DE LA ALTURA Y LA VIDA (Urraca)
“El cuervo no engendra a la alondra”
William Shakespeare, Tito Andrónico.
![](https://blogger.googleusercontent.com/img/b/R29vZ2xl/AVvXsEjYFmdlfCLfBOEcd8GQCebmUBt_0eSZvAKT4c4zfW0swkpgkEIyDK1Ll8PwIHG3SLnPFbo0Ylpgx2C7ZfGPEmc59u-dwHCuFv9D_FFQGVdOFUDQ0_DLs5gkXA0cupWq9aatg7qgsSmm664/s320/debodaconmaronfileswordpresscom.jpg)
Escogió cuidadosamente el sitio de la casa: una colina cubierta de pinos en el centro de la meseta. Sembró jardines de hortensias, margaritas, rosas y flores silvestres tomadas de la vegetación natural del medio. En las tardes de sol caminaba entre los árboles, trasplantaba veraneras a rincones inesperados, reía en la plenitud salvaje de la naturaleza y se deleitaba enormemente con el espectáculo presentado por los crepúsculos en aquel lugar.
Siete meses después de su traslado al campo, Susana se encontraba sentada sobre una piedra con la cara recostada en las rodillas, olfateando los viajeros perfumes de la tarde. Sintió que la naturaleza se le metía en los pulmones y le respiraba con fuerza. Súbitamente una angustia se le amarró en el estómago como un vértigo de ausencias y sintió que se desmayaba. Se recostó en el prado, inhaló y exhaló fuertemente, y se tomó su tiempo para recuperarse. No le dio mayor importancia a este suceso y regresó a casa, a los brazos protectores de la música de Dvorak.
Dos años después de su instalación en el campo, sucedió lo imprevisto. Susana cayó enferma con altas fiebres y su actual vida se veía interrumpida por intermitentes momentos de lucidez y sopor. En una tregua que le brindó el asedio del mal aún incipiente, estuvo meditando sobre su situación y comprendió que le esperaba un prolongado viaje hacia el delirio. Aquella tarde, Susana miraba la niebla que ocultaba un gran cerro. Ese día, no salió a caminar en medio del bosque. Se quedó toda la tarde en el estudio de su casa y escribió tratando de aclararse. Pero su pensamiento seguía brumoso, como las montañas. Sólo conseguía desenterrar presentimientos. Hace más de dos años empezaron a aparecer los primeros síntomas de aquella enfermedad que le aquejaba. Vinieron espaciadamente, como nubes premonitorias. Después con el paso de los días, se fue espesando su consistencia. Hoy es una punzada que le mantiene despierta la conciencia.
En este ambiente sano, amplio y refinado vivió Susana sus últimos días; con dignidad, amor y gusto por lo bello. Allí cultivó su personalidad. Nada comentó acerca de su enfermedad. Desde el día que se enteró de ésta, algo en ella cambió, se notaba en su semblante una secreta complicidad que la sumía al silencio. Sus actos y su vida misma se tornó de un aire misterioso y sus miradas se convirtieron en un lenguaje más elocuente que las palabras
Suscribirse a:
Comentarios de la entrada
(
Atom
)
No hay comentarios. :
Publicar un comentario