PORTADA-DIMENSIÓN 36, diciembre de 2015

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“Vivir sin leer es peligroso, obliga a conformarse con la vida”.
Michel Houellebecq



En esta edición, la última del año en curso, uno que por diferentes, tontas y hasta extrañas circunstancias, estuvo marcado por una especie de ostracismo, prisión-crisálida; que obligaba de alguna forma a permanecer en silencio fermentador, y hace de ésta, apenas la cuarta del año; pero la número treinta y seis de nuestra obstina existencia, queremos presentarle, lector, como siempre una pequeña posibilidad de distensión y apenas un puñado de arena perteneciente a la basta playa del universo literario.  De esta manera, rendimos un pequeño homenaje a Lewis Carroll y su Alicia, en el año del aniversario 150; como recomendado, nos acompaña el prolífico escritor nipón, Yukio Mishima; de igual forma, hacemos un repaso a la historia de la música, que a tantos gusta, y retumba con más fuerza por esta época: la parrandera; y como es costumbre, la gran fuerza de este proyecto, la creación literaria, exhibimos algunos textos propios. Para finalizar, también como homenaje a los 10 años de su muerte, nuestra contraportada se viste con los colores de Débora Arango, pintora y acuarelista antioqueña. 


El Editor

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ALICIA: 150 AÑOS EN EL PAÍS DE LAS MARAVILLAS (Urraca)

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urracadimensiones@gmail.com



¿Podrías decirme, por favor, qué camino debo seguir para salir de aquí?
-Esto depende en gran parte del sitio al que quieras llegar.
-No me importa mucho el sitio.
-Entonces, tampoco importa mucho el camino.”


Desde 1865, Alicia y su mundo de maravillas se han apoderado de nuestra imaginación, y 150 años después continuamos persiguiendo al conejo bajo la tierra. 
Este año, 2015, se conmemora el aniversario número 150 de la primera publicación del libro Alicia en el país de las maravillas, una de las obras más famosas y representativas del “sinsentido” ingles. Publicación que estuvo a cargo del grupo editorial Macmillan and Co. el día 24 de mayo de 1865, con un tiraje de mil ejemplares bajo el título de Las aventuras de Alicia en el país de las Maravillas.
La historia y el maravilloso mundo relatado en dicho libro, fue creada por el matemático, escritor y diacono inglés Charles Lutwidge Dodgson, nacido el 27 de enero de 1832 y fallecido el 14 de enero de 1898 en Reino Unido; más conocido bajo el seudónimo de   Fue quien escribió e ilustró la historia inspirada en Alice Lidell, hija del decano de Christ College, Universidad de Oxford en el año de 1864. Tras la difusión de la historia al año siguiente, el éxito de ésta fue inmediato.
Esta obra ha sido considerada como fuerte influencia del movimiento surrealista, al igual que otros libros de Carroll, tales como Alicia a través del espejo (1872), El juego de la lógica (1876), Silvia y Bruno (1889),entre otros; en los cuales, la “utilización del sinsentido” es parte clave para alcanzar una solución vital a las grandes contradicciones presentadas frecuentemente en sus historias, las cuales divagan hábilmente entre la aceptación de la locura, el uso de la razón y el comportamiento particular  presente en algunos de sus personajes, que dan un ingrediente exclusivo y característico a la narrativa y obra de este escritor. André Bretón, escritor, poeta, ensayista y teórico del surrealismo; quien admiraba profundamente a Carroll, expresó lo siguiente: “Carroll fue un importante maestro de los surrealistas, pues logra contrastar el “orden poético” con la locura del racionalismo”. 
Por otro lado, en los textos de Carroll se puede percibir  un afluente de comportamientos marcados a veces derivados de una estructura trazada por los acontecimientos del escritor y algunos representados en el mundo de los sueños; en otras palabras alguien señaló que:
“Por una parte, se valoraba el tono onírico-surreal de la historia, que se sirve a la vez de una estructura ideológica ‘racional’ y, por la otra, que reconoce en el texto, criterios psicológicamente relevantes” (Anónimo, 1982).



SUEÑOS: EL PAÍS DE LA INSPIRACIÓN


Alicia también ha sido fuente de inspiración para numerosas obras literarias, entre las cuales destaca la novela Finnegans Wake, del escritor irlandés James Joyce, publicada en 1939. Cabe resaltar también que en 1969, el pintor surrealista Salvador Dalí hizo trece ilustraciones basadas en Alicia en el país de las maravillas. 
Solo se conservan 23 copias de aquella primera edición de 1865, el libro tiene una segunda parte, menos conocida llamada. Varias adaptaciones cinematográficas combinan elementos de ambos libros.  
Las ilustraciones de este homenajeado libro fueron encargadas al dibujante británico Sir John Tenniel (1820- 1914), quien logró producir las escenas más simbólicas de Alicia en el país de las Maravillas, dibujos brillantes que encontramos al compás del texto y contribuyeron directamente al éxito inicial y permanente del libro de  Las aventuras de Alicia en el país de las maravillas, la cual inicia su particular aventura al caer por un agujero, tras perseguir a un conejo blanco. 






… EN LOS SUEÑOS  Y EN LA REALIDAD


Alicia encarna en cierta forma el alma y el sueño del pueblo inglés, los temas políticos de aquella época, los ideales y la tradición de una cultura. Según Jaime de Ojeda, traductor de Alicia en el país de las maravillas al español, la popularidad del libro parte de cómo Alicia en su personaje de aventura y filosofía de ser, se desarrolla en un mundo onírico ajeno totalmente a su realidad experimentada; comenta el traductor lo siguiente: “Es el sueño de toda una cultura, el libre deambular de mecanismos dispersos de una ideología histórica caracterizada por su autodisciplina y una formidable represión de instintos”.
Alicia encarna en cierta forma el alma y el sueño del pueblo inglés, los temas políticos de aquella época, los ideales y la tradición de una cultura. Según Jaime de Ojeda, traductor de Alicia en el país de las maravillas al español, la popularidad del libro parte de cómo Alicia en su personaje de aventura y filosofía de ser, se desarrolla en un mundo onírico ajeno totalmente a su realidad experimentada; comenta el traductor lo siguiente: “Es el sueño de toda una cultura, el libre deambular de mecanismos dispersos de una ideología histórica caracterizada por su autodisciplina y una formidable represión de instintos”.
Cuando nos adentramos en el libro y en el país de las maravillas, de repente todo se transforma; al sumergirnos en este mundo onírico, todo se va volviendo sutil y profundamente psicodélico, todo este mundo resulta ajeno y al mismo tiempo familiar, lleno de efectos altamente alucinantes, surreales y únicos. Todo ese mundo posee una lógica propia y está lleno de simbología, lugares y personajes que retan a la imaginación. ¿Quién no reconoce y se asombra al conocer al Sombrerero Loco y La Liebre de Marzo, estancados día a día a las seis de la tarde para tomar el té? O, ¿el singular gato de Cheshire, que sonríe y desaparece, la tortuga artificial que llora profusamente al contar su historia, el Grifo, la oruga azul fumando un narguile sobre un enorme hongo, siempre tan indiferente pero a la vez sugestiva? ¿La reina de Corazones y las cartas de una baraja que juegan al croquet? Son múltiples los personajes que podemos encontrar en este país maravilloso y provisto de imaginación. Personajes ue, incluso han cobrado tanta importancia cada uno con su filosofía y ser, como para ser reconocidos por fuera del mundo de Alicia.  Cada lugar, cada historia, personaje y objeto están puestos allí de manera desordenada o quizás en un “orden sinsentido” para dar caos y profundidad a ese sueño, el cual, originado y recreado en la mente de un Lewis Carroll ávido de preguntas sin respuestas; hacen que nos sumerjamos en una dimensión alterna pero a la vez personal. ¿A quién no le han parecido extraños y confusos aquellos sueños amorfos con los que nos levantamos cada mañana? ¿Quién no ha pensado siquiera que toda esa historia onírica que vivió mientras dormía, no fue sacada de los cabellos, o literalmente cerca de éstos y ha terminado por concluir que estuvo en otro mundo, en otro país? Eso es Alicia en el país de las maravillas, una bitácora de sueños escrita e ilustrada, en la cual todas las conversaciones “sinsentido” que sostienen sus personajes, ya sea en una mesa llena de tazas de té, en un castillo de naipes, o en un bosque con seres casi mitológicos y abstractos; revelan algo del misterio del profundo ser que somos nosotros, esos deseos reprimidos y realidades alternas y coloridas que se hallan allí, en nuestra mente llena de sueños; nuestra mente e imaginación, que es y será el mayor país de las maravillas al cual, “siempre” podremos acudir… pero, “¿Cuánto es para siempre?... A veces, solo un segundo.”





