EL PASADO LO EXIGE ASÍ (Johnny C.)

No hay comentarios.



Entro y la habitación está sumida en penumbra, apesta a lo que suele apestar el lugar que has elegido para esconderte del mundo; esa mezcla de desazón, soledad y sentimiento de que nada cambiará sin importar lo mucho que se haga o se deje de hacer. Constantemente se confunde la idea reconfortante de estar, con el costumbrismo por la vida, con el mundo, con las personas que te rodean sin que sepas por qué. Permanecer, no es más que un estado en el que te desmoronas lentamente sin saberlo o tal vez sabiéndolo; pero con la conciencia siempre puesta lejos, en otras cosas, en lo que sea necesario para no permitirse aceptar lo primero que se supo y con lo cual nunca se estuvo de acuerdo. Porque desde los años de la bastarda adolescencia se empieza a probar de todo, a mirarse; obligado a saberse de la manera que no se puede ser. Empujado al odio por los sueños que empiezan a  convertirse en mentiras infectas, con la noción horrible y asertiva de que nunca se va a tener o ser nada en verdad; sin abandonarse, sin entregarse íntegramente a eso que algunos imbéciles suelen llamar vida.
Enciendo la luz de la habitación y dejo que los colores golpeen mis ojos, solo el tiempo suficiente para localizar los cigarrillos y la botella de aguardiente que surgen recíprocamente encima de la mesa, junto  al resto de tonterías que sueles ir acumulando con el paso del tiempo: libros; libretas; librillos; carpetas; botellas grandes, pequeñas, alargadas, rechonchas; papeles de toda clase, avisos publicitarios, administrativos; volantes de restaurantes, de mantenimiento de electrodomésticos; recibos sin pagar en letras grandes y rojas; uno que otro plegable explicando el fin del mundo y el advenimiento de alguien dispuesto a salvar unos pocos elegidos entre los cuales no te encuentras, entonces optas por la indiferencia y por ganar dos puntos con la basura, tal vez tres dependiendo de la distancia y la suerte. Porque la vida se resume en eso, si existe una palabra o acción para explicar y entender la vida, esa sería acumulación. Eres tu propia basura, ese asqueroso y maloliente recipiente que has decidido ubicar en cualquier rincón, y  en el cual depositar todo aquello que ya no sirve, y si sirve ya no necesitas, y si lo necesitas es porque ya no lo tienes. Los sueños, las esperanzas, los deseos, los ideales; incluso el pasado y hasta la desfachatez de un futuro; la gran pila de mierda de la que estás hecho.
No hay nada por hacer y lo que hice no sirvió de mucho, solo demostró una vez más mi gran inutilidad que ya sospechaba atrasada, lenta. El asunto es ese y no quiero pensar mucho en eso; pero todo aterriza allí y hay que aceptar que no logro, no puedo. Por más que lo intente, el fracaso, la corriente vuelve a traerme  entre los millones y millones de pensamientos a la misma casilla. Porque las cosas son así.
Enciendo un cigarrillo y destapo la botella que está medio vacía o a medio llenar; depende del punto de vista y de la manera que tengas para percibir el espacio, las emociones, el odio y en parte la determinación. No queda nada escondido, la luz se ha arrastrado a todos los rincones dejando ver todo como siempre ha estado, como siempre estará; quizás como nunca lo quisiste ver, porque lo negabas a ojos abiertos, sin sospechas; tratando de demandar por alguna razón y sin sentido una verdad falsa, una realidad soñada que se fue extendiendo como una sombra en el pavimento al caer una tarde veraniega. Sin puntos de referencia, con un principio olvidado o tal vez  inventado y acomodado a la situación en un día sin fecha calendario, quizás en una noche de esas pegajosas en la cual, no puedes dormir, y no haces más que encadenar cigarrillos mientras tratas de encontrar un pasado que niegas o no admites como propio, porque la realidad lo hace imposible, detestable y contrariado. No queda siendo más que la recolección de momentos escogidos al azar, porque nunca se sabe de antemano lo que se puede o se quiere recordar. Bebo un trago de la botella de la cual no he apartado la mirada desde que entré y me senté sin saber por qué. Tal vez porque es difícil dejar de pensar, tal vez porque es más complicado aun no pensar, tal vez porque simplemente no tengo ganas de emborracharme o ya estoy demasiado ebrio; pero no lo suficiente  para dormir, olvidar o entender. Nunca se está. Tratas de dormir para olvidar y terminas entendiendo que no puedes olvidar para dormir… Enciendo otro cigarrillo con la colilla del anterior y dejo escapar el humo lentamente.

