PORTADA-DIMENSIÓN 31, julio de 2014
"La lectura de un buen libro es un diálogo incesante en que el libro habla y el alma contesta."
André Maurois
HÁGAME EL HIJUEPUTA FAVOR Y NO TRATE DE AYUDARME (Johnny C.)
Extroducción 17
"Aquel que afirma que la vida es bella y los hombres buenos es, o bien un imbécil, o bien uno del que deberías tener mucho cuidado.”
Walter Serner
De nuevo, como en aquella ocasión tengo que dejar por sentado que las ideas aquí expresadas, corresponden únicamente a mi pérfido pensamiento y no tiene nada que ver con la opinión del resto de personas que conforman la revista. Así que, sin intentar herir susceptibilidades (o tal vez queriendo) daré rienda suelta a la inquietud que por el momento se me pasea por los recovecos de la calavera. De resto, sírvase usted.
Sí, por mucho que duela y no nos parezca, hay que aceptarlo, nada de eso funciona, ninguna de esas listillas prepotentes y arrogantes o libros de “autoayuda” con los nombres más estúpidamente rebuscados y quemados, adulando tener el poder de ayudarlo y sacarlo del abismo en el que se ha convertido su maldita y degenerada existencia; con sus estúpidas “formas y maneras de alcanzar la felicidad”, o los “cómo hacerse millonario de la a la z”; o los “arriba su confianza, fortalezca su relación con usted mismo y logre sus metas y sueños más deseados”; o los de “actitud positiva, paz mental, cuerpo sano: éxito garantizado” y el resto de güevonadas que ocupan la mayor parte de las librerías con un montón de nombres sonantes y rimbombantes.
Yo, en este momento, en este preciso instante y sin cobrarle un solo peso, sí, así como lo oye (o leyó) y sin tener que escribir cincuenta mil libros al año, (como cierto “escritor” brasileño, cuyo nombre no quiero ni escribir) voy a darle o revelarle si así lo quiere, el por qué la “literatura de autoayuda” o coaching, no es más que una enorme pila de mierda infecta e inservible.
La verdad, son dos razones muy sencillas, incluso, si usted es una persona astuta directa o indirectamente, ya las puede conocer. Sin más preámbulo ahí les va y “al que le caiga el guante”.
A ninguno de todos esos funestos personajes le importa de verdad un carajo lo que pasa con usted, un completo desconocido, una persona x, y tan del común que apesta de lo lindo, y si dado este punto, pretenden alegar altruismo, la ecuación no cambia ya que estos no lo conocen en nada a usted, no pueden saber o entender qué clase de problemas está afrontando en el momento. No nos digamos mentiras, a lo único que apuntan estos señores y señoras con su pseudo-filosofía barata y frases tan cursis que te dejan al borde de vomitar, es a vaciar el bolsillo de la manada de incautos e idiotas que pueblan la tierra. Es decir, usted. Mejor dicho, creen saber de usted más que usted mismo y a punta de palmaditas en la espalda y frases de cajón, lo envían sin misericordia al matadero, al triturador de carne, a la deshuesadora y seguramente, ellos se mueren de risa y se dan la “Dolce vita”, porque en todo esa operación: sí hay alguien que sale ganando algo, y déjeme decirle que no es precisamente usted.
La segunda es tal vez la más importante; pero también la más sencilla de entender e incluso de ver. Si usted se da un paseo por alguna librería o por los puestos de calle y libros de segunda y hasta tercera mano, tal vez el 70 u 80 por ciento de libros que encuentre van a ser de “autoayuda”.
¿De casualidad eso no lo hace pensar? Si usted, es alguien astuto, de seguro ya vislumbró la respuesta, ¿para o por qué tantos? Sencillo, si todo lo que esos libros dicen responder, solucionar y de verdad funcionaran cumpliendo con lo que dicen: no existirían tantos. En otras palabras, existen tantos simplemente porque esa manada de imbecilidades no sirve para nada y a pesar de eso, cada vez se editan más y más de esas cosas dispuestas a salvar vidas, enseñar caminos, liberar almas y afinar propósitos. (Si, como no).
Necesita hacer algo pero no sabe qué.
Usted no es el único inmiscuido en tales asuntos, respire hondo y apriétese el cinturón o lo que prefiera, porque las cosas no van a mejorar pronto por muy caviloso que se ponga y por mucho que se tire de los pelos.
Sí. Estás jodido. Y eso lo sabes. Pero no es razón para perder la calma y arrancarse la piel (o tal vez sí).
Si aún continúa vivo y en una sola pieza, no piense que todo terminó, porque es mentira y mucho menos crea que pronto dejará de sentirse mal. Lo siento; pero es así. La vida es un constante sufrimiento y eso que muchos llaman felicidad no es más que el espacio entre los vagones de un tren. No existe peor cosa que mentirse a uno mismo, siempre estuvo llevado del carajo y nada de lo que hagas lo mejorará, así que, es mejor dejar de quejarse por todo y aguantar lo mejor posible el envión. Usted no es especial y sus asuntos no son mejores ni peores que los del resto de seres humanos que lo rodean. No coma cuento, esa gente también está jodida, aunque no lo parezca y con la atención que fingen prestarle a sus problemas cuando usted decide expresarlos, sólo quieren sentirse superiores basados en el mal ajeno y hacerle creer que pronto con el tiempo todo empezará a ir mejor: ¡mentira!
Eso de que el tiempo todo lo cura y pasa rápido, es otra forma que tienen para engañar su percepción de las cosas. Los días, hoy, este minuto es una porquería y a pesar de que quieran hacerle ver lo contario, nadie más que usted sabe cómo se siente y no le queda más remedio que continuar con su asquerosa vida, porque no todos los problemas tienen solución, escasamente algunos, tal vez pocos. Hay que acostumbrarse a que pase el tiempo y tal vez con este llegue algo de aire nuevo que renueve y alivie su sistema circulatorio y mental; a no ser que en algún tiempo de enorme y esclarecedora cordura encuentre en el suicidio la salida a todos los problemas (en ese caso, mis respetos).
