PORTADA-DIMENSIÓN 23, octubre de 2013

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“La maldición es el camino de la bendición menos ilusoria”
Georges Bataille


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(L)ITERATURA (S)OBRE (D)ROGAS (Johnny C.)

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EXTRODUCCIÓN 08

 “Para no padecer el horrible fardo del tiempo que quiebra los hombros y los inclina hacia el suelo, uno debe embriagarse infatigablemente. Pero ¿de qué? De vino, de poesía, de virtud, de lo que sea. Pero embriagarse”.
Charles Baudelaire

Clormetiazol, Ciclozacina, Dextropropoxifeno, Nabulfina, Semoxidrina, Petinida, Pentozocina, Morfina, Pentotal. Tal vez no le digan mucho, a ver, pruebe con estos: Torazina, Litio, Torinal, Nembutal, rohypnol, Mandrax, Valium, Benzedrina, Prozac, Seconal, Rivotril, Amital, Librium. Quizás alguno de esos últimos sí pudo reconocer, y si no, haga una prueba más. Opio, LSD, PCP, MDMA, Ketamina, Anfetaminas, Heroína, cocaína, mezcalina, peyote, marihuana, nuez moscada y los inexorables alcohol y cigarrillo.
Tal vez junto a la mujer, las drogas sean la principal fuente de inspiración y perdición de todo aquel dispuesto a la lucha contra el papel en blanco. Es normal que cualquier adicto a este vicio, (me refiero al de escribir) intente de alguna manera sobrealimentar su imaginación y creatividad o por lo menos la palabrería por medio del uso de algún “elemento” que de alguna manera, potencialice el cerebro y a las pocas neuronas sobrevivientes al estilo de vida  excesivo de esta era moderna. Algunos, lo logran simplemente con oír música, o sosteniéndose de un cigarrillo (en este caso, la mayoría de las veces uno no es suficiente) ¡Y claro! No pueden faltar, los que se bañan el cerebro con café (en este otro caso, se puede decir que uno, tampoco es suficiente). Pero otros, han querido subir la apuesta queriendo ir más lejos, buscando explorar los recovecos más ocultos y profundos de la cabeza, el espíritu, el sentir; en otras palabras y en un todo: la vida.
Desde el principio de los tiempos, en la literatura, muchos escritores han querido, experimentado, usado y abusado conciente o inconscientemente de ciertas sustancias que tal vez tienen el poder de incrementar la capacidad imaginativa o de abrir las puertas a una revelación, que en un estado normal de sentidos y percepción no sería posible alcanzar. 
Drogas y literatura: una combinación por ósmosis que para bien o para mal a lo largo de la historia, ha engendrado de una manera evidente o disimulada grandiosos resultados en el campo de la literatura; aunque se puede decir, sin riesgo a equivocarse, que la literatura no es, ni ha sido el único arte en el cual las drogas no hayan tenido un rol principal o secundario.

