
http://www.revistaenie.clarin.com/literatura/resenas/belleza-fatal-Roberto-Arlt_0_1076892335.html


LA DOBLE TRAMPA MORTAL

He aquí el asunto, teniente Ferrain: usted tendrá que matar a una mujer bonita.
El rostro del otro permaneció impasible. Sus ojos desteñidos, a través de las vidrieras, miraban el tráfico que subía por el bulevar Grenelle hacia el bulevar Garibaldi. Eran las cinco de la tarde, y ya las luces comenzaban a encenderse en los escaparates. El jefe del Servicio de Contraespionaje observó el ceniciento perfil de Ferrain, y prosiguió:

—Consuélese, teniente. Usted no tendrá que matar a la señorita Estela con sus propias manos. Será ella quien se matará. Usted será el testigo, nada más.

Ferrain comenzó a cargar su pipa y fijó la mirada en el señor Demetriades. Se preguntaba cómo aquel hombre había llegado hasta tal cargo. El jefe del servicio, cráneo amarillo a lo bola de manteca, nariz en caballete, se enfundaba en un traje rabiosamente nuevo. Visto en la calle, podía pasar por un funcionario rutinario y estúpido. Sin embargo, estaba allí, de pie, frente al mapa de África, colgado a sus espaldas, y perorando como un catedrático:

—Posiblemente, usted Ferrain, experimente piedad por el destino cruel a que está condenada la señorita Estela; pero créame, ella no le importaría de usted si se encontrara en la obligación de suprimirlo. Estela le mataría a usted sin el más mínimo escrúpulo de conciencia. No tenga lástima jamás de ninguna mujer. Cuando alguna se le cruce en el camino, aplástele la cabeza sin misericordia, como a una serpiente. Verá usted: el corazón se le quedará contento y la sangre dulce.

El teniente Ferrain terminó de cargar su pipa. Interrogó:
—¿Qué es lo que ha hecho la señorita Estela?
—¿Qué es lo que ha hecho? ¡Por Cosme y Damián! Lo menos que hace es traicionarnos. Nos está vendiendo a los italianos. O a los alemanes. O a los ingleses. O al diablo. ¿Qué sé yo a quién? Vea: la historia es lamentable. En Polonia, la señorita Estela se desempeñó correctamente y con eficiencia. Esto lo hizo suponer al servicio que podía destacarla en Ceuta. Los españoles estaban modernizando el fuerte de Santa Catalina, el de Prim, el del Serrallo y el del Renegado, cambiando los emplazamientos de las baterías; un montón de diabluras. Ella no sólo tenía que recibir las informaciones, sino trabajar en compañía del ingeniero Desgteit. El ingeniero Desgteit es perro viejo en semejantes tareas. Con ese propósito, el ingeniero compró en Ceuta la llave de un acreditado café. Estela hacía el papel de sobrina del ingeniero. El bar, concurrido por casi toda la oficialidad española, fue modernizado. Se le agregaron sólidos reservados. Un consejo, mi teniente: no hable nunca de asuntos graves en un reservado. Cada reservado estaba provisto de un micrófono. Consecuencia: los oficiales iban, charlaban, bebían. Estela, en el otro piso, a través de los micrófonos, anotaba cuanta palabra interesante decían. Este procedimiento nos permitió saber muchas cosas. Pero he aquí que el mecanismo informativo se descompone. El ingeniero Desgteit encuentra con su cabeza una bala perdida que se escapa de un grupo de borrachos. Supongamos que fueron borrachos auténticos. Mahomet “el Cojo”, respetable comerciante ligado estrechamente a la cabila de Anghera, cuyos hombres trabajaban en las fortificaciones, es asaltado por unos desconocidos. Estos lo apalean tan cruelmente, que el hombre muere sin recobrar el sentido. Y, finalmente, como epílogo de la fiesta, nos llega un mensaje de la señorita Estela... ¡Y con qué novedad! Un incendio ha destruido al bar. Por supuesto, toda la documentación que tenía que entregarnos ha quedado reducida a cenizas.

El teniente Ferrain movió la cabeza.

—Evidentemente, hay motivos para fusilarla cuatro veces por la espalda.

El señor Demetriades se quitó una vírgula de tabaco de la lengua, y prosiguió:

—Yo no tengo carácter para acusar sin pruebas; pero tampoco me gusta que me la jueguen de esa manera. Estela es una mujer habilísima. Naturalmente, ordené que la vigilaran, y ella lo supone.
—¿Por qué presume usted que ella se supone vigilada?
—Son los indicios invisibles. Se sabe condenada a muerte, y está buscando la forma de escaparse de nuestras manos. Por supuesto, llevándose la documentación. Ahora bien; ella también sabe que no puede escaparse. Por tierra, por aire o por agua, la seguiríamos y atraparíamos. Ella lo sabe. Pero he aquí de pronto una novedad: la señorita Estela descubre una forma sencillísima para evadirse. He aquí el procedimiento: me escribe diciéndome que siente amenazada su vida, y de paso solicita que un avión la busque para conducirla inmediatamente a Francia; pero nos avisa (aquí está la trampa) que en Xauen la espera un agente de Mahomet “el Cojo” para entregarle una importantísima información. ¿Qué deduce usted, teniente, de ello?
—¿Intentará escaparse en Xauen?