Seamos claros, los libros de “autoayuda” y las listas de consejos en internet (como ésta) no le van a servir de nada, así usted tenga 10, 20, 30 o 40 años. Más o menos, no importa. El tiempo sigue su eterno acarreo y cada vez se tienen menos posibilidades, así que deje de esperar las “10 razones mágicas para lograr ser feliz”, “los trucos sencillos para superar el miedo y triunfar como nadie lo ha hecho”. El fracaso y el miedo son inexpugnables, puede continuar sacando pretextos; pero eso sólo lo hundirá más y mejor. Levante el culo del lugar en que lo tiene anclado y disfrute de su sufrimiento, de los mil y un fracasos que se avecinan. Evite por cualquier motivo la autocomplacencia y siempre tenga en mente, que siempre puede ponerse más feo e ir peor de mal de lo que ya está.
Recuerde siempre que se siente horrible y angustiado, entonces no tiene motivos para andar sonriendo a todo el mundo. Deje de fingir su miserable estado por bien propio y hasta por el de los demás. Mientras más hosco y parco sea, mejor. Las personas notarán el mal rollo y por lo tanto, si tienen algo de sentido común se irán apartando del camino paulatinamente y en silencio. Mande al carajo a todo aquel que quiera darle consejos y meterle actitud positiva y posibilidad de éxito. Pronto, podrás ver a aquellos que decidieron acompañarle en desdicha como a unos verdaderos compañeros. De igual no importa. Hablarán, se emborracharán y reirán a carcajadas; pero nada irá a mejor. Quizá lo único bueno o malo, será enterarse del número tan escandaloso de hijueputas que decían ser su amigo.
Si por alguna razón termina absolutamente solo, no hay problema, piense que los amigos no existen o sólo sirven para pedir favores; entonces respire profundo y siéntase tranquilo porque las cosas continúan y es mucho mejor cuando se sabe con qué se cuenta.
Por ahí dicen que “no hay mal que dure cien años ni cuerpo que lo resista”. Así como hoy está sufriendo igual a un condenado, mañana (quizá, porque nada en la vida está garantizado y básicamente porque esta revista no tiene como pagar indemnizaciones por daños psicológicos y morales) va a estar mejor y sonreirá de nuevo. Hay que tener en cuenta que todo tiene un final, entonces está asquerosa racha en cualquier momento puede llegar a su fin. Pero es mejor evitar los triunfalismos, porque también resulta que usted se puede morir mañana o en este mismo instante. Entonces, no dude en ser usted mismo y hacer y decir lo que le venga en gana.
EL HILO ROJO (Urraca)
Un pianista que ejecuta la obra creada por un compositor, la habrá interpretado lo mejor posible cuando haya hecho olvidar al compositor original, y cause la ilusión de que está contando una historia de su vida o algo que vive actualmente. Partiendo desde aquí, “Yo” podría deducir que la “realidad” de aquel intérprete está sumergida en dichas notas musicales, ya que ese preciso instante es su momento, su ahora, su desahogo, su amor hacia el hombre, su rabia hacia el mundo, el grito en la soledad, la forma propia (quizá) de tensar el hilo rojo y seducir los oídos de cualquier despistado espectador. ¡Ah! Por supuesto, esa realidad escapará de él, de sus manos, la obra terminará intempestivamente (que palabra tan deliciosa), y en el aire quedarán melodías sueltas buscando su lugar, en una canción, en otra obra. Aquí ya nada se tiene totalmente, nada es tuyo, en el sentido de “propiedad”. ¿Quién diablos dijo eso? “Somos ir y venir, se lo aprendimos al viento”.Si yo quisiera sacudir el árbol con mis manos, no podría. Pero el viento, que no vemos, lo seduce y lo dobla como quiere. A nosotros, también nos doblan y atormentan duramente manos invisibles.
Pero, ¿por qué se asustan todos los que dicen llamarse con “propiedad” hombres? ¡Ah claro, ya lo entiendo! Todas sus acciones perversas son motivadas por el instinto de conservación, o más exactamente todavía, por la aspiración al placer, el poder y el orgullo.
Lo mismo le pasa al hombre que al árbol. Cuanto más se quiere elevar, más vigorosamente tiende sus raíces a la tierra, hacia abajo. ¡Salud por Fernando González!
El hombre quiere escalar la altura libre y llegar a aquel árbol, el que se encuentra solo en la montaña, ya que su alma anhela una buena sombra que lo aguarde. Pero también sus malos instintos tienen sed de libertad. El árbol está solo en la montaña. Crece muy por encima de los hombres. Y si quisiese hablar, no habría nadie que le comprendiera, ¡ha crecido tanto! Ahora espera y espera siempre. ¿Qué espera entonces? Vive demasiado cerca del asiento de las nubes y sus ramas hacen música con el viento. ¿Espera quizás el primer rayo?
ESPACIOS URBANOS, ESCENARIOS DE EXCLUSIÓN* (Andrés Pérez)
Imagen de RH “Urbanox”
Tal y como se sueñan la ciudad los empresarios, los arquitectos y las instituciones públicas, la forma en que conciben engranar individuo, vivienda, espacio público, transporte masivo, medio ambiente; es inevitable percibir la creación de una ciudad ideal, pero a la vez una ciudad solo para unos cuantos. Lo demás son extramuros.
En torno a esa ciudad ideal se desarrolla una periferia miserable, olvidada, donde no alcanzan a llegar los tentáculos de bienestar y progreso que se vive en el centro de la urbe. La ciudad es algo que se desborda, que nace en el caos, en un desplazamiento masivo de poblaciones de otras regiones empujadas por la miseria y la esperanza de un progreso. No hay planeación, ni ideal que niegue esta circunstancia de la realidad. Sin embargo se oculta, sumergiendo esas otras ciudades en una nube de polvo o sepultándolas bajo el asfalto, creando ciudades subterráneas.