Cabe resaltar que, esto no es una apología al uso de las drogas (o tal vez sí) tampoco una censura a las mismas, esto, simplemente es un breve y superficial repaso a algunos  escritores y escritos repletos de “vitaminas” para el cerebro y el alma.
Es muy fácil encontrar ejemplos de dicha combinación, la lista es enorme, haciendo particularmente complicado encontrar casos que de alguna manera no hayan sido adictos a algo; ya que casi cualquier acto que se ejecute con bastante regularidad, se le puede llamar adicción. Es un hecho que desde siempre; pero más en esta era moderna, quizás porque el ostracismo o la aceptación (aunque no tanto) al hecho de consumir adictiva o recreativamente alguna sustancia es menor en comparación con eras pasadas; hayan surgido escritores que para bien o para mal se adentraron en un mundo de ensoñaciones inyectadas, bebidas, fumadas o tragadas; dando como resultado a libros y obras a veces referentes de la literatura moderna.
Comencemos pues, el viaje:
Como se ha dicho, las drogas han estado presentes desde siempre; algunos sostienen que escritores como Dante y Shakespeare consumían alucinógenos, mientras llevaban a cabo algunas de sus obras. Pero es necesario esperar hasta 1822 para encontrar una referencia abierta al consumo de drogas, con la publicación de “un inglés comedor de opio” del británico Thomas de Quincey; una obra autobiográfica en la que relata su adicción al opio y otros derivados de la amapola. Desde ahí, hasta nuestros días, no ha dejado de surgir literatura producto de adicciones, alucinaciones o experimentaciones con alguna sustancia. De la mano de Thomas, Baudelaire escribió sus “paraísos artificiales” bajo la influencia del hashís. Algunos coterráneos y contemporáneos como Rimbaud y Verlaine no se quedaban atrás con el opio y la absenta; Jean Cocteau otro devorador de opio, autor de “los niños salvajes”; y como dejar de lado el “teatro de la crueldad” de Antonin Artaud, escrito bajo los efectos de la mezcalina. ¡Malditos franceses! Otros, como Robert Louis Stevenson, quien bajo la influencia de la cocaína escribió “el extraño caso del doctor Jekyll y el señor Hyde” o como Sigmund Freud quien encontró en este alcaloide un estimulante, el cual defendía y consumía mientras andaba escribiendo “la interpretación de los sueños” . Imposible pasar por alto a Arthur Conan Doyle, quien deja bien claro su preferencia en “Sherlock Holmes”, Otros como el filósofo francés Sartre y su “náusea” o el poeta Henry Micheaux preferían las benzedrinas o anfetaminas; Aldous Huxley con “las puertas de la percepción” o el icónico símbolo beatnik  “en el camino” de Jack Kerouac escrito a base de benzedrina y alcohol. Phil K. Dick adicto a las anfetas llevó a cabo a punta de semoxidrina su sci-fi más trastornada.
Ninguna lista por corta o larga que fuese, respecto a escritores “drogos” quedaría completa sin el hombre “del millón de dólares en las venas”, por supuesto, me refiero a William S. Burroughs, alguien que de seguro probó de todo, aunque enganchado principalmente a la heroína, el autor de “Junkie y almuerzo al desnudo” es el hombre escogido, el iluminado supremo debido a su longevidad e itinerante recorrido. Detrás de éste, aunque no mucho, otro que las probó casi todas, Hunter S. Thomson, una farmacia ambulante, autor de “miedo y asco en las vegas” un viaje repleto de LSD, mezcalina y alcohol.
Para terminar, inevitable dejar de lado a los que preferían empinar el codo, entre tantos, algunos como: Bukowski, Hemingway, Capote, Faulkner, Joyce, Fitzgerald o Poe, quienes hundidos en mares etílicos hacían de las suyas con las letras.

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LA MÚSICA DE MIS SUEÑOS (Urraca)

