PORTADA-DIMENSIÓN 19, julio de 2013

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 “¡La esclavitud del alma por los deseos es de temer como la muerte!”
de Viaje a pie - Fernando González




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VIAJE A MARTE (Pablo Ramos)

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EXTRODUCCIÓN 05








Al parecer, va siendo hora de que el hombre inicie la colonización del universo y encuentre, entre más rápido mejor, otro planeta en las mismas condiciones con las que antes contaba el nuestro. Por ahora, es Marte el que está a la vista en el mapa imperial del universo, y ya se piensa para el 2023 mandar la primera colonia de humanos o de soldados. El 2023 no es que este muy lejos y Marte tampoco como para decir que dicha idea es una locura; además el potencial tecnológico con el cual cuenta el hombre hoy en día,  puede dentro de los próximos diez años desarrollarse al cuadrado. Por lo tanto, de algo si podemos estar seguros: se van, se van; pero de que lleguen al planeta rojo o sobrevivan apenas pisen su superficie, eso es algo que nadie puede garantizar, ni siquiera la propia compañía que abrió la convocatoria para viajar a Marte. Este es un viaje con pasaje de ida; pero no de regreso.
Así el panorama, los primeros colonizadores vendrían a ser conejillos de indias, ratas de laboratorio, más específicamente de la NASA. Si sobreviven los veinte  o treinta arriesgados, que esperemos no sean elegidos por su color de piel  y su estrato social sino por su calidad humana; si es que aún existe esta especie de calidad; si ellos sobreviven empaque y vámonos. Si no lo hacen, si se los come el polvo radiactivo, volteemos a mirar para otro lado, para Europa, no la Europa en bancarrota, sino la luna de Júpiter. Pero más rápido llega una tortuga del Guaviare al Japón, que nosotros llegar a semejante luna.
Sin embargo, supongamos que los heroicos colonizadores sobreviven y se adaptan. Ahora, pensemos qué harían en un planeta tan parecido al gran cañón del colorado o al desierto del Sáhara.  Se debe aclarar que, este primer grupo colonizador sería mixto, porque en caso que no lo fuese, la situación sería mucho más crónica. Aunque, no solo de sexo vive el hombre, ni tampoco de pan, el hombre de hoy en día vive de la televisión y el internet, y en el planeta rojo tales cosas no existirían para esa época. En consecuencia, sin poseer lo anterior los primeros  Adanes y Evas de Marte,  harían en primer momento explorar el paisaje color naranja, recolectar y analizar rocas, limpiar el cubículo de tanto polvo, mirar hacia el firmamento tratando de ver la tierra; después hablarían con sus compañeros de su fructífera vida en el planeta verde-azul, más tarde pasarían a los juegos: el fútbol (sin la mafia de la FIFA), las cartas, el parqués, entre otros. Después volverían a hablar de ellos mismos. Luego, vendría  el mutismo y se percatarían que están en la completa nada y que no tienen nada, más que su vida y la de sus compañeros. Y eso es lo esencial.
Puede ser que sientan a partir de esta nada un profundo tedio, que no sería más que la ausencia de las cosas con las que distraemos el tedio en el planeta Tierra, el trabajo, el estudio, la fiesta. Pero esto no significa que los primeros colonizadores caigan en la desidia, en el desespero y en la desgana.
La verdad es que dicha experiencia resultaría para tales hombres y mujeres  la oportunidad de volver atrás en el tiempo, en el origen de los tiempos, en el cual no había máquinas y sistemas.  Allí era la mano del hombre y su trabajo en colectivo que lo hacía todo. Este viaje es la oportunidad de re-descubrir nuevamente las cosas, de nombrarlas, de volver a construir una sociedad a partir del conocimiento adquirido. Los colonizadores de Marte encontrarían en esa profunda soledad anaranjada, la humanización que hemos ido perdiendo poco a poco. Rumbo a Marte es la odisea del desmoronamiento de todos los tiempos: no sociedad, no gobierno, no guerra, no hambre. Y aunque por el sistema científico sean vistos como ratas de laboratorio, a modo personal, cada colonizador Marciánico constataría con estupor la miseria que estamos habitando los que nos quedamos aquí.

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¿QUÉ LE PASÓ AL HOMBRE? II (Mb-6v!)