Por otro lado el ideal de lo urbano, su fría perfección, la esterilización de su ambiente, la funcionalidad de la arquitectura, plantea un individuo extraño a su entorno, perdido, controlado, moldeado y adaptado a las circunstancias espaciales. Porque la modernidad en lo urbano, no busca la integración de la población; por el contrario, su objetivo es conseguir la personalización del espacio y de la población que habita dichos lugares, crear una infinidad de burbujas en las cuales nadie se relacione con nadie. Dicha descripción no hace parte de un lejano futuro, es el presente aquí y ahora, desde hace mucho tiempo.
Vemos como las plazas o los parques han dejado de ser lugares donde se encuentran las diferentes clases sociales de la población para compartir, así sea una mirada. Lo anterior se debe al rápido crecimiento urbano ligado al desarrollo económico de los más pudientes, dándose así la estratificación de espacios, no solamente privados, sino también públicos. No es lo mismo estar en el parque Bolívar, que en el Lleras, la diferencia va de un extremo a otro atravesando diferentes aspectos: la arquitectura (limpia-sucia, ordenada-desordenada, vigilada-abandonada, legal-ilegal), el ambiente y la atmósfera (agradable-nociva), el lenguaje (vulgar-formal), y los mismos individuos se diferencian. Son muy divergentes sus comportamientos en ambos espacios y esto obedece a la lógica que dichos entornos imponen al sujeto.
Las lógicas nos dicen que algunos lugares son para cierto tipo de personas, que acá se debe transitar, circular, y no estar estáticos, estorbando el tráfico; que la miseria, la mugre, lo feo no tiene cabida en lo limpio, perfecto y bello -cada día somos testigos de cómo la miseria del centro es desplazada hacia las periferias, para hacer de este sector de la ciudad, agradable, pero ¿para quién?- Esas son las políticas excluyentes de los espacios urbanos diseñados por empresarios, que les importa un comino lo equitativo, la inclusión, el medio ambiente. Y lo único que les importa es la rentabilidad, la productividad de lo urbano que genere riqueza, ganancias, monopolización de los espacios y todas las vidas que allí habitan.
En consecuencia, la funcionalidad espacial coarta el cuerpo, sus posibilidades expresivas, al fomentar estereotipos de comportamiento concernientes al estrato del espacio. Los cuerpos fiesteros se reúnen en la zona rosa. Los cuerpos obreros en torno a las industrias. Los cuerpos burócratas en torno a los centros financieros, los cuerpos desocupados a las esquinas, los cuerpos miserables a las cloacas y extramuros. Ningún cuerpo puede habitar otro centro sin adaptar las normas propias de esos lugares. Encontrar a alguien de la calle en cercanías al centro financiero es una anomalía inconcebible o viceversa. Ver a alguien de corbata tirado en la calle en medio de la basura, enciende las alarmas. Porque no es “normal”, es algo que está por fuera de lo común. Es imposible que alguien de semejante estrato esté en esas condiciones.
A modo de conclusión concebimos la perfección de los espacios urbanos, como el absoluto control sobre lo que puede un cuerpo, restringiendo otras posibilidades de habitarlos e implantando una forma a la cual, debemos estar ligados, sometidos. Por lo tanto, debemos desobedecer las convenciones espaciales, sus normas y transgredir los estereotipos de comportamiento, para buscar vivir el cuerpo en el espacio, y no lo contrario. Para plantear que en lo bello cabe lo feo y en lo feo cabe lo bello.
*Este artículo reúne las conclusiones planteadas durante la instalación urbana realizada por algunos estudiantes de Teatro de la Universidad de Antioquia, que de forma independiente y queriendo manifestarse en el Foro Urbano Mundial (WOF), estuvieron habitando las calles más concurridas de la ciudad de Medellín, desde el nicho del indigente; pero desde la piel del ejecutivo. Para indagar en la pregunta que se plantearon para abordar la experiencia: ¿impone el espacio arquitectónico formas corporales y comportamientos en los ciudadanos?
METAMORFOPSIA INVERTIDA (Mb-6v!)
Despierta el hombre en su mismo sueño, le es raro haber precedido el amanecer su ventana. No puede creer que esté despierto, él piensa que su cabeza ha girado considerablemente para ver las cosas de esta manera. Se acerca a la ventana con el mundo debajo en medio de temblores extraños y desequilibrio, encuentra que llueve de manera particular, llora también. El cielo ha cedido su altura y el agua sube hacia los suelos porque todo ha cambiado de sentido, las cabezas ruedan para él. Sin encontrar un porqué piensa en el castigo mientras presuroso se busca el cuerpo para encontrarse completo. Apenas puede manifestarlo a su familia, se presta incrédulo y por poco lo juzgan de loco. Intenta ser socorrido, respira intranquilo y prefiere no mirar. De inmediato en un hospital es atendido y lo primero que se piensa es sobre su locura de viejo, antes que cualquier otra enfermedad.
Un médico de la misma sala que estaba bocabajo, y que no era el de él, se acerca a escuchar la misma historia, y comprende una verdad exquisita de cabezas. -Yo no estoy loco doctor- dice perplejo por su situación. El médico pide permiso para llamar a sus estudiantes, quienes sin saber qué sucedía interrogan. De entrada, piensan: paciente psiquiátrico, una demencia senil que explica todo, un golpe en la cabeza, “a falta de anteojos ve lo que quiere”, miente para obtener algo, sus ojos dicen la verdad. Esta última opinión fue cuestionada, pero algo curioso servía para cerrar teorías, aquel hombre, viejo de por sí, sin observar directamente los objetos, podía detallarlos, de verdad miraba al suelo para encontrar los rostros y al cielo para dar sus pasos. Es claro que, podría conseguir su locura pero consecuente al hecho. Sus ojos decían la verdad entonces, y ante ciertas pruebas conseguía asombrar a más personas. Leyó alguna vez un médico de éstos, no cualquiera, la novela “Tormento” de Benito Pérez Galdós, escritor que rodeado de médicos describía casos clínicos extraños en sus personajes, y recordó en el libro algo que decía: “Iba de una parte a otra de la casa con morbosa inquietud; y en ocasiones veía los objetos del revés, invertidos. Hasta el retrato de su padre tenía la cabeza hacia abajo. Las líneas todas temblaban ante sus ojos doloridos y secos, y la lluvia misma era como un subir de hilos de agua en dirección del cielo”.