El jefe del servicio se echó a reír.

—Usted es un ingenuo y ella una mentirosa. La información que ella tiene que recibir en Xauen es un cuento chino. Vea, teniente.-El señor Demetriades se volvió hacia el mapa y señaló a Ceuta.-Aquí está Ceuta.-Su dedo regordete bajó hacia el Sur.-Aquí, Xauen. Observe este detalle, teniente. A partir de Beni Hassan, usted se encuentra con un sistema montañoso de más de mil quinientos metros de altura. Nidos de águilas y despeñaperros, como dicen nuestros amigos los españoles. Después de Beni Hassan, el único lugar donde puede aterrizar un avión es Xauen. Ahora bien: el proyecto de esta mujer es tirarse del avión cuando el aparato cruce por la zona de las grandes montañas. Como ella llevará paracaídas, tocará tierra cómodamente, y el avión se verá obligado a seguir viaje hasta Xauen. Y la señorita Estela, a quien sus compinches esperarán en Dar Acobba, Timila o Meharsa, nos dejará plantados con una cuarta de narices. Y nosotros habremos costeado la información para que otros la aprovechen. Muy bonito, ¿no?. . .
—El plan es audaz.

El señor Demetriades replicó:

—¡Qué va a ser audaz! Es simple, claro y lógico, como dos y dos son cuatro. Más lógico le resultará cuando se entere de que la señorita Estela es paracaidista. Lo he sabido de una forma sumamente casual.

El teniente Ferrain volvió a encender su pipa.

—¿Qué es lo que tengo que hacer?

—Poco y nada. Usted irá a Ceuta en un avión de dos asientos. El aparato llevará los paracaídas reglamentarios; pero el suyo estará oculto, y el destinado al asiento de ella, tendrá las cuerdas quemadas con ácido; de manera que aunque ella lo revise no descubrirá nada particular. Cuando se arroje del avión, las cuerdas quemadas no soportarán el peso de su cuerpo, y ella se romperá la cabeza en las rocas. Entonces usted bajará donde esa mujer haya caído, y si no se ha muerto, le descarga las balas de su pistola en la cabeza. Y después le saca todo lo que lleve encima.
—¿Con qué queman las cuerdas del paracaídas?
—Con ácido nítrico diluido en agua. ¿Por qué?
—Nada. El avión se hará pedazos.
—Naturalmente. Ahora, véalo al coronel Desmoulin. Él le dará algunas instrucciones y la orden para retirar el aparato. Tendrá que estar a las ocho de la mañana en Ceuta. Le deseo buena suerte.

El teniente Ferrain se levantó y estrechó la mano del jefe de servicio. Luego tomó su sombrero y salió. Ambos ignoraban que no se verían nunca más.

El teniente Ferrain llegó a las ocho de la mañana al aeródromo de la Aeropostale, piloteando un avión de dos asientos. Miró en derredor, y por el prado herboso vio venir a su encuentro una joven enlutada. La acompañaba el director del aeródromo. Ferrain detuvo los ojos en la señorita Estela. La muchacha avanzaba ágilmente, y su continente era digno y reservado. Algunos ricitos de oro escapaban por debajo de su toca. Tenía el aspecto de una doncella prudente que va a emprender un viaje de vacaciones a la casa de su tía.

El director del aeródromo hizo las presentaciones. Ferrain estrechó fríamente la mano enguantada de la muchacha. Ella le miró a los ojos, y pensó: “Un hombre sin reacciones. Debe ser jugador”.

Quizá la muchacha no se equivocaba; pero no era aquel el momento de pensar semejantes cosas de Ferrain. El aviador estaba profundamente disgustado al verse mezclado en aquel horrible negocio. El mecánico se acercó al director, y éste se alejó. Estela, que miraba las plateadas alas del avión reposando como un pez en la pradera verde, volvió sus ojos a Ferrain.

—¿Ha estado usted con el señor Demetriades?
—Sí.
—Supongo que estará enterado de todo.
—Me ha dicho que me ponga por completo a sus órdenes.
—Entonces iremos primero a Xauen, y luego tomaremos rumbo a Melilla.
—¿Sus documentos están en orden?
—Por completo... ¿Conoce usted Xauen?
—He estado dos veces.
—De Xauen podemos salir después de almorzar. Esta noche cenaremos juntos en París. ¿Conforme?
—¡Encantado!
—¿Cuándo salimos?
—Cuando usted diga.
—Me pondré el overol, entonces. —Ya ella se marchaba para la toilette del aeródromo con su bolso de mano; pero bruscamente se volvió. Sonreía, un poco ruborizada, como si se avergonzara de una posible actitud pueril. Dijo: —Teniente Ferrain, no se vaya a reír de mí ¿Tiene usted paracaídas?

Ferrain permaneció serio.