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El hombre, sin saber ser hombre decide entonces de ahora en adelante ser dinosaurio. Como el presagio lo dicta, la lluvia de meteoros se aproxima precipitándose como un circuito inminente, él mientras tanto, desde su tranquilidad prehistórica y su ignorancia homínida, pide un deseo, pero no sabe lo que hace.

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CANIBALISMO DE AMOR (Mb-6v!)

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En la cúspide difícil de las tierras ancestrales de Papúa Nueva Guinea, un hombre perteneciente a la tribu Fore, próximo a morir, dispone su cuerpo para remediar la escasez y la falta del amor que abunda como los ríos. No sabía cuándo era la hora, pero sí que cuando la muerte consiguiera alcanzarlo, sus pieles desnudarían la salvación dejando bajo esas tierras suyas lo último que se merecen, una estructura ósea agradecida. Aún sin perder temperatura, el cuerpo era cortado en trozos de modo tal que, todo aquel que le debiera respeto asumiera el deseo exánime como cumplido. Los hombres escogían siempre los músculos, siendo merecedores del gustoso sabor de la fuerza.  Las mujeres y niños, en lo posible hijos y esposa, eran premiados con el cerebro, pues este órgano establecía el eterno respeto por su familiar sabiduría; otros gustos se quedaban con el páncreas, el riñón y el intestino.
En la primera década pasada la ceremonia, comúnmente en el primer año, los cuerpos que saciaron el apetito y vivían para entonces , brotaban en sacudidas agonizantes. Los niños y las mujeres quienes morían primero, comenzaban por tembladeras descoordinadas, sus cabezas emancipaban una estampida y declaraban una sonrisa involuntaria tan agradecida que conquistaba la muerte. Los hombres no se salvaban, sufrían intensos dolores en las piernas y los brazos, decían sentir cómo esa fuerza les crecía para llevar a los nuevos muertos a un carnoso sacrificio. Cuando decidían ya, que su hora estaba encima, llamaban a los suyos para que le amaran su carne. Querían entre ellos llegar a otras tierras lejos de la polución y devolverse los cuerpos en la tribu de dios.


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ME GUSTA SER MULTICOLOR (Violeta)

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 Suena la alarma, son las 6 a.m. No quiero levantarme, doy vueltas, se escuchan gritos por toda la casa; luego ya hay completo silencio. Todos se han ido y quedo yo…me levanto enseguida y umm carajo, cómo amo el café en las mañanas. Tomo el teléfono, hago una llamada, doy tres vueltas, fumo un poco. “Ah, mierda. No hay nada para comer”. No quiero salir a comprar  algo, así que sigo fumando. Arreglo la casa a medias, me visto lo típico en mí: “camiseta, jean, tenis (rotos) y un bolso”. Camino un rato sin rumbo, luego llego a un café, pido un tinto, otro cigarrillo y luego,  flores moraditas caen sobre mi cabello…Y veo que todo se vuelve morado, me rio (¡ay vieja, usted está muy loca!) Soy todo un desastre, me rio sola; veo pasar antiguos amigos, comienzo a sentirme verde. Pago la cuenta, me marcho. Atravieso por toda la mitad de la iglesia muerta de la risa; pero no hay misa, solo dos señoras que rezan el rosario sin inmutarse por mi presencia. Comienzo a cantar alguna canción que me coloque alegre o que me termine de joder el día y de pronto ya soy naranja. Entro a la biblioteca, saludo con un gesto de mano a la empleada de turno, ojeo un libro, voy al teatro y me saludan de mala gana: “hola Sofía”, sonrío y continuo mi camino. El barco a París sale en pocas horas…Divago unos minutos, resuelvo marcharme en el buque. Ahora, soy toda azul como el mar.

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SERPIENTE XVI

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César: ¿Y ese quién es? ¿Qué hizo?
Soldado: Dice que se llama Jesús de Nazareth, rey de los judíos.
César: ¿Y qué más?
Soldado: No... Nada más. esos de ahí, se sienten un poco indignados, por lo que él dice. Pero nada más.
César:...
Soldado: ¿Y bien?
César: ¡Mierda! Si piensan traerme todos los locos que encuentren por ahí. RENUNCIO.

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ME OBLIGO A ESTAR AQUÍ (Johnny C.)

