PENSAMIENTOS DESDE LA DELGADA LÍNEA CON MIRAS AL VACÍO (Urraca)
“Vivimos en un momento en que la historia contiene el aliento, en que el presente se desprende del pasado como el iceberg rompe sus lazos con el cantil del hielo y se lanza al océano sin límites”.
Arthur Clarke: Los hijos de Ícaro (1953).
“El presente se desprende del pasado”, cabe resaltar aquí que si el presente se desliga del pasado, la opción de que el hombre intervenga en ésta, aclara y diversifica más la idea, tanto en el sentido de ruptura como en el de desprendimiento, siendo ambos conceptos totalmente diferentes, en el sentido de diversidad y evolución respectivamente.
Acaso, ¿De qué pasado hablamos?, ¿Del pasado que llegó a la madurez?, ¿Ese pasado que buscaba una realidad, sin dejarse absorber por ese reflejo condicionado y retardatario del hombre moderno o de ese pasado nacido últimamente, ese que llamamos ‘’civilización moderna’’?
Abundantes motivos justifican ésta premisa de ‘’desligarse del pasado’’, con el fin de lograr dinamismo y evolución, aguardados bajo el manto de dos grandes protectores revolucionarios y transformistas: progreso y ciencia.
Pero, ¿Acaso con lo que acabé de afirmar, estaré confundiendo el concepto de revolución con el de transformismo? Los tiempos han cambiado indudablemente. Lo sentimos a cada instante. Estamos en el momento de la ruptura –provocada o espontánea-, nos situamos como modernos atrasados, ora como contemporáneos del futuro. Tenemos en nuestras manos las tijeras que han de cortar esa delgada línea que une el pasado con el presente.
Quizás lo hagamos en un momento, en el que absortos por una visión, damos el paso y cortamos de un sólo tajo, todo pasado lejano, abriendo paso ¿por qué, no?, a un porvenir, iluminado… esta vez sin linterna de gas.
Precisando un poco más, sería un nuevo punto de partida que refrescaría la vista. Esto dicho sea de paso, se lograría, sin calcular en ningún momento riesgo alguno, cayendo así en un profundo pozo, un gran malentendido entre lo que uno mismo arriesga y los riesgos que se corren al mundo.
Es cierto, es casi un absurdo, una ignominia, desligarse de algo, sin saber que se arriesga; pero, el hombre inyectado de una multiplicación de deseo y éxtasis, enfrascados en aquella jeringuilla llamada voluntad; logra tal acometido. El deseo individualista de éste, de gozar placenteramente ha sustituido la concentración y técnica del hacer en el sentido social-altruista. ¡He aquí el malentendido del que hablaba antes!
¿Qué se pierde y qué se gana al cortar la delgada línea que une el pasado con el presente? O en su defecto, ¿aportando también (directa o indirectamente) a esta separación lineal? ¿Acaso sólo debería preocuparnos la caída mortal de ese bailarín humano que se bambolea sobre tal cuerda?
Menester es pues decir, que al desear desligar el presente del pasado, se hace tal (justificado o no), inducido hacia un objetivo que pretende que el hombre obtenga poder sobre la naturaleza (más del que posee), y sobre sí mismo, alcanzando el control de las fuerzas naturales y artificiales presentes y futuras que se dan a su alcance, y que todo lo que pasa en el universo pueda serle conocido, sin importar lo que a él le suceda en la consecución de éste, y si es acorde o no a su ser y búsqueda personal y/o social.
¡Admirable y célebre frase!, aquella, del escritor francés Jacques Riviére, aplicable a las civilizaciones y a los momentos históricos del hombre en la tierra, y que resume satisfactoriamente esta idea:
“Al hombre le ocurre no lo que se merece, sino lo que se le asemeja’’.
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