Cerrando con esta frase, el profesor sabio enseña que la medicina se esconde en cualquier lugar, en el polvo de los libros, en la explícita lluvia y en las cabezas que ruedan y leen. Este hombre había sufrido un infarto cerebeloso, y en un punto del cerebro, en el que convergen las informaciones sobre la visión, el equilibrio y la postura corporal. Una lesión directa en este lugar o en los “cables” que llegan a allí, todo se descuajeringa. Duró apenas hasta la noche, antes de tener sueño, la recuperación fue espontánea, aunque conservó daños permanentes en el equilibrio y algunos movimientos. Volviendo a la realidad cuerda y gravitatoria, dice sentirse estupendo de experimentar algo único para contar a sus nietos y llevarse a la muerte. Igual sabe que el mundo más de cabezas no puede estar y por un momento estuvo mejor.
MONÓLOGO ZOMBIE (Johnky)
¿A veces no has sentido ganas de hacer absolutamente nada, que tu vida no se dirige a ningún lugar y que todo lo que hagas o pienses hacer pueda mejorarla? Perdido en un mar negro e infinito, sumido entre un sentimiento de intranquilidad y desgana. ¿Siempre hay algo por hacer? ¡Sí, claro! Bastardos. Ciegos a la clara realidad que se presenta a diario desnuda ante todos: absurda de sentimiento de pulcrita… ¡linda palabra esa! Suena a nubes surcando el cielo, a espuma de cerveza resbalando por un frío vaso de vidrio, a piel de mujer semidesnuda que se mira al espejo y no puede decidir que ropa ponerse encima, para que alguien más adelante se la saque sin ninguna consideración mientras se beben un café, luego de pasear algunas horas por el parque al amparo del frío lunar, de uno que otro sobresalto. Una sirena, un ladrido, un suspiro y lentamente todo se lo va llevando ese rio que desemboca en los labios, en palabras que entre la lengua y los dientes se vuelven pájaros en busca de cielos que cortar con las alas, con el fuego del vuelo; la libertad lacerante de la mirada retenida en el tiempo de otra pupila…
El tiempo, ¡ah! qué se puede hacer para no sentir su paso de titán. El tiempo, digo, tic-tac y muero en el medio. Todo es igual. No se puede ser lo que se es sin el segundo previo. No hay manera. Qué vueltas, tic-tac, 12:05 p.m. No puedo dormirme, llevo tres noches con sus días sin poder hacerlo. No hago nada; no tengo las mínimas ganas o aprecio, ¿qué hice ayer? No tengo idea. Gravitar. Suspendido sobre un cuerpo cuya densidad es mayor a la mía, su fuerza me obliga a permanecer. ¿Dónde estoy? Se me escapa la vida en ese humo azul. Inhalo de nuevo. Retengo lo más que puedo el humo, lo exhalo y violentamente se encarama hasta cielorraso, se destruye, desaparece, se asimila. No queda más que aire. El cuerpo inhala aire y lo convierte en otra cosa, no sé qué. No me acuerdo. No me interesa. Mi cuerpo en un acto que no es mío sino de él, inhala aire, una y otra vez, lo maquina, lo trabaja, luego lo desecha. En su lucha por mantenerse vivo, me arrastra con él. Esa voluntad indómita de funcionamiento…
Ahí va otro avión y ese es el pito de un carro que sobresale al bullicio del infierno. Eso es la vecina de arriba barriendo el piso, tirando todo lo que no le sirve al suelo, tal vez labiales acabados, pequeñas cajas de medicamentos, papeles vueltos una bolita que ruedan por el suelo, se le cae lo que pudo haber sido la escoba cuñada de mala manera mientras arrastra alguna mesa o silla; ruido bastante incómodo, aunque tiene su musicalidad. Retoma la limpieza, luego quizás prepare el almuerzo para su marido y se siente plácidamente a sentir como la televisión le tosta el poco cerebro que debe tener. Alguien sube las escaleras, se pueden oír pasos ascendentes, tal vez sea el marido, tal vez el tipo que vive frente a mi puerta. No, no es él, tampoco el marido; siguen ruidos de limpieza. A esta hora hay demasiada vida en el mundo.