—Puede usar el mío, si quiere. Yo jamás he necesitado de ese chisme.
—Es que soy supersticiosa. Hoy he visto un funeral. Y la primera inicial del paño fúnebre era la letra “E”.

Ferrain la miró sorprendido:

—¡Es curioso! Yo me llamo Esteban. ¿Por quién sería el augurio?...

La espía no sonrió. Un poco desconcertada, observó a Ferrain, y luego balbuceó:

—¡Es curioso!

Ferrain miró el cielo azul de la mañana recortándose sobre las montañas verdosas, y replicó:

—Tendremos un viaje serenísimo. No se preocupe.

Ella, con ágiles pasos, marchó a enfundarse en su overol.

Ferrain se dirigió a su aparato. A medida que transcurrirían los minutos, el disgusto por su misión aumentaba su volumen sombrío. ¿Cómo se había dejado atrapar por aquel Demetriades? Algunos mástiles se alejaban del dique hacia Gibraltar. Ferrain pensó con envidia que en los puentes irían pasajeros dichosos. Cierto es que esa noche cenaría en París. ¡Cuántos sacrificios costaba un ascenso! De modo que esa hipócrita, con su aspecto de mosquita muerta, había hecho asesinar a Desgteit y a Mahomet “el Cojo”? ¿Qué aventuras la habrían conducido al Servicio de Contraespionaje? De haber estado en sus manos, borraría a Ceuta del mapa. Miró con rabia al mecánico, que terminaba de llenar el tanque de nafta. Algunos pájaros saltaban en la hierba; más allá, los portones de cine de un hangar se abrían lentamente. Y él, por esa mala pécora...

Sonriendo, con su bolso de mano, apareció la señorita Estela. Evidentemente, era elegante. Ella lo envolvió en su aterciopelada mirada azul, que escapaba de sus pupilas abiertas como abanicos. Ferrain apartó los ojos de ella. Acaba de representársela destrozada en un roquedal, las entrañas derramándose entre los dientes rotos. La señorita Estela, cruzándose de brazos frente a él, dijo:

—¡Lista!

Ferrain se acercó penosamente al aparato. Ella caminaba a su lado alargando el paso y charloteando como una colegiala maliciosa.

—¿Cómo está el señor Demetriades? ¿Siempre paternal y cínico? Supongo que le habrá contado...

Ferrain la miró desafiante:

—¿Contado qué?
—Nuestras dificultades.

Ferrain cortó en seco:

—Usted perdone. El señor Demetriades me ordenó que la buscara a usted, y que eludiera toda conversación confidencial respecto al servicio.

La respuesta de Ferrain fue oportuna y adecuada. Estela pensó: “Este imbécil teme que le estropee la foja con algún chisme”, y acto seguido cambió de conversación y de tono:

—¿Cree usted que habrá elecciones en España?

Ferrain la soslayó:

—Posiblemente. . . Se habla de la chance del bloque popular. ¿Cree usted en esa ensalada?

Ferrain sonrió eficiente:

—El bloque es un disparate. Gil Robles gobernará a España. La CEDA es el único partido serio. Electoralmente, el bloque popular está condenado al fracaso. Azaña es un literato.

Habían llegado al avión. Subió Ferrain, y el mecánico la ayudó a Estela. Ella recogió el paracaídas y se cruzó el correaje bajo las axilas.

Ferrain la miró, y aunque estaba muy lejos de tener deseos de sonreír, no pudo evitar que una sonrisa extraña, dubitativa, le encrespara los labios. E insistió en su pregunta:

—Pero, ¿usted cree en ese chisme? -Luego, sin esperar que ella le contestara, apretó el botón del encendido. La hélice osciló como un élitro de cristal, y el motor tableteó semejante a una ametralladora. La máquina se deslizó por la pradera y brincó ligeramente dos veces. Luego quedó suspendida en la atmósfera, cuando Estela bajó la cabeza, las torres de la catedral estaban abajo. En los patios con palmeras se veían algunos monjes que levantaban la cabeza.

Aparecieron los caminos asfaltados, el mar; a lo lejos, entre neblinas sonrosadas, el ceniciento peñón de Gibraltar; la costa de España se recortaba adusta en el azul del Mediterráneo. Durante pocos minutos el avión pareció seguir a lo largo de la mar; pero la costa desapareció y avanzaron sobre crecientes bultos de montañas verdes. Por los caminos zigzagueantes avanzaban lentos camiones. Grupos de campesinos moros eran ostensibles por sus vestiduras blancas. El avión ganó altura, y la costra terrestre, más profunda y sombría, apareció desierta como en los primeros días de la creación.

A pesar de que lucía el sol, el paisaje era siniestro y hostil, con la encrespadura de sus montes y la oquedad verde botella de los valles.

Una congoja infinita entró en el corazón de Ferrain. Vio que Estela metió la mano en el bolso y estuvo allí buscando algo. Finalmente, extrajo una petaca morisca, y le ofreció un cigarrillo. Ferrain no aceptó. Ella fumaba y miraba las profundidades. Ferrain sentía que un infortunio inmenso se aplastaba sobre su vida, descorazonándole para toda acción. Hubiera querido decirle algo a esa mujer, escribírselo en la pizarra; pero una fuerza fatal dominaba su voluntad; tras él estaba el servicio, el destino así aceptado de servir en la absoluta disciplina, y el tiempo, como una brizna cargada de hielo de muerte, corría a través de sus pulmones ansiosos.