¡Feliz aniversario!


“Y cuando acabes de hablar, por favor, cállate.”



Fuente da las imágenes:
http://laneif.com/2015/06/29/exposicion-alicia-150-anos-de-las-maravillas/






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LAS OSCURAS RUINAS DEL HORIZONTE (Johnny C.)

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johnnyc.dimensiones@gmail.com


Fotografía de Nico Polato

“Mientras haya hombres habrá guerras”. 
Albert Einstein



Nos hemos visto obligados a retroceder debido al enorme asedio de las tropas enemigas, acompañado por fuego de mortero y artillería pesada. Corro en zigzag hasta una semiderruida pared impactada por el disparo de uno de los T-72 y me resguardo de las balas que cortan el aire en toda dirección. Me asomo y disparo varias ráfagas con mi AK-47 tratando de cubrir la retirada del resto de mis camaradas que también retroceden. En el aire flotan densas nubes de polvo y plomo, sobre el suelo y los montículos de escombros van quedando numerosos cuerpos. En los umbrales de casas y vehículos destruidos  que vamos dejando atrás, se resguardan los soldados enemigos que buscan protección a la resistencia que ofrecemos. Algunos de mis camaradas se resguardan junto a mí y también responden al fuego enemigo. La retirada es la única opción y tal vez la última esperanza, de contener su fuerte avanzada y sobrevivir algunas horas más. Con el repliegue buscamos crear una especie de embudo, ayudado por las callejuelas detrás de nuestra línea, las que no podrían transitar sus tanques, y así, hacer caer a sus blindados en un campo previamente sembrado con minas. En el momento en que intenten flanquear sólo  pueden hacerlo por el oeste, y allí los espera nuestro segundo grupo de defensa. Nosotros, el primer grupo, hemos sido completamente doblegados; pero eso era lo que se esperaba, no disponemos de armas suficientemente poderosas para hacer frente a los T-72 y sus cañones de 125 mm. Pego la espalda contra el muro y me siento, cambio el cartucho vacío por otro y de nuevo abro fuego. En frente, la calle, un completo campo de batalla tapizado de cadáveres destripados o heridos que gritan por sus madres, esposas, amantes y dioses entre las improvisadas barricadas y los montículos de escombros. Casa por casa van avanzando, ganando territorio que nunca más podremos recuperar; el fuego de una ametralladora nuestra en un segundo piso de una casa cercana impide que lo hagan más rápido.
Las calles se llenan cada vez más de gritos y explosiones; confusión y muertos. Se puede oír como silban las balas de mortero en su viaje, antes de explotar a unos metros cerca. Uno de éstos, impactó justo adelante del muro donde nos resguardamos, despedazando a dos de los nuestros, mientras trataban de alcanzarnos, ahora son carne desmembrada y humeante. En esta ocasión el ataque parece ser definitivo, intentan tomar la cuidad por completo; inteligencia nos había confirmado que eso sucedería más temprano que tarde. Un disparo de tanque envuelve a nuestro nido de ametralladora en una bola de fuego, el fuerte impacto estremece toda la edificación, y hace volar trozos de muro por todas partes. No puedo incorporarme, estoy  completamente aturdido, siento un horrible chillido en toda mi cabeza, el cuerpo enteramente apaleado me vibra, ya no responde a mis intentos de moverme. Alguien me arrastra y trata de levantarme tomándome por las axilas, y con voz desgarrada grita –Retirada–. El hombre que me ha levantado, también recoge mi arma y me la entrega, para luego obligarme entre empujones a correr. Antes de abandonar ese lugar puedo ver los cuerpos ensangrentados y cubiertos de escombros de dos hombres que permanecían conmigo. 
     –Vamos… Muévete… –no puedo oír lo que me dice claramente, es como si estuviera metido bajo el agua–. Uno de sus tanques… en las minas… les tomará tiempo… demás y regresar… oeste… Tenemos… para reagruparnos y seguir…  defendiéndonos…
     Así que corremos entre el fuego de artillería, los escombros, la chatarra de vehículos retorcidos, tratando de empujar las demás unidades desorientadas por el pánico y el miedo. En nuestro camino quedan toda clase de heridos que ni queriendo, podríamos socorrer.
     Hace quince días que sufrimos el asedio de las fuerzas enemigas con constantes bombardeos sobre la ciudad, en las últimas setenta y dos horas perdimos todo contacto radial, las pocas vías de acceso que aún controlábamos y por lo tanto, la posibilidad de recibir suministros de alimento, medicamentos y munición. Absolutamente nadie puede salir, incluso, los caminos secundarios por los que se evacuaba a los heridos y se entraba munición, también han caído en manos enemigas. Los pocos que logramos retroceder hasta esta derruida edificación –una biblioteca antes de la guerra–, y algunos más que se resguardan en una casa a unos quince metros en diagonal; somos el último bastión que impide a la pinza cerrarse completamente. 
     Ellos por alguna razón detuvieron su avance, no sabemos el porqué, ya que su infantería nos supera en relación de diez a uno, y son acompañados por fuego antitanque. Nuestra fuerza equiparada con eso, simplemente no puede hacer mucho; sólo tenemos armamento regular y las granadas de mano que puedan tener algunos. No creo que se hayan detenido para reanudar un bombardeo, es estúpido pensar en esa posibilidad, ya que ellos conocen tan bien como nosotros nuestras limitaciones. Dentro de poco anochecerá, me encojo detrás del muro bajo de una ventana y observo el paisaje devastado por la guerra. Allá afuera, no se puede ver a nadie, pero sabes que ciertamente están allí, no se oyen más que los torbellinos de aire que levantan remolinos de polvo y se cuelan entre los esqueléticos edificios, emitiendo una música extrañamente cautivadora y la más tétrica que puedas llegar a escuchar. 
     Rendirse es igual a muerte, ya que el enemigo no está tomando prisioneros. En la última semana, a medida que perdíamos posiciones y el control de edificios y calles, los soldados enemigos ejecutan en el acto a todo herido o rezagado que quedaba detrás de su línea. Quizás eso sea mejor a quedar prisionero o quedarte tirado en el suelo en medio de un charco de tu propia sangre esperando la muerte, no lo sé. Antes de la avanzada definitiva, eso era lo que pensaba. Los francotiradores se hacían un festín sin discriminar entre civiles, niños o soldados; aquellos que por alguna razón sobrevivían al disparo, se les podía escuchar los estertores de dolor, los gritos y ruegos, hasta que finalmente morían, simplemente porque nadie se atrevía a rescatarles, debido al miedo de terminar con el cráneo reventado y los sesos esparcidos en toda la calle polvorienta. 
     Tal vez, estemos a horas o minutos del final. Aisladamente se escuchan ráfagas de tres disparos, seguidos por risas macabras o insultos que hacen eco en los muros deteriorados y en su gran mayoría abandonados de las edificaciones. Este lugar será nuestra tumba, estamos completamente rodeados por tres flancos, y el sur lo bifurca un río, cuyas aguas torrenciales son un impedimento absoluto para tratar de huir. De cualquier forma, no creo que esa idea, la de huir, sea parte de alguna de las calaveras que están atrincheradas en el interior de este edificio o de los que defienden el lado oeste. Una retirada descoordinada y fuertemente asediada, provocó que nos separáramos y al mismo tiempo condenó aún más la posibilidad de una mejor defensa en cuanto el enemigo decida continuar su avance, y así cerrar por completo sus tenazas.
     Es absurdo tratar de explicar el porqué de ésta o cualquier guerra, todo intento sólo se convertiría en un malgasto de palabras y frases.  Ningún hombre aquí o en otra latitud podrá hacerlo, sin desprenderse de razones, verdades, ideales o sentimientos que cree propios y no alcanza siquiera a vislumbrar. Ninguna razón o ideal puede valer algo o tener suficiente peso cuando las armas son las que hablan. Entonces, ¿por qué estoy aquí? Abrazando una Kaláshnikov, provisto de tres cartuchos de treinta rondas cada uno y una granada de mano; sin haber probado bocado alguno en las últimas cuarenta y ocho horas, bebiendo agua escasa y de sabor herrumbroso; con una segunda piel costrosa formada por polvo, sudor y sangre; sin cigarrillos y esperando la muerte vestido de ropa militar deteriorada y maloliente. Mi presencia aquí no implica simpatía por ideales inutiles y ultrajados que otros profesan ciegamente; tampoco los colores de un simple pedazo de tela teñido, que invita a un nacionalismo ferviente, asqueroso y partidario del odio. Estoy aquí, obligado o no, como un simple hombre que enfrenta su destino; uno tan malo y horrible como cualquier otro.
     Antes de verme y sentirme inmiscuido en este torbellino, transitaba por la calle como un estudiante, dueño de las mismas dudas, miedos e incertidumbres del ahora. Nada ha cambiado, tal vez en aquellos días, el único objetivo era alcanzar las metas que te traza e impone la participación en una entidad académica. En este momento, me siento igual a esas ocasiones, cuando debía presentar un examen con alto nivel de dificultad, quizá la gran diferencia, no importa lo mucho que se haga, la calificación más alta será por debajo de la muerte. No recuerdo o quiero olvidar cualquier circunstancia antes de este tiempo. Añorar el pasado sólo sirve para alimentar la corrosiva nostalgia; pensar, creer en un futuro, es caer en la red tóxica de los deseos y anhelos.


