ALGO QUE PASA Y NADA MÁS (Johnny C.)
Está bien, las cosas son así:
Conducía el auto de Al por la carretera, estábamos en su pequeña casa de campo ubicada en los terrenos a las afueras de la ciudad. La lluvia había hecho un desastre el camino y era muy difícil avanzar por la poca iluminación y la humedad del suelo. A mi lado, en el asiento del copiloto estaba Nina, la esposa de Al; tan tranquila y segura a pesar de todo lo que había acontecido en las últimas horas, se retocaba el maquillaje pacientemente, mirándose en un pequeño espejo redondo y rojo que había extraído de su bolso. En el asiento de atrás, empaquetado en bolsas para basura venía Al. Bueno, el cadáver de él. Sentía un terrible escalofrío cada vez que miraba el espejo retrovisor y allí, inexpugnable continuaba esa masa negra que desde hacía más o menos una hora, era mi problema, y digo mi problema, porque yo lo maté.
No voy a decir que lo quería matar, que fue un error o accidente o demás tonterías. Simplemente reñimos y de algún lugar, en cualquier momento resultó un revólver. En mi defensa puedo decir que el arma no era mía, no me gustan las armas, aparte de eso no tengo la necesidad de andar armado. Fue Al, quien lo extrajo de su abrigo, nunca llegué a imaginar que un tipo como él estuviera armado.
De improvisto, Al, apareció en la pequeña casa de su propiedad y se encontró con algo que no debió ser muy grato para él. Allí estábamos Nina y yo, hacíamos el amor sobre el sofá de la sala a la luz y el calor de la chimenea, bajo los efectos producidos por la aventura y unas cuantas botellas de vino. El pobre tipo nos miraba de una manera incrédula, aunque ahora que lo pienso, tal vez se lo esperaba; tal vez ya lo sabía y simplemente quería corroborarlo. En la ventana caía la lluvia, por todos lados había ropa nuestra, y Al, allí, con su sobretodo empapado, con sus zapatos embarrados de lodo, apretando fuerte y fútilmente su maletín de hombre de negocios bajo el marco de la puerta acristalada y corrediza de la habitación.
Pudieron haber sido quince segundos o un par de minutos el tiempo que precedió al conflicto. Yo no sabía qué decir o qué hacer, no sabía si ponerme los calzoncillos, salir corriendo, invitarlo a que se uniera a nosotros o simplemente encender un cigarrillo, vestirme y luego salir de allí. Nina no parecía tan preocupada, se quedó sentada mirándome a mí y dando la espalda a su esposo al que poco a poco se le llenaban los ojos de cólera. Luego de transcurrido ese espacio de tiempo, Al, me arrojó el maletín que llevaba, yo me protegí con las manos lo mejor que pude de ese ataque; pero cuando levanté de nuevo la vista, me derribó con un terrible sopapo. No pude dejar de sentirme extraño en ese momento, porque estaba desnudo y tenía a Al sobre mi, repartiendo golpes como una puta histérica. Por más que luché, no puede quitármelo de encima, aparte no podía hacer más que cubrirme la cara para evitar que el tipo me reventara el cráneo a golpes. Luego, Al, cayó, porque Nina intervino reventándole en la cabeza una botella de vino; entonces me lo quité de encima y me reincorporé bastante adolorido. Nina, con un cigarrillo en los labios, iba y venía por toda la habitación levantando su ropa, luego se sentó de nuevo en el sofá y empezó a vestirse, mientras le reprochaba a Al un montón de cosas que yo no pude oír muy bien porque uno de los golpes me había dado justo en el oído.
Si antes me sentía extraño, ahora me veía irreal mientras Nina sosegadamente se vestía y le recitaba esa procesión de cosas a su esposo, mientras éste trataba de incorporarse del golpe. Cuando lo logró, sorprendentemente le apuntó a ella con el arma y no a mí; susurrando cosas que ni yo estando a poco más de dos pasos pude oír. Nina le incitaba a dispararle mientras se subía el cierre de la falda, Al, seguía amenazando con matarla luego de matarme a mi, entonces me apuntó y apretó el gatillo. Nada. “porquería inservible” le alcancé a oír mientras me le abalanzaba para quitarle el revólver. Fue ahí cuando forcejeamos y luego de un momento de revolcarnos frente a la chimenea, el arma se disparó encajando una bala en el pecho de Al. Me levanté inmediatamente y en lo primero que pensé, fue que por lo menos ya podía vestirme sin problemas.
