CIUDADES DENTRO DE LA CIUDAD (RH)

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La ciudad, inmenso conglomerado humano desbordado en una aparente planificación extendiendo sus límites a cada instante. Esa urbe interconectada por infinidad de cables, redes, acueductos, vías ferroviarias y fluviales, autopistas, avenidas, aeropuertos internacionales, calles, carreteras y caminos antiguos. Por esas vías de comunicación que nos conectan de un punto a otro, un constante fluir de mensajes cifrados, secretos, amenazantes, temerarios, laborales, académicos; voces de alarma, de reclamo, fluidos, chatarra, mercancías, cuerpos desplazándose en diversidad de ritmos que se encuentran y se atraen, pasan desapercibidos o son el punto de atención por un momento.  En esas ciudades de la ciudad nada parece detenerse, todo se desvanece en un volátil dinamismo. 
Al hacer mención a las ciudades de la ciudad, me refiero a lo siguiente: lo meramente arquitectónico no es más que una estructura, en la que confluye gran variedad acerca de lo que conocemos como ciudad o metrópolis; es decir, un complejo tejido elaborado con infinidad de calidades de hilo, una capa superpuesta a otra y así sucesivamente, hasta elaborar una especie de monstruo. Aparece entonces la ciudad hormiguero, la ciudad termita, la ciudad panal, la ciudad acueducto, la ciudad metro, la ciudad virtual, la ciudad industrial, la ciudad académica, los guetos. La ciudad que cada sujeto configura en sus trayectos desglosando la definición institucional que se da a la urbe como un ente territorial fijo e inamovible, ligado a un plan de ordenamiento territorial específico. 
Sin embargo, en ese ente territorial tan definido y planificado se moviliza una “desterritorialización” de las formas, de los espacios; cada individuo es una ciudad móvil, construyendo sus propias rutas, haciendo de cada espacio una heterotopía, elaborando otro sentido de plaza, parque, parada de buses o estación de tren. Para X, la plaza es un dormitorio público o un púlpito en el que se predica. Para Y es el bosque donde se juega a las escondidas, las canecas son árboles y las fuentes inmensos lagos. Nada se desarrolla según lo planificado, porque las ciudades desbordan la ciudad y a pesar o gracias a ello, esta última se dinamiza, se transforma.
Entre esas múltiples e infinitas ciudades que nacen y mueren día tras día, se va tejiendo una red que rompe las barreras visibles e invisibles. Cada parte se configura a partir de su relación con las otras partes, por sí sola no existe. La ciudad hormiguero y panal se cruzan con la ciudad acueducto-metro en algún momento, y es en ese mínimo cruce, en esa delgada línea, en lo liminal en que surge algo nuevo, como la hiedra en la piedra, desbordándose, esparciéndose como un virus.
Por lo tanto, hablar de una ciudad, de una Medellín como unidad o estructura única;  no nos sirve más que para entendernos con el lenguaje institucional, para entender sus cifras y su pretensión de querer ordenar algo que brota espontáneamente y nos sugiere las ciudades invisibles dentro de esa ciudad en apariencia visible.
Por otro lado, los acontecimientos, aquellas pequeñas cosas que suceden a cada momento en lo cotidiano; aquello que en apariencia no es tan transcendental como las historias que figuran en los libros, en las noticias, en los periódicos. Eso que pasa desapercibido, al parecer no es digno de ser contado y se considera insignificante ante la inmensa influencia de los grandes sucesos históricos. Hacen la diferencia a la hora de considerar las microciudades.
La ciudad, la territorial, está construida por los hechos históricos que la forjaron. Sus calles llevan los nombres de batallas o héroes caídos en éstas. Sus monumentos ecuestres o bustos están dedicados a los próceres de la patria. Se nos cuentan las grandes historias, lo macro de la ciudad, como si aquello fuese lo único que hubiese acontecido en más de cien años de existencia. 
Las ciudades, desterritorializadas, visibles e invisibles, se configuran a cada instante por los acontecimientos, por esas pequeñas cosas que van sucediendo a lo largo y ancho de cada día con su noche. Es en lo efímero de esos aconteceres  que las ciudades se transmutan, sin tomar formas fijas e inamovibles, territorios y relaciones estructuradas entre sus habitantes; sino cosas pasajeras en constante devenir. Es allí donde lo micro tiene su relevancia, donde el mural al parcero del barrio desplaza el monumento y las calles son nombradas de otras formas a partir de experiencias compartidas por la comunidad. 
Son esos acontecimientos los que van tejiendo y destejiendo poco a poco las formas, espacios, ritmos, vitalidades y sentidos. Cabe agregar que el azar, lo impredecible son formas que producen esos microacontecimientos, quebrando con lo que se repite, lo mismo, la monotonía y la circularidad a la que la ciudad nos somete. 
En los personajes del video New Book (del cual surge esta inquietud por la ciudad), se puede ver en los nueve recuadros cómo se enmarca el concepto de una ciudad, barrio o vecindad, en los que dichos personajes se mueven en una circularidad. Dentro de ese círculo se cruzan, crean vínculos, redes, nuevas circularidades habitando cada uno de los nueve espacios. Se observa en ellos una rutina de parsimonioso automatismo, como si todos fuesen buses describiendo una ruta por la cuadra. Cada uno llega a su tiempo al café, quizá se llega todos los días a esa misma hora, se toman lo mismo, dicen lo mismo. 
En esa rutina de ir y venir alrededor de la cuadra, transitando por los nueve espacios; pareciese que el tiempo fuese eterno y ningún acontecimiento sacudiese a estos personajes de su repetitivo trasegar. Pero es precisamente un sacudirse, una onda expansiva, una explosión silenciosa en simultánea, que se desenvuelve de diferente forma, la que saca por un mínimo y pequeño instante a esos personajes de ese ritmo tan frenético. 
Ahora bien, lo simultáneo es algo que acontece a cada instante en la urbe. Caer, explotar, llover, quebrar se da de tantas y diversas formas que registrarlas serían difícil. Sólo las que se convierten en historias, las que abandonan su transitoriedad de micro para establecerse como macro; figuran en los medios. Es precisamente ese no figurar, ese no convertirse en historia, lo que permite una fluidez de lo fijo.
En relación a lo anterior, la estructura del video también me permite relacionar la ciudad con la vigilancia, con el auscultar la privacidad, la cotidianidad del otro. La ciudad como ente territorial fijo siente la necesidad de saber lo que hacen sus ciudadanos, cómo se relacionan, qué consumen, dónde duermen, con quiénes salen. Necesita saber si obedecen a los protocolos, a las normas. 
La ciudad pretende que nada se le escape, por eso mantiene vigilado e intervenido espacios como esquinas, rincones, viviendas, entre otros. No solo quiere controlar el tráfico vehicular y aéreo, también desea controlar la infinidad de tráficos que se dan dentro de su seno.  La ciudad es un inmenso crustáceo de mil ojos que nos persigue, nos observa desde la frialdad de un lente y en la lejanía de una cabina repleta de paneles. La ciudad se vigila a sí misma, porque desconfía de todo.
Es así que, el panóptico de Foucault o El Gran Hermano de Orwell, se han trasladado a la ciudad. Las construcciones arquitectónicas buscan la circularidad en sus espacios, las esquinas esconden rincones y cualquier cosa puede pasar allí. Las pantallas proliferan recordando normas de comportamiento ciudadano, nos informan y actualizan así no lo queramos. La asepsia es otro de los componentes de esa vigilancia, se busca mantener una limpieza radical, cero contactos entre los individuos por muy apretados que viajen en el metro. 

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