Más bultos de montañas se renovaban en el confín. Abajo, la tierra, como en los primeros días de la creación, mostraba riachos salvajes, entre verticales y resquebrajaduras de bosques titánicos y cordones de una primitiva geología.

Parecían estar situados en el centro de un inmenso globo de cristal, cuya costra verde se levantaba por momentos hacia sus rostros, como removida por un aliento monstruoso.

Estela miró su reloj pulsera. El corazón de Ferrain comenzó a golpear como el hacha de un leñador en un pesado tronco. Avanzaban ahora hacia un valle que dilataba su pradera entre dos cordones de cerros amarillentos. Allí abajo, casi al confín, se veía arder una hoguera. Estela tocó el hombro de Ferrain, y le señaló la dirección opuesta a la hoguera. Muy lejos, a ras de tierra, se distinguían los cubos blancos de un caserío. Era el poblado de Beni Hassan.

Ferrain volvió la cabeza, resignado. Adivinó el movimiento de Estela. Cuando quiso lanzar un grito, ella saltaba al vacío. Tan apresuradamente, que sobre el asiento se le olvidó el bolso.

La mujer caía en el vacío semejante a una piedra. Verticalmente. El paracaídas no se abrió. Ferrain hizo girar maquinalmente el aparato para ver caer a la mujer. Ella era un punto negro en el vacío. El paracaídas no se abrió. Luego ya no la vio caer más. Estela se había aplastado en la tierra.

Ferrain, temblando, apagó el encendido del motor. Aterrizaría en aquella pradera. Involuntariamente, su mirada se volvió hacia el bolso que Estela había olvidado sobre el asiento. Iba a extender la mano hacia él, cuando de allí escapó una llamarada. La explosión de la bomba, oculta en el bolso, y que Estela había dejado para asegurarse la retirada, desgarró el fuselaje del avión, y el cuerpo de Ferrain voló despedazado por los aires.

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VIDEOSFERA

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Jan Svankmajer


“Liberarse antes de entrar”



Este mes compartiremos con nuestros lectores cuatro cortos del reconocido cineasta Checo Jan Svankmajer, Realizador de largometrajes como: “insania”, “conspiradores del placer”, “Otesanek”, entre otros. Enmarcado en el surrealismo Checo, utiliza el stop  motion y otra técnicas para darle a sus producciones una atmosfera de pesadilla, que llegan a lo grotesco, lo fetiche,  sin dejar a un lado lo cómico y absurdo que caracteriza gran parte de su obra. 

Autores como Edgar Allan Poe, Lewis Carroll y la leyenda germánica del Doctor Fausto, Así como la novela negra y fantástica, han influenciado su obra.






Titulo: Una tranquila semana en casa (Tichy Tyden)
Año de estreno: 1969    
Duración: 19min

Sinopsis: Un hombre entra en una casa abandonada y se pasa siete días observando lo que ocurre por el ojo de la cerradura de las diversas puertas de un largo pasillo…







Titulo: Comida (Jidlo)
Año de estreno:  
Duración:
Sinopsis: Después de desayunar, un hombre se transforma en un proveedor de alimentos y lo mismo le ocurre al hombre a quien sirve el desayuno.







Titulo: (Darkness Light Darkness)
Año de estreno: 1989
Duración: 7 min
Sinopsis: En un pequeño cuarto, un cuerpo humano se va reconstruyendo gradualmente a medida que se van encajando las distintas partes que lo componen…






Titulo: (Dimensiones of dialogue)
Año de estreno:  1982
Duración: 11min
Sinopsis: Pieza integrada por tres actos, en cada uno de los cuales se exponen situaciones alegóricas de la dificultad de consenso y acuerdo durante la comunicación humana.










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LA NUIT MARCHE AVEC MOI (Psyquest)

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La noche camina conmigo,
se acopla a mi cuerpo con su paso;
mientras humedece mis pies, oscurece el camino, 
rindiendo tributo junto a mí al silencio vasto.

No volteo a mirarle, sigo caminando,
sé que está ahí,  le estoy ignorando;
su oscuridad de cuando en vez me cubre,
confundido, me ampara en su lustre.

Luna llena oculta entre el bosque, se instala en el cielo errante,
es que cíclope es la noche,  ciega es la gente andante;
con su brillante ojo, la noche proyectora de luz y vida es;
meciéndose en el cielo, danza con noctámbulas aves a la vez.

No es mi imaginación,  procede a la acción,
sin ninguna precaución, accede a mi contemplación;
persigue ella el alma de este cuerpo gris,
que con su luz atraviesa con enceguecedora fuerza mi iris.

Se voltea hacía mí, susurra palabras,
con voces serenas, bellas arengas labra;
conoce la soledad del caminante,
abriga el vacío de esta triste alma andante.

