MI FLOR PRIMAVERAL (Francisco Tomás González)
Nada podría hacer uno si no desea nada, a tal punto
que todo un “dejo de no desear” se transforma en el ingreso a otro estadio, a
otro lugar, otro lenguaje, otra cultura, otra religiosidad; la narración de
otra historia. Tomar de la misma una porción es tan solo un divertimento menor,
como imitar un barbudo hindú que nos diga cómo respirar, o la admiración de la
inimitable transformación de Siddhartha en Buda (precisamente cuando dejó todo
vestigio de deseo).
Si bien el desear nos constituye como seres humanos, y
quizá sea una de las razones primordiales por las cuales no le decimos
automáticamente adiós a un mundo sin muchas significaciones por develar o
compartir; también puede transformarse en una razón válida como para que tu
cerebro diga basta, haga implosión, se sature, reviente, estalle, se demuela,
dando la inmensa satisfacción a quiénes no te bancaban un poquito y lo tenían
que hacer por modales y buenas costumbres.
Desde el deseo del bien material: zapatillas,
pantalón, cartera, celular, automóvil, casa propia; pasando por los deseos más
complicados, inasequibles, inabordables, inmanejables, los que nos pueden
llevar a ese límite de sentir el vértigo de la vida correr por nuestras venas,
todos los minutos, las horas, los días, meses y años; entregados por un segundo
en el cual tenemos lo que deseamos, apostándolo todo o quedándonos sin nada;
sin que nos debamos y nos volvamos a dar la posibilidad de volver a empezar.
La belleza de un mundo sin desear la gloria y la
libertad podría resultar paradisíaco, aún más, sin desear el reconocimiento
deslumbrante y el ser amados o agradar; podría ser torpemente revolucionario en
el sentido de que muchas de las acciones, las cuales hoy nos conducen por este
camino insondable e insospechado carecerían de sentido, y caeríamos en aquella
filosofía o verdad religiosa de la que hablábamos: no ser para ser, no desear
para morir, trascender en la intrascendencia. Es así que, uno no puede vivir
atormentado en todo momento con este tipo de cuestiones, es más, todo lo otro
(la vida en sí) sirve como para no profundizar en este tipo de malos
entendidos.
Supongamos que deseamos instintiva, pulsional y
sexualmente a alguien, esa fuerza que nos moviliza, ese deseo primigenio, es
una lava irrefrenable, que se traduce en el ser social y de alguna manera se
controla; por tanto se socializa, de lo contrario seguiríamos desnudos sin
pruritos ante nuestras genitalidades, pero con cierto resquicio o huella que
queda y golpea en algún cromosoma todavía no descubierto por la cientificidad. El
tratamiento que le damos a un fuerte deseo instintivo de índole sexual, es
básicamente poner, situar, transformar en objeto a aquello que nos provoca esa
reacción, sea ser humano, hombre, mujer o mono.
Nuevamente nos aborda el rector, el semáforo, esa
autoridad tutelante que nos sitúa en tiempo y espacio; de repente nos viste de
gala o elegante sport, nos pone en una fiesta fastuosa, la cual el objetivo
sigue siendo el mismo, pero a su vez cambia. Daríamos lo que sea por materializar
el deseo de ésta, supongamos tenerla, hacerla nuestra en ese momento,
adentrarla, poseerla, acabarla a ella, a la situación, al mundo, a todo, ese
instante que es muerte y vida, vértigo donde todo y nada sucede a la vez.
Todo ocurrió una y otra vez en nuestro cerebro, es la
venganza que ejercemos ante el tutelante, la que se cobra la barbarie sobre la
civilización. Éste le pide mesura, comportamiento social, la primitividad le
responde con mayor inteligencia, no le dice nada y lo hace, una y otra vez, de
modos tan poco elegantes como sucedáneos.
Además, en el ir y venir, en ese equilibrio de
encuentros y desencuentros, que debemos ejercer como seres en este mundo. De forma
continua, surge aquello pocas veces explicable que es el amor, la distancia
exacta de deseo hacia un sujeto en un tiempo infinito, cuando el sujeto vuelve
a ser objeto o viceversa, lo infinito se traduce en días, meses o años,
ya deja de serlo y por lo general, es convivencia, conveniencia o connivencia
sin amor.
Estos procesos tan complejos que nos suceden, no
pueden ser milimétricamente preparados con antelación, sirven para el mercado y
ganar dinero, tanto de publicistas que abordan la idea de una estación meteorológica
apta para que florezcan vínculos, como de galenos de diferentes rubros animados
a plantear que uno se debe preparar para amar, tener una relación o algún tipo
de situación humana.
Lamentablemente y pese a nuestros esfuerzos mentales,
sucede que cuando ese deseo instintivo surge, la respuesta al mismo
tiempo se da como un conjunto de fenómenos que interactúan, originando la
existencia a la improbabilidad de un resultado incierto. Mientras tanto ya ha
transcurrido un cierto y sopesable fractal de tiempo, vestidos sociales ante
nuestra desnudez.
Esta es mi flor para el día de la primavera, como
siempre te elegí la mejor, porque te considero especial y aún no sé por qué,
pese a que todos los días lo intente averiguar, quizá el día que lo consiga ya
no esté más a tu lado; mientras tanto disfrútala, es una rosa, como ya sabes, de
la forma que la tomes, ésta te podrá o no lastimar los dedos y un poquito más
también.
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