Esa tarde caía como cualquier otra, sin sospechas de que más adelante sería la única que podría recordar o revivir sin posibilidad de ser manipulada y entendida en su totalidad. De nada sirve tratar de especificarla, puesto que ya no se está seguro de la ubicación en el tiempo, podrían ser unas horas atrás, como también uno o varios días; incluso cabe  la posibilidad de que esas sombras bajo los árboles de la plazoleta contemplando y sintiendo el aire frío en sus caras, la ausencia de palabras, el rencor y el olvido próximo haya sucedido varios meses o años atrás. El tiempo existe solamente más allá de nuestra nariz y su paso lento lo hace más dificultoso de entender, de apreciar. Entonces sucede un momento revelador, tal vez una situación vacua, un acontecimiento extremo que lo  desmitifica, permite ver por un momento a través de la espesa neblina que se ha posado en los días; una vez más y con algunos cambios el inexpugnable escenario del cual se hace parte. El tiempo previo explicaba las miradas, los brazos lánguidos, la inefectividad de mis preguntas, de mi torpe actuar y espera. La individualización del sentimiento. Sus labios diminutos abriéndose apenas lo necesario para dejar escapar algunos balbuceos, el mechón de cabello sobre los ojos y el espacio medido en tres pasos; era efectivamente lo necesario, incluso lo inútil, lo imaginablemente no aceptado como supuesto. El resto carece de importancia independientemente de lo que sea, sólo funciona como relleno; lo necesario para completar el rompecabezas o cerrar el círculo. La presencia, la inservible idea de darle explicación u objetividad a los actos que desde el principio poseían con certeza un rótulo indiscutible.
El aire de esta noche coincide en nostalgia, clima y luna. Apoyados los antebrazos al barandal de metal, trato de alcanzar la alcantarilla con el cigarrillo que rebota cerca para terminar lejos de lo requerido inicialmente. Asomado a la noche, la puerta abierta en un intento totalmente inservible para espantar el calor y los pensamientos acumulados en las cuatro paredes de la habitación; con la idea imposible de llenarla con vacío, de permitir una fluidez tanto de estado como de tiempo. Todo permanece bastante calmo y pareciera que las personas que cruzan la calle, sintieran la necesidad de no romper la tranquilidad ni siquiera con el sonido de sus pasos. Y el juego de sombras en las calles, en las esquinas, abusa de la imaginación, del deseo fielmente añorado de la insoportable y pequeña muerte que podría ser su aparición o la ya conocida y entendida falta de ella. Se puede entender un poco como fruto de lo imposible y que igual a la vida a la cual se le da vueltas y vueltas nunca terminas de entender completamente, porque cada recoveco, cada espacio explorado o sumido en las sombras genera una totalidad de cuestionamientos imposibles de abarcar por tiempo, espacio, ignorancia y a veces por un sentimiento empapado completamente en resignación.
Se hace cada vez más tarde y las luces se extinguen poco a poco, las lámparas del alumbrado público interpretan cada vez menos el fluir de sombras, dejando las calles sumidas en una pálida desnudez. Como siempre,  igual que cada noche; queda todo mordido a medias, la luz, la salida vislumbrada, el escape aleatorio no es más que un recorrido inverosímil de vuelta al principio, porque el pasado lo exige así.

No hay comentarios. :

Publicar un comentario