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Un estremecimiento raro e indeseado recorre mi ajado cuerpo y siento, hoy más que nunca, todo su peso.  Sin embargo, me gana la curiosidad y me abandono a lo desconocido. Camino indeciso y lento a través de aquella calle oscura llena de escombros y basuras. De lejos se escucha música confusa y tonos diversos de voces humanas. Al fondo de la calle, se puede distinguir un par de locales viejos y con poca clientela, uno de éstos es un pequeño bar y el otro, una floristería, ambos lugares están ubicados al costado izquierdo de la calle, en lo que parecía ser, tiempos atrás un lugar de mucho comercio y festividades continúas. Me acerco decididamente al bar, afuera de éste hay tres hombres y una mujer bebiendo cerveza, fumando y escuchando la música que proviene del interior del lugar. A través de la única ventana de este sitio, puedo observar a una chica sentada a la mesa del rincón, tomando nota de un libro que tiene con ella. Mientras hago mi ingreso al bar, ella me mira con curiosidad equívoca y malsana; tiene un cigarrillo en su boca y sonríe un par de veces. Pido una cerveza y me siento a dos mesas de distancia de dicha mujer. Ella con una seña pide que me siente a su mesa y la acompañe, me levanto y me siento a su lado. Me ofrece un cigarrillo; me dice que se llama Chelis Firk y que está transcribiendo las frases que más le gustan de Thomas Mann y de Proust.
Tras unas prolongadas horas de cerveza, cigarrillos y conversaciones sobre múltiples temas, ella toma un taxi a casa y me dice que posiblemente nos veamos la próxima semana en ese mismo lugar.
Una semana después la encuentro allí mismo, pero en diferente mesa, y esta vez sin libro alguno. La noté bastante afligida y pensativa, le pregunté por su estado y si podía ayudarla; me dijo que sólo quería guardar silencio, escuchar y organizar ideas, no pasaba algo de qué preocuparse u ocuparse. De su pequeño bolso me regaló el libro de Proust, diciéndome que al día siguiente iría a visitar a su padre a otra ciudad, que estaría con él un par de meses y regresaría a trabajar en un colegio de secundaria. Esa noche hablamos de los futuros planes que cada uno tenía, de éxitos y fracasos, metamorfosis y cambios de sentimientos, de creencia y ser. Me aseguró que una de las ideas que más le atormentaban era la de volver a vivir el pasado, de experimentar nuevamente orígenes sentimentales. Todo era volátil y estaba en constante cambio, para ella no había regreso después de haber transitado el difícil camino de lo abstracto.
Chelis Firk partió a otra ciudad, antes de irse, me hizo una llamada desde el aeropuerto y me dijo que nos veríamos luego. Pasaron unas cuantas semanas y conservé la costumbre de ir a aquel viejo y solitario bar, mientras me sumergía  “En busca del tiempo perdido”. Hoy la lluvia es fuerte e inclemente allá afuera, el bar esta a media luz. La puerta del bar se abre, no se ve claramente un rostro, pero si la silueta de una mujer vestida de gabán cerrando un paraguas. Los fragmentos del libro fingen una presencia en esa misma mesa, sorpresivamente me invaden las ganas de empezar un nuevo camino, las dudas y las palabras danzan a mi alrededor, siento un deseo impostergable de escuchar otra voz, de sentir otro aire. Una mujer se sienta en una mesa contigua a la mía. Mis deseos presentes están vivos, latentes; luchando contra mi memoria. Enciendo un cigarrillo e intento lentamente tararear la música de mis deseos. 

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LETRAS DEL AMOR... ENTRE OTRAS COSAS (Mb-6v!)

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Despertó al otro día, entró al cuarto para recoger el cuerpo, pero ella no estaba, ni siquiera su sangre. Había olvidado quizás, como de costumbre olvidaba las cosas, dar un golpe letal. Podría estar viva para su mal y ese era su drama. La conoció tan pronto como lo quiso el deseo, no fue a primera vista; pero todo estaba resuelto a enredarse con la mirada. Todo era demasiado monótono para esperar la noche, entonces se regocijaban en la antesala, entre otras cosas, para matar el frío y el tiempo. Sus estudios le otorgaban la observación y con la mayor sutileza se envestía en su labor como una aspiración hacia ella: era de esas que rima al ser coquetas, tiernas al odio e irresistibles al viento. Una vez hablando de mortalidades opinaron las iras de asesinar desgracias, de degollar torpezas y  deglutirlo luego, pero sabían que, las manos no alcanzaban para tanto alboroto y mejor, como otras cosas, se limitaban al amor de dos, olvidar el mundo y su destrucción, los genocidios y las masacres arbitrarias que no les tocaban. Se cansó un día, como de costumbre se cansaba de las cosas y quiso matarla, entre otras razones, porque llevaban demasiado juntos. Dio término a su libro para deshacerse de ella, así, a lo rojo, a lo sangría, empuñó fuerte su pluma con toda violencia permitida hasta agotar respiros y caer; pero el punto que tanto le exasperó fue clavado dejándole intacto el corazón…

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PÁRPADOS ABRIGANTES DE IRREALIDAD (Luna llena)

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De repente se estremeció, abrió los ojos,  y observó con desdén que había sido trasladada a un mundo totalmente diferente. Este mundo era triste, apesadumbrado, gris...
Mientras observaba, cada vez con más extrañeza escuchó a alguien decir que este era el mundo real, pero…. “¿Qué era real?”, se preguntó ella, y entonces casi instintivamente se volteó hacia el otro lado de la cama y se cubrió con su cobija, para que de esta manera, aquello que era real no se atreviese siquiera a tocarla.

