EL SERMÓN ANTES DE LA MISA (RH)
Son las cinco y media de la mañana de un día cualquiera y el alba aun no destila sus albores sobre el horizonte. Solo el silencio de la fría madrugada que se ve alterada por la fuerte voz de un hombre, quien con mirada de clarividente invoca a todos los Santos, mientras predica la palabra de Cristo a sus inexistentes amigos y feligreses. Es la primera misa del día oficiada por un hombre solitario que no tiene credencial de sacerdote, pero que conoce las santas escrituras de pe a pa y posee el envolvente apasionamiento para expresar la Santa palabra.
Su aspecto es desaliñado, su cabello hirsuto y su rostro es de tez gruesa y marcada por fuertes líneas, los ojos expresando cierta ironía hacia lo que ve. Ataviado con su viejo saco para socorrerse del frío que desciende de las montañas, se apoltrona en su púlpito, que no es más que un montículo de piedra sobre el que se domina gran parte del parque, y de espaldas a la iglesia (como silenciosa protesta), sin mediar falsos protocolos, sin interesarse siquiera en la presencia o no de oyentes, irrumpe su palabra que huye de una garganta de cuerdas vocales irritadas por tantas jornadas de hablar a pulmón limpio en un espacio abierto y tan grande, en el que se pierden las palabras. Pero esto es algo que no le parece importar, como tampoco le importa lo más mínimo que le tilden de loco o de Cristo loco. Lo único que parece interesarle es predicar la palabra de Cristo, del gran Pastor, a pesar de que esa misma palabra dicha y redicha en los templos del catolicismo por los mercaderes de la fe, se encuentra tan vaciada de su verdadera esencia, que hoy no vale nada.
La primera misa o llamémosle sermón para prescindir de ese término tan católico, es a esta hora de la madrugada y casi todos los días; aunque esta constancia en el sermón también depende del factor medio ambiente. A veces predica al medio día y muy de vez en cuando en las horas de la noche. Todo según las circunstancias que él considere. Al sermón de las cinco no asiste nadie, ni siquiera las palomas que dormitan en los tejados del kiosco o los gallinazos distraídos en rasgar las bolsas de la basura. Los pocos transeúntes atraviesan fugazmente por el parque llevados en el afán de llegar a los lugares de trabajo o de estudio. Sin embargo, una que otra palabra se les queda revoleteando en la cabeza, quizás la palabra “HERMANOS” con la que siempre da inicio a sus sermones o la palabra “AMIGOS”, la cual quisiera apelar a la atención de sus inexistentes interlocutores. En fin, hasta la misma palabra: “SANTO”, que repite apasionadamente y parece estar queriendo invocar al presidente de este país para que nos salve del mierdero en el que nos tiene sumergido. Al parecer a él no le interesa la política en el sentido de politiquear; sin embargo no se mantiene al margen de la problemática social de la nación y más propiamente de nuestra comunidad. Se le puede ver detenido en medio de la multitud que se aglomera en el parque en ocasión de un evento social o desde las sombras de las esquinas, observando detenidamente cada suceso, recopilando información, y con el agudo análisis de un sociólogo formulando tesis sobre una sociedad descompuesta, las cuales se expresan madrugada tras madrugada, en su maltratada voz y que recae en los oídos sordos de quienes, al llegar el alba en rumorosos arreboles y atraídos por el encantador repicar de campanas, conducen sus pasos hacia la iglesia y sacándose los tapones de sus oídos se permiten escuchar la santa palabra del sacerdote certificado por la diócesis y el Vaticano. Mientras que el predicador desaparece dejando un profundo silencio en el parque.
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