http://www.elcomercio.es/fotos/internacional


Agazapados en este edificio, esperamos que el enemigo decida lanzar su golpe final. Un mar de tensión y nerviosismo juega con nosotros, somos una pequeña criatura obligada a ver, sentir y oler a la bestia hambrienta de fauces afiladas y sanguinolenta mirada, acercarse lentamente desde el otro lado del callejón con hilillos de baba pendiendo azarosamente de sus colmillos. No existe lugar a dudas, estamos muertos, cada uno de los que permanecemos aquí sabe y acepta eso. Hace tres días fue la última oportunidad para escapar de la poderosa avanzada enemiga. Esta pequeña ciudad, no representa ningún sitio estratégico o importante en el enorme tablero de ajedrez. Aquí no hay carboneras, reservas de combustible, fábricas de munición o armas; no es una vía obligada o que impida el acceso a sitios más vitales, es un simple pedazo de tierra prescindible y olvidado de la mano Dios; una victoria fácil y reivindicadora de las fuerzas enemigas, una oportunidad para rearmarse y proteger otros sitios de verdad necesarios. Quienes decidieron, eligieron o condenaron a quedarse aquí, sabían que sólo podían esperar la muerte; la mayoría son civiles-rebeldes, partisanos,  soldados con escaso entrenamiento que por motivos de amor a la tierra que los vio nacer, no quieren ceder un solo centímetro sin oponer resistencia alguna.
     Al fin la noche ha envuelto la ciudad con su manto, y sumido al edificio en completa penumbra. Las conversaciones entre los que permanecemos aquí se limitan a entrecortados susurros, los que aún conservan cigarrillos fuman ocultando el extremo encendido en la cuenca de las manos; en el techo hay un gran boquete por el cual se derrama la luz de una luna indiferente. Algunos heridos que lograron llegar hasta acá o de alguna forma alguien arrastró, acuchillan el poco sosiego con agonías de dolor; permanecen acostados en el costado sur de la edificación, una silueta casi imperceptible se mueve entre ellos cada cierto tiempo, tratando de mitigar su dolor. Es ella, Anna. Una de las pocas enfermeras sobrevivientes al bombardeo que acabó con el hospital; desde entonces, ha hecho lo mejor que puede sin medicamentos, vendajes o morfina para tratar de socorrer a los heridos. Debido a la completa insuficiencia de estos materiales y al inminente final, no tuvo otra opción diferente a empuñar un rifle y luchar junto a nosotros como un soldado más. 
     El resto, como ella, que aún estamos en capacidad para combatir, permanecemos parapetados junto al muro norte, escrutando, vigilando, las oscuras  ruinas del horizonte. Cada una de esas siluetas a mis costados –diez en total–, no tienen forma de conciliar el sueño; han combatido día y noche, por setenta y dos horas, no sólo contra el enemigo, sino también contra el agotamiento, el hambre, la sed y sobretodo: el miedo. Nuestra mayor potencia de fuego son una ametralladora PK y algunas balas de mortero, material más que insuficiente para resistir mucho tiempo el próximo embate del enemigo. Sin contar los heridos, somos once en total y lo que cada uno lleve encima para defender hasta el final esta posición.
     Alguien se acerca y se sienta a mi lado, es Anna. 
     –Es horrible –dice–, van a morir pronto si no se les opera.
     –Todos vamos a morir pronto.
     –Quisiera… quisiera que se callaran, que dejaran de gritar; pero no hay forma, están demasiado malheridos y no tengo nada con qué amortiguarles el dolor.
     Anna se abraza las rodillas y hunde el mentón en su pecho haciéndose una bola. Pronuncia unas palabras apagadas que no alcanzo a oír. Luego de un rato, al notar que no le respondo nada, levanta la cabeza y tal vez busca mis ojos. Dice:
     –El comandante dice que lo mejor es pegarles un tiro, pero que eso es decisión mía. ¿Por qué? ¿Cómo? En qué momento me convertí en alguien que pueda… ¿Por qué tomar esa decisión me corresponde a mí? –No puedo verla debido a la oscuridad, pero sé que por sus mejillas ruedan lágrimas. Tampoco tengo respuesta a sus preguntas, permanezco en silencio. 
     –¿Por qué crees que detuvieron el avance?
     –Porque son muy buenos tipos –Anna vuelve su mirada hacia mí, puedo entrever o adivinar una pequeña sonrisa–. Tal vez dentro de poco salgan para invitarnos al asado con cerveza que deben tener allá, y todos terminemos bailando a la luz de una buena fogata, hablando entre risas y dejando a la muerte arreglada.
     –Sí, y mañana cuando despertemos, cada quien sea libre de volver a su hogar, y así poder disfrutar de todo eso que descubrió hace poco, pero siempre tuvo al alcance de la mano.
     En el centro del edificio resplandece un lago plateado, mientras la grieta del techo enmarca una luna casi llena, Anna absorta en la charca pálida, bucea en el recuerdo de otro tiempo; permanecemos en silencio hasta que ella decide levantarse de nuevo, con gráciles y cortos pasos regresa al lugar donde permanecen los heridos. Por más que intento escudriñar la oscuridad, sólo puedo ver su silueta, que se arrodilla ante cada herido. Puedo imaginar la calidez de sus manos, sus labios rotos y ajados de tanto mordérselos, la tierna y benevolente mirada. Ella es una mujer joven y hermosa a pesar de su cabello ralo y mal cortado, de la suciedad que le cubre la piel, de las uñas cortas, sucias de una combinación de tierra y sangre; del uniforme militar de talla mayor a su cuerpo que oculta gran parte de su deleitable figura, de las enormes bolsas negras que se han estancado bajo sus ojos claros; del miedo y la impotencia que se puede notar en su voz. También puedo y quiero imaginar su empalidecida desnudez, los finos muslos coronados por un sexo húmedo y tórrido, sus tobillos endurecidos por el  campo de batalla; los senos que encajan perfectamente en las cuencas de las manos. 
     Permanecemos aquí, pero no hablamos entre nosotros, simplemente esperamos, como si de alguna forma presintiéramos que lo mejor es respetar ese silencio mortuorio antes de la tormenta; perdidos en una batalla intrincada contra el dominio del miedo, cada quien sumido en un nerviosismo rampante que lo traslada a diferentes e intrincadas formas de pensar, imaginar, recordar. La silueta se eleva, rodea la charca de luz como si temiera ahogarse en ella, y de nuevo, termina sentada a mi lado. 
     –A veces, basta únicamente la presencia de alguien más a tu lado para calmarte. –No contesto nada a lo que me dice, permanezco mirando el agujero del techo sin pensamiento alguno. Ella empieza a revolverse y buscar algo en todos los bolsillos de su equipamiento, extrae algo y lo desenvuelve cuidadosamente.
     –Toma –suelto el arma por un momento y me entrega algo –Es chocolate–, me dice. Parto un pequeño pedazo y le devuelvo otro de igual o menor medida.
     –Gracias. –Le digo. Ella se come su pequeña porción y me toma la mano en la que aún tengo la envoltura vacía, la aprieta por un breve tiempo y luego la retira. Por primera vez desde que todo esto comenzó, puedo desear otra realidad; tal vez, una en la cual, estuviéramos sentados en la banca de un parque o de algún cine, esperando el final de una mala película.
     El cielo se torna púrpura debido a la luz que emiten varias bengalas disparadas por ellos. Mis compañeros empiezan por levantar ruidosamente el seguro de las armas, puedo oír el clic como un anticipo de los disparos. Se puede oír las primeras ráfagas de ametralladora y el fuerte estruendo de varios proyectiles. Compruebo el cargador de mi arma; el cielo parece derretirse con la caída de las bengalas, observo el rostro iluminado de Anna, quizá, por última vez. 

