Abril: Mes del idiota idiomático y del idiomático idiota
Mes de historias, lunas y encuentros furtivos salvaguardados en cinco letras. Es palabra cautivadora, sinónimo de juventud, de correrías en el prado, excusa para hacer canciones y poemas; es también nombre de mujer que aguarda y revela pasajes de múltiples ascensiones al terraplén último lleno de esencia, para llenarse dentro de sí, de resiliencia, estética y vigor.
Es un mes, en el que se conmemoran fechas significativas, motivos de homenaje, reunión y celebración alrededor del mundo; es bueno resaltar que se celebran en el trascurso de éste, fechas como el día internacional del psicólogo, de la danza y el día mundial del diseño.
Abril ha sido desde hace tiempo objeto de disímiles acepciones. Es y ha sido pródigo en acontecimientos que han trascendido en el tiempo y constituyen componentes importantes en la historia de la cultura universal. Citemos por ejemplo aquel lejano 23 de abril de 1616, cuando por coincidencia se produjo la muerte de tres grandes, como el connotado escritor español Miguel de Cervantes Saavedra (1547-1616), considerado el padre de la novela moderna y cuya obra literaria comprendió todos los géneros; el poeta dramático inglés William Shakespeare (1564-1616), con una obra descollante por el vigor de su estilo y su variedad, y el escritor e historiador peruano Garcilaso de la Vega (1540-1616), conocido como el inca y prosista de lujosa expresión. Este acontecimiento dió lugar a que la UNESCO seleccionara esa fecha como el “Día mundial del Libro y del Derecho de Autor” y, particularmente en honor a Cervantes, como el “Día del Idioma Español”.
La palabra idioma tiene procedencia griega, y significa la manera de expresarse o, lenguaje usado para comunicarse unos con otros entre los habitantes de un pueblo, de una nación o parte de ella. Dada esta connotación, de ser expresión y viaje en el tiempo, de ser cualidad necesaria e innata en el hombre y proporcionar a su vez cultura, orden y progreso; el idioma representa por sí solo una pasión seductora, un fin último, un arte que debe ser perfeccionado a lo largo del tiempo, a través de ese pincel singular de nuestra lengua, que plasma diversos colores llamados palabras en el lienzo de nuestra boca.
Pero, ¿Si hemos logrado tal acometido? Y ¿Somos dignos de celebrar por estos días esa tan conmemorada fecha del día del idioma?
Todas las pasiones, eras, premisas, caminares, empresas y objetivos; tienen una época en la que resultan sencillamente… ¡Nefastas! El idioma Castellano, no se ha excluido de ese transitar lento –a veces corrosivo-, del tiempo. Y si bien es cierto que muchos aún disfrutan de la buena habla, sabor, color, esencia; y en medio de su estadía vital procuran rescatar, estudiar, divulgar, perfeccionar, aprender y perdurar del buen trato hacia el idioma en todas sus expresiones artísticas , tales como: la lectura, habla, escritura, entre otras. También es menester decir que existen otros tantos, múltiples que subyugan ideas, palabras, pensamientos, obras; transformando todas éstas en víctimas que caen aniquiladas vulgarmente bajo el peso de la propia estupidez e ignorancia.
Dada esta lógica, reducir algo que desconocemos a algo que conocemos o creemos conocer (independiente del buen o mal trato que se le dé), alivia, tranquiliza y produce satisfacción, suministrando además una sensación de poder. Lo desconocido implica peligro, inquietud, preocupación; el primero de nuestros instintos acude a eliminar esos deseos de perfeccionamiento, presentación; y en este caso, tacto y respeto hacia el buen idioma, llámese comunicación; intentos, preocupación y deseos de buena ortografía, y seducción al espíritu, alma y existencia por medio de la lectura.