Sabe que no es suficiente, que soy un alma perdida,
que vagará eternamente en una senda pérfida;
sabe que no es solo mi fallo, sabe que se me ha odiado,
sabe que no es pecado, aquella bella doncella haber osado.
Me dice que erro cuando quiero conocer mi destino, 
cuando respuestas están en mi pasado en fluvial desatino.
No sé qué haré con mi camino, ¡oh! sabia luna que contempla mi martirio,
sembraré tallos con solo espinas, le clavaré estacas hechas con mis delirios.

O quizás componga para siempre canciones a nuestras montañas,
pero que nunca las oiga la musa, que jamás las aprecie en sus mañanas.
Probablemente dedique mis días a esperar las noches,
y mis noches a no dejar llegar los días.

No sé cuando cesará mi vida,  no sé cuánto tardará mi muerte, 
no sé qué pretendes lúgubre noche, al invitarme a compartirte mi suerte;
sé que estoy perdido, sé que también deliro,
sé que el amanecer me llegará sin modo de sentirlo;

no sé si la luz de la luna me iluminará nuevos senderos,
no sé si la noche me anclará al destino de Thanatos y Eros.
Tampoco sé si volveré a alguna frondosa tierra verde,
hoy solo sé que la noche anda conmigo… y que mi único deseo es no volver a verte.

Inspirado en la canción “La Nuit Marche Avec Moi” de Alcest.

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SERPIENTE XX

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-¡Vaya! Parece que a Jesús no le gusta mucho su papel como portero en el equipo de los apóstoles.
-Sí, tienes razón. Nunca le ha gustado eso de “estar clavado bajo los tres palos”.




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EL ECO DE MIS PASOS (Johnny C.)

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Hace rato que entré a este lugar, un edificio desconocido, sin razón o necesidad alguna, empecé a subir las desgastadas escaleras con forma de caracol. El pasamano de madera está derruido totalmente en algunos tramos, en otros, endeble o simplemente carcomido por el tiempo y el abandono. El vacío, la escalera. Continúo subiendo sin detenerme. No se puede divisar la cima o el tope, porque la oscuridad se traga todo, unos cuantos niveles más arriba o abajo. Extraña sensación de atemporalidad. No sé lo que hago aquí, pero allá, afuera, crucé la calle con la intención de alguien que está a punto de descubrir algo importante, tal vez necesario o inquietante. No hay visión hacia el exterior, las pocas ventanas o entradas de aire, han sido cubiertas con pedazos de madera, que dejan filtrar algunos rayos de una luz muy blanca y moteada por partículas de polvo. El lugar, expele un fuerte olor a abandono, a humedad, a encierro. No recuerdo cómo llegué hasta aquí o el último lugar en el que estuve. Sigo obstinadamente subiendo los peldaños, sin prisa, sin cansancio, poniendo cierto cuidado en cada paso que doy en la semioscuridad. En cada nivel del edificio descubro una, dos y hasta tres puertas de madera, con la pintura deteriorada y partidas en algunas ocasiones. La mayoría permanecen cerradas, otras parecen haber sido abiertas a la fuerza, dejando entrever un poco el abandono que encerraban. Quizás en el pasado, la gente que habitaba el edificio y estas habitaciones tuvo que abandonar estrepitosamente el lugar, por guerra, incendio, riesgo de desplome; cualquier cosa que haya sido, tuvo que ser lo suficientemente catastrófico para que nadie decidiera regresar y le permitiera al lugar irse cayendo a pedazos, envejecer a voluntad y podrirse en la desidia. No siento impulso o necesidad de entrar a ninguna de las habitaciones. El único sonido que puedo percibir es el de mis zapatos sobre los escalones que crujen con cada pisada, cubiertos por capas y capas de polvo asentado tal vez por años. Cada tanto, me aseguro de la solidez y estabilidad del asidero, para así poder sacar mitad del cuerpo y espiar el final de la espiral o incluso su comienzo. Pero quién sabe, el arriba o el abajo ha sido tragado por una oscuridad que parece extenderse eternamente. Siento una necesidad imperiosa de seguir avanzando sobre el eco de mis pasos, combinada con un fatal desconcierto de permanecer estancado en alguna especie de ilusión. Un rato después, en un tiempo que no se puede medir, tal vez cinco o treinta minutos, quizás horas de avance; me detengo en uno de los descansos y observo sobre el pasamano. Inesperadamente puedo ver el fin del caracol marcado con una puerta que permanece cerrada y estoica. Al llegar a ésta, me detengo, ninguna luz atraviesa los resquicios. Me acerco lentamente, la empujo, y se abre a bisagra oxidada y quejido agudo; dándole paso a un enorme salón cuyos ángulos son tragados por la penumbra, al  techo lo sostienen dos hileras de columnas paralelas, en medio, al final del pasillo, una pálida luz se chorrea sobre la baldosa a través de una puerta acristalada. Conozco esto y no puedo entenderlo, sin prisa y convicción atravieso el pasillo en dirección a la puerta. El vidrio rugoso me impide distinguir el exterior; de antemano sé lo que voy a encontrar. Abro la puerta y desciendo los escalones. Me encuentro de nuevo en la calle. Sumido en una calma perturbadora, doy media vuelta y diviso la misma edificación a la que entré en un principio; de pronto un cegador destello enciende el cielo.