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-Llueve de una manera, parece que nunca va a detenerse- se queja Cardona. Creo que por cuarta o quinta vez desde que salimos del café. Caminamos por la acera apurados, buscando refugio bajo los aleros de los techos, tratando inútilmente de no empaparnos; de conservar alguna porción del cuerpo inmaculada, cálida, lejos del agua que empezó por estancarse para mi desgracia en los zapatos, en el pliegue del cuello de la camisa, entre los dedos; luego de deslizarse por todo el brazo desde los hombros, del cabello. Me siento pesado, como si no fuera yo, como si una especie de barrera líquida quisiera encapsularme, hacerme desaparecer,  o estallar como lo haría una ola contra las rocas del acantilado.
-¿Es aquí?, ¿cierto? Estaba tan oscuro la última vez, y esta temporalidad acuática torna todo de otra manera, como si fuera otra realidad superpuesta. ¿Es el último? ¿No?
-Sí, pero revisa antes –le digo-.
-¡Mierda! hay algo pegajoso en el jodido timbre.
-Te avisé, seguramente fue el chico. Miguel, el hijo de la casera, el gordo malcriado, bromista, bufón. Le fascina la gente, se divierte a costa de las personas. Podría llegar a ser un buen gobernante. En definitiva, una patada en los riñones. –Cardona, malhumorado golpea la puerta.
-No pierdas el tiempo, nunca abren, hay que tocar el timbre.
-Jódete –me dice- Yo eso no lo vuelvo a tocar, sabrá dios qué es eso que tiene, ojalá no sea algún tipo de residuo cristiano.
-No seas pendejo, dale con esto –le entrego una servilleta- Mira que no hay salvación y la idea es evitar morir de hipotermia en esta acera, salvarnos de la gran inundación, de las aguas redentoras que limpian la ciudad.
-Sabes una cosa, con respecto a lo que discutíamos anteriormente. Ahora se me ocurre que no se puede ser enemigo del miedo; hay que conocer las distintas facetas del horror. Allá, en el café, te decía que lo mejor era tratar de evitarlo. Ahora te lo complemento. Sí, hay que hacer lo posible por evitarlo, pero sin desconocerlo.
-No Cardona, si siempre estás tratando de evitarlo, de huirle; cómo vas a conocerlo, ni siquiera enfrentándolo tendrás tiza suficiente para dibujarlo. Hay que tenerlo siempre cerca como a un amigo. Porque así no lo creas, es posible que te dé más fuerza, la posibilidad de hacer algo; que eso mismo aparentemente, te lo impedía llevar a cabo.
-Sería mejor irnos. ¿No crees? Parece que no hay nadie.
-Claro que debe haber alguien, o acaso crees que con este clima van a andar por ahí como si nada. Además, para dónde nos vamos a ir. No tengo ni para comprar un par de horas en un café y regresar a la piesa no es una opción; el viejo ese me tiene seco con lo del arriendo, y no lo culpo. Ya no puedo llegar allí sin sentir vergüenza, asco, desespero. En este momento lo poco que tengo debe andar navegando calle abajo. Me da un poco de rabia, por los libros. Vos sabes. Seguramente, fue el chiquilín; timbra de nuevo que ya debo tener los zapatos como albergue de ancianos.
-¿Cómo que el chico?
-Claro, ya que la tregua fue levantada.
-¿A qué te referís?
-Dani, le daba dinero al chico para que estuviera lejos y las bromitas se las hiciera a alguien más. Sin dinero para el mostrico, regresan las bromas. –¿Tienes cigarrillos?- me interrumpe Cardona –No, le respondo. Se mojaron todos, de algunas cosas no hay manera de protegerse e inevitablemente enfrentarlas. En todo caso, como te decía. El miedo… -observo a Cardona, y prefiero callarme. Cardona, levantando los hombros, como para él, para el ruido de la lluvia sobre la calle; pensando en otra cosa, abstraído en la fachada de la casa de enfrente, en el farol de la esquina que chorrea una luz amarillenta partida por la lluvia que cae. Hago silencio y me miro los zapatos, no puedo evitar pensar que es imposible pensar con los pies mojados o que probablemente lo haga más trabajoso, desesperante, inútil.
-Yo no sé vos, pero yo me largo –alcanza a decir Cardona, antes de que Franco abriera la puerta.
-¿Qué carajos están haciendo ustedes dos ahí? – Nos pregunta Franco, mientras Cardona y yo lo miramos de una manera incrédula, como si fuera una aparición.
-¿Que qué carajos hacemos nosotros? –Pregunta Cardona- ¿Qué tanto hacen ustedes dentro? Llevamos como una hora aquí, tocando esa mugre de timbre. Estaba a punto de irme.
Entramos todos hasta el resguardo del pasillo, Francisco nos dice impávido, tranquilo, como si la cosa no fuera con él, que ahora hay que timbrar; pero por teléfono.
-¿Y vos, para dónde vas? Le pregunto a Franco.
-Debo conseguir algo que caliente la garganta. Entonces… dada la situación, ¿por qué no hacen el favor de ir ustedes? Digo, ya que les encanta tanto la lluvia.
-No jodás Franco –Le contesta Cardona- Mira que por poco me comienzan a salir escamas allá afuera. Además, habría que bajar hasta la plaza Guerreros.
-¿Y vos? –Franco me mira- Andá con Cardona, igual él estaba a punto de irse ¿o no? Jorge –Le digo mirándolo- Cardona se limita a mirar el techo, el fondo del pasillo en penumbras y se resigna. Le hace un gesto a Franco y ambos salen.
El pasillo es largo, hay un fuerte olor a humedad y orín de gato; el lugar es una especie de vecindad, una casa enorme que se engulló a otras. Cruzo el pasillo hasta el final y luego sorteo un muro de piedras lamosas que tal vez, tiempo atrás delimitaba el final del callejón. Después, hay un espacio abierto, pantanoso, sesgado por cables donde suelen  tender ropa al sol. Antes de subir por las escaleras de cemento desnudo, puedo ver que la puerta del apartamento esta ajustada y deja escapar una línea amarillenta de luz, que se contornea a la forma de los peldaños. A medida en que asciendo se puede oír más claramente la tonada dispar de algún disco. Toco la puerta sabiendo que está abierta –Entra, está ajustado-, grita Dani desde el interior- Empujo la puerta, solo lo suficiente para entrar y dejar el frío, el mal clima afuera. Jaime, Paula y el propio Dani están distribuidos alrededor del tocadiscos. –Ah, sos vos, pensé que se había devuelto -dice Dani mirándome sin sorprenderse, sin mostrar enojo o pesar. ¿Quién te dejó entrar, viejo?, ¿Él?, ¿Franco? –Sí, le digo- Cardona y yo llevamos tiempo afuera pidiéndole misericordia a un botón.- No dicen nada, la mirada de todos regresa al aparato musical, alternan la mirada entre el aparato musical y mi presencia.