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EL RESPLANDOR (RH)

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Todo inició hace pocos días…quizás un par de semanas. No sé. Los días se confunden unos con otros y no logro percibir el paso del tiempo.  Miro por la ventana hacia el firmamento y brilla por su ausencia el sol, oculto tras el velo blanco que lleva ya varios días allí. De las laderas desciende un frío seco que maltrata la piel y los huesos. El viento pasa suavemente por las calles silbando en los tejados, haciendo crujir las maderas y sacudiendo con delicadeza la esquelética copa de los árboles.  A lo lejos, la ciudad de fachadas grises, opacas y de parques solitarios sumergidos en silencios haciendo eco a las campanas de las iglesias y al revoloteo de las palomas que huyen al tenue movimiento de algo que ninguno de nosotros puede percibir. Pero ellos sí, los animales. La agudeza de sus sentidos no se compara con los nuestros. Ellos ven, huelen, oyen, sienten más de lo que nosotros, pobres seres, podemos sentir. No vemos más allá de las apariencias, de lo comúnmente conocido. Nos movemos por las calles como tristes cadáveres teniendo todo por seguro. Sin embargo, hay fugaces instantes, milésimas de segundos en las que sentimos lo desconocido respirándonos en el cuello,  susurrando en la oscuridad de la noche o una sombra que se desliza rápidamente por las paredes. Es algo así como un resplandor que te permite ver lo otro, lo del más allá, sentir las otras presencias… alguien viene. Es Frank,  trae la medicina. Trago las pastillas maquinalmente, mientras él me da golpecitos en la espalda como si yo fuese un niño. Antes de irse revisa el cuaderno, lo deposita de nuevo en mis manos, se va alejando con la bandeja de medicamentos y haciendo un movimiento de lado a lado con la cabeza. Cierra la puerta con doble llave, coloca el pasador,  después el candado y se va por el pasillo silbando hacia la próxima habitación, donde lo reciben con gritos y al rato pasan los muchachos de blanco, bastón en mano, camisa de fuerza, inyección, silencio.  Retomo el cuaderno… las presencias… Yo tuve ese resplandor, por eso estoy aquí, en este manicomio, llamado de forma rimbombante Centro Psiquiátrico de Kisbulls, donde el bienestar mental de nuestros pacientes es nuestro objetivo primordial.  Pero no estoy aquí simplemente por tener un resplandor,  de hecho eso es insignificante para las autoridades, un individuo que esté hablando barrabasadas todo el día es lo más inofensivo que puede haber. Sin embargo, cuando del discurso se pasa a los hechos, he allí  una amenaza para la sociedad y merece estar encerrada. Por eso estoy aquí. Por cometer un hecho punible bajo las estupideces, según ellos en su razón, de unas visiones y un discurso esquizofrénico. Pero ellos no entienden que todo obedeció a un resplandor, la ceguedad de su razón no les permite ver lo verdadero que hay detrás de ello, no les permite creer mi versión porque no se cierne a ninguna lógica explicable. Lo que sucedió está por fuera de toda razón, no hay forma de demostrarlo, sólo relatando los hechos tal cual fueron sucediendo, podría  echar un mínimo rayo de luz sobre algo tan oscuro.
Corría el mes de agosto y mi economía de estudiante en una ciudad desconocida, no era la mejor. La austeridad  crecía y ya no podía pagar la habitación en la que estaba. Debía buscar otra que se acomodara a mi bolsillo. Un día, Carlos, compañero de estudio, me dijo que había una habitación en la 45ª a cuatro calles de la universidad. Ese mismo día fui a mirar y a la siguiente noche ya estaba instalado en la habitación, a pesar de su mal aspecto. En sí, todo el edificio era un vejestorio venido a menos, sus cinco pisos no daban testimonio de la bella arquitectura con la que fue construido, según pude ver en la foto que me enseñó la dueña cuando fui a hablar con ella. Era una señora mayor que vivía en el primer piso, al parecer sola. Y subsistía de arrendar habitaciones miserables a prostitutas, vagabundos, ex convictos, prófugos, y estudiantes necesitados. La miseria se paseaba por los pasillos, las escalas, los cuartos, los baños, las paredes. Todo el conjunto parecía estar bajo el influjo de una maldición. A pesar de todo esto, me quede allí y ¡Cuánto me arrepiento!
Ya llevaba dos meses viviendo en este lugar, cuando empezaron a suceder algunos hechos extraños, que en primer momento dejé pasar en alto, pero que después no pude evitar pensar. El primero sucedió una noche de octubre, un olor nauseabundo envolvió de repente la habitación, era como un olor a sangre y a carne descompuesta. Traté de averiguar de dónde venía, miré en la nevera si había algo descompuesto. No había nada. Abrí la ventana mas no dio efecto, el olor persistía. Estuve a punto de marearme, sentí náuseas. Tuve que abrir la puerta y arrojarme en el pasillo. El olor no llegaba allí. En el piso de abajo, en el tercero, se escuchaban los quejidos de una mujer. No eran los típicos quejidos de placer de las muchachas, además a esa hora ellas aún no habían llegado con los clientes. Este quejido no podía ser de placer. Alguien andaba por ahí abajo llorando. Pero ¿quién?  De repente, escuché que algo cayó dentro de mi habitación; fui presa del miedo, temblaba y sudaba frío. Estuve a punto de salir corriendo, pero recordé que estaba en ropa interior. No sabía qué hacer. Si gritar o esconderme en cualquier parte. Los quejidos se fueron alejando, aunque algo peor sucedió, la puerta de mi habitación se fue abriendo lentamente como si la empujara el viento. Fue en ese momento cuando tuve el primer desmayo.