—Hey tú.
—¿Qué haces?
—Te veo dormir. Siento haberte despertado. —Jena me da la espalda y deja la cámara sobre el nochero al lado de la cama. Agarra un paquete de cigarrillos y se lleva uno a los labios, voltea a mirarme y me sonríe.
 —¿Quieres uno? —Me pregunta. Le respondo que no, mientras ella busca el encendedor entre todo lo que hay sobre el nochero. —No encuentro el fuego aquí, no sé qué lo hice o dónde lo dejé. ¿Vos lo tenés?
—No, particularmente ese es el elemento del que menos tengo noción. Por alguna razón, no puedo retenerlo mucho. Es como si producto de eso, me naciera un asco descollante o ardiera tanto como para quemarme. Combustión espontánea lo llaman.
—Déjate de tonterías y mejor ayúdame a encontrar el fuego.
—¿Qué curioso? No vas a creerme; pero hace algún tiempo discutía con Víctor sobre algo parecido.
—Yo no estoy discutiendo con vos. Ya deja la bobada y ayúdame a buscar el maldito encendedor.
—Bueno. Decídete de una vez. Querés que te ayude a buscarlo o encontrarlo—. Jena se sienta y se apoya sobre el espaldar de la cama, devuelve el cigarrillo al paquete.
—¿Por qué la foto? —Le pregunto—. Ella se encoje de hombros y no dice nada, se queda mirándome, levanta las cejas, sonríe, ladea la cabeza, se muerde los labios, peina su cabello. Vuelve a sonreír —Por nada—, finalmente responde. —Es extraño eso. ¿Sabes? Dicen que el verdadero rostro de las personas, sólo se puede conocer cuando están durmiendo. El resto, son sólo máscaras autoimpuestas, a conciencia o no. Lo cual impide siempre, tal vez, conocer a cualquier persona de verdad.
—Tal vez sea porque cuando se duerme, es uno de los momentos en los que se está más desprotegido.
—¿Desprotegido? ¿De qué?
—De sí mismo.
—¿Soñabas algo? Por la expresión de intriga parecía que estabas soñando. Siento la interrupción. ¿Qué soñabas? Mirándote no pude determinar si era bueno o malo, si estabas a gusto o no… Y, bien. ¿Qué soñabas?
—Era el principio del final o el final del principio. No me acuerdo. ¿Para qué la foto?
—No creo mucho en eso. ¿Sabes? Simplemente porque estás durmiendo. Tienes los ojos cerrados e impiden la completa expresión, la mirada es la ventana, el espejo donde se refleja el verdadero sentimiento. Por eso los muertos carecen de expresión.
—Quien quita, se le dedica tanto tiempo a pulir las tales máscaras esas que tal vez en un momento dado, se convierta en el verdadero rostro, ya que el real ha sido descuidado e incluso desconocido de una manera enorme. Uno no es lo que cree ser, uno es lo que las demás personas piensan que eres. ¿Y la foto?
—Es por eso tonto. Trataba de capturarte sin pantallas, sin máscaras; puro y real.
—Gracias por lo de puro; ¿pero real? —Jena me mira y se acuesta sobre su lado derecho con el brazo acuñado entre la almohada y la cabeza. Aparta algunos mechones de cabello que le caen por el rostro, sonríe y me dice: —No es nada—. Mientras gira y queda boca arriba, mirando el techo del cuarto.
—Me gusta tomarle fotos a las personas que duermen. Sobre todo a mi lado.
—Como alguna especie de registro.
—¡No! No ¿Por qué sos así? Es sólo… No sé. Mirá, puedo quedarme mirándote, tratando inútilmente de guardar la mayor cantidad de información posible; pero no es lo mismo, tengo mala memoria y lo nuevo que llega saca a patadas lo viejo. Tal vez sea una mejor manera de conocer a otra persona, de conseguir un rostro real, una sonrisa verdadera. Ya te lo había dicho. Sin máscaras. Despierto, a conciencia, las personas pueden ocultar o mostrar lo que es o no es.

Ella continúa de cara al techo y brazos cruzados. Me incorporo y busco en la ropa, al lado de la cama, en los bolsillos del abrigo el paquete de cigarrillos y un encendedor. Enciendo uno y me quedo sentado, apoyado en el respaldo de la cama. Jena me mira con desaprobación, niega con la cabeza. Le digo:

—Lo que buscas es un resguardo, una salvación. Se podría decir incluso que una excusa.
—Yo no sé lo que busco. ¿Por qué decís eso? El problema con vos es que querés llevarlo todo hasta el absoluto. Le buscas demasiado a las cosas, le das vueltas y vueltas a lo mismo; sos como un perro idiota que trata de morderse la cola. Te tomo una foto dormido, como puedo hacerlo mientras lees, fumas o caminas por la calle. Te tomo una foto a vos al igual que lo puedo hacer con un árbol o con ese portón estilo art nouveau tan hermoso que vimos la otra noche en aquel callejón mientras caminábamos. Lo que buscaba era un maldito encendedor. —Toma la botella de Vodka del nochero y le da un trago. Le entrego el encendedor y ella me pasa la botella, toma su paquete de cigarrillos del nochero y enciende uno. El licor es barato, triturador de entrañas y de sabor horrible. Ella se levanta, y desnuda camina con el cigarrillo pendiendo de los labios buscando no sé qué.
—Deberíamos ir a cine. —Marca el “deberíamos” como si en verdad fuera algo importante—. ¿No te parece? O por lo menos ir a caminar, mirar dónde nos encontramos y seguirle el capricho a la casualidad. Comprar algo de licor, encontrar algo mejor a ese vodka que tenés aquí no debe ser difícil. Podríamos ir hasta “La Fuente”, incluso es posible que nos encontremos con los muchachos. No sé, algo me dice que esos desocupados noctámbulos no andan muy lejos de ahí.
—Si fuéramos como vos decís a “La Fuente”, no estaríamos tentando el destino, simplemente recorreríamos un camino ya preconcebido sabiendo o no, lo que podríamos encontrar. Además, eso no tendría nada de caprichoso, si me permitís usar tu palabrita.
—Estás de muerte hoy.
—Eso lo sé, simplemente te hago el camino más fácil, sin tanto pormenor.

Sigue de pie al lado de la cama, recoge algunos mechones  de cabello detrás de sus orejas. Yo me incorporo y la busco, la atraigo hacia mí; se deja caer estrepitosamente sobre la cama, busca mis labios con los suyos, me besa con un aire entre caliente y frío, con sabor a tarde que se vuelve noche, a súplica dulce, a propósito maligno. —¿Qué decís?—. Me pregunta. Acaricio su vientre y con los dedos en forma de araña que desliza hábilmente las patas por su tela, bajo hasta sus muslos, volviendo a subir hasta el ombligo, atrapándolo como a un insecto incauto, tejiendo pequeños roces, caricias sutiles, envolviéndolo una y otra vez, descendiendo una y otra vez. Ella se deja llevar, me permite asaltar con mis dedos, con mis labios, con mi lengua, su piel, su sexo, su aliento. Ella, allá arriba, hace nudos con mi cabello y tal vez sonríe, mientras la araña, pendida de un hilo empieza a deslizarse entre sus piernas en busca de la gruta sagrada, del calor abrazador. Ella se retuerce, muerde sus labios, aprisiona mi cabeza con sus muslos; emprendemos de nuevo la dulce batalla, el roce constante de dos cuerpos sólidos que transpiran, que buscan fundirse en un solo ser. Hacemos el amor de nuevo, entre contorsiones facinerosas, ahogados gemidos, caricias que se tornaron bruscas incrementando el placer; una entrega delirante rumbo a la extenuación.

Quemamos algunos cigarrillos en silencio, pasando el vodka, apoyados contra la cabecera de la cama; seguros en silencio, de lo nunca hablado, de la probabilidad conocida y aceptada. ¿Qué estoy haciendo aquí? ¿Qué puedo hacer aquí? Acaricio sin ganas su brazo, aparto un poco de cabello de sus ojos. Ella gira el rostro y me mira algunos segundos, buscando el sentimiento del que hablaba anteriormente, tal vez queriendo mostrar la falta de éste en los suyos. —Deja eso ya—. Me dice y se levanta en dirección al baño. Necesita una prueba, una forma que desconoce pero persigue ciegamente. Algo a lo que pueda mirar y sacarle testimonio, mudo de palabras, de acciones y obstáculos. Una manera que le dicte o permita permanecer o por el contrario emprender la retirada, el retroceso, la admisión del error; la lenta y dolorosa insignia del olvido. Pero, ¿olvido de qué? Trato de quedarme dormido de nuevo, arrullado por el sonido del agua que choca contra el baldosín del suelo, contra el cuerpo de ella; intento recordarlo, sentirlo, tenerlo de nuevo ayudado por el aroma que dejó impregnado en las sábanas, en la almohada, en mi piel. ¿Para qué tanta sorna? Esas ganas de rascarse la herida o peor aún de abrirla de nuevo. Aunque, nunca está demás pensar las cosas, porque bajo cada piedrita hay un secreto y muchas veces resulta que vuelves a revisar una conocida y te destapa una araña o un horrible alacrán. En el fondo, la claridad oculta más que la penumbra, debido a su mentiroso juego de apariencias. Se está tan bien aquí, y de seguro esa loca regresará con la descabellada idea de salir a andar por ahí. Jena: dulce y desagradable contrariedad.