-Termina de llegar –dice Dani- estamos escuchando un par de discos geniales que Jaime le compró al viejo Osorio.
Dani y Paula están sentados en el mismo sofá; Jaime, sentado en el suelo cruzado de piernas, está frente al aparato. Es el único que no ha volteado a mirarme. Me siento en un sillón al frente de la pareja, separados por una mesa de centro repleta de pocillos sucios, un paquete de cigarrillos y un cenicero repleto de colillas. Estiro la mano y agarro un cigarrillo, lo enciendo; me siento invadido por un odio que no se me hace ajeno, aparte de la ropa empapada que ya empieza a oler mal. La música la desconozco, es chirriante y cansina, cruzo las piernas y miro el techo. Jaime está abstraído completamente en la música, como si estuviera sentado a los pies del maestro; Dani, no tan atento también tiene puesta su atención en el aparato, tamborilea con el dedo índice sobre el muslo de Paula que sostiene su cara con la mano izquierda apoyada sobre el brazo del sillón. Ella no está aquí, tal vez está perdida en algún recuerdo de su niñez, en el momento exacto cuando todo empezó a salir mal, o en el descubrimiento del amor bajo un árbol del parque; en la imposible fuga a la muerte, en esa certeza abrumadora de una existencia vacía. En cuanto se entera que la miro, su rostro cobra de nuevo vida y rodea suavemente el cuello de Dani con el brazo derecho. Súbitamente acaba la música, como un golpe seco, directo y sin misericordia; nos deja sumidos en silencio, en esa bruma mágica de ensoñación, en un letargo de estúpidas sonrisas, en esa sensación de cuerpo y estado. Jaime, finalmente se voltea y mira a Dani, quien alza las cejas como aprobando, compartiendo. Luego, Jaime me mira por primera vez, le esbozo una sonrisa perezosa con el cigarrillo pendiendo de los labios. Paula se levanta y dice que va a traer algo para abrigarme, pasa por mi lado derecho y hace crujir la cortina de madera que separa la sala de estar con la cocina.
-¿Y bien? –pregunta Jaime, buscando una aprobación medida en palabras. -Hermoso, genial –le otorga Dani ofreciéndole un cigarrillo. –Ambos me miran, buscando algo más; yo les digo que necesito ir al baño. Los dejo en la antesala de la conversación, de los pros y contras, de los aciertos y posibles errores. Traspaso la cortinita y alcanzo a ver a Paula de pie sobre los baldosines iluminados por la luz de la cocina que parte la penumbra del pasillo en dos. Trae un bulto negro entre sus manos, me mira y entra rápidamente en la cocina; la sigo inmediatamente, la agarro y trato de besarla, se resiste, de nuevo, la tomo de las muñecas como si quisiera recibir el abrigo, trato de besarla; alcanzo a rozarle los labios antes de que decidiera oponerse de nuevo y resbalárseme delicadamente.
-No hagas eso… No es lugar… Date cuenta que nos pueden ver; además, quién te dio ese permiso, esa autoridad. –Me dice, mirándome directo a los ojos  –toma, pónete esto o sino te resfrías, solo a vos se te ocurre salir sin abrigo con este clima. ¿Por qué?
-Lo vendí, o mejor dicho, me vi obligado a venderlo. Empeñarlo, cambiarlo… No sé. –Ella sentándose en un taburete entre la nevera y el poyo se acomoda el cabello detrás de las orejas, vuelve a preguntarme ¿por qué? –Era eso o comerme el abrigo. –Desaprueba con la cabeza. Sentada, tantea encima de la nevera con la mano estirada. Agarro el paquete de cigarrillos y se lo entrego; balbucea unas tímidas gracias y enciende un cigarrillo que sostiene con unos dedos casi sin uñas, comidas. Extremadamente cortas.
-Mejor regresamos o van a pensar cosas raras, cosas que no son. –Dice ella, exhalando el humo. –Desde la sala se pueden percibir las voces de Francisco y Cardona que acaban de regresar. Graves por el alcohol. Fafarachosas.
-¡Qué va! Si Dani pudiera y no digo que no. Te dejaría empeñada en lo del viejo Osorio por un par de discos raros. –Paula aplasta el cigarrillo a medio fumar contra el suelo, en un gesto claro con el que busca aplastar mi desaforada presencia, mis ingratas, desdeñosas y deterioradas palabras.
-Vos por qué siempre tenés que ser tan imbécil.
-No me vas a creer; pero yo vengo haciéndome esa misma pregunta desde que tengo trece años. –Ahora empieza a llegar música, Paula hace un gesto de cansancio, casi desaprobando. Enciende otro cigarrillo. No me mira, tiene las manos sobre el abrigo que cubre sus piernas estiradas; sucio de ceniza, de guardado, de olvido. No sé lo que intento o quiero, desde el principio tal vez lejano. Sabía esto. Lo puedo entender; pero me obligo a estar aquí. Sabiendo, sabiéndonos apartados. Porque quizá es lo que deba hacer, o lo que quiero hacer. En el fondo quiero que me importe solo lo suficiente, lo estrictamente necesario para prolongar el desprecio, mi odio e imposibilidad; la poca importancia de otras personas en mi vida.
-No sé por qué a pesar de estar bien con Dani, me metí con vos. Sin amor o entereza. No trato de explicarme y mucho menos de que me entendas; pero tampoco lo veo como un error. Tanto vos como yo lo sabíamos. Enamorarse es un error de púbertos, una fantasía que colorea bosques; pero luego se pierde en ellos. También sé, que eso lo sabes perfectamente de sobra. Voy a regresar, no tengo nada más que decirte.
    