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SINTONÍA DE LA DISOCIACIÓN AUTOSCÓPICA (Mb-6v!)

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¡Cuando hablo de tú, soy yo! 
¡Cuando él no está, estoy yo! 
Él, tú y yo 
¡Somos nosotros!”





Día sin gracia, no respiraba a menos de treinta y tres. Y taquicárdico explotaba.
El autobús resolvió dejarme, de otro modo habría de distinguir un olor de gente amontonada en el segundo paradero donde me disgusta esperar. Los martes son días para execrar, días sin gracia.
Es tan afanoso estar alerta a esta hora, que se nos ofrece dedicar al final de la jornada por lo menos dos horas a la caridad, yo duermo. Trabajo de abogado en un bufete que de a poco, parece perder partido en la ciudad, y así, mi ideal de ascender al dominio.
Nadie espera por mí en casa, vivir solo me apremia con esa pacífica ventaja, sin embargo, deseo llegar con premura para sintonizar el programa donde el presentador que detesto, entrevistará a una de las mentes más brillantes sin duda, alguien con quien me identifico, un legítimo historiador que dice recordar con detalle sus días desde su tierra infante, “Hipertimésico o  hipermnésico”. Con su memoria arrugada pero intacta, ya agonizante espera desahogarse del peso de tenerlo todo tan presente.
Tomo la ruta a pie y decido ir por los atajos, donde se supone siempre está el peligro. Ando más de prisa endiablado, es costumbre quedarme los martes sin un asiento donde pueda cabecear la ventana, mientras los jóvenes de las sillas traseras burlan mi somnolencia. Olfateo la ruta del smog, persiste largo en la noche. Descubro cada semana que no hay lugar para el comercio en estas calles que llevan a mi casa, distingo que nuestra compañía se entierra sola por el dominio.
Aunque sean seis los años de soportar mi trabajo, no me aprendo la ruta que hoy deseo corta, quizás más iluminada por los avisos que prometen robarse del camino a las personas como yo, pero de qué me quejo, es martes, con nada de gracia.
Despertar tarde tiene su arrebato, muchos critican mi caridad pero pocos entienden que mi labor es perversa, un trabajo sucio, por eso dormir es como la paz. Cada hora de mi trabajo cierra aproximadamente tres comercios de la calle yerma hacia mi casa, cultivo la soledad del camino en un día como hoy, no es para luego quejarme.
Cuando todos se han ido de su caridad, ese silencio incómodo me despabila, entonces corro al reloj y al paradero, pero el tiempo no está y el bus ha borrado la gente. La historia de mi vida.
Pienso en la tortura de recordar con detalle mis días, aun cuando intento rescatar los momentos más lúcidos con mi familia, es arduo no encontrarse desnudo en cualquier remembranza. Quizás él no tenga de qué arrepentirse, dice usar su condición para que la historia se escriba completa y para mí cumple con su arrobo.
A nadie se le ocurre hoy que es de noche, amortiguar el pensamiento y encontrarse perdido como yo, no puedo saber de dónde soy sin la tristeza y a media luz no es que llore menos. Habrá empezado el programa hace ya veinte minutos, no me apresuro, renuncio a discutir todo lo que he perdido.
Frente a mi casa hay un restaurante que a la hora de llegar, sea cual sea, cierra; hoy se amontonan algunas personas que parecen tener el mismo interés por el programa, me acerco por primera vez y percibo un perfume de smog en cada uno de ellos.
–...A la edad de tres años, solía espiar a mi padre en su garaje, él decía marcharse a trabajar pero en mis torpes pasos llegaba a encontrarlo sentado en el auto por largas horas; quizás mamá no se enteraba, pienso ahora, porque más tarde un hombre fortachón llegaba por la puerta de atrás. Cuando mi padre se marchó de casa yo tenía cinco y no dejaba de pensar en esta escena que culpo, llenándome de tristeza... Asevera el don con tanto esfuerzo que nadie cree en su próxima palabra.
Cuando se hace más tarde y la memoria narra el tiempo, hay cerca de una decena de personas de pie identificadas con el gusto, este hombre sabe con certeza que olvidar es necesario cuando habla de su primera mascota, la tristeza más pura y sus decepciones románticas.
Considero, mientras corren los comerciales en lo escrito de mi historia, arrodillado a una vengativa proeza está el libro que recuerdo, tan corto y descolorido que parezco haber nacido de grande ya, teniendo completa la palabra.
–A poco paso he conseguido superar los remordimientos, quedo atónito cuando no me explico por qué los juguetes comienzan a encogerse y dejan de gustarme, las chicas se estiran primero y ya no las repruebo, me gustan como crecen en montaña–. Sonríe en su evocación.
Tengo tiempo para mirar la hora y al momento dirigir la vista al frente, mi casa, no es esa asediada por el abandono: la ventana advierte una luz, el reflejo del televisor es una sombra que ocasionalmente se levanta de lado a lado. Pero yo estoy aquí.
–Mi madre terminó de alcohólica, mi padrastro influía en ella malas costumbres a golpes burdos. Muchas veces cené en medio de esquirlas de sangre–. Revisa sus mangas y en efecto está la guerra transversal en su muñeca.
En cada fragmento descrito me vuelvo a la ventana y desconozco mi destino. Los tintos se sirven gratis a esta hora y el desvelo hace un festival bien social. No me explico que sucede en mi habitación.
–Fue después del suicidio de mi padre, que supe distinguir la memoria tan perfecta de estos hechos. Aprendí de algún modo que usarla en buenas intenciones haría no olvidarme de las tragedias, sino llenar de espacios a mi selección y no a la desesperanza.
La ventana está abierta esta vez, quizás por el calor que siento ahora aquí, pero, allá, ¡No estoy allá!
–La historia se cuenta desde la victoria, yo que al nacer perdí de paso tantas respiraciones al ser consciente de ellas, broté en la necesidad de ocupar mi remordimiento en la leyenda; abracé los libros que de primero encontré en la estantería, “Abogacía”, y al pie consolidé las líneas que me hicieron extraordinario–. Alardean sus barbas.
Pude identificarme con el experto y supe que me encontraba tan inquieto a los movimientos, que mi cuerpo se balanceaba intentando arrojarse hacia algún lugar –la ventana, pensé–. Allí un cuerpo que jugaba a ser mío, juraba lanzarse con tal indecisión, que en el cruce de la mirada tomó por asalto aventarse.
–Supe olvidar por un momento mi encuentro con la vida, por detestar los martes volví a una tregua pacífica.
A bocajarro siento el dolor del lanzado, ignorado por la gracia, las personas están importadas en una historia fantástica mientras en batidas, mi hemicuerpo derecho desbarata al impacto su sintonía.
Cuando es ya la hora de estar tarde, el bus estaciona en la entrada y almacena a las personas, el conductor tiene esa mirada de saberlo todo, mejor, de recordarlo con precisión.
Día sin gracia, desaparezco agitado porque abandono la manera de retornar al olvido y este cuerpo, se lanza lejos de mi memoria ensangrentada.

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YUKIO MISHIMA (Escritor Recomendado)

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Yukio Mishima (1925-1970), seudónimo de  Hiraoka Kimitake; nació el 14 de enero de 1925 en Tokio (Japón)   estudió Derecho, pero luego de un corto periodo  abandonó su trabajo como funcionario en el Ministerio de Finanzas, y se dedicó de lleno a la literatura y otras actividades como halterofilia y artes marciales.  Autor de más de veinte novelas, decenas de piezas teatrales y numerosos cuentos, poemas, artículos y ensayos; Fue reconocido como uno de los más importantes estilistas del lenguaje japonés de posguerra. Su escritura está fuertemente influenciada por el Nihon romanha o romanticismo japonés. Su gran obra es sin dudas la tetralogía compuesta por las novelas: Nieve de primavera (1966), Caballos desbocados (1968), El templo de la aurora (1970) y La corrupción de un ángel.
Debido a su fuerte ideología nacionalista, combinada con un sentimiento de decepción por el rumbo que estaba tomando su país, lo llevó a crear en 1968 una milicia privada  llamada TateNoKai o “Sociedad del Escudo”.  El 25 de noviembre de 1970, acompañado de algunos de algunos miembros de la milicia, tomaron el cuartel general de Tokio del Comando Oriental de las Fuerzas de Autodefensa de Japón,  con la idea de retomar el bushido  y la recuperación de los ideales heroicos de antes de la guerra, los valores y la identidad de su país. 
Con el fracaso de esta acción pesando en su cabeza, ese mismo día se suicidó mediante el rito del seppuku a la edad de 45 años. Su última novela, La corrupción de un ángel, fue publicada póstumamente. 
De él dijo el galardonado Y. Kawabata: “No comprendo cómo me han dado el premio Nobel a mí existiendo Mishima. Un genio literario como el suyo lo produce la humanidad sólo cada dos o tres siglos. Tiene un don casi milagroso para las palabras”.