¡Ah! Pero no ¡No señor! Estos diversos términos del idioma tales como escritura, poesía, novela, palabra aguda y esdrújula, contexto literario y estética oral, espanta al bufón, al contemporáneo que empuja la carreta vacía y que tanto ruido hace al transitar por las veredas del pueblo. En tal punto este sujeto, cobarde e ignorantemente se amolda lógica y fácilmente al derruido hábito de involución. Entonces se toma la palabra con entonado acento y dice:
-“Save ke sosio esas bueltas no ban conmigo para ke aser toda eza guebonada si d todas maneraz la jente entiende lo q uno kiere desir aber diganme para k sirbe todo eso…… Ke bisaje mas raro.. d bna mostro”-.
Alegorizando esta idea, podría deducirse que, instintivamente, recurren a ese mismo procedimiento de castrar y exterminar el deseo (si es que existe) de preguntarse o inquietarse si hay otra manera; o peor aún, sabiéndolo y desentendiéndose del asunto negligentemente acompañado de una ortografía espantosa. Se convierte entonces, quizás, como única solución convivir con un círculo tan selecto como reducido, aislándose del maremágnum de “La multitud social”, del gigantesco crisol de razas, de la turbulenta confluencia de tradiciones, del frenético vivir cotidiano, de la desalmada competencia por “El triunfo práctico”, y de todo lo demás que se agita en esta época, como síndrome de “Un siglo eminentemente civilizado”.
“Es grotesco Watson, pero como ya he comentado en más de una ocasión, de lo grotesco a lo espantoso no hay más que un paso”. Sabias palabras, las que promulgó Sherlock Holmes a su compañero de aventuras J. Watson, en aquella famosa investigación en la aventura de Wisteria Lodge.
“De lo grotesco a lo espantoso no hay más que un paso”, incluso –pienso yo- en ocasiones hasta una sola palabra divide ese gran cañón entre la decadencia y la preservación, que revela la gran diferencia entre que este sea un mes que rinde culto a la imaginación, lo bello e intelectual; a simplemente ser un mes como tantos, de fútbol, de farándula, de… y también de… acompañado de… ¡Ah! Y como olvidar el… Quizás sea demasiada debilidad para enfrentar tal imagen pixelada de idiosincrasia contemporánea, o demasiada valentía al degeneramiento para intentar siquiera moderar dicho deseo. La debilidad de la voluntad o más exactamente, la incapacidad de reaccionar ante un estímulo frente a una situación en cierta época o era; no es sino otra forma más de degeneración; ya sea vista desde la palabra mal escrita ortográficamente, pasando por el lenguaje del “parlache”, hasta la intolerancia social entre diferentes clases de individuos, que día a día nos lleva más al fondo, al “Cataclismo de Damocles”, a la falsa parsimonia; una brecha insalvable que pareciese ni el mismo idioma y/o lenguaje entre humanos, pudiera salvar.
El idioma a parte de ser la columna vertebral de la civilización como la conocemos; es también herramienta indispensable en la creación, en cuanto se refiere a evolución, sentido y estructura profunda; es bien sabido que todo pueblo cimentado en bases de cultura, lucha revolucionaria, fundamentos armónicos, respeto al arte y progreso; forjará innatamente desde sus entrañas un nuevo idioma, con la base y raíz en el antaño, ¡es cierto!, pero con las ornamentaciones y matices del tiempo presente.
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Que bueno encontrar escritos que permitan el debate y el disentimiento en temas tan encantadores. Personalmente tomaría con pinzas todo el tema del lenguaje popular, más exactamente el parlache. A mí me parece fascinante, igual que el lunfardo. También es importante entender el lenguaje como una entidad flexible, que muta y genera nuevos códigos en la comunicación. Por último, coincido en que el lenguaje debe ser tratado con cariño, pero no por desconocer reglas ortográficas o figuras retóricas e ignorar todo lo relacionado con la gramática, sea motivo para hablar de ignorancia o analfabetismo. Creo que muchas veces es allí donde se encuentra la manifestación más auténtica y visceral de la condición humana. Pero en fin, es solo una opinión. Gran escrito.
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