Ya no se oye el crepitar del chorro. Siento como abre la puerta y regresa, se queda de pie junto a la cama. Ya está, no existe vuelta de hoja; todo es un volver a empezar, una clase de broma pesada, un puto truco que te obliga a comenzar de nuevo, a volver una y otra vez. Pero, ¿qué hay con las distintas maneras? Abro los ojos y entre brumas y formas coloridas puedo verla envuelta en una toalla.
—No sé qué me parece peor —dice—. Que estés ahí, con la intención de hacer nada o yo aquí, buscando sin saber por qué una verdad falsa. —Se sienta en el borde de la cama y desliza las bragas por sus piernas. Enciende un cigarrillo y se para en la cama, pasa sobre mí, alza su camiseta del suelo, la sacude y se la pone. Se sienta de nuevo en el borde de la cama, esta vez de mi lado.
—No sé vieja, digo que se hace tan difícil eso de andar dando tantas vueltas, porque de golpe y con razón sentís unas enormes ganas de vomitar. Con lo bueno que se está aquí. Y pensar o saber que no se sabe por qué. Entonces ya no quieres entenderlo.

Me incorporo y antes de alcanzar abrazarla se me escapa, rodea la cama, caminando en puntas de pie; mirándome, con el cigarrillo pendiendo de los labios, encuentra y se pone su blue jean. Camina hasta el otro lado del cuarto, allí, junto a mi máquina de escribir, se calza los Converse que horas atrás le saqué con furia y arrojé deliberadamente hasta allí.
—¿Has visto mis lentes? —Pregunta.
—Qué curioso.
—¿Por qué?
—Se supone que tengo que ver lo que ve por mí, entonces si yo no veo lo que ve por mí y eso no puede ver sin mí: es una anulación.
—¿Y por qué te parece curioso eso?
—Porque es igual a vos y a mí.

Jena regresa hasta la cama y apoya sobre el colchón el pie derecho, y  se amarra el cordón.

—¿En serio crees que nos anulemos?
—Yo no digo que nos anulemos —cambia de pie—, digo que somos una anulación.
—De verdad no te entiendo —responde sentándose en el borde de la cama, dándome la espalda, aplastando el cigarrillo en el cenicero.
—¿De verdad no sabes dónde están?

Me acerco a ella, arrastrándome sobre el colchón y la abrazo por la cintura. Sin pretensiones, incluso sin miedo. Desde el principio, hemos sido particularmente un desentendimiento en todo, ahogados en la apatía; con el mismo grado de ignorancia que se puede tener en la indiferencia. Jena encierra uno de mis puños entre unos dedos fríos, pequeños, faltos de uñas, se levanta librándose de mi poca resistencia, y empieza a buscar en el desorden del nochero. Putea. Empecinada, rodea de nuevo la cama, mi presencia; ahora busca en la pequeña biblioteca. Vuelve a putear. Mira bajo la cama. Recontraputea, se sienta de nuevo, enciende otro cigarrillo; con los codos apoyados sobre las rodillas permanece en silencio. Permanecemos en silencio, alargando los segundos. Jena, tratando de encontrar lo que ya tiene, de extender, sin razón, lo que ambos sabíamos antes de cualquier otra cosa. Me levanto y empiezo a vestirme sin tanta parsimonia, al lado de ella que continua fumando, pensando, atribuyéndole una mínima importancia a cualquier resultado. La dejo allí, metida en sus pensamientos; camino hasta la mesa de trabajo, en la cual descansa la computadora, y en donde estoy seguro de encontrar sus lentes, entre arrumes de papel, pocillos sucios e improvisados ceniceros. Tomo los lentes y el verdadero motivo, por el cual los busqué, despliego el cajón y extraigo la reserva, una pequeña y plateada licorera destinada a los tiempos de escases. Doy un trago contemplando su figura de espalda, su cabello que apenas le cubre el cuello; regreso a la cama y en vez de rodearla, paso por encima y me siento al lado de ella, que termina de fumar, le entrego los lentes y le ofrezco un trago.

—¡Vaya! Así que tenías algo mejor que ese horripilante vodka que estábamos bebiendo.
—Es Whisky. Regalo del viejo Osorio. No para cualquier ocasión. —Jena me mira y revuelve mi cabello, le da otro trago a la licorera y me la devuelve, me da golpecitos en la frente con sus dedos.
—Hey tú —dice—, me abraza fuertemente y me besa en la mejilla.
—Hey tú.
—Nunca me dijiste lo que soñabas.
—Jamás creí que fuera a despertar.
Se levanta y busca el resto de sus pertenencias, que introduce descuidadamente dentro de un bolso. De espaldas a ella, la siento ir y venir por todo el cuarto, como tantas otras veces; tal vez mientras fumaba y canturreaba algo o simplemente pensaba en un triste y medio iluminado farolito que vio plantado bajo la lluvia en alguna esquina. Continúo sentado en la cama, encorvado, con las manos sosteniendo mi cabeza y la mirada clavada en el suelo, apenado estúpidamente por lo desgastado de mis zapatos; tratando de reconstruir la forma que crea la vieja baldosa. Sabiendo estar, queriendo escapar. Negándome a ser parte del dibujo; oyendo o creyendo oír la puerta que se cierra, a lo lejos, los pasos sobre el silencio del pasillo y la oscura escalera.  

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CONTRAPORTADA 18

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Glen Tarnowski 
El Encanto Oculto De La Vida 

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