En esta ocasión queremos darle a conocer un cuento, mínimo bocado de la extensa obra de este escritor.


El PERIÓDICO 

El marido de Toshiko estaba siempre ocupado. Incluso esa noche había tenido que salir precipitadamente para acudir a una cita y ella había vuelto sola en un taxi. Pero, ¿qué otra cosa podía esperar una mujer casada con un atractivo actor? Toshiko había sido una tonta al suponer que pasaría la noche con ella. Sin embargo, él sabía cuánto le espantaba volver a su casa tan poco acogedora con sus muebles de estilo occidental y las manchas de sangre que aún podían verse en el piso.
Toshiko había sido siempre extremadamente sensible. Tal era su naturaleza. Como resultado de un constante preocuparse por todo jamás engordaba, y ahora, ya una mujer adulta, más parecía una figura etérea que una criatura de carne y hueso. Hasta sus amistades ocasionales no podían dejar de advertir la delicadeza de su espíritu.
Aquella noche se había reunido con su marido en un club nocturno y se había sentido herida al encontrarlo relatando a sus amigos una versión del «incidente».
Sentado allí, con su traje de estilo norteamericano y un cigarrillo entre los labios, se le había antojado un extraño.
-Es un cuento increíble -decía con ademanes extravagantes intentando acaparar la atención que monopolizaba la orquesta-, fíjense ustedes que llega a casa la niñera enviada por la agencia de colocaciones para nuestro hijo y lo primero que veo es su vientre. ¡Enorme! ¡Como si tuviera una almohada debajo del kimono!, y no era de extrañar, porque en seguida observé que podía comer más que todos nosotros juntos. Nuestra provisión de arroz desapareció así... -hizo chasquear los dedos-. «Dilatación gástrica». Tal fue la explicación que nos dio acerca de su gordura y su apetito. Anteayer, escuchamos quejidos y lamentos provenientes de la habitación del niño. Corrimos hasta allí y la encontramos en cuclillas, agarrándose el vientre con las dos manos, gimiendo como una vaca. En la cuna, a su lado, nuestro chico, aterrado, lloraba con toda la fuerza de sus pulmones. ¡Les aseguro que era algo digno de verse!
-¿Y salió el gato encerrado? -preguntó un amigo, actor de cine, como el marido de Toshiko.
-¡Vaya si salió! Me dio el susto de mi vida. Yo había aceptado sin titubear la historia de la «dilatación gástrica», ¿comprenden? Bueno, sin perder el tiempo, rescaté la alfombra fina y extendí una manta sobre el piso para que se acostara allí. Durante todo el tiempo la muchacha gritaba como un cerdo herido. Cuando llegó el médico de la clínica el chico ya había nacido. ¡La habitación había quedado convertida en un matadero!
-No me cabe la menor duda -apuntó alguien, y todo el grupo se echó a reír.
Escuchar a su marido hablar del horrible suceso como de un incidente jocoso, hizo enmudecer a Toshiko. Cerró los ojos durante un instante y vio nuevamente al recién nacido frente a ella, en el piso, y su frágil cuerpecito envuelto en papel de periódico manchado de sangre.
Toshiko pensaba que el médico lo había hecho todo por despecho. Como para acentuar el desprecio que sentía por esta madre que había dado a luz a un bastardo en tan sórdidas condiciones, había ordenado a su asistente que, en vez de envolver al pequeño con los correspondientes pañales, lo hiciera con papel de periódico.
Esta dureza para con el recién nacido hirió a Toshiko. Sobreponiéndose al disgusto que le causaba toda la escena, había buscado un pedazo de franela sin usar que tenía en reserva y fajando cuidadosamente al niño lo había depositado sobre un sillón.
Esto había sucedido después de que su marido saliera de la casa. Toshiko no se lo había contado, temiendo que la creyera demasiado blanda y sentimental. Sin embargo, el episodio se había grabado profundamente en ella. Lo recordaba, sentada en silencio, mientras la orquesta de jazz atronaba los aires y su marido charlaba alegremente con sus amigos. Sabía que nunca podría olvidar a aquel niño, acostado sobre el piso, envuelto en los papeles manchados. Era una escena como de carnicería.
Toshiko, cuya vida había transcurrido dentro del más sólido bienestar, sentía dolorosamente la infelicidad del niño ilegítimo.
«Soy la única que ha presenciado su vergüenza», se le ocurrió. La madre no había visto a su hijo tendido allí, envuelto en periódicos y, por supuesto, el niño no lo sabría nunca.
«Si guardo silencio, este chico nunca se enterará de la verdad. ¿Por qué siento culpa, entonces? Después de todo, fui yo quien lo levantó del suelo y lo envolvió en la franela y lo depositó sobre el sillón...»
Se retiraron del club nocturno y Toshiko subió al taxi que su marido había llamado para ella.
-Lleve a esta señora a Ushigomé -ordenó al conductor, mientras cerraba la puerta desde fuera. Toshiko observó por la ventanilla la fisonomía sonriente de su marido y sus dientes blancos y fuertes. Se recostó entonces en el asiento sintiendo con angustia que la vida entre ellos era, en cierta manera, demasiado fácil, demasiado carente de dolor. No hubiera podido expresar este pensamiento con palabras. Echó una última mirada a su marido por la ventanilla trasera del coche. Se aproximaba a grandes zancadas a su automóvil Nash y la espalda de su llamativa chaqueta de lana no tardó en mezclarse y desaparecer entre la gente.
El taxi se alejó, cruzó una calle llena de bares y pasó, luego, por un teatro frente al cual se apretujaba la gente. Acababa de finalizar la función, las luces ya estaban apagadas y en la semioscuridad las flores artificiales de cerezo que decoraban la entrada resaltaban en forma deprimente.
Dejándose llevar por sus pensamientos, Toshiko llegó a la conclusión de que, aun cuando el niño creciera en la ignorancia de su origen, nunca se convertiría en un ciudadano respetable. Aquellos pañales de sucios periódicos serían el símbolo bajo el cual se encaminaría toda su vida.
Toshiko se interrogó, «¿por qué me preocupo tanto? ¿Estoy acaso intranquila por el porvenir de mi propio hijo? Cuando, dentro de veinte años, mi niño se haya convertido en un hombre refinado y educado, podría encontrarse por una de esas casualidades del destino, frente a este otro muchacho que también tendrá entonces veinte años. Supongamos que este joven, contra quien se ha pecado, pudiera acuchillarlo en forma salvaje...»
La noche de abril era nublada y calurosa, pero los pensamientos sobre el futuro hicieron estremecer a Toshiko y la entristecieron.
«No, cuando llegue el momento, yo tomaré el lugar de mi hijo», se dijo, de pronto. «Dentro de veinte años yo tendré cuarenta y tres y me presentaré ante ese muchacho y se lo relataré todo... sus pañales de periódicos y cómo yo lo envolví en la franela y lo levanté del suelo...»
El taxi se adelantaba por el ancho camino que bordeaba el parque y el foso del Palacio Imperial. A lo lejos, Toshiko veía los puntos luminosos que señalaban los altos edificios.
Prosiguió su monólogo interior: «Dentro de veinte años, ese pobre infeliz se encontrará en la mayor miseria. Llevará una existencia desolada, sin esperanzas, llena de pobreza. Será una rata solitaria. ¿Qué otra cosa podría ocurrirle a un niño que ha tenido semejante nacimiento? Irá vagabundeando por las calles, maldiciendo a su padre y aborreciendo a su madre».
No cabía duda de que aquellos sombríos pensamientos producían a Toshiko cierta satisfacción. Se torturaba con ellos sin cesar.
El taxi se aproximó a Hanzomon y pasó frente a la embajada británica. Las famosas hileras de cerezos se extendían desde allí en toda su mágica pureza. Toshiko decidió contemplar aquellas flores a solas, lo cual era una extraña decisión para una joven tímida y carente de espíritu aventurero. Sin embargo, se hallaba en un estado de ánimo poco usual y temía volver a su casa. Aquella noche su mente estaba invadida por toda clase de fantasías inquietantes.
Cruzó la ancha calle. Se convirtió en una delgada y solitaria figura en la oscuridad. Por lo general, cuando se movía entre el tráfico, Toshiko se aferraba con miedo a su acompañante. Sin embargo, aquella noche caminó sola rápidamente entre los autos hasta llegar al parque largo y angosto que rodea el foso del Palacio. Aquel foso se llama Chidorigafuchi, Abismo de los Mil Pájaros.
El parque se había convertido en un bosque de cerezos en flor. Las flores formaban una masa de sólida blancura bajo el cielo nublado y tranquilo. Los farolitos de papel que colgaban entre los árboles estaban apagados. Los reemplazaban lamparillas eléctricas de varios colores que brillaban tenuemente bajo las flores. Ya eran más de las diez y la mayoría de los visitantes se habían marchado. Los pocos que aún permanecían allí empujaban automáticamente con los pies botellas vacías o aplastaban los desechos de papel al caminar.
«Periódicos...», recordó Toshiko, y su mente retornó al hilo de los acontecimientos anteriores. Papel de periódico manchado de sangre. Si un hombre oyera hablar alguna vez de tan lastimoso nacimiento y descubriera que era el suyo, aquello bastaría para arruinar toda su vida.
«Y yo, una extraña, tendré que guardar tan gran secreto... El secreto de una vida...»
Perdida en estos pensamientos, Toshiko caminó por el parque. La mayoría de los transeúntes eran parejas silenciosas que no le prestaban atención. Vio a dos personas sentadas sobre un banco de piedra al lado del foso. No miraban las flores, sino el agua. Todo estaba oscuro y envuelto en pesadas tinieblas. El sombrío bosque del Palacio Imperial se perdía tras el foso. Los árboles parecían formar una sólida masa con el oscuro cielo. Toshiko caminó lentamente por el sendero sobre el cual colgaban, grávidas, las flores.
Sobre un banco de madera, ligeramente apartado de los demás, vio algo que no era, como imaginara en un principio, una cantidad de flores de cerezo ni alguna prenda olvidada por los visitantes del parque. Al acercarse, comprobó que era una forma humana echada sobre el banco. ¿Sería alguno de esos miserables borrachos que se ven durmiendo a la intemperie? Evidentemente, no era ése el caso, ya que el cuerpo había sido cuidadosamente cubierto con papeles cuya blancura había atraído la atención de Toshiko. Observó detenidamente al hombre con camiseta marrón, acurrucado sobre una cama de papeles de periódicos y, también, cubierto por ellos. Sin duda aquella era su morada ahora que la primavera había llegado.
Toshiko observó el pelo sucio y despeinado que, en ciertas partes, mostraba una irremediable decadencia. Mientras velaba el sueño del hombre envuelto en periódicos, no pudo evitar el recuerdo de aquel otro niño acostado en el suelo, cubierto por sus miserables pañales. El hombro enfundado en la camiseta marrón subía y bajaba acompasadamente en la oscuridad.
Toshiko sintió, de repente, que todos sus miedos y premoniciones tomaban cuerpo. La frente pálida del hombre se destacaba en la oscuridad. Era una frente joven, aunque surcada por las arrugas de largas penurias y miserias. Había arremangado ligeramente sus pantalones color caqui y en sus pies descalzos llevaba zapatillas deshilachadas. Resultaba imposible ver su rostro y, de pronto, Toshiko sintió un deseo incontrolable de observarlo.
La cabeza del hombre estaba semioculta entre sus brazos pero, acercándose aún más, Toshiko pudo ver que era sorprendentemente joven. Observó las gruesas cejas y el fino puente de la nariz. La boca, ligeramente entreabierta, respiraba juventud.
Pero Toshiko se había acercado demasiado. La cama de periódicos crujió en el silencio de la noche y el hombre abrió bruscamente los ojos. Se levantó, de pronto, al ver a la joven parada a su lado. Sus ojos brillaron en la noche y, segundos después, una mano llena de fuerza tomó la fina muñeca de Toshiko.
Ella no se asustó ni hizo esfuerzo alguno por librarse. Como un relámpago, un pensamiento atravesó su mente. ¡Ah, ya habían pasado veinte años!
El bosque del Palacio Imperial estaba tan oscuro como el azabache y un profundo silencio reinaba en él.