Al despertar era ya de día y estaba sobre la cama. Traté de recordar cómo había llegado hasta allí, me fue imposible. Un poco temeroso recorrí la estancia en busca de alguna señal,  sólo en el baño encontré una mancha pegajosa que salía del grifo de la ducha.  Deduje que sería de la tubería. Tomé la ducha, desayuné, me vestí sintiendo la sensación de ser observado. Y salí rumbo a la universidad lo más rápido posible cargado de un miedo inefable. Llegó la noche y presa del temor busqué el sueño, pero aquella vez no sucedió nada. No obstante, la noche del viernes, la del domingo, la del lunes, martes, miércoles, se repitió todo de igual forma; el mismo olor, los quejidos, los golpes. El sueño se hacía insoportable, era dominado por el  insomnio, y durante el día conservaba el mareo y las ganas de vomitar. Empecé a buscar otro lugar donde quedarme, sin encontrar nada. Las noches  pasaban unas tras otras de igual forma.  De repente, ya no sabía si estaba soñando o era verdad todo lo que ocurría durante las horas nocturnas. Relaté a algunos amigos lo sucedido y lo único que recibí fueron burlas. En el estudio no marchaba, mi aspecto era enfermizo. Ya no podía quitarme ese olor de encima. Una noche soñé que dos hombres entraban a matarme, pero fue tan real que desperté gritando. De ahí en adelante, ese sueño se repetía una y otra vez. Y mis gritos desgarraban el silencio de la noche. Y en la mañana la mancha negra en el baño. Algo había en ese baño. Un día la dueña me llamó a su piso, para comentarme las quejas de los demás inquilinos sobre mis gritos. Yo le relaté lo que sucedía y ella dejó escapar una carcajada. Dijo que mandaría a un plomero para revisar lo del baño. Mientras tanto, que dejara de leer tanta pendejada o me sacaría a la calle. En la tarde o al otro día llegó el plomero. Se encerró en el baño y al rato salió diciendo que no había nada dañado, y que sólo extrajo una bola de pelos. Sin embargo, hubo algo que el plomero no vio en esa bola de pelos, y fue un anillo.  Inmediatamente destapé el grifo de la ducha, introduje la mano en ese agujero hasta asir algo alargado, lo enjuague y ¡oh miedo asqueroso!, era un dedo. El vómito salió a chorros, sentía que vomitaba gusanos, sangre, dedos. Era presa de escalofríos, los huesos me dolían horrible y la cabeza giraba al vértigo. Incorporándome con dificultad, salí de la habitación. Esa noche dormí en la casa de un amigo. No quise contarle nada. A la mañana siguiente, madrugué por mis corotos, quería marcharme lo más pronto posible de esa pesadilla, así me tocara cancelar semestre y regresar a la casa de mis padres. Empaqué lo más rápido posible cuanto pude, al bajar por las escalas me topé con la dueña, iba vestida de negro y entre las manos llevaba la foto de una joven mujer. ¿Quién es ella? -Le pregunté de golpe-. Ella es mi hija, muerta hace diez años. No pregunté nada más. Le dije