AQUEL SONIDO (Andrés Pérez)

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Los habitantes de esta calle nunca pensaron escuchar  en su breve y ruidosa existencia semejante sonido que alteraría el orden de las cosas. Estaban acostumbrados al traqueteo de la chatarra, al rugido de los motores, al constante y monótono martilleo que derrumbaba una  infinita pared, a los estruendosos equipos de sonido trasmitiendo un ruido pegajoso, a los alarmantes televisores vociferando las consabidas noticias y gritando un gol. Hacían parte de su diario escuchar la alharaca de los vendedores ambulantes anunciando sus  infinitos artilugios a voz de cuello, tonos graves, agudos, voces escalofriantes, chillonas.  Las infernales sirenas aullando  tratando de espantar  la muerte, el tan tin tan de las campanas marcando neciamente el paso del tiempo, el profeta trepado en  un improvisado  altar recordándoles el sentido trágico de la existencia a esta penosa tecnocivilización. Una tecnocivilización haciendo de su vida un imparable murmullo y una macabra sinfonía del ruido. Una tecnocivilización acostumbrada a todos los ruidos menos al sonido, a este sonido que estalló silencioso pero fuerte en medio de este barullo de calle. Un sonido seco, crudo, frío que con solo escucharse una vez paralizó el ritmo delirante de la calle y muchas otras alrededor. Se hizo el sonido y todo se detuvo, se detuvieron las actividades febriles e inútiles de la gente y  nació un profundo silencio. La chatarra no se quejó, los motores no cortaron en su vuelo el velo del viento, el martillo cesó de martillar y la pared dejo de existir, los altoparlantes, el megáfono y las voces enmudecieron. Todo en un profundo silencio expectante, ni el más mínimo aleteo del ave alteraron tal estado de espera. La calle parecía deshabitada.Toda la calle esperaba en suma quietud. Una fuerte tensión gravitaba en la atmósfera.  Las personas quizás se asomarían llenas de temor por las ventanas y sus rostros expresarían una profunda zozobra. Sabían que la ruidosa tranquilidad no regresaría o tardaría en regresar  y que por ahora lo único que quedaba era la agradable quietud y el reconfortante silencio de la nada.

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