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CIUDADES DENTRO DE LA CIUDAD (RH)

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La ciudad, inmenso conglomerado humano desbordado en una aparente planificación extendiendo sus límites a cada instante. Esa urbe interconectada por infinidad de cables, redes, acueductos, vías ferroviarias y fluviales, autopistas, avenidas, aeropuertos internacionales, calles, carreteras y caminos antiguos. Por esas vías de comunicación que nos conectan de un punto a otro, un constante fluir de mensajes cifrados, secretos, amenazantes, temerarios, laborales, académicos; voces de alarma, de reclamo, fluidos, chatarra, mercancías, cuerpos desplazándose en diversidad de ritmos que se encuentran y se atraen, pasan desapercibidos o son el punto de atención por un momento.  En esas ciudades de la ciudad nada parece detenerse, todo se desvanece en un volátil dinamismo. 
Al hacer mención a las ciudades de la ciudad, me refiero a lo siguiente: lo meramente arquitectónico no es más que una estructura, en la que confluye gran variedad acerca de lo que conocemos como ciudad o metrópolis; es decir, un complejo tejido elaborado con infinidad de calidades de hilo, una capa superpuesta a otra y así sucesivamente, hasta elaborar una especie de monstruo. Aparece entonces la ciudad hormiguero, la ciudad termita, la ciudad panal, la ciudad acueducto, la ciudad metro, la ciudad virtual, la ciudad industrial, la ciudad académica, los guetos. La ciudad que cada sujeto configura en sus trayectos desglosando la definición institucional que se da a la urbe como un ente territorial fijo e inamovible, ligado a un plan de ordenamiento territorial específico. 
Sin embargo, en ese ente territorial tan definido y planificado se moviliza una “desterritorialización” de las formas, de los espacios; cada individuo es una ciudad móvil, construyendo sus propias rutas, haciendo de cada espacio una heterotopía, elaborando otro sentido de plaza, parque, parada de buses o estación de tren. Para X, la plaza es un dormitorio público o un púlpito en el que se predica. Para Y es el bosque donde se juega a las escondidas, las canecas son árboles y las fuentes inmensos lagos. Nada se desarrolla según lo planificado, porque las ciudades desbordan la ciudad y a pesar o gracias a ello, esta última se dinamiza, se transforma.
Entre esas múltiples e infinitas ciudades que nacen y mueren día tras día, se va tejiendo una red que rompe las barreras visibles e invisibles. Cada parte se configura a partir de su relación con las otras partes, por sí sola no existe. La ciudad hormiguero y panal se cruzan con la ciudad acueducto-metro en algún momento, y es en ese mínimo cruce, en esa delgada línea, en lo liminal en que surge algo nuevo, como la hiedra en la piedra, desbordándose, esparciéndose como un virus.
Por lo tanto, hablar de una ciudad, de una Medellín como unidad o estructura única;  no nos sirve más que para entendernos con el lenguaje institucional, para entender sus cifras y su pretensión de querer ordenar algo que brota espontáneamente y nos sugiere las ciudades invisibles dentro de esa ciudad en apariencia visible.
Por otro lado, los acontecimientos, aquellas pequeñas cosas que suceden a cada momento en lo cotidiano; aquello que en apariencia no es tan transcendental como las historias que figuran en los libros, en las noticias, en los periódicos. Eso que pasa desapercibido, al parecer no es digno de ser contado y se considera insignificante ante la inmensa influencia de los grandes sucesos históricos. Hacen la diferencia a la hora de considerar las microciudades.
La ciudad, la territorial, está construida por los hechos históricos que la forjaron. Sus calles llevan los nombres de batallas o héroes caídos en éstas. Sus monumentos ecuestres o bustos están dedicados a los próceres de la patria. Se nos cuentan las grandes historias, lo macro de la ciudad, como si aquello fuese lo único que hubiese acontecido en más de cien años de existencia. 
Las ciudades, desterritorializadas, visibles e invisibles, se configuran a cada instante por los acontecimientos, por esas pequeñas cosas que van sucediendo a lo largo y ancho de cada día con su noche. Es en lo efímero de esos aconteceres  que las ciudades se transmutan, sin tomar formas fijas e inamovibles, territorios y relaciones estructuradas entre sus habitantes; sino cosas pasajeras en constante devenir. Es allí donde lo micro tiene su relevancia, donde el mural al parcero del barrio desplaza el monumento y las calles son nombradas de otras formas a partir de experiencias compartidas por la comunidad. 
Son esos acontecimientos los que van tejiendo y destejiendo poco a poco las formas, espacios, ritmos, vitalidades y sentidos. Cabe agregar que el azar, lo impredecible son formas que producen esos microacontecimientos, quebrando con lo que se repite, lo mismo, la monotonía y la circularidad a la que la ciudad nos somete. 
En los personajes del video New Book (del cual surge esta inquietud por la ciudad), se puede ver en los nueve recuadros cómo se enmarca el concepto de una ciudad, barrio o vecindad, en los que dichos personajes se mueven en una circularidad. Dentro de ese círculo se cruzan, crean vínculos, redes, nuevas circularidades habitando cada uno de los nueve espacios. Se observa en ellos una rutina de parsimonioso automatismo, como si todos fuesen buses describiendo una ruta por la cuadra. Cada uno llega a su tiempo al café, quizá se llega todos los días a esa misma hora, se toman lo mismo, dicen lo mismo. 
En esa rutina de ir y venir alrededor de la cuadra, transitando por los nueve espacios; pareciese que el tiempo fuese eterno y ningún acontecimiento sacudiese a estos personajes de su repetitivo trasegar. Pero es precisamente un sacudirse, una onda expansiva, una explosión silenciosa en simultánea, que se desenvuelve de diferente forma, la que saca por un mínimo y pequeño instante a esos personajes de ese ritmo tan frenético. 
Ahora bien, lo simultáneo es algo que acontece a cada instante en la urbe. Caer, explotar, llover, quebrar se da de tantas y diversas formas que registrarlas serían difícil. Sólo las que se convierten en historias, las que abandonan su transitoriedad de micro para establecerse como macro; figuran en los medios. Es precisamente ese no figurar, ese no convertirse en historia, lo que permite una fluidez de lo fijo.
En relación a lo anterior, la estructura del video también me permite relacionar la ciudad con la vigilancia, con el auscultar la privacidad, la cotidianidad del otro. La ciudad como ente territorial fijo siente la necesidad de saber lo que hacen sus ciudadanos, cómo se relacionan, qué consumen, dónde duermen, con quiénes salen. Necesita saber si obedecen a los protocolos, a las normas. 
La ciudad pretende que nada se le escape, por eso mantiene vigilado e intervenido espacios como esquinas, rincones, viviendas, entre otros. No solo quiere controlar el tráfico vehicular y aéreo, también desea controlar la infinidad de tráficos que se dan dentro de su seno.  La ciudad es un inmenso crustáceo de mil ojos que nos persigue, nos observa desde la frialdad de un lente y en la lejanía de una cabina repleta de paneles. La ciudad se vigila a sí misma, porque desconfía de todo.
Es así que, el panóptico de Foucault o El Gran Hermano de Orwell, se han trasladado a la ciudad. Las construcciones arquitectónicas buscan la circularidad en sus espacios, las esquinas esconden rincones y cualquier cosa puede pasar allí. Las pantallas proliferan recordando normas de comportamiento ciudadano, nos informan y actualizan así no lo queramos. La asepsia es otro de los componentes de esa vigilancia, se busca mantener una limpieza radical, cero contactos entre los individuos por muy apretados que viajen en el metro. 

