Moral con sed de venganza

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 Por: Urraca


“Todas las cosas que hoy consideramos como buenas fueron en otro tiempo malas: todo pecado original vino a ser virtud original. El matrimonio, por ejemplo, era tenido como un atentado contra la sociedad y se pagaba una multa por haber tenido la imprudencia de apropiarse de una mujer”.
Todos aquellos sentimientos y “valores por excelencia”, de los que el hombre hoy, se ufana de tanto poseer, fueron antaño despreciados e incluso aborrecidos y se avergonzaba el hombre tanto de la dulzura en aquel tiempo, como lo hace hoy con la arrogancia.
Aquellas necesidades y conceptos universales que el hombre demandaba tan indispensables en una sociedad (necesarias para el desarrollo universal, con calidad, paralela al desarrollo de la misma), los proclamó con benevolencia un día y los nombró ante su pueblo bajo el nombre de “Derechos”. Pero estos “Derechos”, en su mayoría fueron instituidos con violencia y oprobio, camuflada e infiltrada en la sociedad, con innovación y sumisión. Es consecuente pensar que bajo esta lógica, muchos hombres renunciaron a la venganza por someterse al derecho. De ahí que, se diga (desde la época del pensamiento aristocrático), cada paso que el hombre ha dado sobre la tierra, le ha costado suplicios, sangre, tedio, mártires. Nada nos ha costado más caro que esas migajas de razón y libertad, que de todo esto hemos obtenido, incluso hasta de la misma vanidad que sentimos al obrar y pensar de acuerdo a esa lógica.
Esta misma vanidad (y ya lo promulgaba aquel pensamiento genealógico alemán), es el que nos ha impedido considerar “la moralización de las costumbres”, que tanta huella y carácter ha marcado en la humanidad a lo largo de la historia. ¡La historia!, esa esfera en donde resaltan los conceptos morales  de “falta”, “conciencia”, “deber”, entre otros,… le ha costado sangre al hombre, como todo lo grande que ha obtenido en la tierra.
Al pactarse un trato entre diferentes partes, se firmaba un acuerdo entre ellos, en el que el deudor ponía como garantía algo de valor para resarcir su falta en caso de incumplimiento del trato. Ponía como garantía sus bienes, su trabajo, su libertad, su mujer, e incluso a veces daba como  garantía su cuerpo mismo, al determinar que podría extraer de su cuerpo cualquier órgano, sangre, cabello, entre otras. (Recordemos este último caso de forma idéntica, presentado en la obra “El mercader De Venecia” de William Shakespeare). Todo esto con el propósito de dar una firme garantía al prestador.
¿Dado esto, podría darse el “derecho” al prestador de tomar “venganza”, en caso de tal que el deudor huyera posteriormente, perjudicando y evadiendo éste, el previo trato, confianza y dignidad misma de ambas partes?.  “Derecho a tomar venganza”, ¿qué les parece a ustedes? Hace ya mucho tiempo que pienso en esto. ¿Brindaré alguna vez a la salud de alguien que ha tomado o exigido venganza? ó ¿clavaré en su pecho alfileres de culpa, repudiándolo, culpándolo y reprochándole semejante comportamiento, aún así sea por simple tedio? ¿Qué dicen ustedes?
Aquel que introduce la idea de “venganza” en sus actos hace más densas, más espesas las tinieblas en lugar de disiparlas. ¡Es verdad!, esta idea repugna a la delicadeza humana e incluso a la hipocresía, de aquellos animales domesticados llamados hombres, nosotros mismos. A pesar de esto, aún hoy se derrama sangre, incluso más que antes, proclamando el sentido de la justicia, bajo el filo mortal de una espada llamada venganza.
Incluso a veces bajo conveniencia y camuflajes, podría parecer justificada, la idea que el hombre defiende (incluso estéticamente), esa idea de que la venganza es un placer e incluso de que es inocente y natural esa necesidad de crueldad, esa “maldad desinteresada” (o como dice Spinoza, simpathia malevolens).
“Sin crueldad no hay goce, he aquí lo que nos enseña la más antigua y larga historia del hombre, disfrazada bajo el manto cálido y envergaduras que los matices de la venganza refulgen, y atacada y repudiada bajo los vestigios y principios que la moral defienden”.
 “Todo pecado original vino a ser virtud original”… ¡Eternas ironías éstas, de las que aún hacemos jolgorio!

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