que me marchaba y que muchas gracias por todo. Bajé corriendo los escalones mientras recordaba el rostro de la fotografía, había algo en él de particular, pero… ¿Qué? …¡El anillo!, en la foto ella tenía el anillo. Desvié mis pasos hacia la universidad, pensando miles de cosas, sintiendo como la fiebre se apoderaba de todo mi cuerpo. En la sección de archivos solicité los periódicos de hace diez años y minuciosamente busque página por página, hasta encontrar la noticia: “Niña de quince años desapareció en su propia casa la noche de su cumpleaños. Los hechos ocurrieron este 14 de julio en el Barrio Los Comuneros al Oriente de la Ciudad. Mientras los familiares celebraban los 15 de la niña, ella desapareció sin dejar rastro”. Unos meses más tarde el mismo periódico reseñaba: “continúa el misterio de la niña desaparecida de los Comuneros, las autoridades han perdido el rastro”. Nunca la encontraron porque está enterrada en el baño de la habitación 401 del edifico de la 45a. Ese olor, esos quejidos. El sueño repetitivo de los hombres matándome. Sin pensarlo dos veces me levanté de la mesa y encaminé mis pasos hacia el edificio, caía una leve lluvia, ascendí rápidamente por las escalas. El lugar estaba en completo silencio. En el zaguán del segundo piso me encontré las herramientas del obrero, tomé su pico y su pala. Abrí sin temor la puerta de la habitación 401 y empecé a romper el piso grueso del baño. Al rato escuché que alguien golpeaba la puerta.  Era Marta, una de las muchachas, dijo que yo la había invitado a venir  la noche anterior cuando nos encontramos en el pasillo, para que conversáramos sobre lo nuestro. Realmente no lo recordaba, no podía recordar haberle hablado a esta mujer. Hay vacíos en mi mente, por ejemplo, no sé en qué instante pasamos de la puerta a la cama y terminamos haciendo el amor. Y no sé en qué momento empuñe el pico y le partí la espalda en dos, después los brazos, la cabeza, las piernas. Así fue como la mataron a ella. La habitación olía a sangre, a carne. Algo estalló en mi cabeza y caí profundo. Cuando desperté, la luz del sol se colaba por la ventana, tuve la sensación de haber tenido una horrible pesadilla, que todo había sido un simple sueño. Pero al girar la cabeza hacia el otro lado,  la realidad era completamente diferente. Charcos de sangre que conducían al baño y en el piso de éste el cuerpo descuartizado de esa mujer, al lado el pico y la pala. ¿Quién pudo haber cometido esto? El informe policial me señalaba como el asesino y que la única muerte ocurrida en ese baño era la de esa tal Marta. Que la dueña no tenía ninguna hija desaparecida, que la herramienta no la encontré en el pasillo, sino que la compré un par de días antes. Que entre Marta y yo hubo un romance y ese fue uno de los motivos para matarla.  Realmente no recuerdo nada, sólo ese olor a sangre y a carne descompuesta que aún persiste.