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LA MÚSICA PARRANDERA: Un legado de alegría y cultura antioqueña (Urraca)

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urracadimensiones@gmail.com





“En este mes de parranda por última vez yo quiero, 
sacarle jugo a la vida, por si mañana me muero”.

Fragmento extraído de la canción La última navidad.
Grupo Los Trovadores del Recuerdo.

Así es… llegó diciembre, y con éste, la música parrandera paisa, uno de los más grandes baluartes de la cultura antioqueña. Este tipo de música es una colorida y amplia gama de melodías de origen humilde y campesino, con letras de corte navideño, pícaro, de doble sentido, festivas, maliciosas y humor picante. En este género musical se distinguen ritmos característicos del entorno paisa tales como la parranda, el merengue, el paseo y el porro, enmarcados dentro de un primer grupo de aires decembrinos; en un segundo grupo, encontramos el son paisa y la rumba, seguidos de un airecito cadencioso y agradable para ser ejecutado dancísticamente llamado baile bravo, que no es otro que un estilo de ejecución danzaría específica, pero que no se le considera como parte de los característicos aires decembrinos. Entre otros ritmos populares y propios a este género musical, se encuentran también el currulao y la trova. Todos estos ritmos pertenecientes a este tipo de música son interpretados con instrumentos como: la guitarra, tiple, requinto, bajo, bongo, cencerro, guacharaca y a veces acordeón. La música parrandera paisa es probablemente el único estilo musical propio que Antioquia le ha aportado al folclor colombiano, y el tiempo ha obrado en favor de éste, siendo hoy reconocido como uno de los géneros propios y  autóctonos  de un sector cultural antioqueño, en su mayoría rural, que creció a la par y se identifica plenamente con la idiosincrasia y estilo, propios de esta música.  
El género musical parrandero es un derivado de la música popular cantinera, pero con la notable diferencia de que esta música en vez de tener letras tristes, melancólicas y de despecho; tienen un sonido y ambiente alegre, dadivoso y particularmente fiestero. En la mayoría de canciones el humor es picante, con una propuesta bastante vulgar, y en ocasiones extremadamente grosero; a tal punto que generaban (probablemente ahora) el veto de la iglesia y de corporaciones e instituciones bastante arraigadas en los principios éticos y morales. La diversión y disfrute de este género, se hacía entonces de forma clandestina por parte de aquellos que mantenían muy oculto su gusto, debido al tabú que existía alrededor de esta música: un ambiente tosco, machista, pedestre y vulgar, sobre todo en épocas de fiestas mezcladas con licor y múltiple espectáculo. ¿Especta… qué? 

Soy el trovador del valle, y vengo a trovar aquí,
vengo buscando mi pava y traigo los huevos aquí”.

Fragmento extraído de la canción El trovador del Valle”,
compuesta por Gildardo Montoya.


Este género musical nació a finales de los años cincuenta y principios de los sesenta, y fue originado en el suroeste antioqueño, conocido como la zona cafetera de Antioquia, cuyos pueblos más importantes son: La Pintada, Ciudad Bolívar, Pueblo Rico, Salgar, Betania, Venecia, Jardín, Urrao, Támesis, Fredonia, Betulia, Amagá, Andes, Jericó y Concordia. Contó con grandes exponentes como los hermanos Bedoya, José Muñoz, Alejandro Sarrazola, Gildardo Montoya, Antonio Posada y Octavio Mesa, quienes lograron darle estatus a la música picante paisa; hasta tal punto de convertirla en un referente de ciudad para las celebraciones de fin de año. Ésta ha logrado tal aceptación en las nuevas generaciones que incluso ya la acogen como propia, lo cual ha provocado que desde la década de los sesenta y setenta, las calles y emisoras de Medellín desde el mes de noviembre hasta mediados de enero aproximadamente; se vean inundadas de este género campesino que vive en constante adaptación. La música parrandera paisa se ha mezclado en los últimos años con géneros urbanos y ritmos musicales de otras regiones del país y el mundo. A pesar de no haber una producción y ventas masivas, la música caliente de los antioqueños sigue viva y en constante transformación.


“EL MONO GONZÁLEZ” Y EL PRINCIPIO DE UNA TRADICIÓN:


“Llegó diciembre con su alegría, mes de parrandas y animación. 
Que se baila de noche y día y es solo juergas y diversión”.

Fragmento extraído de la canción 24 de diciembre, compuesta por 
Francisco, “El Mono González”.



