SIN OBJETO ALGUNO (Parte uno) (Andrés Pérez)
Estoy aquí, con el culo aplastado a la silla encasillado en las cuatro mugrientas paredes de esta casa, departamento, cueva moderna o lo que sea, preguntándome lo que siempre me pregunto ¿Qué maldita sea hago aquí? ¿Qué estoy haciendo? La respuesta más fácil sería decir nada, pero hacer nada es ya hacer algo. Por lo tanto, estoy haciendo algo. Pero… ¿Qué? nada. Entonces ¿Cuál es pues, la verdadera respuesta? Preguntas y respuestas a sí mismo, a su Yo incongruente, indeciso, inexplicable, desconocido, contradictorio, absurdo, irracional, idiota. Interesante juego para realizarlo después de no haber podido dormir un carajo en toda la noche y venirse a sentar en una silla que te maltrata el culo, mientras por la ventana se va colando el primer rayo de sol de un nuevo día que apesta a mierda, a compromisos, a rutinas, a horarios, a vomito social, a desayuno mal hecho, a agua fría que te congela los huesos, a la misma ropa de ayer, de antier, el mismo camino, el mismo autobús, la misma palabrería con los otros, las mismas falsas miradas, los mismos besos y abrazos. ¿Qué carajo estoy haciendo aquí, en esta silla desbaratada, en la casa destartalada, en el país saqueado y en este planeta acabado? No sé, no sé.
Que falta de decisión. Por ahora la única decisión que puedo tomar es levantarme de la silla y dejar que mis pasos arrastren el peso de mi cuerpo hasta la puerta del trabajo o del estudio. Y allí abandonarme nuevamente, acoplar el cuerpo y la mente a ese espacio atiborrado de personas que quizás pudieron dormir toda la noche plácidamente, soñaron cosas lindas y al despertarse no se preguntaron pendejadas sentados en una silla, sino que encendieron la radio y se pusieron a cantar y seguirán cantando el resto del día. ¡Qué vida tan feliz esa! No preguntarse nada. Estar así como en una inercia mental. Saborear la monotonía y repetirla hasta el infinito. Agradecer al señor por semejante vida.
Pensándolo bien, esta mañana podría cambiar las cosas, hacerlas diferentes; por ejemplo encender la radio y cantar y… bailar. Mirar la televisión y escuchar a los nuevos sabios que te venden el positivismo como la única energía que puede mover el accionar de un cuerpo. Sonría, hoy es un día para sonreír. Actitud positiva. Pastillas de POSITIVINA, esas la vende Jota Mario y el presidente del país. Tendría que tomarlas y en dosis mayores. ¿Cuáles serían las contraindicaciones? Adicción, escalofríos, pérdida de la razón. He ahí la cuestión: perder la razón.
Podría, del verbo podrir, estar perdiendo la razón y otras cosas. Como no perderla en este manicomio que es el mundo, donde los más cuerdos son los locos. Y ahora siendo consecuente con la pérdida de mi razón, voy a levantarme de la silla a no hacer nada. A tomarme el medicamento, ojear un viejo periódico en busca de los clasificados, y encontrar un mejor empleo, con un horario más flexible, con patronos no tan patronos y sobre todo con niñas lindas, pero no pendejas. No soporto la pendejada y mucho menos en mujeres bonitas, me parece un insulto a la naturaleza. Pero lo más importante de todo trabajo es la paga, y sino para qué trabajamos. Por placer nadie lo hace, el único esfuerzo que yo haría por placer sería tener sexo y eso depende de varias cosas.
Se necesita mesero, panadero, soldador, taxista, bodeguero, vendedor, chica nudista, operarias en máquina plana y tejido de punto, asesor comercial (vendedor puerta a puerta), maquinista de retroexcavadora, niñera, señora de aseo, mucama, azafata, escobita, profesor de historia, mecánico automotriz, oficinista de tiempo completo. Con ninguno me acomodo, no cumplo el perfil, ya que estoy en plan de tener un cambio en mí mismo a partir de hoy, de asumir la actitud positiva como factor primordial en todo hombre que quiere prosperar, anotemos el de profesor de historia y más tarde llamo, cuando tenga en la mano un teléfono.
Salir de casa no es fácil. Ese nicho que te proporciona una mínima seguridad no lo encuentras en la calle. No hay nada como el hogar, ese lugar el cual consideras tuyo aunque pagues la renta y los servicios cada mes. Abandonar su calor, la familiaridad de cada objeto disperso en el espacio de forma particular. Y entrar de repente a la calle, la inmensa incertidumbre de cemento en la que se agazapan fieras detrás de los muros y en las sombras de las esquinas dispuestas a clavarte sus colmillos en la yugular. De la miseria propia, a la miseria colectiva, de la mezquindad del Yo, a la mezquindad de una masa que se moviliza vertiginosamente en busca de un poco de pan para saciar el hambre. La mirada esquiva, los cuerpos alienados, encapsulados en vehículos motorizados, en el metro que atraviesa la ciudad de norte a sur mientras va devorando y vomitando cantidad de personas arrojándolas a las calles de viejas historias, llamadas con nombres de héroes caídos y desaparecidos en la memoria colectiva de un pueblo que no recuerda ni siquiera lo que es o lo que fue. Ese pueblo que a las 8 a.m. bajo la pálida luz de un sol que va desapareciendo entre los negros nubarrones, se levanta impetuoso a continuar empujando el destartalado carrito del progreso que no va para ningún lado. Este pueblo antaño de campesinos y hoy en menos de veinte años parte de una ciudad explaya como un monstruo entre las montañas. Ya no sé ni dónde vivo. Hoy salgo de casa, la dejo tal cual y unas horas más tarde regreso y ya hay un cambio. Han levantado una torre de edificios al lado y desaparecidos los árboles. Ya no conozco a los vecinos. La gente va demasiado rápido, son fieles consumidores de actitud positiva. Vive la vida al máximo. Y ahí voy Yo, atrás, en busca de la anhelada prosperidad que me coloque adelante.
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