Vida es sinónimo de actividad, a esta hora hay demasiados activos queriendo sentirse vivos. Buena suerte, idiotas. ¿Cómo sentirse vivo y no morir en el intento? Ummmmmmm, buena pregunta. Habrá que encender otro cigarrillo. ¿Qué me hace sentir vivo? No, no ¿qué hace sentir vivas a las personas? Amor, dinero, felicidad, emociones fuertes, cosas nuevas, familia, amigos… ¿eso los hace sentir vida? No, no creo. Tiene que ser algo más. La vida simplemente está y lo demás es disfrute o problemas. Todo por separado en empaques con nombre propio. Tratan de conseguir todo eso y luego mueren. Sí, siempre queda faltando algo. La vida es una imposibilidad…
Hay ruido en las escaleras de nuevo, 1:00 p.m. Ese si es el marido. ¡Qué puntualidad viejo! Hablando de puntualidad. Qué hambre. Te digo que el cuerpo es una recopilación de acciones, no quieres hacer nada; pero igual éste necesita comer, necesita respirar. Yo no tengo ganas; pero éste sí. ¡Qué dualidad! Y eso sin contar las del alma, ¿alma? Qué palabra. Me dio más hambre, por lo menos ésta la puedo ir calmando por plazos. Tal vez sea hambre de alma. El hombre nace y procura su espíritu a medida en que se desarrolla su conciencia, su ser, su pensamiento. Entonces ahí si estamos graves; porque al hombre lo recibe una sociedad que encamina, encasilla, encandila, enerva, entorpece, entabla. Jueputa, ¿qué pasa con los “en”? En-tonces hablando desde la sociedad. No prohíbe; pero si impone, que es casi lo mismo; al decir “haga así”, inmediatamente en-cierra. Ahí otro “en”. De esta manera ¿vendría siendo alma? Sería como la ropa producida de una sola marca, de una manera igual. Habría que luchar por la individualidad del “alma”. Somos una colectividad amañada en una manera. Bueno, y los que salen de este estado de sitio. ¿Qué? Andan como perros hambrientos derramando cada caneca de basura que encuentran para poder saciar el hambre; esa hambre incómoda que te hace sentir incompleto. Vagabundos del ser; erran por laberintos intrincados, por pasadizos oscuros y siniestros que poco a poco ayudan a construir alma, ser, pensamientos propios sin contaminación o germen alguno; puesto que después de rumiar y ser molido por crueles engranajes mentales queda el residuo de la determinación. No siempre. Claro. Muchas veces sólo oscuridad; pero se tiene la sensación de tener algo, sea lo que sea. Infinita oscuridad suena y se ve mejor a cualquier otra cosa iluminada por una luz que no es concisa, propia. Descubierta…
A veces la tarea más difícil de todo un día es levantarse de la cama; pero si no lo hago voy a terminar siendo presa de mi propia hambre “corporal” porque la del alma la tengo bien extraviada, perdida. No buscada. Un café, un cigarrillo para empezar la tarde: 2:10 p.m. Una mirada, una sonrisa. Te extraño vieja. Mirar un poco por la ventana el infierno bullente. ¿Dónde carajos deje el encendedor? Definitivamente cuando uno tiene ganas de nada, todo se las arregla para joderte más. Un cigarrillo, el último de la cajetilla. Siempre es igual. ¿Y el encendedor? En el suelo, al lado de la cama, junto al pocillo. De nuevo el mismo pedazo de techo, el mismo colchón, el mismo encendedor, el mismo humo azul, los mismos dedos, el mismo sentimiento de imposibilidad, de aturdimiento.
La vida es una incansable repetición de lo mismo. Te levantas, desayunas, te bañas, haces lo que se supone que tienes que hacer, hablas con un amigo, tal vez con varios, vas a un bar, bebes cerveza, conoces a alguien, fornicas, te sientes pésimo, luego mejor, después normal, piensas en algo, recuerdas algo, una mujer, tu madre, en el imbécil que tienes como jefe, en todo lo que quieres pero nunca tendrás, en cómo hacer más dinero, en la chica que te gusta pero para ella no eres más que un insecto aplastado contra el parabrisas de un Renault 9, piensas en uno-dos-tres elsuicidio, en que mejor no; tal vez el próximo mes, de nuevo te sientes horrible, te emborrachas, luego la resaca; ya no piensas. Los insectos, el calor, el ruido flotan alrededor de ti, piensas en que sería mejor vomitar. Vomitas. Te sientes vómito, una amalgamación de inmundicia triturada, piensas en carros, motos, dinero, enormes casas, apartamentos en la playa, cabañas en la montaña, en una mujer, en niños, en tarjetas de crédito, en ropa limpia y a la moda, en el futuro, en la televisión. No, qué va. Eso es pensar con el deseo, la vida es una inalcanzable repetición de lo mismo; mientras tienes que revivirla te llenan o llenas la cabeza de pura mierda, y si te subes a ese carrusel, estás muerto…
Pienso en que no tengo más cigarrillos, pensar en que debo bajar diez pisos, caminar hasta la esquina, cruzar la calle, caminar treinta, tal vez cincuenta metros, entrar al lugar, pedir un paquete de cigarrillos sin filtro y sin antojarse de otra cosa, pagar, darse la vuelta, regresar caminando cincuenta, tal vez treinta metros, llegar a la esquina, cruzar la calle, caminar hasta el portón, subir diez pisos ¡qué vueltas viejo! Y con estas absolutas ganas de hacer nada; lo mejor será dejar de fumar. No, si dejara de fumar, también tendría que dejar de comer. Y yo estoy muy lejos de ser un idiota iluminado sentado bajo un árbol con una sábana envuelta a mi cuerpo y pensando en quién sabe qué. Tal vez en nada, tal vez en todo. En el nirvana. La vida es una incalculable repetición de lo mismo. Hablando de nirvanas, prefiero la banda “all apollogies” con una lata de cerveza fría y un cigarrillo, mientras el irreverente Kurt rasga las guitarras y las voces de la vida.
¿Dónde me quedé? ¡Ah! sí, en el alma. Será que puedo ir por ahí tranquilamente diciendo, creyendo tener alma, en estar vivo, en ser yo. Yo. Delirios del ser. ¿Ser? Ser, ser, ser, ser, ser, ser o no ser, ser, ser, ser, ser, o no, ser o ser, no ser ser, ser, ser, ser ser o no, no ser. Qué problema, empecemos por el principio. ¿Primero está mi existencia o mi ser? ¿Cómo estar seguros de existir? Si no puedo responder ese interrogante ¿Cómo poder ser? Y si esto de verdad fuera la existencia ¿De qué me sirve a mí?, ¿para qué la quiero?, ¿por qué estoy obligado a hacer algo con ella? Estoy atrapado en mi existencia. ¿Existir será una sensación? Tal vez como el amor, el odio, la felicidad, la tristeza ¿Si dejo de sentir la sensación de existir no existo? Las sensaciones son la energía vital y creadora del hombre, al ser voy creando mi existencia. Sólo la muerte daría la posibilidad de no sentir. Todo esto desconociendo el verdadero significado de la muerte, para saberlo habría que morirse. Me excita saber eso; no puedo dejar de pensar en morir para saber la respuesta…
3:36 p.m., sensación de horrible vacío estomacal y necesidad imperiosa de nicotina en el cerebro, en los pulmones, en la sangre. ¡Qué más da! Poner a cocinar un huevo y mientras tanto voy a comprar cigarrillos y algo para beber. ¡Carajo! Hacer nada y pensar mucho produce hambre y ganas de matarse.