En el año de 1908, nació en el municipio de Titiribí, Antioquia; Francisco Antonio González, conocido como “El Mono González”, quien compuso en el año de 1938 la que se considera la primera canción parrandera titulada 24 de diciembre, la cual fue grabada en las voces del dueto mexicano Pepe y Chávela. “El Mono González” sin proponérselo siquiera, dio inicio con esta obra a la música decembrina hoy escuchada en cada uno de nuestros hogares, barrios y calles cuando llega la navidad. En 1945, el Mono González compone también el que sería el primer tema parrandero de doble sentido titulado Mándeme Aguinaldo (“Cómo yo se lo pedí/mi novia se disgustó/Si ella me lo pide a mí/No me le disgusto yo”), grabado también en la voz de un mexicano: Valedor Ramírez, quien llegó a Colombia en ese mismo año. En la voz de “El Mono González”, se conoció también para esas épocas un famoso relato suyo titulado La salida de los animales.
Finalizando la década de 1940 y a principios de la siguiente, dada la gran migración campesina por causa de la violencia en Colombia entre liberales y conservadores; aparecieron en la ciudad de Medellín, artistas y canciones representativas que le dieron renombre al género parrandero como Los Trovadores del Recuerdo y sus canciones Borrachera, La Bachue y Los Ciclistas; Luis Carlos Jaramillo y su canción representativa La Carajada. Judith Arboleda, Libardo Álvarez, Neftalí Álvarez y José Muñoz fueron otros de los grandes exponentes de aquella época. También, se encontraban en la capital de la montaña como se le conoce a Medellín, artistas de otras ciudades y departamentos de Colombia, tales como el pereirano Antonio Posada, Carlos Muñoz de La Dorada, Caldas con su canción El hijo de Rosenda; el grupo Los Tumaqueños, provenientes de la costa pacífica con sus éxitos La Avispa y La Rasquiña. En el departamento de Antioquia sobresalieron notablemente artistas de este género como lo fueron Alejandro Sarrazola, Vega del Río y Arturo Ruiz del Castillo. 


¡AQUÍ SÍ HAY CANTO PA´ TODO MUNDO!


Joaquín Bedoya (1943 – 2014) y su conjunto. Grandes exponentes de la música parrandera, los cuales la llevaron hasta niveles insospechados. 


¡Mija, échele más agua a la sopa!
…Y conté los invitados para empezar a servir,
y toditos mal contados sumaban como tres mil”.

Fragmentos extraídos de la canción Échele más agua
a la sopa, compuesta por Joaquín Bedoya.




La gran popularidad de este género musical se dio en la década de 1960 gracias a artistas como Joaquín Bedoya, hermano de Agustín y José A. Bedoya, quienes casi todo lo que publicaban era un éxito. Otros artistas de gran popularidad fueron Leonel Ospina, Gildardo Montoya y Octavio Mesa, quienes pincelaron la historia musical de la región con hermosas y divertidas piezas catalogadas por la crítica especializada, como verdaderas joyas musicales de una época que se niega a ser relegada por los aires modernos de la actualidad. 
Algunos de estos artistas tuvieron cierta influencia de la música vallenata tocada en guitarra del maestro Guillermo Buitrago, oriundo de Ciénaga en el departamento del Magdalena; allí su producción musical no fue muy conocida y publicitada, contrastando totalmente  a la realidad musical en Antioquia; ya que desde mediados del siglo XX hasta lo que va del siglo XXI ha sido fielmente escuchado en este departamento en la época de diciembre. Buitrago y sus melodías vallenatas fue uno de los principales influyentes en el origen de la música parrandera paisa. Esta influencia se dio en el sentido de que a finales de los años cuarenta y comienzo de los cincuenta, aparecen en el espectro musical parrandero artistas como los hermanos Joaquín, Agustín y José A. Bedoya, quienes en sus inicios cuando aún no habían compuesto ni grabado música parrandera; tocaban en sus guitarras los vallenatos de Guillermo Buitrago, lo cual incidió posteriormente en el estilo y sonido de la música caliente paisa. 


“Me llaman, me llaman el huerfanito, ay porque ando, porque 
ando por la barriada. Y morena, mi morena no me quiere,
óyeme caramba yo me voy pa´ la sabana”.

Fragmento extraído de la canción El huerfanito, 
Compuesta por Guillermo Buitrago.


No se puede pasar por alto que en los inicios de los años cincuenta, se escuchaba en la radio de la época la famosa canción El grillo, interpretada por Antonio Posada, un intérprete con voz gruesa, pastosa y destemplada, pero con características típicas paisas. Hoy encontramos en las emisoras y tiendas de música una gran variedad de artistas e intérpretes del género nacido en las tierras ancestrales de nuestros mayores. Es grato pensar y recordar que la mayoría de esos ingeniosos y divertidos versos fueron creados tras la luz incipiente de un candelabro o de una bombilla de veinte y cinco bujías como se conocieron los focos de aquella época. 



LAS MONTAÑAS, EL DESAMOR Y EL AGUARDIENTE

“Soy un arriero de verraquera y solo creo en el cagón.
No he sido chivo de ninguna perra ni mucho menos pa´ ser cabrón”

Fragmento extraído de la canción Mula hijueputa,
Compuesta por Octavio Mesa






 típicos de la parranda, previos a un encadenamiento de versos grabados con inconfundible acento rural antioqueño. Naturalmente estas canciones con oblicuas o directas alusiones sexuales, forman parte de un repertorio más amplio cuando se combina con la música bailable caribeña, de las que el reggaetón sería el heredero actual más notable. El doble sentido, como otro aspecto del humor (además del sentimentalismo y despecho) en el tratamiento del amor, se perfila como otro de los bastiones principales en el repertorio parrandero. Así pues, para afrontar la ambigüedad del amor, se presentan dos opciones: optar por el humor y la ironía, o ir al otro extremo: morir o matar “de amor o por amor” para salvarse. Además del consumo de alcohol como paliativo frecuente, la alusión a las fiestas, a “los compadres” y aventuras vividas con ellos; la comida, y otros tantos quehaceres en la vida rural; funcionan a manera de exorcismo para enfrentar los pesares de la vida y el desamor. Toda esta idiosincrasia musical sumida en esta simultaneidad de canciones, adquirió una personalidad especial en el oyente colombiano desde 1960 hasta nuestros días. La que podríamos llamar la “colombianización” o conversión a las convenciones estéticas locales; hizo gran huella en el comportamiento y manera habitual del vivir paisa. Es sorprendente como la mayoría de oyentes toma como filosofía e identificación personal algunos versos de esta música, los cuales están en su mayoría inspirados en vivencias personales. La conexión entre la cultura paisa y su música es de talante familiar. 

“Aunque me cueste morir no dejaré la bebida, 
porque una pena de amor, me quiere quitar la vida”.

Fragmento extraído de la canción El aguardientero, 
compuesta por Félix Ramírez del grupo 
Los Trovadores del Recuerdo.

La época navideña y su fin de año, se convierten entonces en el tiempo propicio para rescatar de los anaqueles olvidados nuestra música picaresca. Son estas canciones las que alegran las reuniones familiares entorno a una época tan tradicional y esperada por el colombiano promedio.  

La música parrandera se convierte año tras año en una fuerte costumbre y tradición antioqueña, aún son muchos los relatos de parte de nuestros mayores, que se acompañan con una buena canción de fondo y un aguardiente en la mesa. Este tipo de música corre en la sangre del antioqueño, del campesino como a su vez del citadino; se disuelve en los oídos y se transforma hacia el exterior con un canto roto y a la vez recitado; es un emblema paisa, una de nuestras más grandes riquezas folclóricas. No por cualquier motivo, es uno de los géneros musicales predilectos para acompañar los últimos días de cada año. 

“Yo no olvido el año viejo porque me ha dejado cosas muy buenas.
Me dejó una chiva, una burra negra, una yegua blanca y una buena suegra”.

Fragmento extraído de la canción El año viejo, 
compuesta por Crescencio Salcedo.




EL ECO PARRANDERO

Quiero por medio de esta revista que se llama 
Dimensiones… (Menciones, menciones) 
Rendir un tributo a la historia 
parrandera… (Era, era) 
Porque ya son años los que juntos en
diciembre… (Siembre) 
Disfrutamos de la esencia que esta música
alberga… (Alegría) 

Porque con sus voces y guitarras nos
encantan… (Cantan, cantan) 
Desde que llegamos y hasta la 
amanecida… (Ida, ida) 
¿Cómo es esta gente hasta cuando 
bosteza?... (Tesa) 
Pues sus letras nos relatan cuentos y algunos
ridículos… (¡Qué ingeniosos!) 

Y hagamos un almuerzo ya puso Joaquín
Bedoya… (Olla, olla) 
Échenle agua a la sopa nos espera Octavio
Mesa… (Mesa, mesa) 
Que cocinen bien las papas y no queden los
maduros… (Duros) 
A buen fuego en dos horas ya estará 
calculo… (Más o menos) 

Que suenen ya las canciones y que traigan las 
cervezas… (Esas, esas) 
Traigan también los sombreros y pa´l frío un
aguardiente… (Ardiente, ardiente) 
Brindemos con los amigos y escuchemos los 
cantantes… (Antes) 
Que con sus voces y versos resuelven cualquier
disputa… (¡Buen mensaje!) 


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CONTRAPORTADA (Débora Arango)

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Junta Militar - Óleo sobre lienzo (1957)
Débora Arango (1907-2005)

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