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ANTES DEL DÍA Y DESPUÉS DE LA NOCHE (Johhny C.)

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para ella

 Una noche, él le regaló la luna; quizás porque no tenía lo suficiente para una caja de chocolates o porque fue lo primero que encontró al encontrarla sorpresivamente surcando las calles y el cielo. Después de un tiempo, tal vez mucho, quizás hace un día, tres semanas o dos meses, quiso completar el paquete regalándole un arcoíris; queriendo de alguna manera, compensar la falta de color de ese pedazo pálido, rocoso y agrietado. Pudo suceder que en su desesperación o apelación, no se diera por enterado del pésimo estado de los colores de ese arco-gris como día y feo de invierno.
No funcionó, ni siquiera cuando tiempo atrás, antes  del día y después de la noche, quiso mostrarle lo mucho que ella, para él, valía; al saltar y tocar el cielo con las manos, algo verdaderamente fácil de lograr sólo con sostener la mano de ella, si ella, ¡cómo no! estaba a su lado o de lado intentando individualmente-juntos hacerle la buena y única posible jugada al destino.
Él no puede creer su pequeña, diminuta, mínima suerte o su gran, enorme, gigante infortunio; cuando ella, de muchas maneras, formas y tratados basados en yonoséques-porqués-comós-cuándos que no logra o puede entender,  descifrar, enumerar o congeniar, le hizo saber que amigosnadamás-amigos-nada-más. Algo que para las aspiraciones, esperanzas y sueños de él, es pero demasiado, demasiado, demasiado muy poco.  Y pasa que no es que él sea el tipo más simpático de los alrededores, ni siquiera el más significativo o le sobren los amigos, que sólo están cuando necesitan algo y siempre nunca al necesitar que estén.
Sólo amigos es lo que ella propone después de la luna, el día, el arcogris, la noche y algún tiempo después de todo. Esa propuestadecisiónrespuesta, es algo que a él le carcome el buen dormir y le enturbia las ilusiones; un ideal que para las expectativas de él con ella, simplemente es muy poco; un algo que a comparación de él, hace de ese estúpido y descolorido arcoíris un sol en cielo sin nubes; es un algo que le rebota entre el concepto y el concreto de la testa; una particularidad en los días y una bestia halada en las noches.
Tiempo atrás de la luna, ella fue esquiva. Tal vez por “esperar un momento ideal o con el ideal de qué carajos, qué idiota para molestar” porque la historia es de por sí ya larga. Ahora, ni siquiera amigos, debido a la negación de ambos por los ideales del otro; cosa que hace sufrir a los dos (tal vez) -a él seguro-, por aquello de que es posible que no importe sufrir en secreto mientras se está cerca. O ¿quién sabe?

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SACIADO DE GUERRA (VATICINIO DE UN TRÁGICO FINAL) (Psyquest)

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Aturdido miró al cielo el alud de lágrimas de nube, como si cada gota hiciera honor a  esas vidas perdidas de sus compañeros en aquella guerra. Él, tumbado entre arbustos, no cedía ante el estremecedor entumecimiento muscular; seguiría cavando la trinchera que contenía su oportunidad de vivir o morir. Cada cavada se daba al compás de su corazón bombeante, acelerándose al sentir unas ramas crujir ante los pasos de quien lo acechaba. De repente, sintió llegar su fin al escuchar un estruendoso grito: - ¡Martín, ven a comer ahora mismo o yo misma te saco de ese hueco en el jardín!

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LA ÚLTIMA NOCHE DE LA POESÍA (Mb-6v!)

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Saca su gran libro ante la multitud y comienza casi que a murmurar,  -dícese su voz- Hay paz, un sabor a palabra de viejo sabio, hay letras –Más bien silencios alborotados- que van transportando el placer de su recital a un impetuoso jardín flotante. Desde su rostro hacia la cima, empiezan a brotar paisajes  suculentos; de vez en cuando es adrenérgico y mortal, consigue asesinar la inocencia con un guiño advertido, pero luego, viene la paz, nada cambia entre punto y punto, excepto el mundo que se estremece. Sus manos bailan a través de los espectáculos que va dibujando la imaginación, él escribe para combatir el mundo. Hubo de quedarse quieto en un momento, helado el sonido clama, cae el libro a su cuna terrena, se derraman las palabras y el mundo entero se desmorona, al quedarse sin viejo y sin palabras.

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CONTRAPORTADA 10

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