PARANOIDE (RH)
En la penumbra de su habitación, como siempre que se dispone para salir a su trabajo, Armando se deja seducir por la hipnótica luz del televisor. En el aparato, la voz desesperada y con tono alarmante del presentador: “atención hoy en noticias…”En las noticias lo mismo de siempre: atracos, homicidios, estafas, capturas. El pan de cada día, la vida en sociedad. “Vamos a unas pequeñas propagandas”. Una oleada de publicidad, más violencia: “La única recomendada por odontólogos”. Armando corre al baño a cepillarse los dientes, se mira en el espejo pasándose la mano por el poco cabello que le queda. “¿Quién quieres ser hoy?” Se acomoda la ropa, calza las zapatillas. “Deja tu huella al caminar”. De nuevo las noticias. La sección roja, las crónicas de la noche, el homicidio a flor de piel. Las mil y una maneras de ser asesinado en este país, desde la más común, hasta la más exotérica. Muertes y más muertes de todas las gamas y en todas las clases sociales. Muertes de todas las edades y todos los géneros: hombres, mujeres, animales y extraterrestres; porque aquí matan todo lo que se mueve. Todo lo que habla, ve y escucha. El rostro de Armando se desfigura con cada crónica; se desvanece la tranquilidad; los nervios se alteran; el mensaje noticioso se repite una y otra vez en su mente: “lo mataron cuando salía de su casa”. Pasan a los deportes, más violencia. Es hora de salir a trabajar y Armando asegura ventanas, puertas, rejas; esconde el dinero en su relojera. Sale de casa. Se encomienda a sus santos. Desciende los cinco pisos. Pero, “¿Si quedó bien cerrada la puerta?” Vuelve a subir los cinco pisos. Mejor cerrada no puede estar: triple macho y doble pasador con candado. Aún no amanece. El tramo solitario de su casa a la terminal de buses lo hace a paso rápido. Mira aquí y allá. “Lo mataron cuando salía de casa”. El autobús rueda por la autopista a una tremenda velocidad. Armando, en cada curva se sostiene con todo su cuerpo al asiento. “Accidente de buseta deja cuarenta muertos”. El autobús se detiene y recoge a un pasajero que va a sentarse en los puestos de atrás. Armando se alarma por el mal aspecto del sujeto y su extraña mirada. Lo mira de reojo, parece que el hombre le mira. Armando transpira. Gotas de sudor, temblor, un feroz escalofrío le recorre las vertebras. El vehículo se adentra por los primeros barrios de la ciudad. El alba empieza a clarear en el horizonte. El hombre de atrás ha cambiado de asiento, Armando percibe el movimiento. Simula ver por la ventanilla, falta camino. De repente, siente que una mano se posa sobre su hombro; es el hombre de mal aspecto. Armando va a desmayarse; pero en un movimiento de reflejo se levanta, presiona el timbre y desciende del autobús. No sabe dónde esta, echa a caminar por esas calles con dirección al sur. A medida que camina, el ambiente de la calle se hace deprimente. Algunos travestis y borrachos se resguardan en la penumbra de los aleros. Malos olores. Gotas de sangre. Gritos. Sirenas. Empieza a amanecer, la luz del sol no ahuyenta el peligro. Armando desespera, camina más rápido, siempre hacia el sur, al lugar de trabajo. Mira hacia atrás y con gran temor ve que el hombre de mal aspecto o uno parecido a él, le persigue. “Lo mataron por robarle el celular”. El mensaje noticioso taladra la mente. Armando corre, corre como loco por las calles. No ve para donde va, sólo corre porque se quiere salvar de una puñalada, de un tiro en la cabeza, de ser una crónica roja; y corrió hasta llegar a un cruce de calles. Allí se detuvo o lo detuvo un golpe seco y certero. Sólo se escuchó el frenazo del autobús, el golpe del cuerpo en el asfalto y el grito de un travesti: ¡ahh! ¡ahh! ¡Lo mataron! ¡Lo mataron!
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