HUNGER, DE STEVEN MCQUEEN
La película de este mes:
![](https://blogger.googleusercontent.com/img/b/R29vZ2xl/AVvXsEgW0YfdBMKdhLiWoUiOAheJxTvvwuK3UvmKKiWlecZgWPTeYTmV1cuQexJ3fdo9SrUeSjZ2u9-iyjNMUZ9_V1xLirO7HioTikaBcVJ4BSS6rZebch2YhW5JnMYRHNcSNcNjDOZm5QGbs5U/s1600/Hunger++de+Steven+McQueen..png)
pertenecientes al IRA que se encuentran en huelga de hambre por las pocas garantías políticas y el maltrato que padecen por parte de los guardias. Esos son los pocos antecedentes que se dan de la historia y situación de los personajes. De ellos no se logra saber casi nada, su existencia se reduce al rótulo de presidiarios. Solo a mitad de la cinta se identifica al protagonista y la acción que persigue. Se diría que la historia es planteada por esa voz en off, que por momentos aparece y hace avanzar el tiempo y la situación. Los diálogos son escasos, a excepción de la escena con el reverendo que dura más de 15 minutos; pero la palabra no es necesaria para describir el conflicto de la historia, basta con la precisión en las imágenes y en los detalles, para percibir esa tensión latente, la frialdad y miedo constante por parte de los guardias, y una ansia de libertad y rebeldía en los presos. Por otro lado, se observa el enfoque en las acciones y la impecable interpretación de los actores, agregándole a esto la violencia y miseria de la atmósfera que lleva a lo grotesco. Steven McQueen logra una cinta desgarradora y bella a la vez, que nos plantea hasta qué punto las leyes y los poderes son inamovibles ante la vida que se sacrifica en busca de sus derechos.
EL JARDÍN ENCANTADO (Italo Calvino) -autor recomendado-
Unknown
3:11 p.m.
DIMENSIÓN 31
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Dimensiones Revista Literaria
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Escritores invitados
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Giovannino y Serenella caminaban por las vías del tren. Abajo había un mar todo escamas azul oscuro azul claro; arriba un cielo apenas estriado de nubes blancas. Los rieles eran relucientes y quemaban. Por las vías se caminaba bien y se podía jugar de muchas maneras: mantener el equilibrio, él sobre un riel y ella sobre el otro, y avanzar tomados de la mano, o bien saltar de un durmiente a otro sin apoyar nunca el pie en las piedras. Giovannino y Serenella habían estado cazando cangrejos y ahora habían decidido explorar las vías, incluso dentro del túnel. Jugar con Serenella daba gusto porque no era como las otras niñas, que siempre tienen miedo y se echan a llorar por cualquier cosa. Cuando Giovannino decía: “Vamos allá”, Serenella lo seguía siempre sin discutir.
¡Deng! Sobresaltados miraron hacia arriba. Era el disco de un poste de señales que se había movido. Parecía una cigüeña de hierro que hubiera cerrado bruscamente el pico. Se quedaron un momento con la nariz levantada; ¡qué lástima no haberlo visto! No volvería a repetirse.
—Está a punto de llegar un tren -dijo Giovannino.
Serenella no se movió de la vía.
—¿Por dónde? -preguntó.
Giovannino miró a su alrededor, con aire de saber. Señaló el agujero negro del túnel que se veía ya límpido, ya desenfocado, a través del vapor invisible que temblaba sobre las piedras del camino.
—Por allí —dijo. Parecía oír ya el oscuro resoplido que venía del túnel y vérselo venir encima, escupiendo humo y fuego, las ruedas tragándose los rieles implacablemente.
—¿Dónde vamos, Giovannino?
Había, del lado del mar, grandes pitas grises, erizadas de púas impenetrables. Del lado de la colina corría un seto de ipomeas cargadas de hojas y sin flores. El tren aún no se oía: tal vez corría con la locomotora apagada, sin ruido, y saltaría de pronto sobre ellos. Pero Giovannino había encontrado ya un hueco en el seto.
—Por ahí.
Debajo de las trepadoras había una vieja alambrada en ruinas. En cierto lugar se enroscaba como el ángulo de una hoja de papel. Giovannino había desaparecido casi y se escabullía por el seto.
—¡Dame la mano, Giovannino!
Se hallaron en el rincón de un jardín, los dos a cuatro patas en un arriate, el pelo lleno de hojas secas y de tierra. Alrededor todo callaba, no se movía una hoja. “Vamos” dijo Giovannino y Serenella dijo: “Sí”.
Había grandes y antiguos eucaliptos de color carne y senderos de pedregullo. Giovannino y Serenella iban de puntillas, atentos al crujido de los guijarros bajo sus pasos. ¿Y si en ese momento llegaran los dueños?
Todo era tan hermoso: bóvedas estrechas y altísimas de curvas hojas de eucaliptos y retazos de cielo, sólo que sentían dentro esa ansiedad porque el jardín no era de ellos y porque tal vez fueran expulsados en un instante. Pero no se oía ruido alguno. De un arbusto de madroño, en un recodo, unos gorriones alzaron el vuelo rumorosos. Después volvió el silencio. ¿Sería un jardín abandonado?
Pero en cierto lugar la sombra de los árboles terminaba y se encontraron a cielo abierto, delante de unos bancales de petunias y volúbilis bien cuidados, y senderos y balaustradas y espalderas de boj. Y en lo alto del jardín, una gran casa de cristales relucientes y cortinas amarillo y naranja.