Empecé a vestirme, Nina guardaba silencio, no estaba ni sorprendida ni conmocionada, miraba el fuego arder en la chimenea. Me dijo que buscaría todo el dinero, luego nos desharíamos del cadáver y huiríamos lo más lejos posible. Aun no sé cuál de las tres ideas me parece la peor. Inmediatamente abandonó la habitación y yo me quedé allí junto al cuerpo, encendí un cigarrillo, descorché una botella y bebí del pico. Jamás se me pasó por la mente ser un asesino; pero allí había un cuerpo sin vida y yo aún empuñaba el revólver en mi mano derecha. Sin tiempo para remordimientos o preguntas a las que jamás iba a encontrar respuesta, me di a la tarea de envolverlo con bolsas para basura, mientras Nina buscaba por toda la casa las supuestas “caletas” que Al guardaba allí.
Llevaba conduciendo cerca de veinte minutos en busca de un lugar para enterrar el cuerpo. Cuando al fin encontré un buen escampado, me percaté de haber olvidado las herramientas para hacer un hoyo responsable. Nina me dijo que era un inútil, un inservible, un bueno para nada; entonces sugirió que echáramos el cadáver al rio. Estábamos aparcados a un lado de la carretera con las luces del carro iluminando el pedazo de tierra abandonado, encendí un cigarrillo y le dije que estaba de acuerdo con todo eso que me decía. En ese momento, me dijo que debería agradecerle ya que ella fácilmente podría acusarme de asalto, violación y asesinato. La verdad con esos señalamientos me sentí más desnudo que cuando en verdad lo estaba, por otro lado sentía algo de alivio puesto que ya no debía cavar ningún hoyo.
Puse de nuevo el auto en marcha, el plan era aprovechar la fuerte corriente del rio debido a la lluvia. Así que estábamos de nuevo en la carretera, está vez en busca de un buen lugar que nos permitiera llegar al rio y abandonar a la corriente el cuerpo de Al. Antes de llegar al lugar indicado para arrojarlo, pude oír un sonido proveniente del asiento de atrás, una especie de quejido o balbuceo. Miré a Nina; pero ella continuaba inmutable. Quise saber si había escuchado o percibido algo, me dijo que dejara de ser paranoico, que seguramente era la lluvia sobre el techo del carro, mi imaginación o el miedo lo que me hacía percibir esas cosas. Yo sentía impotencia, hambre, ganas de fumar; pero no miedo.
Detuve el carro en lo que parecía ser un “buen lugar”. Se podía oír el sonido estruendoso que la corriente emitía. A pesar de que sonaba aparentemente cerca no se podía ver nada. Estábamos aparcados a un lado de la carretera junto a la barrera de seguridad, la lluvia seguía golpeando contra el parabrisas mientras las plumillas luchaban inútilmente contra el pequeño mar que se formaba y caía por el cristal. En ese momento pensé que todo eso había sido planeado por ella, que ella sabía perfectamente que Al llegaría, y que de alguna u otra manera quedara quien quedara vivo, de él también se desharía. Este era un lugar perfecto, bastaba un leve empujón para caer en la furiosa corriente… Mí introspección se vio interrumpida, por un manotazo que me dio Nina, gritándome que si lo que quería era ser encontrado allí estacionado tranquilamente con un cadáver en el asiento de atrás. Salí, rodeé el carro y abrí la puerta de atrás del lado que daba hacia el rio, no sabía qué iba hacer; pero estaba decidido a no dejar que Nina se saliera con la suya. Hale el cuerpo, pero lo encontré demasiado pesado, así que pedí algo de ayuda a esa mujer. Nos tomó una enormidad de tiempo y energía sacarlo de allí. Empezamos a sentir miedo, puesto que no podíamos ver demasiado y desconocíamos el terreno. Allí se me ocurrió que hubiera sido más fácil buscar un puente y arrojar el cuerpo. Demasiado tarde, ahora estábamos al lado de un frenético y desembocado rio que amenazaba en cualquier momento con llevarnos a los tres. De pronto Nina, me apuntó con un arma y me dijo que me apurara en lanzar ese maldito cadáver y que después resolvería si dejarme con vida o no. Me sentí perdido por un instante, hasta que allí en medio de ese torrencial chaparrón, me acordé del revólver de Al, lo llevaba en la pretina de mi pantalón. Esperé el momento indicado, y éste se dio cuando Nina quiso limpiarse el agua de los ojos que la cegaba, entonces solté los pies de Al, y en movimiento rápido saqué el revólver y le disparé. Uno por uno, abandoné los cuerpos a la corriente y ya serían problema de las entidades competentes, o con algo de suerte, nadie los encontraría jamás.
Regresé al auto y lo puse en marcha, encendí un cigarrillo y decidí conducir hasta el pueblo más cercano. Tomar un par de cervezas, buscar ropa seca y comer algo caliente. Ya habría tiempo para pensar en el siguiente paso por hacer.
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