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EN LA MENTE AÚN NO AMANECE (Psyquest)

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Anochece, suspira y delira, allí, en lo más oscuro de su cuarto, cuando la luz de los anaqueles estelares traza la invasión de los rasgos de una piel viva. Con esfuerzo, sus pergaminosos parpados se enrollan casi sobre sí mismos, casi intentando pelear contra su natura; empero, sublimes decaen. Ahora está enclaustrado en un mar de pesadillas disfrazadas de sueños, que se envuelven en pequeños huracanes en vísperas de ser valientes tornados, que traman en medio de la media luna  faltando un cuarto para las cuatro en el cuarto de la nada. Tan solo remover las cavernas habitadas por cada uno de sus mórbidos demonios. - Oh Thanatos, ¿cuánta pulsión de muerte podéis albergar en un solo ser? Pregunta el iluminado Eros desde el alto de una colina desde donde divisa el estrepitoso dialogo de torbellinos sobre el lúgubre piélago.  - Tanto como lo que de Psique en ti se alberga. Dijo. -Pero eso es infinito, pensó Eros. Entonces, calló absorto en el yugo de la mudez como la que una verdad genera ante la impavidez de un ser que habita allí, bajo la supremacía de un padre, que no tiene posibilidad de cambiar el destino,  aún siendo inmortal.  Así, casi rendido, ante lo que parecía la supremacía de Thanatos, como lo fue ante el castigo de Apolo por sus burlescas bromas; y tan deprimido, como lo había estado ante el rechazo por parte de la ninfa Dafne, reabasteció sus energías y lanzándose a territorios de Poseidón; cayó al estrepito mar,  en búsqueda de equilibrar las fuerzas, de compensar los instintos cuando…
¡Catapum! Justo cayeron en su ventana una colorida cuadrilla de aves empedernidas en ser escuchadas con su obnubilante canto, despertando a Martín. Su mente salió de su fase de sueño con movimientos oculares rápidos, como cada mortal lo hace al despertar. Aún obnubilado por los raros vestigios en imágenes de la pesadilla que recién había tenido, y abriendo la ventana para ver el nuevo amanecer junto a su típica sonrisa Cándida, estaba expectante por contarle a su amiga Sucy sus divertidos recuerdos, y en medio de su ignorancia de chico colegial, no pasaba plenamente por su conciencia que realmente tenía el privilegio de ser testigo de las diversas batallas desatadas en su inconsciente, épicas batallas entre su vida, su sexo y su amor, contra su destrucción, su odio y su muerte.