Y todo estaba desierto. Los dos niños subían cautelosos por la grava: tal vez se abrirían las ventanas de par en par y severísimos señores y señoras aparecerían en las terrazas y soltarían grandes perros por las alamedas. Cerca de una cuneta encontraron una carretilla. Giovannino la cogió por las varas y la empujó: chirriaba a cada vuelta de las ruedas con una especie de silbido. Serenella se subió y avanzaron callados, Giovannino empujando la carretilla y ella encima, a lo largo de los arriates y surtidores.
—Esa —decía de vez en cuando Serenella en voz baja, señalando una flor.
Giovannino se detenía, la cortaba y se la daba. Formaban ya un buen ramo. Pero al saltar el seto para escapar, tal vez tendría que tirarlas.
Llegaron así a una explanada y la grava terminaba y el pavimento era de cemento y baldosas. Y en medio de la explanada se abría un gran rectángulo vacío: una piscina. Se acercaron: era de mosaicos azules, llena hasta el borde de agua clara.
—¿Nos zambullimos? —preguntó Giovannino a Serenella.
Debía de ser bastante peligroso si se lo preguntaba y no se limitaba a decir: “¡Al agua!”. Pero el agua era tan límpida y azul y Serenella nunca tenía miedo. Bajó de la carretilla donde dejó el ramo. Llevaban el bañador puesto: antes habían estado cazando cangrejos. Giovannino se arrojó, no desde el trampolín porque la zambullida hubiera sido demasiado ruidosa, sino desde el borde. Llegó al fondo con los ojos abiertos y no veía más que azul, y las manos como peces rosados, no como debajo del agua del mar, llena de informes sombras verdinegras. Una sombra rosada encima: ¡Serenella! Se tomaron de la mano y emergieron en la otra punta, con cierta aprensión. No había absolutamente nadie que los viera. No era la maravilla que imaginaban: quedaba siempre ese fondo de amargura y de ansiedad, nada de todo aquello les pertenecía y de un momento a otro ¡fuera!, podían ser expulsados.
Salieron del agua y justo allí cerca de la piscina encontraron una mesa de ping-pong. Inmediatamente Giovannino golpeó la pelota con la paleta: Serenella, rápida, se la devolvió desde la otra punta. Jugaban así, con golpes ligeros para que no los oyeran desde el interior de la casa. De pronto la pelota dio un gran rebote y para detenerla Giovannino la desvió y la pelota golpeó en un gong colgado entre los pilares de una pérgola, produciendo un sonido sordo y prolongado. Los dos niños se agacharon en un arriate de ranúnculos. En seguida llegaron dos criados de chaqueta blanca con grandes bandejas, las apoyaron en una mesa redonda debajo de un parasol de rayas amarillas y anaranjadas y se marcharon.
Giovannino y Serenella se acercaron a la mesa. Había té, leche y bizcocho. No había más que sentarse y servirse. Llenaron dos tazas y cortaron dos rebanadas. Pero estaban mal sentados, en el borde de la silla, movían las rodillas. Y no lograban saborear los pasteles y el té con leche. En aquel jardín todo era así: bonito e imposible de disfrutar, con esa incomodidad dentro y ese miedo de que fuera sólo una distracción del destino y de que no tardarían en pedirles cuentas.
Se acercaron a la casa de puntillas. Mirando entre las tablillas de una persiana vieron, dentro, una hermosa habitación en penumbra, con colecciones de mariposas en las paredes. Y en la habitación había un chico pálido. Debía de ser el dueño de la casa y del jardín, agraciado de él. Estaba tendido en una mecedora y hojeaba un grueso libro ilustrado. Tenía las manos finas y blancas y un pijama cerrado hasta el cuello, a pesar de que era verano.
A los dos niños que lo espiaban por entre las tablillas de la persiana se les calmaron poco a poco los latidos del corazón. El chico rico parecía pasar las páginas y mirar a su alrededor con más ansiedad e incomodidad que ellos. Y era como si anduviese de puntillas, como temiendo que alguien pudiera venir en cualquier momento a expulsarlo, como si sintiera que el libro, la mecedora, las mariposas enmarcadas y el jardín con juegos y la merienda y la piscina y las alamedas le fueran concedidos por un enorme error y él no pudiera gozarlos y sólo experimentase la amargura de aquel error como una culpa.
El chico pálido daba vueltas por su habitación en penumbra con paso furtivo, acariciaba con sus blancos dedos los bordes de las cajas de vidrio consteladas de mariposas y se detenía a escuchar. A Giovannino y Serenella el corazón les latió aún con más fuerza. Era el miedo de que un sortilegio pesara sobre la casa y el jardín, sobre todas las cosas bellas y cómodas, como una antigua injusticia.
El sol se oscureció de nubes. Muy calladitos, Giovannino y Serenella se marcharon. Recorrieron de vuelta los senderos, con paso rápido pero sin correr. Y atravesaron gateando el seto. Entre las pitas encontraron un sendero que llevaba a la playa pequeña y pedregosa, con montones de algas que dibujaban la orilla del mar. Entonces inventaron un juego espléndido: la batalla de algas. Estuvieron arrojándoselas a la cara a puñados, hasta caer la noche. Lo bueno era que Serenella nunca lloraba.
NOSOTROS ÉRAMOS EL SUEÑO (Johnny C.)
