LA MÚSICA DE MIS SUEÑOS (Urraca)
Un estremecimiento raro e indeseado recorre mi ajado cuerpo y siento, hoy más que nunca, todo su peso. Sin embargo, me gana la curiosidad y me abandono a lo desconocido. Camino indeciso y lento a través de aquella calle oscura llena de escombros y basuras. De lejos se escucha música confusa y tonos diversos de voces humanas. Al fondo de la calle, se puede distinguir un par de locales viejos y con poca clientela, uno de éstos es un pequeño bar y el otro, una floristería, ambos lugares están ubicados al costado izquierdo de la calle, en lo que parecía ser, tiempos atrás un lugar de mucho comercio y festividades continúas. Me acerco decididamente al bar, afuera de éste hay tres hombres y una mujer bebiendo cerveza, fumando y escuchando la música que proviene del interior del lugar. A través de la única ventana de este sitio, puedo observar a una chica sentada a la mesa del rincón, tomando nota de un libro que tiene con ella. Mientras hago mi ingreso al bar, ella me mira con curiosidad equívoca y malsana; tiene un cigarrillo en su boca y sonríe un par de veces. Pido una cerveza y me siento a dos mesas de distancia de dicha mujer. Ella con una seña pide que me siente a su mesa y la acompañe, me levanto y me siento a su lado. Me ofrece un cigarrillo; me dice que se llama Chelis Firk y que está transcribiendo las frases que más le gustan de Thomas Mann y de Proust.
Tras unas prolongadas horas de cerveza, cigarrillos y conversaciones sobre múltiples temas, ella toma un taxi a casa y me dice que posiblemente nos veamos la próxima semana en ese mismo lugar.
Una semana después la encuentro allí mismo, pero en diferente mesa, y esta vez sin libro alguno. La noté bastante afligida y pensativa, le pregunté por su estado y si podía ayudarla; me dijo que sólo quería guardar silencio, escuchar y organizar ideas, no pasaba algo de qué preocuparse u ocuparse. De su pequeño bolso me regaló el libro de Proust, diciéndome que al día siguiente iría a visitar a su padre a otra ciudad, que estaría con él un par de meses y regresaría a trabajar en un colegio de secundaria. Esa noche hablamos de los futuros planes que cada uno tenía, de éxitos y fracasos, metamorfosis y cambios de sentimientos, de creencia y ser. Me aseguró que una de las ideas que más le atormentaban era la de volver a vivir el pasado, de experimentar nuevamente orígenes sentimentales. Todo era volátil y estaba en constante cambio, para ella no había regreso después de haber transitado el difícil camino de lo abstracto.
Chelis Firk partió a otra ciudad, antes de irse, me hizo una llamada desde el aeropuerto y me dijo que nos veríamos luego. Pasaron unas cuantas semanas y conservé la costumbre de ir a aquel viejo y solitario bar, mientras me sumergía “En busca del tiempo perdido”. Hoy la lluvia es fuerte e inclemente allá afuera, el bar esta a media luz. La puerta del bar se abre, no se ve claramente un rostro, pero si la silueta de una mujer vestida de gabán cerrando un paraguas. Los fragmentos del libro fingen una presencia en esa misma mesa, sorpresivamente me invaden las ganas de empezar un nuevo camino, las dudas y las palabras danzan a mi alrededor, siento un deseo impostergable de escuchar otra voz, de sentir otro aire. Una mujer se sienta en una mesa contigua a la mía. Mis deseos presentes están vivos, latentes; luchando contra mi memoria. Enciendo un cigarrillo e intento lentamente tararear la música de mis deseos.
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