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AL DESAPARECIDO (Urraca)

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De lejos el viento trae música bohemia,
pregones de pájaros y aroma a fruta madura.
Se escurren entre las manos los últimos ayeres,
la vida que muere, la muerte taciturna.

La altura que alcanza el día, proporciona
preguntas y respuestas y ecos que no cesan.
Veo como pasa el tiempo como único testigo
en un mundo que aún nos trama otro destino.

En las puertas aún chirrean los abandonos,
los silencios y las viejas tardes de otoño.
El viento recoge las sobras de las conversaciones
de amigos, en mesas ajenas.

El pan de cada día, los sueños apaleados,
las camas de aceras, los sueños que anhelan.
Paso a paso, cruces se entierran, niños bostezan,
el cielo se cierra, otra voz nos llama en la tierra.

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TUS OJOS (Urraca)

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Tus ojos…
Conocen muy bien
el hecho de alimentar el alma.
Todos los días recurro a ellos 
para poblar el cielo,
para deshacer mi miedo brutal
… para iniciar mi ritual.

Se buscan…
Perdidos ante el horizonte, siempre
buscando a distancias el deseo.
Sumergidos en un torrente infinito,
en un cauce de turbulencias ajenas,
en un laberinto de luz enloquecida,
por medio de brisas de medio día.

Se dibujan…
Por medio del viento en las arenas,
por medio de llanto en la piel herida.
Se dibujan en las olas, mientras el
mar se pierde y crepita.
El mar se hace mundo,
el mundo se hace a los ojos.

Se pierden…
Bajo un manto de luces que danzan
al ritmo citadino, en la gritería, en la disfonía.
Entre manos pródigas que palpan
Miles de formas en un cosmos abierto.
Se pierden en la profundidad de mis ojos desnudos,
se encuentran, y de nuevo, cambian el rumbo.

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CONTRAPORTADA 07

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