Al abrir los ojos la encontré a mi lado apagando la luna con los dedos, estirando los brazos al cielo sus manos dibujaban delicadas siluetas entre las estrellas. Acostada de espalda sobre el césped, de horizonte, el cielo negro y perlado, a nuestros pies la penumbra de la ciudad moteada por su luz incandescente. Cuando se percató de que estaba despierto, me dijo que: “solo la luna sabe de la noche”, luego calló y continuó dibujando sobre su lienzo infinito, constelaciones a las cuales daba nombres como: “perro celeste”, “el último minuto de la vida”, “el pasado de los sueños” o “silencio, silencio. Dios está dormido, si despierta moriremos”. Me incorporé, sentado continué mirándola; ahora tenía las manos sobre el vientre y sonreía. A pesar de la poca iluminación, nunca la había visto tan hermosa, tanteé mis bolsillos en busca de un cigarrillo y al tratar de encenderlo, ella tomó mi otra mano y me dijo que tuviera mucho cuidado con los bosques que hace rato estuvo sembrando; sin querer bajé un poco la cabeza, como cuando se tiene que entrar a uno de esos lugares con el techo muy bajo. Después de algunas bocanas de humo, le pregunté por cuánto tiempo había estado dormido. Con la mirada aún perdida en el cielo, me respondió: “después de la muerte del sol, el tiempo no existe”. Por alguna razón, ella, estaba absolutamente feliz, el reflejo de la luna se marcaba en sus ojos. Tal vez se había percatado de algo mientras trazaba el cielo, lo construía y lo destruía en su tablero mágico. Se incorporó también, me quitó el cigarrillo de los labios e inhaló profundamente, luego, agregó neblina a sus bosques, nubes a sus cielos y polvo cósmico a sus constelaciones. Con su mirada clavada en mi retina y el cigarrillo pendiendo de los dedos de su mano izquierda sobre mi rodilla, me preguntó entre un tono desafiante y tierno por lo que había soñado. Yo le dije que para contarle eso, tendría que despertar.
SYSTEM FAILURE (RH)
Imagen de la película "Hardware"
En ningún momento pensaron que semejante cosas llegaran a suceder, aquello formaba parte de la ficción o vanas profecías que nunca llegaban a cumplirse. Además, no concebían de ninguna forma el desmoronamiento de un sistema que daba muestras de ser sólido, fuerte e impenetrable, capaz de perdurar en el tiempo y de garantizarle a cada uno de sus integrantes la seguridad necesaria para sobrevivir. Ellos confiaban, creían fervientemente en cada uno de los tentáculos del sistema que se extendían hasta las entrañas mismas de las personas. Los avances tecnológicos deslumbraban y permitían la superficial tranquilidad de aquellos tiempos. Cosas como las enfermedades mortales, los virus, las guerras entre naciones o guerras civiles, cataclismos naturales, crisis económicas, solo sucedían en países subdesarrollados incapaces de elaborar un programa capaz de imponerse a la fuerza de la naturaleza y a los fenómenos sociales. Nada de eso les sucedería a ellos, porque año tras año fabricaban el sistema de inmunidad, que les permitiría estar blindados ante cualquier ataque, incluso contra uno alienígeno. Aunque, el precio a pagar desbordaba las cifras más altas y hasta las mismas leyes, solo importaba el objetivo primordial: estar protegidos las 24 horas y cada uno de los 365 días del año.
A pesar de todo esto, el miedo y el terror no desaparecían de sus inquietas mentes, porque cada vez el Sistema inventaba, a medida que producía nuevos objetos para mitigarlos, miedos inexistentes que tomaban fuerza aterradora en una población absolutamente formada en la obediencia. Aquello propiciaba la demencia del consumo, millones y millones de personas cada día compraban toneladas de artículos. Nadie se preguntaba nada. Simplemente se deslizaban por los pasillos como robots en busca de la última medicina que les permitiera subsistir, porque el peligro estaba ahí, al acecho y si no morías hoy de un virus proveniente del trópico, mañana quizás una bomba en el Metro acababa con tu preciada existencia. Había que ponerse a salvo. Los delincuentes, y cualquiera podía serlo, deambulaban por ahí dispuestos a todo.
Esa frágil tranquilidad extraída de las cosas, lamentablemente sería tan efímera como ellas mismas. En un momento dado el sueño simulado se desvanecería y daría paso a la desgarradora pesadilla de la realidad. Ya nada sería como antes. Solo bastaba dar aquel paso, en el cual decidimos poner nuestro destino en los circuitos de los ordenadores, en aquella luz roja titilante en la oscuridad de un cuarto. Nunca medimos las consecuencias de dichas acciones. Pensábamos que todo perduraría para siempre. Y que ahora el hombre dominaría, con ayuda de la máquina, el caos de la naturaleza y el cosmos. Cuán equivocados andábamos, ahora solo basta con asomarse a la superficie para comprobar el mierdero de nuestros avances tecnológicos. Pero ni eso podemos hacer ya. Asomarse afuera es como ponerle sello final a la mísera vida que hoy llevamos. El sistema falló, como fallan todos los dioses, quizás por ser creación del hombre.
CONTRAPORTADA 19
12
Jackson Pollock
“Mi pintura no procede del caballete. Por lo general, apenas tenso la tela antes de empezar, y, en su lugar, prefiero colocarla directamente en la pared o encima del suelo. Necesito la resistencia de una superficie dura. En el suelo es donde me siento más cómodo, más cercano a la pintura, y con mayor capacidad para participar en ella, ya que puedo caminar alrededor de la tela, trabajar desde cualquiera de sus cuatro lados e introducirme literalmente dentro del cuadro. Se trata de un método similar al de los pintores de arena de los pueblos indios del oeste. Por eso, intento mantenerme al margen de los instrumentos tradicionales, como el caballete, la paleta y los pinceles. Prefiero los palos, las espátulas y la pintura fluida que gotea y se escurre, e incluso un empaste espeso a base de arena, vidrio molido u otros materiales inusuales adicionados. Cuando estoy en la pintura no me doy cuenta de lo que estoy haciendo. Sólo después de una especie de período «de acostumbramiento» ver, en lo que he estado. No tengo miedo de hacer cambios, destruir la imagen, etc., pues la pintura tiene una vida en sí misma. Trato de que ésta surja. Sólo cuando pierdo el contacto con la pintura, el resultado es una confusión. Si no, es pura armonía, un fácil dar y tomar y la pintura sale muy bien”
3
1- Summertime. Number 9A (1948)
2-Number 19 (1948)
3-Number 5 (1948)
Jackson Pollock (1912-1954) pintor estadoudinense
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